Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo trece

Me rasqué la frente mientras mis ojos releían los apuntes que había tomado de la clase de Biología molecular. Era una de las asignaturas más duras de la carrera y no había podido reunirme con Alberto para estudiar porque tenía otros planes. Bufé, recitando de nuevo la estructura de los ácidos nucleicos, sin entenderlo demasiado, pero memorizándolo como si de un loro se tratase.

Había conseguido un ocho en el examen de farmacología, pero mi alegría se esfumó cuando la respuesta de mis padres ante semejante logro fue un simple "Esa es tu obligación".

Hacía dos semanas que Hugo y yo no nos hablábamos. Ahora era yo la que no era capaz de mirarle a la cara cuando nos cruzábamos en recepción. No podía evitar sentir una oleada de vergüenza engullirme al recordar cómo había desnudado mi alma a alguien que parecía no importarle.

No era capaz de desprenderme de esa sensación que hacía que quisiera salir corriendo y no volver jamás. Por eso me gustaba tanto ser invisible, porque era más libre de críticas y, sobre todo, de momentos embarazosos. Solo tenía que concentrarme en mis cosas y rezar por continuar siendo invisible al día siguiente.

No me gustaba llamar la atención, y la mejor forma de no hacerlo era callarme, aislarme. Pero era consciente de que eso había traído consigo otros problemas, como ser incapaz de establecer límites y permitir que me pasaran por encima cada vez que tenían la oportunidad, que eran muchas.

Solté un quejido cuando escuché la música de unos altavoces empezar a aumentar su volumen. Sabía de dónde provenía aquel estruendoso sonido, pero esta vez no iba a subir a su apartamento para suplicarle. Esta vez me iba a poner mis cascos y a aguantar las ganas de lanzarle una piedra a la cabeza.

Pero entonces tocaron a la puerta. Intenté ignorarlo, pero los golpes se intensificaron, obligándome a acercarme y, finalmente, abrirla. Detrás de ella se encontraba la señora García, con una expresión de pocos amigos en su rostro cubierto por una mascarilla de color pistacho.

-Niña, tu novio no me deja dormir -refunfuñó. Mi corazón dio un vuelco cuando escuché la palabra "novio" y me envolvió una sensación de tristeza y nostalgia por lo que nunca fuimos-. ¿Podrías decirle que quitara la música?

-Emmm -dudé. ¿Qué debía hacer? ¿Subir y plantarle cara o denegar la petición de la robusta señora que parecía tener ganas de golpear a alguien?-. Está bien, señora García. Yo se lo digo.

Ella asintió y, sin más, entró en su apartamento. Solté un suspiro, recargándome sobre el marco de la puerta. Miré mi atuendo, un pijama rosa pastel con puntos. Me mordí el labio, indecisa. Finalmente, me puse una chaqueta, cogí las llaves y empecé a subir las escaleras hasta el piso de arriba.

A medida que me iba acercando a mi destino, mi corazón latía cada vez con más fuerza, dándome la impresión de que rompería mi caja torácica. Haciendo crujir mis dedos, suspiré, y me planté delante de la puerta. Fruncí el ceño. Había un post-it pegado en ella:

Si eres Aurora, coge la llave que está debajo del felpudo y entra.

Apretando los labios, me puse de cuclillas y alcé la alfombra, desvelando la llave. La cogí, me levanté y abrí la puerta. Al hacerlo, la música sonó demasiado fuerte, lo que me provocó una mueca.

-¿Hugo? -pregunté, mirando a todos lados. No había rastro de él. Pero en cuanto mis ojos se posaron en la mesa de la cocina, vi el altavoz con otro post-it pegado-. ¿Qué es esto? ¿Una gimcana?

Me acerqué al altavoz y leí la nota:

Apaga la música y sube a la azotea.
Atte.: el capullo de tu vecino.

¿Y cómo se suponía que iba a apagar este cacharro? Ojeándolo durante unos segundos, decidí hacer lo más sencillo: darle un golpe. Pero no funcionó. Gruñí y giré el aparato, encontrándome con un gran botón con el símbolo de off. Avergonzada, lo pulsé y la música dejó de sonar.

Ahora se suponía que debía ir a la azotea. Pero, ¿y si no lo hacía? O lo que me generaba más temor, ¿y si lo hacía? ¿Qué me esperaba allí arriba? Empecé a caminar escaleras arriba, empezando a notar cómo con cada escalón que subía, mis piernas se iban volviendo más débiles.

Entonces abrí la puerta. Y no vi nada. Estaba todo oscuro. Pero de repente unas luces amarillas se encendieron, obligándome a cerrar los ojos. Los mantuve cerrados y apretados durante unos minutos, debido a la luz que desprendían las luces esparcidas por toda la terraza. Escuché una risa, por lo que los abrí enseguida. Quizás demasiado rápido, porque me costó enfocar bien la vista. Hasta que lo conseguí y vi la silueta de Hugo virando hacia mí.

En la azotea, bajo el amplio cielo nocturno, se desarrollaba una escena sacada de una novela romántica. Luces amarillentas, cuyo cálido resplandor proyectaba sombras encantadoras, colgaban delicadamente del frondoso dosel de buganvilias que adornaba un rincón de la azotea. Cada luz parecía contener en su interior un susurro de épocas pasadas, añadiendo un toque de nostalgia al ya de por sí pintoresco escenario.

-¿Estás bien?

¿Lo estaba? No lo sabía. Mi corazón se apretujó, recordando el momento en el que me rechazó de forma implícita. ¿Conocéis la frase "una mirada dice más que mil palabras"? Pues el silencio también. A veces no es necesario decir nada, bastan unos segundos del silencio más afilado para romperte en dos. Y a mí Hugo me había roto en cinco. Una por cada decepción, por cada traición.

Finalmente, asentí. Mintiendo una vez más, aunque esta vez no sabía si lo hacía por él o por mí. Porque no sabía si aguantaría otro golpe más y, quizás, fingiendo que todo estaba bien, ese golpe se desviaría.

Cuando bajé la mirada, me fijé en el rastro de pétalos de tulipán, como una alfombra de tonos suaves, que trazaba un camino desde la puerta hasta donde se encontraba Hugo. Los pétalos, vibrantes en contraste con los tonos fríos de la noche, parecían atraerme a cada paso, acercándome a él.

Hugo, con una sonrisa nerviosa jugueteando sobre sus labios, estaba de pie en medio de esta escena etérea, con la mirada fija en mí. Sus ojos, reflejo de un sinfín de emociones, transmitían una mezcla de expectación e incertidumbre, como si no estuviera seguro de lo que le depararía el momento siguiente.

Soplaba una suave brisa que traía consigo la dulce fragancia de las buganvillas en flor y el tenue aroma de los tulipanes que nos envolvía como un abrazo reconfortante, como si la propia naturaleza conspirara a nuestro favor.

A medida que me acercaba, la suave luz de las bombillas antiguas proyectaba sobre mí un sutil resplandor que iluminaba mi figura. Podía sentir la mirada de Hugo sobre mí, su nerviosismo palpable pero entrañable, como si estuviera esperando a que yo diera el siguiente paso.

En ese momento, sentí que me invadía una oleada de valor. Con el corazón decidido pero tembloroso, continué por el camino de pétalos, cada paso me acercaba más a Hugo y al destino que nos aguardaba bajo el cielo estrellado.

Una vez enfrente de Hugo, lo miré a los ojos. Él me sonrió y abrió la boca con la intención de hablar, pero rápidamente la cerró y negó con la cabeza. Arrugué el ceño cuando alzó la mano, esperando a que la agarrara. Me mordí el labio inferior, debatiendo en mi mente si era o no una buena idea. Si debería quedarme o salir corriendo.

Pero, al final, la acepté. Y solo con ese gesto él sabía que me tenía comiendo de la palma de su mano, que mi corazón era completamente suyo y que, como bien sabía, tenía el poder de rompérmelo en mil pedazos.

Sujetando mi mano, me dio la vuelta y se acercó a una lona beige que colgaba de la caseta que se encontraba en una esquina. Elevó el brazo, tirando de ella. Y entonces reveló lo que se encontraba debajo de ella. Un dibujo. Un retrato. Un retrato mío. Pero no era solo un dibujo, no. Era algo más. Era una promesa, una que ponía punto y final a nuestra disputa.

Me detuve ante el retrato, con el corazón acelerado por una mezcla de expectación y aprensión. Al contemplar el lienzo, quedé inmediatamente impresionada por la intensidad del momento capturado en su marco.

Hugo había logrado captar cada matiz de mi ser, cada destello de emoción, con una precisión asombrosa que me dejó sin aliento. Los mechones rubios de mi pelo parecían brillar con vida propia, cayendo en cascada en suaves ondas alrededor de mi rostro. Mis ojos marrones, normalmente tan llenos de tristeza, contenían una diversidad de emociones que nunca había visto reflejada en mí con tanta claridad.

