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30


Al día siguiente, Bill me saludó como un amigo. Fue fiel a sus palabras, y realmente hizo como si nada hubiera pasado entre nosotros. Se lo agradecí. No quería poner las cosas raras junto a Charles, y era mucho más fácil fingir que todo estaba bien, si no discutíamos de lo que salió mal.

Borrón y cuenta nueva. Pasamos los siguientes días simplemente disfrutando, bebiendo y volando. Como un grupo de idiotas, salíamos de fiesta y matábamos el tiempo jugando. De paso, trabajaba de camello para Charles. Fue en una de esas salidas que él me terminó por confesar que por su negocio no fue al viaje escolar, pero jamás me preguntó por qué yo no fui.

Solo me acogió en su hogar, sin preguntas, sin condiciones. Y la casa de Charlie no era precisamente una humilde morada en los suburbios. Se sentía cómo estar pisando el castillo de la realeza.

Con los días entendí por qué Bill prefirió no contarme la historia de Charles, y dejar que él se abriera por sí mismo.

La familia de Charles era la rama americana de un famoso linaje de artistas franceses, y sus papás seguían a la perfección el negocio familiar. Su padre era escultor, y su madre pintora. Ambos de gran renombre dentro del mundillo artístico, y de un increíble talento. Eran sus obras las que adornaban todo el Palacio Rousseau, y le daban ese toque tan barroco propio de Versalles. Por eso era tan irónico que su único hijo no tuviera ni una pizca de talento por sus venas.

Para las artes, Charles Rousseau parecía tener dos manos izquierdas. Y ninguna muy hábil.

Pronto su mamá descubrió que en verdad su Chuck —como solo ella podía decirle— tenía más alma de botánico que de artista, y mandó a construir un jardín para él. Charles contó esa historia como si estuviera recordando los mejores años de su vida.

Fueron cortos.

Poco después que estrenaron el jardín botánico, a su madre le diagnosticaron cáncer de mama en estado cuatro y todo se fue al carajo. Apenas pasó un mes del diagnóstico antes de fallecer y dejar a un confundido Charlie de doce años al cuidado de su padre.

El papá de Charles no era malo, pero como padre era mejor artista. Solo se limitaba a darle a su hijo todo lo que pidiera, salvo un poco de atención. Tras la muerte de su esposa, había encontrado la excusa perfecta de artista torturado para buscar su siguiente musa en otras mujeres. No había tenido ni un poco de pudor al comenzar el desfile interminable de faldas y tetas por el Palacio Rousseau. Quizá por eso mismo Charles no tenía el más mínimo pudor en hacer de las suyas con su "pequeño negocio". No era como que nadie le pusiera atención y fuera a regañarlo realmente.

Es más, ni siquiera preguntaron por qué me estaba quedando yo a dormir por esos días. Creo que simplemente eso decía bastante.

Y aunque en ese momento se sintió como un alivio, sería el caldo de cultivo perfecto para crear el siguiente caos que arremetería contra mi existencia.

Tuvo que ser la tercera... quizás la cuarta noche, cuando estaba atrapado en un salvaje mosh pit por entregarle el paquete a un grupo de punkies, cuando todo se fue al carajo. 

Me abrí paso entre los cuerpos sudorosos del público para salir de la turba antes que las cosas se pusieran más feas. Me habían dado unos buenos madrazos y no podría mentirle a Rick y decir que estaba en una aburrida convención en Canadá si es que llegaba con un ojo morado de vuelta a casa. Entonces escuché las primeras notas de guitarra de Everlong y mi corazón se detuvo por un segundo. Todo en mí quería arrojarme de nuevo a esa multitud, para revivir las mejores noches de mi vida, junto al buen Tom Galway.

Tom me empujó contra la turba y tuve que agacharme para esquivar el rodillazo de un punky. Me di vuelta para burlarme de Tom cuando sentí un codo golpear mis costillas y arrojarme directo al piso. Joder, me había dado durísimo. Sobre mí pasaban los cuerpos de la multitud que se reunía en un improvisado mosh pit. Al menos no me estaban aplastando. Mientras extraños me ayudaban a recuperarme en pie, pude escuchar la risa de Tom encima de las pesadas notas de la canción.

—¡Cómo aguantas un buen golpe, Holly!

—¡Te quiero ver intentarlo! —grité de vuelta.

Extendí mi mano y arrastré a Tom al caos. Él, sonriendo, me empujó de vuelta y pronto nos sumamos al grupo de gente corriendo en un círculo de la muerte. En ese momento, me sentía invencible, imparable.

If everything could ever feel this real forever

If everything could ever be this good again...

—¡MARC! —escuché la voz de Charlie arrojándome de vuelta al club de Texas. Al menos, eso creo.

Mierda. Ni siquiera podía distinguir cuál era la realidad en ese punto.

—Nos tenemos que ir ¿vienes? — insistió, como si quisiera asegurarme donde estábamos.

