Las sucubos de Pazuzu
Los vientos del sur durante el invierno eran despiadados, casi igual de letales que los del norte pero mucho más crueles. El sur de mundo Medio había sido un lugar importante que había visto nacer a los mejores héroes que se hubiera conocido, pero ya no, no desde que el mundo se había podrido.
El noble Digg, de apenas veintiún años de edad avanzaba por una pendiente que se tornaba cada vez más empinada y estrecha. Sí tan solo hubiera sabido leer habría visto un cartel que decía "no pasar" varios kilómetros atrás.
Su objeto eran las luces que habían empezado a aparecer en el cielo, eran los rastros que dejaba Morgana y el huganda lo sabía. Su objetivo actual eran los restos de una ciudad destruida por una guerra civil, oculta entre los enormes árboles de pino.
— aún duele — gruñó en voz baja el hombre de los taladros, quien aún sentía el dolor de la bala que había dado debajo del omóplato, sin embargo él mantenía una pequeña sonrisa —, pronto llegaré a una estación de paso.
En ése entonces él era muy distinto. Su verde no.
Un rayo iluminó el cielo en un destello que lo espantó. "¡Es el dios Thor!" Pensó. El trueno explotó, estremeciendo sus tímpanos, era la primera tormenta eléctrica que veía en su vida. Su desesperación le hizo correr más rápido. Él era valiente, pero a su punto de vista esto debía ser obra de algún dios o algún hechicero.
La lluvia no tardó en caer, primero fueron pequeñas como alfileres, pero en un abrir y cerrar de ojos se tornaron enormes gotas del tamaño de la bala que le había dado.
El camino de tierra y piedra se torno de lodo, las botas para su suerte eran gruesas y las suelas firmes, lo que le permitió correr con fuerzas. Cada pisada hundía sus pies ligeramente mientras el cabello de le empapaba.
Sus ojos negros hallaron una salvación en forma de una edificación gótica, el huganda conocía esos lugares como templos. Morgana y el mundo exterior le había instruido en ello: una zona libre donde los seguidores de dioses se reunían a rezar.
Digg no creía mucho en dioses, pero los truenos y rayos (de los cuales, había acabado de ver cómo caían y partían árboles en dos) le hicieron dudar. Se topó de frente con la puerta de roble mientras la lluvia nublaba parcialmente sus sentidos. De un empujón entró, era difícil saber que era más oscuro: el exterior o el interior de aquella estructura del rústico suelo.
Apretando sus puños, entró, sumiéndose en una profunda oscuridad iluminada muy de vez en cuando por los rayos del exterior y con el sonido de la torrencial tormenta acompañando su paso. Fue cauteloso con sus pasos, dejó que la puerta se cerrará sola tras de sí, después continuó avanzando hacia donde creía haber visto unas velas. Con un movimiento encendió un cerrillo que no se había mojado todavía y llevaba en su bolso. Las luces le permitieron mantenerse caliente en lo que examinaba el lugar.
El hombre de los taladros notó a cual dios alababan: Pazuzu. La enorme estatua de mármol en medio de la sala lo indicaba; era una figura humanoide con patas de caballo y cuatro alas extendidas en su espalda formando una equis. Su rostro era incluso en impresiones, horrible: su boca estaba abierta a niveles exagerados y su expresión reflejaba un profundo odio, más propio de un demonio que de un dios.
—No eres muy diferente a otros dioses — habló para sí mismo el huganda.
Rodeo la estatua con sus pesadas botas causando sonidos, allí mismo encontró una figura familiar por detrás de la mesa sobre la que reposaba la escultura. Eran unos harapos viejos, mismos que en algún punto habían sido ropa de quién ahora era puro hueso. Digg toco el esqueleto y una nube de polvo le llegó al rostro, pero no reaccionó en lo absoluto. Pasó los dedos por la ropa deshilachada, la cual se deshacía entre sus dedos hasta que un brillo le llegó al ojo, el origen de la luz era una pequeña cruz ubicada en la caja torácica del muerto.