Era como si Hugo hubiera escudriñado en mi alma y trasladado su esencia al lienzo que tenía ante mí. La forma en que había captado la curva de mi sonrisa, la inclinación de mi cabeza, decía mucho de su comprensión de mí, de la persona que era bajo la superficie.

No podía apartar los ojos del retrato, tan hipnotizada por su cruda honestidad. Era como si me viera a mí misma por primera vez, no sólo como el reflejo en el espejo, sino como una entidad viva, que respiraba, capturada en un momento efímero.

Con dedos temblorosos, alargué la mano para tocar el lienzo, casi esperando que cobrara vida bajo mi tacto. Pero incluso allí, paralizada por la belleza del cuadro, no pude evitar la sensación de asombro y conmoción que Hugo había logrado evocar con su pincel.

-¿Me ves así? -pregunté, sin apartar mis ojos del dibujo.

-No.

-¿Entonces? -me volteé, frunciendo el ceño.

-Nunca podría trasladar al lienzo todo lo que veo cuando te miro.

Mi corazón dio un vuelco ante su confesión. Nadie nunca había hecho algo tan bonito por mí. Nunca había escuchado el roce de unas palabras similares a las que me estaba dedicando Hugo. El cuadro era precioso, pero no era yo. O, al menos, no era como yo me veía en el espejo. Era algo más, era como si hubiera capturado mi alma, pero mil veces mejorada.

-No estoy entendiendo nada, aquel día...

-Aquel día fui un cobarde -me interrumpió.

Me quedé en silencio, sin saber muy bien qué decir. ¿Qué quería decir con que era un cobarde? ¿Un cobarde, por qué? Me lo quedé viendo directamente a los ojos, y él a los míos. Sumiéndonos en un suave silencio que dejaba nuestro nerviosismo flotar en el aire.

-Quiero pedirte perdón, por todo -admitió, dando un paso más y provocando que mis ojos se abrieran por la sorpresa-. No fue justo cómo te traté. Estaba celoso, no podía soportar la idea de que pudieras tener algo con Miguel. Bueno, en realidad, con nadie. El mero pensamiento de tus labios sobre los de otra persona y no sobre los míos, me enfada y hace que mi corazón se vacíe más rápido que un dispensador de agua en verano. Espero que puedas perdonarme. Sé que fui un idiota. Sé que debería haber confiado en ti y no en Andrea. Cuando me habló de Miguel y de ti, me consumieron las dudas y la confusión. Dejé que esas dudas nublaran mi juicio y te alejé cuando lo único que quería era tenerte más cerca que nunca. -se detuvo un momento para colocarse más cerca de mí y acunar mi mejilla con su mano, antes de continuar-. Siento haberte hecho daño. Siento haberte hecho pensar que tus palabras no tenían valor para mí. Siento haberte hecho pensar que no eras suficiente para mí. Pero, sobre todo, siento haberte hecho pensar que no me gustas. Porque estoy perdida e irremediablemente loco por ti.

Me quedé allí, congelada de incredulidad, mientras las palabras de Hugo flotaban en el aire entre nosotros. Mi mente luchaba por comprender el peso de lo que acababa de confesar. ¿Loco por mí? La idea me parecía surrealista, como un sueño que nunca me atreví a soñar y que ahora se presentaba ante mí.

Sus palabras retumbaron en mis oídos, reverberando en las cavidades de mi corazón con una resonancia que me dejó atónita. ¿Cómo podía sentir una emoción tan intensa y abrumadora por alguien como yo? ¿Alguien tan corriente, tan imperfecto? ¿Cómo era posible que alguien tan increíble como Hugo, con su ingenio y su encanto sin límites, esté loco por alguien como yo?

Lo miré a los ojos, buscando desesperadamente algún atisbo de duda o vacilación, pero todo lo que encontré fue sinceridad. La mirada de Hugo era inquebrantable, su expresión una mezcla de vulnerabilidad y determinación que me dejó sin aliento.

-Pero no quiero hacerte daño, Aurora -continuó, con la voz cruda por la emoción-. No quiero darte falsas esperanzas, sólo para darme cuenta de que no estoy listo para esto... para nosotros. Pero al mismo tiempo, no puedo negar lo que me haces sentir. Puede que no tenga todas las respuestas, Aurora. Puede que ni siquiera entienda del todo mi propio corazón en este momento. Pero estaría dispuesto a arriesgarme contigo.