Asentí a él y en contra de toda mi voluntad me escabullí entre la gente y salí del club. Afuera Bill nos esperaba con la camioneta encendida. Debíamos llegar al siguiente punto de entrega en menos de 10 minutos.

—Qué ganas de quedarme aquí para siempre.

—No me imaginé que eras de los que dan puñetazos— dijo Charlie, abriendo la puerta para subirse. Le seguí al hilo.

—¿Por qué no?

Charlie levantó los hombros y rascó su nuca, visiblemente incómodo.

—Bueno... porque eres... ya sabes... ¿del otro bando?

—Joder, Charlie, debes estar bromeando.

—¡Lo siento!

—¡Mierda! —gritó Bill, antes de frenar súbitamente la camioneta. Ni siquiera logramos salir del estacionamiento. —¡Muévete, imbécil!

Bill hizo sonar la bocina con fuerza. Casi podía ver los músculos de su cuerpo tensarse sobre el manubrio, intentando esquivar el automóvil que nos estaba bloqueando el paso. Era inútil.

Por sobre las farolas del otro vehículo detenido, no podía ver ni distinguir un carajo.

—¡Joder! —gritó Charlie, antes de bajarse en un salto de la camioneta. Le seguí el paso, cubriendo mis ojos de las fuertes luces que cegaban todo.

—¡MARC!— gritó la sombra frente a las farolas. Su voz sonaba muy familiar.

Me acerqué a paso lento hacia el automóvil, y estuve a punto de caerme de la sorpresa cuando descubrí que se trataba de Bryan. Casi había olvidado lo alto que era.

—¿Qué haces aquí?

—Qué audacia la tuya. Yo iba a hacerte la misma pregunta.

Bryan no movió ni un solo músculo en cuanto me vio acercarme a él, como si estuviera seguro de que su sola presencia lograba revolver mi estómago. Pues tenía razón. La sombra de su cuerpo se veía gigante en contraste a las farolas del Mercedes, casi sentí que con solo eso podía tragarme... Me dio tanto pánico como si tuviera a Rick frente mío.

—¡Dile que mueva el trasero! —gritó Bill tras de mí. Le hice una seña para intentar acallarlo.

—Marcus, súbete al auto— ordenó Bryan, en un tono autoritario que jamás le había escuchado utilizar.

—Vamos, hermano. Mueve el auto, por favor— pedí, sacando coraje de donde no lo tenía.

Bryan resopló con fuerza por su nariz. Con ese mínimo gesto logró mover hasta mi última célula temblando de pánico.

—¡Marcus, súbete!

Tragué saliva y miré hacia atrás, en busca de ayuda. Apenas me giré, Bill llegó a pasos agigantados a nuestro encuentro. Estaba completamente fuera de sí. Podía ser porque con este retraso ya no había forma de que lográramos entregar el siguiente paquete a tiempo, o porque había mezclado con dios-sepa-qué los cristales que se metió hace unos minutos. Daba igual. Por su posición sabía que iría a pelear y de inmediato me arrepentí de haber buscado su ayuda.

Me acerqué a Bill y lo atrapé a empujones.

—Joder, Marc. ¡Dile que mueva su mierda de auto!

—¿A quién crees que le hablas, imbécil? —gritó Bryan detrás de mí.

«Gracias, Bryan, lo que más necesito es que provoques a este tarado».

—¡Suéltame, Marc! ¡Le partiré su madre!

—Me encantaría verte intentarlo.

—¡JODER, BASTA! —grité, lanzando a Bill con todas mis fuerzas. Él cayó de espalda contra el piso, como un saco inerte.

En ese momento agradecí que Bill estuviera bajo los efectos de esa mierda. De otra forma estoy seguro de que se habría levantado en un segundo a partirme la cara.

—¡Mierda!— gritó Bill, intentando incorporarse. —Ahora sí vas a ver, maldito marica.

—¡Vale, es suficiente!— dijo Bryan, antes de tomarme de un brazo y arrastrarme hasta el auto.

Por más que intenté resistirme, no tenía cómo. O Bryan levantaba autos en su tiempo libre, o estaba muy drogado como para defenderme. De cualquier forma, en dos movimientos terminé sentado en el asiento trasero del Mercedes.

—¡Déjame salir! ¡No puedes hacer esto! ¡Quién mierda crees que eres! —grité, intentando abrir la puerta. Estaba bloqueada, era imposible.

Me sentí como un crío que se llevan de una oreja de la plaza, mientras el resto se ríe en silencio de lo débil que es.

Bryan se apresuró a arrancar y pronto abandonamos el estacionamiento del club. Por la ventana trasera pude ver la cara de consternación de Charlie, mientras levantaba a Bill sin entender un carajo de lo que había pasado.

Yo tampoco podía creérmelo.

—Lo siento, Marcus, pero no puedes seguir haciendo esto.

—¿Quién diablos te crees que eres, Bryan?