Estiró la mano y la agarró para poder verla con detenimiento.
Era una cruz de All-Mer, el hombre llorón. Digg había sido atendido por sus clerigos hace meses tras llegar al pueblo donde le dispararon por primera vez. Aunque consideraba a All-Mer igual a otros dioses, había algo en aquella figura que le llenaba el pecho, una sensación de calidez que no sentía en dios sabe cuánto.
Y bien que la dejó sobre la mesa principal, pronto le serviría.
Digg no tenía experiencia en combates con armas, pero sabía usar sus taladros y eso para un huganda era lo esencial, lo principal y lo más importante. Sus sentidos, mejorados al punto de sobrepasar límites humanos, le advirtieron del sonido de pasos que provenían de una pequeña alacena ubicada a su lado derecho. El guante izquierdo se tornó lentamente líquido tomando una forma puntiaguda hasta finalmente volverse un taladro gris y desgastado, los mismos que había sacado de su padre muerto hacía ya un año.
Se puso de lado de la puerta, apoyando su espalda en la fría pared y con un rápido movimiento la abrió, apuntando con su taladro que fuera que había allí, pero solo se topó con un cuerpo momificado y tirado en medio del sueño.
— aunque esté lugar está abandonado, tu permaneciste aquí — dijo con cuidado, antes de cerrar la puerta. Les daría un entierro digno mañana a la mañana, en ese entonces él seguía respetando el lugar donde cayeran los otros.
Digg finalmente caminó hacia la parte trasera de la enorme mesa de oración ubicada en la parte más recóndita de la sala. Tal vez no llevaba mucho en la superficie, pero él sabía bien que en un mundo como aquel uno no podía estar tranquilo sino hasta asegurarse de todo.
Subió unas escaleras que llevaban al segundo piso, notando un pasillo largo repleto de puertas a cada costado, en medio de estas había pequeñas mesas. Al final, se extendía un enorme espejo que llamó su atención, como un huganda jamás había conocido un espejo salvó por los relatos de Morgana. Se colocó frente a él para ver con detenimiento su figura, había pasado meses sin verla, sus ojos lucian cada vez más cansados, era evidente considerando que desde la caída de Kamina él no había dormido bien ni un solo día.
Está sería una de esas noches. Solo tuvo que quitar la mirada unos instantes para volverla y notar que detrás de él se alzaban numerosas figuras. Digg se movió como el viento y se giró justo a tiempo para evitar un manotazo de parte de un enorme troll que lanzó su enorme puño. El impacto destrozó el espejo y en lo que el vidrio caía, el hombre de los taladros penetró con su arma la cabeza de gran tamaño del ser. Sin dudarlo hizo girar el taladro, destrozando la parte superior de la cabeza y desgarrando la mohosa piel del atacante.
Aún con la mano clavada, se preparó para uno de los otros que trato de taclearlo, respondiendo con un golpe de rodilla que dió en la hinchada nariz del ser de verde, rompiendo el cartílago de esta y causando que se fuera hacia atrás.
Los trolls tenían una regeneración absurda, podían regenerarse de mutilaciones que ni un huganda podría, pero Digg sabía que sus taladros parecían impedir aquello.
El primer troll tiró un ataque con su puño, el huganda tomó aire y concentró su energía en sus brazos, cuando el golpe iba a dar en su cuerpo, una especie de barrera anuló totalmente la fuerza del impacto al punto que parecía nada más que viento para el huganda. Aprovechó el momentum para disparar con el taladro que tenía libre, enviando a volar a otro troll que tenía de frente, que acabó empalado contra una pared mientras el arma giraba hasta destrozar sus órganos internos.
Digg sacó el taladro que tenía todavía en la cabeza del primero y saltó con fuerza, destrozando la madera del suelo, lo que le permitió sortear a los otros trolls que salían. Se puso de espaldas contra las escaleras, logrando agarrar el taladro que había disparado del cuerpo del monstruo. Pero cuando se disponía a salir, un poderoso disparo de energía lo hizo caer por las escaleras.
