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Capítulo 12

Wave
No puedo dormir. Él está allí, en la habitación de al lado, la que años atrás era mi habitación. Y tengo ganas de salir corriendo. "Deja que todo lo que te pertenezca sea mío" sus palabras siguen resonando en mi mente. ¿Debería tomar eso como una declaración de amor o simplemente intenta apoderarse de todo lo que tengo por puro placer? Siempre ha amado esta casa, nunca tuvo miedo de decir que algún día sería suya, ¿pero a qué punto llega su obsesión por ella? ¿Será capaz de jugar sucio para conseguirla? Mis sentimientos son confusos. Este Dorak no sigue siendo el mismo de antes, ha cambiado mucho y eso me aterra, no es el chico del que me enamoré. Dudar de él es mucho más fácil ahora ya que me ha fallado en el pasado. Pero no estoy segura de que pueda apartarme la próxima vez que intente besarme, por más que con cada acción esté alerta.

Escucho un sonido extraño, algo como un grito desesperado, y me levanto de inmediato. Lo primero qué pasa por mi cabeza es que ha entrado un ladrón a la casa y esa es la forma de asustarlo de Rodak. Pero el ruido no viene de abajo, sino de la habitación de al lado. Agarro el bate que tengo detrás de la cabecera de mi cama. Lo compré por si algún día tenía una emergencia. «Con esto me refiero a este tipo de cosas, que entre un ladrón en casa» Alcanzo el interruptor e ilumino el segundo piso. Alzo el arma de madera sobre mi cabeza mientras abro la puerta y camino por el pasillo. Escucho gemidos, sollozos, y me asusto cada vez más. «Recorcholis, ¿qué coño está pasando ahí dentro? » Termino empujando la puerta con una patada, pero no se abre «Lo lógico analizando mi masa corporal.» Escucho un grito desgarrador del otro lado. Me lleno de valor para abrir la cerradura y entrar golpeando al aire con el bate intentando encontrar al bandido.

—¡Ahhh! —Es mi grito de guerra y espero que los vecinos puedan escucharlo para que llamen a la policía. Tengo el corazón a mil y la adrenalina corre por mi cuerpo. Me cuesta darme cuenta de lo que realmente está sucediendo. El reflejo de la luz del segundo piso inunda la habitación y veo a Dorak revolviéndose entre las sábanas. Aún duerme, los sollozos y gemidos de dolor salen de su boca. Está empapado de sudor. «Es una pesadilla.»

¿Qué se hace en estos casos? He visto un montón de películas y según recuerdo al despertarlos siempre terminan golpeados o asustando más al dormido. Pero no puedo dejarlo así.
Me acerco al borde de la cama, no tan cerca de él para no llevarme un manotazo. Lo toco con la punta del bate pero no parece notarlo.

—Dorak. —llamo pero sigue sin escucharme. Vuelvo a tocar su brazo con el pedazo de madera pero se remueve aún más, y suelta un chillido de dolor. «Ni siquiera le he dado tan fuerte.»

Después de ver que mis intentos son en vano, me convenzo para arriesgarme un poco más y poner mi mano sobre su hombro, pero tropiezo con la mesita de noche al intentar acercarme a él. El vaso de agua se chorrea por los lados y la salvación llega a mis manos. Lo agarro y se lo lanzo a la cara. El líquido es suficiente como para hacerlo despertar.

—Me has dado un susto de muerte. —Le confieso, pero Dorak me mira confundido y respira con dificultad.

—¿Wave? ¿Qué haces aquí? —pregunta y me preocupa su desconcierto. Tiene la voz ronca, pareciera que su garganta ha sido rasgada de tanto gritar. Se seca la cara con la sabana.

—Vivo aquí. Estás en mi casa, Dorak, estabas borracho y dejé que te quedaras. —Claramente no fue una buena idea. Entre el insomnio y el susto que me ha provocado no me hubiera venido nada mal negarme a hospedarlo aquí.

—¿No estoy en Irak? —Se frota la cara y se lleva las manos a la cabeza despeinando su cabello castaño.

—Es tu día de suerte. Estás en Austin, Texas. —No es un momento para bromas, pero o era eso, o le volvía a repetir la misma frase de antes.

—Ya me estoy ubicando. Es que tuve un sueño... ¿He hecho algo vergonzoso? ¿Te he molestado? No recuerdo nada de lo que sucedió anoche. —Me alegra saber que no ha perdido la memoria por completo. No quiero preguntarle por el sueño, bastante malo tenía que ser por su reacción.

—Te arrodillaste y me pediste que te vendiera mi casa. —Hubiera preferido decir que me pediste matrimonio, pero eso ni yo me lo creo.

—¿Y qué me contestaste? —¿De verdad le interesa esa respuesta?

—No te respondí, pero ahora que estás sobrio te digo que no. No está en venta. —Me está comenzando a molestar que ignore que yo también deseé en el pasado vivir aquí para siempre. Esa fue la razón por la que nunca me mudé a Portland con mi madre.

