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Ese día en clases me costó ocultar mi entusiasmo. A duras penas pude ignorar a Ben cuando escuché su voz al fondo del pasillo, camino a álgebra. Pero me obligué a caminar en dirección opuesta, con tal de no verle.

Solo tenía que aguantar un poco más.

Apenas acabó la jornada, volé fuera de la Academia y le indiqué a Bryan que me llevara hasta el departamento de Ben. Me miró extrañado, pero obedeció sin chistar. En otro momento, esa pequeña visita habría requerido un montón de burocracia, pero la palabra ya había corrido entre los empleados de papá y Bryan sabía que sus días en este trabajo estaban contados.

No me sorprendió que durante el viaje me anunciara que estaba buscando otro empleo. Bryan ya me había dejado muy en claro que tenía cuentas qué pagar y una hija que alimentar.

Era egoísta de mi parte, pero rogaba porque no encontrara empleo antes de que yo me marchara. No sabría qué hacer en Texas sin su ayuda.

Es difícil pedirle al resto que me entienda, cuando ni yo soy capaz de entender qué pasaba por mi cabeza. Benjamin había decidido arrancarme de su vida como quien quita la goma de mascar de su zapato, y yo estaba allí, corriendo nuevamente a sus brazos tras una mínima muestra de necesidad.

Pensé qué es lo que diría eso de mí ¿Me hacía fácil? Por seguro. Incluso si quería dudarlo, siempre estaba el vídeo para comprobarlo. También que soy estúpido, pero eso no necesitaba gran análisis.

Pero detrás de esos adjetivos se escondía una verdad mucho más profunda que en ese momento no fui capaz de ver en mí: no era más que un crío dolido buscando un poco de amor.

Y ahora, mirándolo en retrospectiva, me siento con la confianza de asegurar que Benjamin lo sabía.

Apenas me planté frente a la puerta de su departamento, toqué desesperadamente. No podía esperar otro segundo para verlo a la cara, y decirle que sí, que yo tampoco podía vivir así.

Necesito ser más que tu amigo. Mi casa. 7:30.

«Yo también necesito más, Ben». Esa frase se había grabado con fuego en mi cabeza. Había ensayado en tantos escenarios lo que pasaría cuando le dijera lo que pensaba. Ya era suficiente. Ya necesitaba vivirlo.

Pasaron unos tortuosos segundos en los que nadie abrió. Volví a tocar a su puerta ¿Por qué diablos tardaba tanto?

Fue en ese momento que escuché su voz murmurando, molesto, desde el otro lado de la hoja de madera. Parecía estar en una llamada con alguien, y una pizca de celos tiñó mis pensamientos ¿Qué podía ser más importante que nosotros?

Pegué con cuidado mi oreja a la puerta, con el corazón acelerado.

—... Sabes que mataría todo lo que estoy construyendo. Y te matarían a ti también. Piensa un poco, por favor.

Fruncí mis cejas y me apegué más a la hoja de madera, tratando de entender un poco con quién estaba hablando, y qué diablos le estaba pasando.

—¡Maddie, no! No le dirás a nadie, y vas a esperar a que lo solucione ¿Me entiendes?

Estaba intrigado, no entendía nada de lo que estaba hablando. Pero sonaba molesto con ella, y eso encendía un patético orgullo en mi interior.

—Nos vemos más tarde.

Y la puerta se abrió. Apenas alcance a retroceder antes de verle allí, quieto como un cervatillo asustado, con el celular aún en la mano.

En cuanto vi su imagen, casi pude escuchar el portazo que dio la razón al abandonar mi cabeza.

Estar frente a su presencia hacía a mis músculos tiritar, y a mi corazón saltar como loco en mi pecho, al igual que en las caricaturas. Todo en Benjamin me hacía perder la lógica. Solo podía escuchar los gritos de ayuda que se ocultaban en su mirada. Rogaba mi nombre, suplicándome que le amara.

Y no tenía cómo negarme.

A la mierda con todo. A la mierda con Londres. No necesitaba nada más que su necesidad, sus besos sobre mi cuerpo, su fragancia impregnada en mi piel y su voz susurrando en mi oído.

¿Qué otra cosa podía necesitar para ser feliz?

En el fondo de mis pensamientos, se ocultaba una pequeña voz que no dejaba de contar en cuántas formas esto era una mala idea; y aun así, mi corazón saltaba desbocado al sentir la corta distancia a la que estaban sus labios.

Moría por sentirlos, por besarle. Quería alimentarme solo de él, existir solo en su abrazo, ser y vivir solo a su lado. Joder. No podía resistirme.

Benjamin cortó nuestra distancia y me besó. Sus labios tenían una precisión exquisita, que embriagaban por completo mis sentidos y me cortaban sin pudor la respiración. No podía escuchar ya mis pensamientos. Nada me importaba más que mantener ese beso.

Sentía su corazón palpitando al ritmo del mío, su olor mezclado junto a mí, y nuestros labios creando un nuevo sabor jamás conocido en la Tierra. Podrían pasar mil años y nunca volvería a existir nuestra esencia en este planeta, porque realmente solo nuestro amor podía saber así.

Nuestro retorcido, patético, escondido y dulce amor.

No recuerdo en qué momento entramos a su departamento, ni cuando mi corbata cayó entre nuestros pies. No tengo memoria de haber quitado su cinturón, ni de haber entrado a su cuarto. Estaba embriagado en sus labios. Necesitaba mantenernos unidos como si de eso dependiera nuestra respiración.

De pronto estábamos en su cama, besándonos desnudos en silencio. Ninguna palabra había cruzado entre nosotros y aun así sabíamos perfectamente qué hacer.

Y mi cuerpo temblaba de la emoción.

Entonces su quejido inundó el cuarto cuando mi carne atravesó la suya, y aquella melodía me elevó fuera de mi piel. Me sentía en el jodido cielo. Probarlo era como saborear una deliciosa fruta prohibida en el jardín de Edén. De pronto todo el rollo de Adán cayendo ante la tentación tenía demasiado sentido en mi cabeza. Ben era la deliciosa fruta. Y este era el paraíso.

Nos miramos en silencio, y él me sonrió con delicia. Me provocaba, y también me detenía. Sabía perfectamente que estaba a su merced, que seguiría lo que él me pidiera. Me movería como él quisiera. Entraría cuanto él me lo permitiera. Su voz quitaba toda razón de mí. Haría todo lo que él me dijera.

—Joder, Ben...

—No digas nada— respondió, torturado. Respiró hondo y pasó su mano por mi rostro, acariciando con su palma mi mejilla. Me derretí ante su tacto. —¿Podemos solo disfrutar esto?

Claro que podíamos disfrutarlo. Yo lo estaba disfrutando. Mi piel, junto a la suya, formaba un aroma que intoxicaba mis sentidos y me pedían besarle, abrazarle y amarle por siempre. Porque él era tanto mío como yo era suyo.

Nuestro calor y placer no tardó en conocer su fin. Me derramé en él, y él en mí. Nos besamos, nos abrazamos y follamos hasta que el cuarto se sumió en el más sepulcral silencio, interrumpido solo por nuestras respiraciones agotadas.

No me podía recuperar del todo. Mi pecho saltaba descontrolado, y estaba seguro de que no podría respirar bien mientras estuviera allí. La colcha de Ben se sentía como una suave nube, con su olor impregnada por todas partes. Era lo más cercano a acostarme en el cielo. Quería descansar por siempre, más si era a su lado. Ese sería mi paraíso.

En la biblia, cuando los humanos prueban la fruta prohibida, Dios les castiga, y les expulsa de Edén. Nunca entendí qué era lo jodidamente prohibido de la fruta, pero eso no detendría las consecuencias de haberla mordido. Mi paraíso también conocería su fin.

El celular de Benjamin vibró desde el velador a su lado, y en un instante nos vimos arrastrados a la realidad en la que vivíamos.

Benjamin miró la pantalla de su celular y su cuerpo se tornó rígido. Se levantó de la cama y comenzó a correr por el cuarto buscando su ropa, que en el calor del momento había quedado esparcida por todo el departamento.

Le miré en silencio, sin saber cómo actuar, ni qué hacer. Había entrado a su departamento sin imaginar lo que iba a suceder. Y ni siquiera habíamos hablado realmente de lo que me trajo allí en primer lugar.

—Marc, necesito que te vistas— dijo, con mi ropa entre sus manos.

Benjamin se acercó a mí para dejar mis cosas, y le sujeté de su brazo. Él me miró asustado, como si le hubieran pillado conmigo en la cama, y entonces suspiró, aliviado, al darse cuenta de que nuestro secreto aún era eso: nuestro.

—¿Qué es?

—Marc, yo...

—¿Quién es?— insistí, más severo.

Benjamin bajó la vista, como quien ha cometido un delito muy grave. Estaba escondiendo algo de mí, pero esta vez no le iba a permitir que me mintiera para ocultar sus demonios. No estaba dispuesto a asumir que no era digno de conocer sus secretos. Le conocía por completo, más que cualquier otra persona en la Tierra, e iba a reclamar ese lugar.

—Marc... Tienes que irte.

¿Yo? ¿Cómo?

Sonreí, jurando que se trataba de una broma.

—Maddie viene hacia acá— sentenció, más inquieto. —Es hora de que te vistas.

Le miré molesto, y pronto me sentí patético por el lugar que estaba pidiendo tener. Y por creer que me correspondería.

Yo siempre sería la oculta y sucia aventura de Benjamin. Ese era el espacio que él había reservado para mí en su ocupada y brillante vida, justo entre sus fetiches sexuales y su amante. Yo solo podía ser el "otro" en su existencia. No el que sacas a pasear por citas increíbles a sitios asombrosos, más bien el que ocultas en una pequeña caja bajo la cama, donde nadie alguna vez siquiera sospecharía mirar.

Me levanté y en una tormenta de orgullo tomé mi ropa y me vestí. Quería cubrir mi cuerpo de él, y construir un muro entre nosotros tan alto para que jamás se atreviera a saltar otra vez.

—Marc.

Le ignoré mientras terminaba de abotonar mi camisa de la Academia. Subí mis pantalones y me puse ambos zapatos.

—Marc.

En zancadas me acerqué a la puerta de su cuarto e intenté huir. Al fondo del pasillo divisaba la puerta de salida, y en pasos certeros y firmes me acercaba a ella, cuando la mano de Benjamin me detuvo.

Traté de zafarme, pero su agarre fue certero. Benjamin me tomó de los hombros y sacudió mi cuerpo ligeramente, llamando mi atención antes de que el pánico se apoderara de mí.

—¡Marcus, escúchame!— sus ojos atravesaron mis pupilas como una flecha. La tormenta en mi interior encontró al pacífico azul de su mirada, y en vez de fundirse en un caos, se abrieron los cielos avistando un rayo de luz. —Te amo.

Le miré inconcluso. ¿Por qué se abrían los cielos cuando me veía así? ¿Cómo podía encontrar siempre la forma de detenerme, de cambiar mi actitud, y de hacerme ver que lo que estábamos intentando no era una mierda?

—Te amo, más de lo que puedo razonar. Lo que acabamos de hacer no lo haría con nadie más que contigo. Te amo y lo siento.

Joder ¿Realmente lo había dicho, o solo fue un sueño?

Antes de que pudiera sentar algo de razón a lo que estaba pasando, él se acercó a mí, tomó mi rostro entre sus manos y me besó como si nada más le importara.

El cariño de sus labios era todo lo que necesitaba para sentirme completo. Por esos segundos en los que sentía su corazón agitarse junto al mío, todos los trozos de mí se agrupaban a su alrededor, y me sentía bien otra vez.

Quería quedarme allí para siempre, y sentirme por siempre así de bien. Habría hecho lo que fuera por él en ese minuto, y casi como si pudiera leer mi mente, habló.

—Necesito que me hagas un favor.

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