Desorientado, trató de levantarse, solo para ver con horror a un grupo de mujeres con ropas chillantes y cuerpo voluptuosos, los más voluptuosos que había visto desde Morgana. Le miraban con una sonrisa que le heló la sangre. Se sentía mareado, la magia de aquellas mujeres le estaba provocando un ardor en la entrepierna que le hizo soltar un gemido gutural.
Los hugandas eran resistentes mentalmente. Digg lo sabía y aquellas mujeres también. Con las fuerzas que le quedaban usó uno de sus movimientos favoritos: transformó parte de su pelaje en enormes taladros que salieron de su ropa, taladros enormes y finos que empezaron a girar sobre sí mismos, dejando sorprendidas a las sucubos.
Trataron de alejarse, pero antes de que pudieran hacer algo, los cientos de taladros salieron disparados del cuerpo del huganda, destrozando a las mujeres en el proceso. Para el huganda estaba claro que se levantarían de aquello. Pero unos segundos le bastaron para poder arrastrarse hacia donde había dejado el crucifijo, aún herido por el hechizo que había llegado a atravesar un costado sostuvo entre sus dedos el pequeño collar, justo cuando enormes senos rodearon sus pectorales y rostro. Eran aquellas hembras que trataban de seducirlo.
"Deja caer el crucifijo, ahora" ordenaban psíquicamente al chico. Digg estuvo a nada de ceder, pero él no podía.
El verde no podía ser tan cruel.
Digg trató de empujarlas y así lo hizo, con su velocidad mermada abrió la puerta solo para ser empujado hacia atrás con una poderosa onda psíquica que le hizo perder de nuevo el equilibrio. De no haber tenido el crucifijo seguramente habría recibido más daño o habría quedado cautivo entre las mujeres que ya se habían levantado.
Por la puerta y mientras los rayos acompañaban a los truenos, una figura esquelética que portaba una gran corona y un centro brilloso entró a la sala. Digg se agarró de una cortina con la cual se levantó para ver al desconocido.
— Un nuevo sacrificio — dijo con voz estridente el individuo. Digg levantó su mano-taladro y disparó.
El ser levantó una mano y el arma quedó suspendida en el aire. Se quedó anonadado. Y sin darse cuenta, el troll al cual le había roto la nariz le dió un golpe en la nuca, dejándolo inconsciente.
Despertó, solo vestido por sus pantalones y atado en una cama de las habitaciones superiores del edificio. Su cuerpo herculeo hacia que las féminas se estremecieron de verlo, lo deseaban. Lamentablemente, ni una podía tocarlo siquiera, y fue cuando cayó en cuenta que en su mano todavía estaba la cruz, no la había soltado ni siquiera inconsciente. Unas finas manos gentiles masajeaban sus hombros y por unos instantes temió por su vida.
—Porfavor chicas — era una sucubo al igual que las demás, pero a diferencia llevaba una máscara y su voz sonaba más amable que las demás y nada seductora —, el maestro se va a molestar con ustedes.
Las mujeres gruñeron antes de empezar a retirarse "maldita presumida", "fea" y "sangre impura" fueron insultos que salieron de ellas.
—Tus amigas no lucen nada agradables — Digg levantó la mirada para observar a la sucubo que llevaba ropa menos chirriante.
—Solo estoy aquí por un trato de mi madre, nada más — confesó de primeras la mujer, la cual al darse cuenta de lo que había dicho se alejó a buscar un poco de comida que llevaba en un plato.
—Para ser una sucubo, revelaste mucho en tan solo unas palabras — la mujer se estremeció —, no sé de las criaturas de la superficie, pero sí sé que ustedes no pueden tocarme si llevo este crucifijo.
—Es porque no soy una, al menos no totalmente — agregó la mujer, quien movió las manos con desesperación al revelar más de sí misma.
— ¿Es por eso que llevas máscara? — intuyo el huganda.
—N-no, es porque ellas suelen decirme que soy fea — al decir eso, acercó el estofado que había hecho —. No está envenenada, por mi lado humano debo alimentarme cómo cualquiera.
Digg dudó pero empezó a beber lentamente, era delicioso, estaba bien condimentado y hasta pudo sentir como las fuerzas volvían a sus extremidades.
—Sin embargo, en la comida de las otras no confíe. Los que no traían crucifijos en su mayoría les daban ratas muertas o heces de algún animal salvaje.
—Es un destino infame.
—Lo es, a mí no me gusta.
—¿Que me dice que no estás mintiendo para que abra la palma? — esas palabras asustaron a la mujer de cabello rojo mientras acababa de alimentarlo.
—si así fuera, cortaría su mano de un movimiento de mi espada. Veo que no ha notado que sus armas no están con usted.
Él miró sus manos y se dió cuenta que ella tenía razón. Después se fue, moviendo sus caderas lo que le permitió ver su espalda: tenía alas de murciélago igual que las demás, pero no tenía cola, lo que le recordó un poco a Nao.
Su barriga le picaba, ¿Era la comida? ¿O se había enamorado de una desconocida que podía estarlo usando?
La mujer fue recibida por un baldazo de agua fría por parte de sus compañeras, quienes se fueron riendo. Era un día frío y las sucubos usaban ropas reveladoras así que tenía que aguantarse. Se tapó con las manos y caminó rumbo a su habitación donde se detuvo para ver la pulsera que su madre le había dejado. Al menos el encantador huganda no le había maldicho cómo hacían la mayoría de hombres.
La noche cayó y como le habían asignado, fue a revisar a Digg. Vio como alguna de sus compañeras le picaban con palos, el lich que las guiaba le había puesto una maldición de debilidad al pobre, aún con el crucifijo algunos hechizos podían afectar.
—Chicas, necesito que se vayan — dijo amablemente la de máscara blanca, pero solo recibió desprecio de las miradas de sus compañeras.
—¡Miren! ¡Quiere que lo dejemos solo con su novio! ¡Tal vez finalmente se haga una de nosotras! — las sucubos empezaron a reír antes de retirarse, no sin antes empujarla.
—Tus amigas son unas víboras si me permites decirlo — comentó, escupiendo un pedazo de madera que se le había quedado en la boca.
—No diga que son mis amigas — suspiró, después le dió la cena.
—No me haz dicho tu nombre todavía.
—Me llamo Allys.
—Un gusto Allys, yo me llamo Digg Kruz.
La mujer asintió con una sonrisa debajo de su máscara.
—¿Por qué no haz huido todavía? — preguntó la pelirroja.
—no quiero dejar mis taladros aquí, tengo fuerzas suficientes como para saltar por la ventana e irme, pero no quiero.
—¿Eres un fauno? Jamás he visto uno como tú. — se sentó en la base de la cama —, por cierto, eran las armas más extrañas que jamás he visto.
—No sé bien todavía que llamáis vosotros como faunos — contestó —, y si, para los hugandas los taladros nos son todo. Nos movemos con ellos, peleamos con ellos y vivimos con ellos. Más un huganda guardian como yo.
— No sé mucho de afuera — eso resultó peligrosamente familiar para el huganda.
—Yo tampoco — esto sorpendio a la mujer —, provengo de mundo bajo. Un lugar debajo de vuestro suelo.
—Eso es imposible.
— Nosotros si sabíamos de ustedes, pero teníamos miedo creo. — Digg la miro fijamente — ¿Por qué no huyes tu? No pareces feliz aquí.
—Porque es lo único que conozco y tengo miedo de salir sola — dijo ensimismada, se llevó el rostro a las manos.
—Mira, ambos podemos huir — la mujer se exaltó antes de verlo —, solo necesito recuperar mis taladros.
