34
And now my bitter hands
Cradle broken glass
Of what was everything
33
Me acomodé la gorra, en un intento de construir un refugio contra el mundo exterior. Lo que menos quería en ese momento era existir allí, pero ya no tenía remedio.
Ben había terminado conmigo de la forma más insípida que podía haber imaginado. Como si fuese una tirita sobre una herida, me arrancó de su vida para arrojarme a la basura. Y me sentía como un idiota por haberle confiado con tanta inocencia mi corazón.
«Solo somos amigos» sus palabras se repetían en mi cabeza como un mantra, tratando de borrar de mi memoria su voz, susurrando que me amaba.
En ese momento le miré incrédulo. Habían pasado apenas unos minutos desde que lo tuve acorralándome contra la pared, rogando que no lo dejara. Y de pronto cortó todo. Le tomó solo unos segundos darse cuenta de que yo no era nada más que un estorbo en su vida y que lo mejor era dejar todo allí. No vernos nunca más.
La sangre de todo mi cuerpo se heló en mis venas de la sorpresa. Ben había conocido las peores caras de mi vida, y perdonado y amado cada una de ellas. Pero vender drogas junto a Charles fue lo que terminó de rebasar el vaso. O al menos eso entendí, porque no hubo nada que le pudiera decir. Ni tampoco le pedí más explicaciones. Solo sostuve mi vista, atónito, mientras él tomaba su bolso, murmuraba una breve disculpa y se marchaba del baño camino a clases.
Me dejó allí, con el corazón partido sangrando sobre el frío azulejo.
Me abandonó, y esta vez en plan real.
El impacto fue tan fuerte que ni siquiera pude llorar. Realmente no lo pude asimilar. Fue como si un día despertara en mi cama y dijera "Ah, vale. Era un sueño". Tan efímero, onírico e irreal como las imágenes que se proyectaban en mi cabeza cada noche al dormir.
Sabía que tanta maravilla no podía ser real. Claro que me maldije por haber sido tan idiota y dejarme soñar. Había bajado mi guardia, y ahí tenía la consecuencia: mi corazón destrozado en aún más pedazos, siquiera aquello era posible.
El consuelo era que pronto se convertiría en polvo, y al menos así ya nadie podría hacerme daño otra vez.
Tras que Ben rompiera conmigo, actúe en piloto automático. Fui a mi clase, luego a casa, y a la reunión de católicos en redención. No hubo lágrimas. No hubo gritos desesperados. Ni intentos patéticos de convencerlo de que estaba cometiendo un error. Guardé los trozos de mi corazón en una bolsa hermética, y seguí, como si nada hubiera pasado.
Eso no quitaba que cada vez que le veía en el pasillo sentía a mi corazón saltarse un latido. Pero no porque estuviera embobado y caliente. Cada vez que le veía sentía pánico. Pánico de que se acercara, me pidiera disculpas y yo corriera una vez más a sus brazos, como el idiota que había demostrado ser hasta entonces.
Porque a pesar de que me había pisoteado, sabía que si él me lo pedía, yo volvería corriendo a su lado.
Porque por Ben, felizmente siempre sería el idiota más grande el universo. Por eso mi mejor opción era simplemente evitarlo.
Fuera de mi vista. Fuera de mi cabeza.
Así que sí, hice todo lo que tenía en mi poder para llenar al máximo mi horario, y evitar encontrarme con él en clases, o en los pasillos, o en cualquier parte en realidad.
Fue así que terminé aquella tarde en un lujoso campo de golf, recolectando dinero para una gala a beneficencia que estaban organizando los "católicos en redención". Era una soberana estupidez, pero me mantenía fuera de casa, a Rick contento, y aprovechaba los puntos extras que daban en la Academia por hacer "caridad".
—Queremos ver tu sonrisa, Holly— dijo la hermana Georgette, tras quitarme de un manotazo el jockey en el que me trataba de esconder. —Las sonrisas atraen la bondad del Señor.
Suspiré hastiado y dibujé la mejor puta sonrisa que tenía en ese momento. No era mucho, pero bastó para contentar a la monja.
Miré con pesar la hoja frente mío. Aún necesitaba vender dos entradas más para lograr mi objetivo, recolectar mis puntitos e irme a casa. Pronto se pondría el sol, y nada me animaba más que pensar en llegar a fumar otro gramo del regalo de Charles, sobre el tejado de mi habitación.
El pensamiento me reconfortaba. A solas era el único momento en el que me permitía sentir, y lamentarme por cómo terminaron las cosas. Estaba agotado de fingir que nada entre nosotros había pasado, y de inventar excusas ridículas para no estar a su lado dentro de la Academia. Solo quería respirar tranquilo. Y sufrir tranquilo.
Y entonces lo vi, o al menos creí haberlo visto. Joder. ¿Realmente era él? No quería corroborarlo, el solo pensamiento me hacía sentir patético. Quizá en un intento ridículo de sentirlo cerca, lo estaba imaginando en todas partes.
Pero escuché su melodiosa y profunda carcajada. Esa que utilizaba para mostrarse encantador, sin perder jamás la compostura. Estaba seguro de que reconocía el poder que contenía su risa, porque la utilizaba cada vez que necesitaba derretir el más frío témpano de hielo.