—Ya... ¿No dije nada más? —La preocupación en su voz me atormenta.

—Que eres una mala persona, pero eso yo ya lo sabía. —¿Pudiera no haber sido tan ruda? Creo que no, se lo merece.

—Me voy a mi casa. —Intenta levantarse pero el movimiento brusco hace que se tambalee. Se lleva las manos a la cabeza, supongo que la famosa resaca viene en camino.

—Son las cuatro de la mañana...

—No quiero molestar. —susurra y sé que está pensando en aquel intento de beso.

—Son las cuatro de la mañana... —repito. Puede que no quiera que se vaya, no después de haber escuchado sus gritos en un sueño. Siento que son demasiadas cosas que lo atormentan. No creo que sea bueno dejarlo solo.

—¿Has visto mis llaves? —Rebusca en sus bolsillos, pero no las encuentra. Niego con la cabeza. —¿Por qué tienes un bate en la mano?

—Creía que un ladrón había entrado a la casa y te estaba atacando.

—¿Si sabes que estuve en el ejército y que tengo preparación para la defensa? — Se cruza de brazos y sonríe aunque por el dolor de cabeza parece más bien una mueca.

—Pues si me caía bien el ladrón te iba a golpear con el bate a ti para ayudarlo. ¿Cuándo te volviste un engreído? —Me defiendo y aunque se lo tome a broma, mis palabras son totalmente sinceras.

—No lo soy. Me sorprende que estés dispuesta a arriesgar tu vida para ayudarme. —El azul de sus ojos se vuelve cristalino y no puedo evitar que sus palabras me hagan pensar. No me había dado cuenta de los riegos que estaba tomando.

—Lo haría por cualquier persona. Eso no te hace especial. —Baja la mirada y comienza a vestir la cama con cuidado.

—Me voy.

—Son las cuatro de la mañana. —le recuerdo.

—Ya me lo has dicho tres veces.

—¿Entonces para qué sigues diciendo que te vas?

—¿Quieres que me quede? —Me mira a los ojos y puede que con una pizca de molestia en ellos busque en los míos algo más que un rechazo.

—Están retransmitiendo Esposas Desesperadas. Por si quieres verlo, yo no tengo sueño. — Mi manía en no saber decir las palabras correctas.

—Si insistes. —Se encoje de hombros.

—No he insistido. —Ya me estoy arrepintiendo, mejor que se vaya a su casa.

—Son las cuatro de la mañana. —me recuerda. Odio que me conozca tan bien.

Salgo de mi antigua habitación con la extraña sensación de no haber hecho lo correcto. Podía haber dejado que se marchara. Tampoco es que viva lejos. ¡Su casa está justo al lado!
Lo escucho seguirme con un paso algo arrollador. En el salón duermen Rodak y Neow, por lo que no me queda otra que llevarlo a ver la tele de mi habitación. «No había pensado en eso.»
Dorak en mi cuatro de soltera.

No es gran cosa, mis paredes grises no es que resalten mucho y el desorden del vestidor nunca ha sido ajeno a él. Las cortinas de flores naranjas no son la mejor combinación pero ayudan a que el sol no se cuele por la ventana, y el sofá de segunda mano algo polvoriento desentona con su color rosa palo. Es tan simple que es incluso más fea que mi anterior habitación.

—Has perdido el gusto por completo. —Lo escucho reír por lo bajo.

—Oye, es que me cuesta que todo encaje en esta habitación. —Es fea, pero es mía.

No decimos nada más, no hace falta. Lo invito a que se siente en una de las butacas mientras que yo me acomodo al borde de la cama. Prendo la tele y busco en la gaveta de mi mesita de noche dos snickers, aún guardo la reserva que trajo en navidad. Le lanzo uno, y lo atrapa con facilidad. Peleo conmigo misma para no despegar la vista de la pantalla, es más fácil para mi corazón ignorar su presencia.

Intento no recordar el pasado, no darle vueltas a lo adaptados que estuvimos a este momento. La de noches que disfrutamos de cualquier cosa en la tele y de la compañía silenciosa de ambos. Me atormenta pensar que pudiera volver a suceder, que volvamos a ser los de antes y sentir con la misma intensidad. No recuerdo como era la sensación de sus labios en mi piel o sus caricias descaradas, y en ciertos momentos, quiero hacerlo, quiero volverlo a sentir, pero las promesas rotas y una disculpa que nunca me ha ofrecido vuelven a apoderarse de mis pensamientos. Y soy más que un corazón roto, por su culpa perdí una parte de nosotros.

Tres horas después los rayos de sol nos avisan que es momento de alistarse para ir al trabajo. Él se marcha a su casa, y esta vez no intento retenerlo. Ni siquiera lo invité a desayunar, para su suerte sus llaves estaban en mi porche. Creo que hice suficiente permitiéndolo quedarse esta noche, al final como él mismo había dicho, no merecía mi amor.

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