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Capítulo 2

Qué asco.

Esos dos se besaban con una lascivia repugnante, como si nunca lo pudieran volver a hacer.

¿Por qué los adolescentes tienen más hormonas que neuronas?

Esa es una duda que me llevaría a la tumba.

Cuando estaba a punto de irme el chico alto y rubio, mientras seguía besando a la chica, abrió sus ojos.

Verdes.

Tenía ojos verdes, felinos, depredadores…

Y, como si no me hubiera visto, cerró los ojos nuevamente para seguir besando a la rubia. De hecho, la besó con más pasión de la que lo hacía antes. La tocó en cada centímetro de su anatomía. Después la empujó contra la pared y pude verla mejor. Ella estaba inmersa en lo que hacían, ni siquiera se percató de mi presencia. Se restregaban de una forma…

Era repulsivo, asqueroso e indecente.

Salí corriendo de allí porque sentí que en cualquier momento iba a vomitar.

El timbre que indicaba que debíamos volver a clases sonó.

Al llegar, vi a Sam con una sonrisa más estúpida de lo normal. Supongo que le fue bien con el Chico Maravilla. Tal vez luego le pregunte.

—Definitivamente es el amor de mi vida.

Aquí vamos otra vez.

—Es tan dulce, simpático, divertido, guapo, atractivo, sexy, caliente.

¿Soy yo o está subiendo de tono…?

—Sí, sí, ya entendí —la corté.

Ella colocó su rostro entre sus manos y suspiró dramáticamente. A partir de ahora la llamaré Drama Queen.

—¿Alguna vez te has enamorado?

—No ––respondí, cortante. Al parecer, ella no se percató porque siguió haciendo sus impertinentes y molestas preguntas.

—Pero te ha gustado alguien, ¿verdad?

—No.

—¿No has tenido novio? ––Su tono era exageradamente sorprendido y eso me irritó considerablemente.

—No.

—¿Te han besado al menos?

—No.

—¡¿Qué?! ––exclamó una voz que no era la de Sam, una voz chillona e irritante.

¿Conoces el ruido que hace el mosquito cerca de tu oído cuando quieres dormir? Pues así era la voz de esta chica. Me giré y pude contemplar quién era la escandalosa de voz insoportable.

Era la rubia del baño, la que intercambió un litro de saliva con el chico de ojos verdes.

—No has besado nunca, ¿en serio?

—Métete en tus asuntos, Daphne ––le espetó Sam, cortante.

—Es que… no lo puedo creer. ¿Cómo has llegado a esta edad sin dar un beso? ––Sam y yo la fulminamos con la mirada, pero, al parecer, captar indirectas no es lo de ella.

—Qué triste. ––Su voz era condescendiente. Me miraba como si tuviera 5 años y fuera la criatura más inocente que ha visto.

Ahora mismo tenía un dilema mental: contaba hasta 10 o la mataba. No sabía qué hacer.

—Has de ser muy puritana y estrecha  ––sentenció con la voz venenosa.

Me harté.

—Eso a ti no te importa ––mascullé mientras me ponía de pie, mirándola como si estuviera a punto de matarla.

—Cálmate, monjita. No hay motivos para alterarse.

La paciencia no es una de mis virtudes y esta chica tenía un don: irritarme.

—No me llames así ––dije entre dientes, haciendo uso y abuso de la poca paciencia que me quedaba.

—¿Así cómo? ¿Monjita? ¿Qué te parece virgencita? Nah. Monjita me gusta más.

Cálmate, Mia. No debes matarla. Eres muy joven para ir presa por estrangular a una pija idiota.

—A menos que prefieras virgencita ––terció, sonriente. Apreté mis nudillos con fuerza. La estiradilla esta se lo buscó.

—Ya basta, Daphne. Es suficiente. ––Esa voz...

—Carter... ––murmuró Sam, sorprendida porque apareciera su caballero de brillante armadura.

—Ah, hola, Carter ––saludó la rubia, poniendo una voz melosa y coqueta mientras jugaba con un mechón de su cabello.

Puta asquerosa.

—Solo bromeaba con mi nueva amiga Mia.

¿Perdón?

¿Amiga yo de esa? Prefiero que me corten el brazo con una motosierra.

—De hecho, ya me iba. Bye, Mia ––se despidió, haciendo un saludo con su mano mientras movía sus dedos.

Hipócrita, falsa.

Antes de marcharse, depositó un beso (demasiado prolongado) en la mejilla de Carter.

—Nos vemos por ahí —emitió en voz baja y "seductora" cerca del chico de cabello castaño a modo de despedida.

—Lo siento ––dijo Carter con expresión afligida cuando la chillona desapareció.

—¿Por qué? No es tu culpa que ella sea idiota ––repliqué y él sonrió ligeramente.

—Lo sé, pero aun así lamento que te haya tratado así ––explicó con su dulce voz, mirándome de una forma que me incomodó un poco. Creo que me sonrojé. Tenía unos ojos marrones muy hermosos e intensos.

—¿Qué haces aquí, Carter? ––inquirió Sam. Casi olvidé que estaba aquí. Su voz sonó tensa, como si le molestara algo.

—Vine a invitarte a la fiesta que Aiden dará el sábado. ––Sam sonrió, esperanzada.

¿Lo ves, tonta? No tienes de que preocuparte.

—Gracias.

—Tú también puedes venir, Mia.

—No, gracias ––rechacé su invitación de la forma más cortés que pude––. No me gustan las fiestas. ––Su rostro reflejó una ligera decepción.

—Bueno, si cambias de idea, puedes venir con Sam. Nos vemos luego, chicas.

—Hasta luego, Carter —emitió Sam.

Nota mental: traer un vaso para recoger a Sam cuando se derrita y se transforme en un charco por causa de Carter.

—Siento llegar tarde, chicos ––se disculpó el profesor de Historia al entrar al salón de clases.

Y nosotros que pensamos que hoy nos íbamos a librar de Historia. Qué ilusos somos.

***

Finalmente llegué a casa.

—Ya llegué ––anuncié, pero nadie contestó.

Supongo que mi madre seguirá trabajando.

Mi casa es bastante humilde, aunque no siempre fue así.

Mi familia solía ser rica, pero mi padre perdió todo y ahora mi mamá debe trabajar fregando el suelo para pagar lo único que nos dejó: deudas.

Fui a mi habitación para cambiarme de ropa y, de pronto, escuché sonar mi teléfono.

—¿Mamá?

—Mia, necesito que vengas a buscarme ––me pidió con la voz un poco débil.

—¿Dónde estás? ¿Estás bien? —hablé apresuradamente, entre preocupada y asustada.

—Sí, estoy en la casa del señor Thunder. Te envío la ubicación.

**

Fui en taxi hasta la ubicación que mi madre me envió.

Al llegar, se alzó ante mis ojos una mansión inmensa con verdes jardines. Ya saben, la típica casa de multimillonario hombre de negocios.

Después de que los señores de seguridad que estaban en la entrada me dejaran pasar uno de ellos me guio hasta la puerta de servicio al decirle que era la hija de una empleada de la casa.

Al entrar, lo primero que vi fue la gigantesca y muy bien equipada cocina. Una señora de unos 60 años apareció y me dijo:

—Hola, tú debes de ser Mia. Ven, tu madre te está esperando.

La seguí con paso vacilante hasta los cuartos de los empleados.

—Mia.

—Mamá, ¿qué te pasa? ––Ella estaba acostada en una pequeña cama y no tenía muy buen aspecto.

—Sue, ¿podrías dejarnos solas?

La señora de antes se retiró.

—Mia, tú sabes que estoy enferma desde hace años.

—Sí, sé que tienes problemas en el corazón y en los huesos. Supongo que todo el trabajo que has tenido lo ha empeorado, ¿verdad? Te dije que dejaras este empleo. Yo puedo trabajar para pagar las deudas.

—Para eso tendrías que abandonar los estudios. Tendrías alrededor de 3 empleos cuyo salario no alcanzaría para nada y todo habría sido en vano.

—Tu salud es más importante.

—Escúchame, Mia. El señor Thunder es un hombre muy generoso. A pesar de que hoy me desmayé…

—¡¿Que te desmayaste?!

—Ya un doctor me vio y dijo que necesitaba reposo por un tiempo, pero si dejo de trabajar, perderé mi empleo. Entonces llegué a un acuerdo con el señor Thunder: le dije que tú me remplazarías mientras estuviera de reposo y él aceptó.

—Entonces, ¿trabajaré como sirvienta para ese hombre?

—Será temporal y solo durante la tarde y la noche para que no pierdas clases. Si eres eficiente, ganarás lo mismo que yo, tal vez más.

—Qué caritativo —opiné sarcásticamente.

—Te dije que era generoso. —Ella no captó mi tono—. Lo único que creo que no te gustará es que debemos mudarnos para acá.

—¡¿Qué?! ––Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.

—Es para que estés más cerca del trabajo y del colegio. Además, el médico del señor Thunder vendrá a examinarme con regularidad. Por otra parte, tengo a Sue para ayudarme mientras tú estás en la escuela. Todo será mejor así.

Aunque me jodía, ella tenía razón.

—Está bien ––acepté con un suspiro de derrota.

—¡Gracias, mi niña! ––chilló, entusiasmada, mientras agarraba mi rostro para besarme por todas partes.  

—Ya mamá, está bien ––dije, separándome de su abrazo de koala—. ¿Cuándo empiezo?

—Hoy.

—¡¿Qué?! Ese señor es un explotador.

—Es un poco estricto, sí.

—¿Estricto? Es un explotador abusivo. Con razón te desmayaste.

—Tu uniforme está en el armario. ––comentó, cambiando de tema––. Deberías ir a conocerlo. Yo ya le he hablado mucho de ti.

—Ok.

Me miré en el espejo con el uniforme ya puesto.

Ridícula, me veía ridícula.

—¡Estás hermosa!

—Lo que tú digas ––dije, recogiéndome el pelo en una coleta y saliendo de la habitación para dirigirme a conocer al salvador de los oprimidos.

La casa era demasiado grande para un señor que vive solo. Me costará trabajo no perderme aquí.

Llegué a la sala y me puse a observar la decoración.

—Supongo que tú eres Mia.

Me giré y, finalmente, contemplé al famosísimo señor Thunder.

Aparentaba unos 45 años, era rubio con algunos cabellos plateados, pero se conservaba bastante bien.

—Acércate. ––Lo obedecí.

Ojos verdes. Tenía esos ojos felinos que tanto me perturbaban.

—Tu madre me ha hablado mucho de ti. Espero que te sientas cómoda. ––Estaba cualquier cosa menos cómoda.

—Amor. ––Escuché una voz femenina llamar. Qué bueno. No quería estar sola con este hombre, me hacía sentir incómoda.

—Aquí estás, querido. ––Una mujer le rodeó el cuello con ambos brazos. Tenía el pelo rojo y largo, era muy sensual y atractiva, pero demasiado joven para él.

—¿Quién es ella? ––indagó, dirigiendo sus ojos color ámbar hacia mí.

—Ella es Mia, la nueva empleada. Es quien sustituirá a la señora West de quien te hablé.

—Ah, sí ––emitió ella, como si ese fuera el tema más aburrido e insignificante del mundo.

—Mia, ella es mi esposa, Vanessa.

Genial. Le gustaban jovencitas.

—Mucho gusto ––dije por pura educación y porque necesitaba el empleo.

—Igualmente. ––Me mostró la sonrisa más hipócrita que he visto en mi vida.

—Mia, necesito que le subas la cena a nuestro hijo. ––Y esa fue la primera de las muchas órdenes que recibiría de la familia Thunder.

—Claro, señor.

Fui a la cocina y, siguiendo las indicaciones de Sue, me dirigí a la habitación de Thunder junior en el segundo piso de la mansión.

Para ser un niño había demasiada comida en su bandeja. Me pregunto qué edad tendrá.

Al llegar frente a la habitación, toqué; pero nadie contestó.

—Voy a pasar ––anuncié.

Abrí la puerta ligeramente.

—Permiso. ––Luego de decir eso, entré. No había nadie. En aquella habitación cabía diez veces la mía.

Dejé la bandeja con comida sobre una pequeña mesa junto a la cama.

Cuando estaba dispuesta a retirarme apareció envuelto en una toalla y ligeramente mojado un chico rubio de ojos verdes.

Ese chico.

El que se había atragantado con la lengua de Daphne en el baño del instituto.

Al verme, se formó una sonrisa divertida y ladeada en su rostro mientras me señalaba con el dedo para luego decir:

—Tú eres la pervertida del baño, ¿verdad?

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