—Hago esto por tu bien-

—¡Mierda, Bryan! — grité, pateando su asiento, desesperado. —¡Déjame en paz! ¡¿Acaso quieres ser mi padre?!

En ese momento Bryan detuvo el auto en seco, y la inercia se encargó del resto. Claro que no me había puesto el cinturón, por lo que con el impacto me di de lleno contra el asiento del piloto. Dolió igual como si hubiese recibido un bofetón de Rick. Apenas alcancé a recuperarme cuando Bryan se volteó a verme, con una foto arrugada entre sus manos.

—¡¿Ves esto?! —gritó, enrostrando la fotografía en mi cara.

Entonces sentí el sabor de la sangre en mi boca. Me había partido el labio con el impacto.

—¡¿VES ESTO?! — repitió, encendiendo la luz interior del auto.

Mis ojos tardaron unos segundos en recuperarse. Absolutamente todo me dolía. Mi labio roto, mis ojos cegados con el haz de luz, el cuerpo por haber paseado el mosh pit. Tenía el orgullo herido, por sobre todo. Se sentía como si un camión me hubiese atropellado, y no me pudiera levantar del piso.

—¡¿LO VES?!

—MIERDA ¡SÍ, BRYAN! —grité harto, abriendo los ojos e intentando enfocar detrás de mis lágrimas qué diablos me mostraba con esa fotografía.

Ni siquiera me di cuenta que me había puesto a llorar.

Se trataba de un retrato familiar. En él estaba Bryan, con ropa casual, como nunca lo había visto. Vestido así se veía incluso más joven de lo que ya era, casi podía pasar por alguien de mi edad. A su lado había una guapa chica morena, que sostenía en sus brazos un bebé de no más de un año. Bryan besaba a la chica, mientras el bebé sonreía a la cámara. En realidad era un retrato adorable.

—Es... ¿Es tu familia?

—Ella es Emilia, mi novia. Y Sophie, nuestra bebé. Cuando nos conocimos, me dijiste que era muy joven para este trabajo. Y tienes razón, apenas tengo 18. Pues Sophie es la razón por la que peleé con uñas y dientes por este puesto.

—Mierda...—suspiré, llevando mis manos a mi rostro. Me sentía peor que si hubiera asaltado un banco. —Carajo, Bryan, no tenía idea...

—¡Llevo dos días mintiéndole a mi jefe!— me interrumpió, hastiado. —Sé que lanzaste tu celular a la basura, sé que nunca tomaste el maldito avión a Canadá ¡Y sé que te las has pasado de camello de estos ricachones narcos! ¡No puedo perder este empleo porque quieres jugar a ser Pablo Escobar!

—Bryan, no era mi intenció...

—¡Nunca lo es! —gritó enfurecido, dándose vuelta en su asiento para sentarse bien. —Siempre es lo mismo con los niños ricos, y joder, pensé que serías distinto, pero eres igual a ellos.

—¡Hey!

—¡Eres exactamente igual, Marc! ¡Te importo una mierda! ¡Mi vida te importa una mierda! ¡Que mantenga este empleo te importa una mierda! Solo quieres vivir tu estúpida fantasía y que nadie estorbe en tu camino.

—¡PERDÓN! —grité, asomando mi cabeza al asiento del piloto para mirarlo de frente.

Todo su discurso había logrado despertarme de lo que sea que tenía la pastilla que me dio Bill esa noche. Sabía que Bryan tenía razón, y que cada día estaba siendo una peor versión de mí mismo. No me importaba hacerme mierda, pero no quería hacer un caos y arrastrar conmigo a todo el mundo a mi alrededor. Y me había transformado en eso, un huracán sin piedad ni compasión. Como un torbellino al medio de la ciudad, destruía todo a mi paso. Daba vuelta sin parar hasta deshacerme en un mar de basura y mierda.

Fue divertido, pero lentamente se estaba transformando en algo mucho más oscuro de lo que dimensioné. Hasta antes de esas pequeñas aventuras solo había fumado marihuana, pero esa noche no estaba ni siquiera seguro de qué y cuánto había consumido. Había aceptado esas pastillas de la mano de Bill sin siquiera preguntar de qué se trataban.

Bryan se quedó en silencio y yo no supe qué decirle. Solo quería llorar hasta deshacerme. Me recosté sollozando en el asiento trasero

Bajar tan rápido de los efectos de la pastilla me había revuelto el estómago. En cuanto me acosté en el asiento pude sentir la bilis volviendo por mi garganta.

—¿Necesitas salir?

Me levanté de un salto e intenté abrir la puerta. Estaba a punto de vomitar mis intestinos y lo último que necesitaba era hacerlo dentro del auto para después tener que explicarle a Rick.

¡Mierda! El seguro de niños.

Bryan se apresuró a abrir mi puerta y alcanzó justo a dar un salto atrás antes de que vomitara sus zapatos. Lo siguiente que recuerdo fue irme contra el piso.

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