Me miró a los ojos, intentando descifrar lo que estaba pasando por mi mente, pero ni siquiera yo sabía lo que pensar. No me podía creer que Hugo se acabara de confesar. Me había sorprendido tanto que me había quedado muda. Intentando encontrar mi voz, titubeé, mordiéndome el labio y sintiendo cómo el calor subía por todo mi cuerpo.

"Tal vez", me dije, "tal vez" era mejor que un no. "Tal vez" era una oportunidad, una puerta ligeramente entreabierta que nos invitaba a atravesarla y descubrir lo que había al otro lado. Tal vez era la promesa de algo hermoso, algo por lo que merecía la pena luchar.

Sentía el calor de la mano de Hugo sobre mi mejilla, su contacto me hacía sentir presente en el momento. Y cuando le miré a los ojos, vi la vulnerabilidad oculta tras los muros que había construido alrededor de su corazón. Pero también vi algo más, algo crudo, honesto e innegablemente real.

-¿Quieres arriesgarte tú conmigo?

Quería arriesgarme, me di cuenta con repentina claridad. Quería arriesgarlo todo para estar con él, para ver adónde nos llevaba esto. Porque aunque no fuera fácil, aunque hubiera obstáculos en nuestro camino, creo que el amor merecía el riesgo.

Asentí. Él sonrió. Y entonces supe que todo iba a estar bien.

De pie ante Hugo, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, sentí una energía nerviosa que crepitaba en el aire entre nosotros. Sus ojos, intensos pozos oscuros, se clavaron en los míos con una mezcla de anhelo e incertidumbre, reflejando las turbulentas emociones que se arremolinaban en su interior.

Y entonces, con un rápido movimiento, acortó la distancia que nos separaba, deslizando la mano de mi mejilla hasta agarrarme suavemente la barbilla. Su contacto me produjo un escalofrío, encendiendo una tormenta de sensaciones que recorrió cada fibra de mi ser.

Estampó sus labios sobre los míos, como si fuera el momento que había estado esperando desde que nos conocimos. Sin duda, era el mío. Había una sensación de anhelo, de anticipación, que se había ido acumulando entre nosotros durante lo que parecía una eternidad, y ahora, en ese momento, todo se unía en un maremoto de pasión.

Mis brazos se elevaron hasta envolver su cuerpo y tirar de él hacia mí, profundizando el beso y permitiéndome saborear la dulzura de su esencia, mezclada con la mía. Era una mezcla embriagadora e irresistible, que me atraía aún más hacia sus brazos.

Nuestros labios encajaban perfectamente, y entendí que el puzzle que formaban no lo encontraría con nadie más. Que con cualquier otra persona siempre faltaría una pieza. Una pieza que con él sí tenía. Porque me sentía completa en su boca.

Mientras nos besábamos, era como si cada nervio de mi cuerpo se encendiera con una nueva sensación, y cada roce de sus labios con los míos me producía escalofríos. En aquel momento, me sentí realmente viva, con los sentidos encendidos por el subidón embriagador de la pasión.

Me perdí en la dulzura de su beso, en la forma en que su aliento se mezclaba con el mío, creando un ritmo embriagador que latía entre nosotros, sintiéndome como si volara sobre las alas de mil mariposas. Era una sensación distinta a todo lo que había experimentado antes, una fusión perfecta de pasión y ternura que me dejó totalmente hechizada.

Y cuando por fin nos separamos, sin aliento y enrojecidos por la emoción, supe que ese momento quedaría grabado en mi memoria para siempre.

Mis ojos permanecieron cerrados durante unos segundos después de habernos separado. Escuché su risa, por lo que abrí uno de los ojos y lo observé dirigiéndome una mirada divertida.

-¿Qué estás haciendo?

-Procesando que acabas de besarme -dije, con las mejillas encendidas.

-Pues avísame cuando hayas acabado de procesarlo, para poder seguir besándote.

-Estoy lista -me apresuré, tropezando con mis palabras.

Él sonrió y entonces volvimos a fundirnos en un beso, diferente al de antes. Más apasionado, más salvaje, más necesitado.

En ese momento, mi móvil vibró, y Hugo desvió su mano a mi trasero, sobresaltándome, haciéndole soltar una risa sobre mis labios. Sentí cómo extraía mi móvil del bolsillo de mi pantalón y se apartaba de mí para mostrarme la notificación.

[22:15] Alberto: ¿Ha habido beso?

Maldito Alberto.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro