Greta y Paula se conocían desde pequeñas, la verdad, no se llevaban muy bien, pero en honor a tantos años de amistad seguían interesándose la una por la otra.

Eran dos chicas jóvenes, que se llamaban para contarse sus problemas, o más bien Paula contaba los suyos, mientras Greta escuchaba atenta todo, sin poder contar nunca nada; Paula absorbía demasiado. 

Aunque quedaban para ir a tomar algo, ir al cine, a pasear; Greta sentía que no podía contar con ella, estaba aguantando demasiado y se callaba todo.

El problema que tenía Paula era que siempre tenía que estar un paso por delante de ella, no la veía solo como su amiga, sino como la competencia. Greta aunque era muy inquieta, era bastante reservada, sobre todo a la hora de decir algo que pudiera dañar a alguien y más si era a su amiga, por eso consentía demasiado. 

Algo que hacía muy bien Paula para poner de los nervios a Greta, era intentar salir ella mucho antes con cualquier chico que viera que su amiga mostraba un mínimo de interés en él. De esa forma Paula se sentía poderosa.

Greta comenzaba a estar harta de la situación, y sabía que tarde o temprano acabaría explotando. El afán de protagonismo de su amiga comenzaba a molestar bastante, muchas veces no era capaz de ver el daño que le podía estar haciendo a los demás con su actitud egoísta, era tan egocéntrica que daba igual a quién se llevara por delante.

Claudia, la compañera de piso de Greta, se lo decía siempre a Greta, que Paula no era de fiar, que por muchos años que llevaran de amistad, no entendía muy bien como se portaba así de mal con ella.

Estaba llegando el momento en el que Greta tenía que decir todo lo que pensaba, poner las cartas encima de la mesa y darle una vuelta de hoja a una relación de amistad tóxica.