—Yo no puedo, lo lamento — se levantó, planeaba abandonarlo allí y ya. Limitarse a no interferir, lo había hecho antes, debía ser igual a otras.
Él agarró su mano, de alguna manera había sacado las fuerzas como para arrastrarse por la cama y agarrarla.
—Porfavor, prometo que no te dejaré — el huganda tenía una mirada sería y centrada, las sucubos sabían si mentían o no, y el huganda no lo hacía.
La chica separó su mano con dificultad y salió de la habitación con el corazón bombeando a mil. Se puso ambas manos en el pecho mientras trataba de calmarse, caminó de nuevo hacia su habitación, la sucubo mayor la miraba de reojo.
—Mi hermosa Allys, te ves tan hermosa exaltada, ¿Acaso finalmente algo despertó tu libido? — la mujer estiró su látigo haciendo que el sonido la estremeciera —¿Debemos recordarte tu entrenamiento? Desde tu primera sangre que haz sido obediente, además le debes tu vida a nuestro señor por dejar que tu madre viviera su último tiempo aquí.
Allys tembló antes de salir corriendo hacia su habitación, había aguantado 20 años de lo mismo. Recordó la cabeza de su padre rodar hasta estar frente de ella y su moribunda madre.
El día llegó rápidamente, ya era el segundo que el huganda debía pasar en cama. Seguía debilitado por la maldición, pero para él, era suficiente como para arrancar la cabeza de alguna de las sucubos. No había dormido en lo absoluto, ya se había acostumbrado a no hacerlo.
"Puedo matar a dos, pero los hechizos de las otras son rapidas y mis piernas están entumecidas todavía." El huganda planificaba su forma de huir, su cuerpo no estaba recuperado en lo absoluto, pero sabía que ese era su último día, si permanecía otra noche aquél lich le haría algo, su instinto le decía de aquello. Pasó la tarde entera pensando en una solución, pensaba en que Allys haría lo suyo llegado el momento, una parte suya aún confiaba en la gente.
Finalmente los últimos rayos del sol se pusieron, dejando a la habitación en un profundo oscuro. Allys no lo había alimentado, ciertamente solo querían mantenerlo consciente.
Dos sucubos rubias entraron por la puerta, la primera se colocó a un lado mientras la otra a las piernas del huganda.
—¡Pazuzu que eres feo! ¡Pero tienes un cuerpo hermoso! — otra vez trataban de tentarlo —. Puedes tener todo esto, solo suelta el crucifijo amor mío.
—Y una mierda ramera, date la vuelta y regresa por dónde viniste — la rubia empezó a soltar lágrimas de cocodrilo.
—me haces tanto daño amor mío — miró a su gemela, la cual electrocuto bruscamente al huganda.
Gimió de dolor mientras sus extremidades dejaban de responderle de nuevo, mantenía su mano bien apretada contra el crucifijo no podía dejarlo caer.
—¡Grrr! — no les dió satisfacción, no gimio, solo gruñó cuál animal.
—Me excita cuando te pones feral amor mío, ¿Ya te haz puesto duro? — se burló la rubia, misma que escupió sobre el moreno, causándole un fino ardor. La saliva era como ácido.
—¡Mira! ¡Va a dejar caer el crucifijo! — los ojos del huganda se abrieron como platos, giro el cuello para ver cómo la palma estaba abierta.
—¡Finalmente este bruto nos dará a sus crías y se hará un obediente … — la rubia que estaba al lado no termino sus palabras, un taladro enorme le atravesó el vientre.
La otra iba a gritar, pero entonces haciendo un esfuerzo abismal, el huganda levantó su pierna para propinar un poderoso puntapié que hizo tropezar a la sucubo, la cual dio su nuca contra un metal que la empalo.
—¡Digg! — Allys llevaba los taladros del chico, lo ayudó a levantarse. Ella era evidentemente más baja que el corpulento bárbaro, quien finalmente pudo ponerse su ropa.
—Lo sabía, sabía que vendrías — se llevó el collar al cuello y agarró uno de los taladros. Allys agarró el otro y atravesó el corazón de la otra rubia.
—Destroza el corazón, Digg — al decir eso, ambos salieron de la habitación.
El espejo seguía roto y como era de esperar, un fulgor verde los esperaba. Eran las otras tres sucubos que miraban con hambre a Digg y a Allys.
—Allys, haz sido una muy mala niña — la más vieja de todas, la del látigo dio un paso hacia el frente.
—¡No volveré a ser castigada de esas formas otra vez, tía! — grito con rabia la pelirroja.
—Sabía que debí dejarte a los lobos cuando eras una sabandija — con una sonrisa sádica las tres sucubos se lanzaron a toda máquina contra ellos.
Digg que sabía que no podía el lujo de perder su taladro de nuevo empezó a transmutarlo, dudo en que forma darle, Digg no era habilidoso con las espadas o los garrotes, por lo que hizo un revolver. Para su suerte, el clérigo de All-Mer le había enseñado a disparar un poco tras su recuperación. El viejo estaba sorprendido de la habilidad del huganda, los taladros que llevaba en las manos aparentemente equivalían o eran hasta más potentes que el disparo de una bola de cañón y su puntería era hasta milimétrica.
Uno de los disparos reventó una ala de una la cual soltó un grito que se sintió por todo el convento. Las balas eran pequeños taladros, mismos que al ser disparados tenían las mismas capacidades que los normales; negar la regeneración de los enemigos.
Disparo otra vez, pero la sucubo mayor fue habilidosa en evitarlo y usar su látigo para golpear la cien del chico.
Allys no se quedó allí, se acercó rápidamente para propinar un golpe que empujó a la vieja varios metros atrás.
La otra sucubo lanzó un hechizo, parecido al que había usado contra el huganda, pero él fue más rápido está vez disparando a la esfera mágica que ella creaba lo que ocasionó que está explotará en las manos de la sucubo, cuyo cuerpo quedó empalado en estacas de magia que le destrozaron la cara tal y como había hecho hace unas noches. Jaló el gatillo otra vez y acabó por hacer explotar la cabeza de la demonio que cayó desplomada.
Allys y su tía por su lado habían empezado a forcejear en el aire, las criaturas se tiraban rápidos cortes con sus garras, los movimientos eran tan veloces que un ojo normal apenas si podría percibirlos. La mayor lanzó un ataque con su látigo que fue esquivado con gracia, dejando que el látex destruyera gran parte de las paredes de alrededor.
—¡Esto es por mí padre! — al gritar aquello, la chica descargó un rodillazo al vientre plano de su tía, la cual gimionde dolor antes de que ella le clavase el taladro y lo hiciera girar, desgarrando totalmente la piel de la última sucubo.
Allys aterrizó, exhausta y con parte de sus alas lastimadas. Digg recargó su arma lanzando partes de su pelaje dentro del cilindro, mismos que se hicieron pequeños taladros una vez dentro.
—Venga, Allys, debemos irnos — el chico está vez fue quien la ayudó, ambos vieron como la criatura de la noche restante trataba de huir a toda velocidad al piso de abajo, Digg abrió fuego pero falló.
—S-si solo qué ella era la única familia que me quedaba — estaba visiblemente afectada. Digg la consoló suavemente pasando sus dedos por los hermosos cabellos rojos de la femina.
—Allys, se que te duele, pero el Verde no te quiere aquí.
Ella asintió y siguieron hacia abajo, pero el pecho le dolía, era una sensación agobiante. Era la misma tristeza que había sentido cuando su madre murió. Quería llorar, vomitar, pero no podía. No ahora.
El lich estaba esperándolos, sentado en un trono conformado de huesos en medio de la gigantesca sala. La demonio restante estaba temblando atrás suyo como un cachorro que huye hacia su amo.
