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OUTRO

I don't feel any shame, I won't apologize

When there ain't nowhere you can go

Running away from pain when you've been victimized

Tales from another broken... home!


Miré otra vez la guitarra entre mis manos. Aún tenía la cuerda rota de la última vez que la toqué, hace ya casi un año, antes de que el vídeo se hiciera viral y me fuera volando a Texas.

Volví a mi vida en casa junto a mamá, quien obtuvo mi custodia una vez más. Sin Rick moviendo sus hilos tras la corte, fue muy sencillo convencer al juez de que mi mejor lugar estaba en casa. Se sintió surreal cruzar el umbral de la puerta y ver a mi hermana, sonriéndome desde la escalera, con un mediocre cartel lleno de brillantina que decía "Bienvenido a casa, hermano".

Fue el cartel más hermoso que vi en mi vida.

Esa tarde me junté con Tom en nuestro viejo cuartel de operaciones, en el sótano de su papá. Allí habíamos instalado su batería, y también yacía aún mi guitarra guardada para cuando ensayábamos, jurando que algún día seríamos una banda.

Tom me había dicho que no tenía el dinero para comprar la cuerda que faltaba, pero que la había cuidado durante todos esos meses por mí.

Le sonreí y me apresuré a darle un abrazo. Joder, cómo le había extrañado.

—Gracias, hermano.

Pasamos a la tienda de música y volvimos al sótano. Estábamos afinando los instrumentos cuando por fin se atrevió a hacer las preguntas que quería hacer en realidad, y que, por cortesía, no las había hecho antes.

—¿Por qué te fuiste sin decir nada?

Suspiré pesado. En otro momento habría creado un caos para salir corriendo y no tener que enfrentar las consecuencias de mis estúpidas acciones, pero sabía que ya no podía continuar haciendo aquello.

—Me dio vergüenza, hermano. No pude simplemente decirlo.

—¿Vergüenza de qué?

—De que mi habilidad de chupar pollas fuera tan patética, que me echaran del país.

Tom se largó a reír, y yo también lancé una carcajada. Estaba tan feliz de verle que no quería volver a sentirme mal por todo lo que viví. Quería dejar lo que había pasado, atrás.

—Hablo en serio. Pudiste haber dado un jodido aviso, Holly.

—Lo sé, lo siento.

Tom tocó uno de los platillos de su batería y lo detuvo al segundo, comprobando que el sonido estaba correcto.

—Bueno, me tienes que contar cómo estuvo el sueño americano.

Levanté mis cejas y me ruboricé por un segundo. Pensar en mi tiempo en América era inevitablemente volver a plantar la imagen de Ben en mí. A Tom no le había contado nada de lo que había pasado, y no sabía bien por dónde empezar. La historia con Ben hizo todo tan complejo, que en cierta forma aún no sabía describir si es que fue lo mejor o lo peor de estar en América.

—El sueño americano es una maldita mentira, Tom

La puerta del sótano sonó, interrumpiendo nuestra conversación antes de que pudiera adelantar cualquier detalle a Tom.

Del otro lado de la puerta se escuchó la voz de su padre.

—Marc, aquí hay un... hombrecito que quiere hablar contigo.

Mi corazón se agitó antes de que pudiera confirmar con mis ojos de quién se trataba.

—¿Quién es ese?

—El maldito sueño americano.

El padre de Tom le permitió a Ben entrar al sótano, y una vez abajo se acercó a mí, con flores en sus manos y una cálida sonrisa en su rostro. Claro, se veía guapísimo. Siempre se veía guapísimo. Y por eso el chico era una trampa mortal.

—Te fuiste sin avisar— susurró, entregándome las flores.

Mi corazón volvió a palpitar a su ritmo. Le recibí las flores en silencio, y aparté la vista de él.

Tendríamos una difícil conversación. Y aunque me preparé durante toda esa semana para este momento, sabía que requería de toda mi fuerza no volver a caer.

—Qué bueno saber que no solo a mí me haces eso— dijo incómodamente Tom desde su batería.

Suspiré sonriendo y los presenté. Mi amigo pronto notó que sobraba en la habitación, y se apresuró a inventar una excusa barata para salir del sótano. En unos minutos estuve a solas junto a Ben.

—¿Por qué no me dijiste nada, Marc?

Benjamin sonrió hacia mí, y arregló su reloj en aquel gesto tan masculino que tenía en su repertorio. Como si supiera que eso siempre me robaba el aliento.

Tomé aire, tratando de recobrar el valor en mis pulmones antes de abrir la boca y flaquear en mi decisión. Aquella que formé con dolor, cicatrizando a la rápida una herida que había vivido abierta por meses. La costra era aún leve, y necesitaba de toda mi fuerza voluntad no quitarla y volver a caer en el maldito juego otra vez.

—No puedo seguir haciendo esto— comencé, dejando las flores a un lado.

La sonrisa de Benjamin desapareció. Y casi pude sentir como la tierra se movía a sus pies.

No, esta vez no quería hacerlo sentir mal. Pero no estaba dispuesto a recibir una bala, para que él quedara ileso. Esta vez iba a ser honesto.

—No puedo estar con alguien que se avergüenza de mí, Ben.

—¿De qué estás hablando?

Me senté en una de las sillas plásticas en el cuarto, e invité a Ben a hacer lo mismo. Él me miró inconcluso, con sus ojos azules clavados en mi mirada, como si buscara leer más allá de lo que estaban diciendo mis palabras. Quizá estaba tratando de averiguar si jugaba. Pero hablaba muy en serio.

—Sé que no pertenezco a tu mundo. Y tú no perteneces al mío. Ya no soy de la élite.

—No te ofendas, Marc, pero nunca lo fuiste realmente. Es por eso que me gustas tanto.

—¡Pero jamás asumirás que somos algo!

Benjamin se irguió en su asiento, como si mis palabras le movieran el piso a su alrededor.

—Sé que no lo harás. Sé que no puedes darme la mano, ni reconocer mi existencia al resto. Y ya no puedo, Ben. Fue divertido, pero ya no puedo.

Él restregó su rostro con ambas manos. Su mirada se había distorsionado. Estaba seguro de que en su cabeza trazó un plan muy distinto a este reencuentro, y claramente no estaba saliendo como planeaba. Ojeó las flores, arrumbadas sobre la lavadora, y luego suspiró.

—Supongo que esto es una despedida, entonces... —susurró. No me estaba preguntando. De seguro solo lo dijo para tratar de llegar a las paces con la idea.

Asentí en silencio.

Él dejó caer su cabeza entre sus hombros, y una sonrisa de incredulidad se dibujó en su rostro. Miró hacia ambos lados, y luego a su mano, que aún tenía el anillo del compromiso con Maddie encerrando su anular. Como un recuerdo ferviente de lo que realmente tenía que hacer.

—Rompí el compromiso con Maddie— soltó, sin despegar ni por un segundo su vista del anillo.

Le observé en silencio, con los labios entreabiertos y sin saber qué diablos le podía responder.

—Dios, estaba tan emocionado de contártelo— continuó. Sus ojos se volvieron cristalinos, y se obligó a mirar al cielo, parpadeando rápidamente, intentando contener la tristeza en su interior. —Pero no puedo anunciarlo públicamente dentro de un año... Y, bueno, tienes razón.

Qué tortuosamente pesado se sentía el aire y la distancia entre nosotros. Quería arrojarme a su lado, y tratar de pensar en un futuro donde de alguna forma esto tenía solución. Pero no podía verlo, y no podía seguir engañándome.

Ben mantuvo la vista en su anillo, con aquella cautivadora sonrisa de derrota, cuando, de pronto, su mirada cambió. Volvió a sonreír, y aquellos electrizantes ojos azules cautivaron una vez más mi atención. Él se levantó de la silla, quedando frente a mí, y quitó el anillo de su mano.

Por instinto retrocedí, quizá como una forma de protegerme en caso de que todo fuera un malentendido, y realmente no fuera a hacer lo que creía que iba a hacer. Pero él me retuvo. Tomó mi mano entre la suya y con cuidado, dejó el anillo en mi dedo. En contraste, esa joya se veía como si no perteneciera allí. El anillo brillaba con una luz propia, tal como Ben lo hacía cada vez que entraba en un cuarto.

—Aún no te puedo prometer todo lo que mereces. Porque tienes razón, mereces mucho más que eso. Marcus, no tienes que esperarme a que esté listo. Pero debes saber que cuando lo esté, vendré aquí y te robaré de los brazos de quien sea que te haya conquistado, ¿me entiendes?

En un abrir y cerrar de ojos imaginé nuestra boda, y los próximos diez años juntos. Nos vi crecer, envejecer y vivir. Toda una vida de ensueño pasó en un segundo, como un maravilloso tráiler del siguiente film romántico del verano. Jamás había pensado que tendría una pareja hasta ese momento, pero para ser honesto, tampoco me había permitido soñar ni vivir nada. Porque antes, en mi cabeza, no merecía nada de lo bueno que le pasaba a otras personas.

Ben lo había dicho. No tenía que esperarlo. Él tenía asuntos por resolver. Yo tenía mucho que aún aprender. Pero quizá algún día podríamos estar juntos, cuando aprendiéramos más de la vida, y no fuéramos unos simples críos, demasiado estúpidos para entender que a veces no puedes tener todo lo que quieres.

Me sentía listo para vivir. Tal como lo merecía. Amado. Completo. Feliz.

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