Con su risa me podía derretir a mí, por ejemplo.
En un instante me olvidé de todas las promesas que había jurado mantener en mi cabeza, y me obligué a dar un segundo vistazo, solo para darle a mis ojos el placer que sintieron mis oídos ante su presencia.
Joder. Sí. Era él.
Llevaba a sus espaldas un bolso con palos de golf, y estaba rodeado de un montón de vejetes que solo sonreían ante su encanto.
Mierda. Quité rápidamente la vista. Lo que menos quería era llamar su atención y hacerle creer que estaba dispuesto a conversar aunque fuera del clima.
De todos los putos clubes de golf de Texas ¿Por qué tenía que estar precisamente en ese?
—Es una linda causa.
Ay, no. No esa voz.
Bajé la vista y jugué con el lápiz entre mis dedos, ignorando por completo al chico de ojos azules que se acercaba a mí.
—Sí. Los fondos van para mejorar la parroquia fuera de la ciudad— murmuré, sin mirarlo de vuelta.
Ojeé sutilmente a mi alrededor, buscando alguien que me salvara de esa situación. Pero la estúpida monja estaba conversando unos metros más allá, y el imbécil vejete de mi compañero había ido al baño hace quince minutos. Nadie podría atenderlo en mi lugar, por lo que, una vez más, me tocaría fingir que nada sucedió entre nosotros.
—No es necesario que hagas estas cosas para llamar mi atención ¿Sabes?
Lancé una risa socarrona. Si algo, estaba intentando correr del maldito chico.
—Y tú sabes que tenía una vida antes de conocerte ¿Cierto?
Mierda. Había levantado la vista y la imagen de él, de pronto, parecía tan angelical como aquella primera vez que le vi en la Academia.
—Sí. Lo siento, Marc— respondió en cuanto nuestros ojos conectaron.
Jamás entenderé cómo a él podía tomarle tan poco ponerme de rodillas a sus pies. Ni siquiera tenía que intentarlo. Solo bastaba con eso, una simple mirada y una pizca de su atención, para hacerme abandonar toda voluntad y razón.
—¿Qué quieres?— pregunté al fin, tragando la emoción que nacía en mi estómago y me pedía a gritos perdonarlo.
Aunque no lo quisiera, Ben seguía volviéndome loco.
Estiró su cuello para espiar la hoja que tenía en mis manos, y me sonrió de vuelta.
—Esas dos entradas que te quedan.
—Son $300 por las dos— repliqué, como si eso fuese algún impedimento para él.
Benjamin se apresuró en extender su tarjeta antes de que siquiera pudiera terminar la frase.
—¿Irías conmigo?
Y otra risa socarrona nació de mis labios.
—No.
—¿Y si lo pido por favor?
—¿Qué es lo que de verdad quieres, Ben?— dije hastiado, levantándome de mi asiento para quedar a su altura.
Quería intimidarlo, pero, en cambio, me vi yo tímido ante su presencia.
Nuestras miradas se encontraron, y sus labios quedaron peligrosamente cerca de los míos. Podía sentir el hálito de su respiración golpeando mi piel; y el delicioso olor a enebro que solía impregnar su aura, y se imprimía en mi ropa cada vez que nos besábamos a escondidas, me doblegó las rodillas.
La máquina pronto arrojó el sonidito de compra aceptada, interrumpiendo el momento y obligándome a aterrizar de los fogosos recuerdos a su lado.
Benjamin bajó la vista, suspiró y guardó su tarjeta.
—Necesito tu ayuda— terminó por confesar.
Abrí mis ojos y sonreí irónico. Claro que por eso había decidido hablarme. Durante una semana me ignoró como si no fuera nada más que un ruido molesto en su vida, pero debí adivinar que ese repentino acercamiento era por lo bajo sospechoso.
—No tengo por qué ayudarte.
Benjamin asintió en silencio, tomó el sobre con las entradas y me dedicó una última mirada.
—Lo sé, Marc. Pero solo en ti confío.
Lo siguiente que vi fue su silueta alejarse. No tuve tiempo de darle una respuesta, aunque tampoco la necesitaba. Solo era cuestión de tiempo para que fuera corriendo a su socorro, y él lo sabía.
34
Camino a casa, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin que pudiera identificar bien qué diablos me estaba pasando. Bryan me observó por el retrovisor, aunque no cuestionó nada. En cuanto me vio, supo que algo no estaba bien conmigo.
Como si algo me faltara...
Tras ese encuentro entendí que no fui yo quien se quedó con mi corazón sangrando. Ben se lo llevó consigo. Y bastó con que tan solo me lo mostrara por unos segundos, para darme cuenta de por qué nada me había dolido. Él tenía mi corazón en sus manos, y podía manipularlo a su antojo. Por eso sabía que, sin importar lo que pasara entre nosotros, siempre podría pedir mi ayuda. Y yo se la prestaría, como un perro faldero que jamás se olvida de su amo.
Porque estaba estúpidamente enamorado de él.