—nada mal fauno, habían pasado siglos desde que veía a un vaquero, no… Vaquero es un término muy moderno e impropio para alguien como tú. Diría más bien, aventurero, si. Ese término es mejor. — se levantó de su asiento haciendo un ruido semejante al de huesos tronando. Su carne estaba ya momificada y su ropa eran sólo jirones.
—Se acabó, vasallo. Solo tienes a una pupila y tu poder cada vez se debilita más. — Digg reconoció el pendiente que el no muerto llevaba sobre el cuello: un cristal de alma.
Los liches eran virtualmente indestructibles, incluso sus taladros serían incapaces de matarlo totalmente. Pero aquel collar era el alma del lich.
—¿Crees que por la propiedad inusual de tu absurda arma puedes derrotarme? Conocí magias capaces de hacer que un inmortal se doblegaran y los vencí antes.
—Solo un disparo a tu pendiente y acabarás muerto — dijo el hombre de los taladros.
—Tu cuerpo será un gran recipiente, disfrutaré usándolo para crear nuevas pupilas.
Digg abrió fuego, las 5 balas en forma de taladro quedaron estáticas en el aire por la fuerza psíquica del lich, quien empezó a reír.
Allys empujó a un costado a Digg, evitando así un ataque a traición del troll restante. Soltando un grito la criatura trato de abalanzarse a Digg, solo para ser asesinado de un certero tiro a la cabeza.
—Allys, te daré la oportunidad de redimirte, mátalo, mátalo y te haré una sucubo entera.
La mestiza apretó sus dientes, observando como Digg se ponía de pie lentamente. Llevo una mano a su máscara y de la quitó.
—No quiero ser una ramera chupa almas — la pelirroja se giro y disparo el taladro, mismo que la empujó hacia atrás por el poderoso retroceso.
El lich tuvo que usar toda su fuerza psíquica para parar el ataque, y así lo logró. Pero hubo algo de lo que no se percató: una de las balas que seguían suspendidas en el aire chocaron contra el enorme taladro, lo que ocasiono que esta saliera volando directamente contra el collar del Lich, que gritó con furia mientras una esencia verde salía de su pendiente.
La energía fue tan densa que acabo por consumir a la última demonio y lentamente reducir a cenizas al malvado. El cuerpo, ahora totalmente borrado de la existencia del necromante cayó en el suelo haciéndose polvo. Ni siquiera pudo gritar antes de morir.
Ambos no dudaron y salieron de allí a toda velocidad, fuera había una pequeña llovizna, pero pudieron seguir a pie por la montaña.
Digg finalmente pudo ver el rostro de la mitad demonio que le había salvado, era bella, de ojos saltones de hermoso color verde y labios pequeños.
Se refugiaron debajo de unos árboles, y tuvieron que compartir el calor de uno con el otro en un firme abrazo.
—¿Prometes que no me dejaras en la mañana? — preguntó la chica.
—Lo prometo.
—¿Y si algo me pasa?
—Prometo por mis taladros jamás olvidarte.
—¿Me amarás? — el huganda no sé atrevió a verla.
—Lo trataré.
Y así, se unieron en un beso mientras compartían una pasión melancólica, una que solo dos personas que lo habían perdido todo compartirían.
A la mañana siguiente Digg despertó, había dormido. Había dormido mucho al punto que se sentía totalmente renovado, se levantó y miró alrededor. Allys no estaba.
Una expresión triste se dibujo en sus labios, pero entonces se percató de algo.
Donde ella había estado ahora habían cenizas, cenizas que extrañamente habían formado una figura humanoide que se unió a la tierra, creando pequeñas flores. Digg lo sabía, cuando observo como la muerte del lich ocasiono la muerte de la demonio se dió cuenta que la vida de aquellas mujeres estaba ligada a la del no muerto.
Con un profundo pesar tomo aire. Se levantó con su chaqueta entre manos, no sin antes dejar unas rocas y el crucifijo donde había dormido la mitad demonio. Y así, retomó su camino, otra vez solo.
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