8
I'm living in an age
They laugh when I'm dancing
With the one I love
But my mind holds the key
Hay muchas cosas que jamás me perdonaré de ese día. Una de ellas es no haber escuchado esa voz interna que me advirtió que él era una jodida mala idea. Porque no podía ser tan perfecto.
Levanté mi vista y allí estaban esos profundos ojos azules analizándome de vuelta. Estaban cargados con una chispa que parecía encender algo en mí, algo que creía perdido. Por un momento, me permití sumergirme en esa mirada, preguntándome si él podría entender la tormenta que se agitaba dentro de mí.
Esos ojos me habían entendido antes de que pudiera explicarme. Ante ellos estaba desnudo, descubierto, desprotegido.
Y entonces caí en cuenta de que llevaba demasiado tiempo en silencio.
—¿Te ayudo?—preguntó él, con una deliciosa sonrisa.
Asentí, incapaz de encontrar mi voz. Me moví a un lado, dejándole espacio.
—Benjamin II Kingsman— estiró su mano a una insignia en su saco. —Presidente de la directiva escolar. Si necesitas ayuda, busca a alguien con esta insignia.
«Probablemente, eso me quería mostrar la chica antes que la mandara a la mierda» pensé a mis adentros, sintiendo una punzada de remordimiento.
Benjamin parecía de otro mundo, uno que invitaba a ser explorado, pero que al mismo tiempo intimidaba. Me extendió el café que tenía en su mano y de reojo leí las palabras escritas en el vaso: "Café del día Colombia. Feliz día, Ben :)".
—¿Sabes que existe una estrategia para abrir cualquier casillero?— comentó él, tecleando algo en el candado. —El tuyo es el número 3 en esta hilera, y estamos en el segundo piso. Eres un junior, ¿verdad? Entonces la combinación sería 3+2 y 3+11.
Con un suave clic, el casillero se abrió. Lo miré, sorprendido, y él me quitó de vuelta su café de las manos.
—¿Cuál es tu primera clase?
Consulté el horario con las manos temblorosas.
—Ética... II.
—Vamos juntos, te muestro el camino.
Asentí y me escondí en el casillero en silencio. Creo que en ese momento era tan evidente que me estaba poniendo los pelos de punta, que la única forma de intentar ocultarlo era no dejar que me viera.
—¿Y tú eres...?
La pregunta colgaba en el aire, pesada como una nube a punto de estallar.
—Marc—logré articular, mi voz temblorosa traicionando la tormenta de nerviosismo y dudas que me asediaban. Carraspeé, intentando disimular mi inseguridad, y le ofrecí una sonrisa que esperaba pareciera más confiada de lo que me sentía. Extendí mi mano, un gesto simple, pero que sentía como un puente sobre un abismo de incertidumbre. —Soy Marc.
Era evidente que él sudaba confianza. A diferencia mía, parecía estar de lo más cómodo en su piel, con su cabello peinado a la perfección, y usando esos ridículos zapatos de escuela a los que jamás me acostumbré del todo. Necesitaba sentir esa seguridad otra vez, esa chispa que me había arrebatado el maldito vídeo y que Texas me robaba a cada segundo.
—Deberías llevar el saco al menos— comentó tras darme una rápida ojeada.
—¿Por qué...?
—Es un código de vestir por algo, genio— respondió bromeando, bebiendo de su café. —Además, te quedará bien. Va con tu vibra de fuck boy torturado.
Ay joder. No supe si estaba bromeando o coqueteando, pero no me detuve a averiguarlo y decidí seguir su consejo. Le hice caso en silencio, con el estómago revuelto y los nervios a flor de piel.
Pronto íbamos solos, él y yo, por los amplios pasillos. De saber que estaría rogando por esa oportunidad, habría caminado más lento ese día.
—¿Es real lo de los casilleros?— pregunté, rompiendo el tenso silencio que se había apoderado de nosotros.
Su risa, clara y genuina, resonó en el aire, y por un momento, me permití olvidar las sombras que me perseguían. Su risa era como un rayo de sol en mi nublado cielo, y no pude evitar sentir un atisbo de alivio, incluso alegría, al escucharla.
—No. Todos los entregan con la misma contraseña, deberías cambiarla.
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