No le prometí que le prestaría ayuda. Me marché con el trozo de mi corazón que pude tomar, y ahora yacía en mis manos, sangrando y palpitando, en un intento de hacerme creer que podría volver a crecer como un brote. Que no importaba realmente que Benjamin tuviera el resto en su poder.
Llegué a casa y construí una fortaleza en mi habitación. Quería alejarme del mundo, que nadie se acercara a mí. Subí el volumen de la música hasta que las notas de System of a Down hicieron vibrar las ventanas de mi cuarto. George trató bajo todos los medios callarme, pero la barricada que construí en la puerta no le permitió entrar.
Estoy seguro de que en otro momento habría disfrutado ver su rostro enrojecer de la rabia. Pero no pude sonreír, ni siquiera cuando George decidió pararse bajo de mi ventana a rogarme que apagara esa música del infierno.
En unas horas la batería del parlante se agotó, y no tuve cómo continuar ahogando las voces en mi cabeza. El miedo, la rabia y la frustración me consumieron.
¿Cómo podía ser tan estúpido por Ben? ¿Cómo siempre caía en su maldito juego?
¿Por qué diablos le amaba tanto?
Me tumbé en mi cama, y el recuerdo de las caricias de Ben se hizo muy presente. Era un juego cruel, cerrar los ojos e imaginarlo a mi lado, cuando en realidad él me había dejado muy en claro que no estaba dispuesto a volver a tocarme.
Yo estaba dispuesto a darle mi corazón. Renunciaría a quién era, y cómo era, solo por estar a su lado. ¿Cómo eso no podía ser suficiente?
Me envolví en una bola, apretando los ojos con fuerza para evitar que las lágrimas me inundaran la cara. Era inútil. Pronto mi cuerpo comenzó a temblar y los sollozos salieron de mi garganta como un río desbordado. Así me quedé, temblando y llorando, hasta que caí dormido con la flaca esperanza de poseerlo en mis sueños.
Ese era el único consuelo para volver a sentir su tacto.
35
Las mañanas de los domingos eran los únicos momentos en los que tenía un poco de libertad en casa. Ya me había acostumbrado a disponer de esas horas para mí, y honestamente ese día las necesitaba más que nunca.
Mis ojos ardían, y mi pecho aún temblaba tras haber llorado como un idiota la noche anterior. No me atrevía a mirarme al espejo, porque estaba seguro de que en reflejo encontraría solo una patética rana de ojos saltones.
Sin saberlo, Ben había depositado en mis manos una carga que estaba dispuesto a soltar. Ayudarlo significaba caer nuevamente en su juego, y darle la espalda me partiría el corazón. Podía escuchar los gritos dolorosos de mi interior, rogándome que tomara la decisión correcta; y el agujero en mi corazón haciéndose más grande, a sabiendas de que quedaría eternamente vacío sin importar lo que hiciera.
Arrastré mi cuerpo hacia el armario, y busqué entre mis cosas hasta encontrar el frasco que me había dado Charles. Disponía de una hora al menos antes de tener que ir a la Iglesia junto a Rick, y era tiempo más que suficiente para fumar un porro. Necesitaba aliviar de alguna forma el agujero en mi pecho, y si llorar toda la noche no lo había logrado, esperaba que al menos el humo llenara ese espacio.
Tras unos minutos me encontraba listo para saltar al tejado por la ventana de mi cuarto, cuando escuché un familiar golpeteo en la puerta que me detuvo en seco. Era George, y al parecer venía con prisa.
La noche anterior me había obligado a quitar la barricada de la entrada de mi cuarto. George juró que hablaría de mi comportamiento con Rick, y que mi padre pondría un castigo justo a mis acciones. Pero nada sucedió. Me perdí la cena, e imaginé que eso podría ser suficiente.
Vaya que estaba equivocado.
Alcancé a esconder el porro entre mi ropa interior justo antes de que él entrara, y me viera casualmente distraído con el paisaje en mi ventana.
—¡Señor Marcus! ¡Debe vestirse!
Apenas eran las 7:30 de la mañana, pero en esa casa parecía que todos dormían en una cama de clavos.
Casi logró sacarme una sonrisa con sus palabras.
—Es el día de descanso del Señor, George, ¿por qué debería?— bromeé, fingiendo buen humor, pero sin darme vuelta a verlo.
—Su padre le está esperando para ir al campo de golf.
Diablos. Rodeé los ojos y apreté la baranda de la ventana entre mis manos. Por un segundo me vi muy tentado a saltar, aunque eso significara reventarme en el piso.
Me contuve.
—Pues dile que no debo ir hoy. Vendí todas mis entradas ayer.
George respondió con un suspiro, que solo puedo reconocer como el de alguien incrédulo por lo que acababa de decir. Claro que me creía incapaz de hacer una miserable cosa bien.
—Su padre le está esperando abajo. No tarde en bajar, sabes que no es un hombre muy paciente.
En cuanto cerró la puerta, lancé un quejido exasperado al cuarto. No tenía forma de zafarme de ir, y estaba seguro de que allí me volvería a encontrar con Benjamin.
Si algo podía ser más cruel conmigo que el chico de ojos azules, era lo inevitable de mi destino a su lado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro