29
If everything could ever feel this real forever
If anything could ever be this good again
The only thing I'll ever ask of you
You've got to promise not to stop when I say when
Me aparté de Bill, y limpié con el dorso de la mano mis labios. El chico besaba bien, pero tras no soltarnos ni para respirar en los últimos diez minutos, estábamos al borde de convertirnos en una plasma babosa.
—Nada mal— dijo Bill, sonriendo de medio lado. Se acercó a la ventana y prendió un cigarrillo.
Hice una graciosa reverencia, aceptando el cumplido en silencio. Terminé mi cerveza y la dejé sobre un mueble, haciendo una nota mental para mi "yo" sobrio de recogerla más tarde. No quería dejar a mi paso un rastro que delatara lo que estábamos haciendo.
Tras terminar en el invernadero, conseguimos algunas cervezas y pasamos el resto de la tarde bebiendo y fumando en la habitación de Charles. A él pronto se le pasó la mano, y antes de medianoche terminó inconsciente en el sofá de su cuarto. Conversamos un rato más junto a Bill, pero entre el alcohol y la maría, era lógico que terminaríamos besándonos.
Los ronquidos de Charlie estaban rompiendo el calor del momento, así que decidimos ir a buscar un cuarto más tranquilo. Queríamos un sitio más privado... y supongo que a ninguno de los dos nos apetecía explicar por qué de pronto decidimos devorarnos.
Bill me ponía. Era guapo, agradable y carismático. Quizás un poco explosivo, pero nada que no pudiera tener bajo control. Y esa actitud tan masculina le daba el picor necesario a sus labios. Me había quedado claro su gusto por lo picante, cuando sentí sus manos bajar por mi espalda, y apretar sin pudor mi trasero.
Me acerqué a Bill y le robé una calada de su cigarro. Él me sonrió y me quitó el cigarro de vuelta, en un gesto increíblemente seductor.
Bill no era un bizcocho de vainilla, y lo sabía. Tenía un aura dominante, segura. Conocedor de sus habilidades y encantos, sabía perfectamente cómo tantear los límites de la situación y me invitaba a cruzarlos. Él estaría allí para recibirme del otro lado, ¿qué podría salir mal?
Bill terminó su cigarrillo, y con la mirada me indicó la cama en la habitación.
Era evidente qué quería hacer. Y yo no pensaba negárselo.
Me estiré en la colcha, esperando al chico rudo. Estaba dispuesto a que fuera brusco, incluso salvaje. La tensión en mis pantalones lo reclamaban, era justo lo que quería. Mis entrañas rugían por liberar pronto el orgasmo de mi cuerpo, así eso significara partirme en el proceso. Necesitaba alguien que no se preocupara por mis miedos y solo me enseñara el camino al placer. En cambio, Bill se inclinó sigiloso sobre mí y acarició mi rostro con cuidado, como si pudiera romperme bajo su tacto.
Sentí sus nudillos acariciar tiernamente mi mejilla, y bajo la oscuridad de la noche, mi mente me traicionó con la idea de que esas caricias tenían otro dueño...
Ben.
Se supone que con él debería estar haciendo eso. Para él me había preparado. A él se lo había prometido.
Mierda ¿Por qué tenía que venir su imagen otra vez a mi cabeza?
—¿Estás bien, Marc?
No, Bill. Carajo. ¿No puedes ser simplemente el fortachón salvaje que eras hace cinco minutos?
—¿Marc?
La imagen de Ben cada vez se hacía más clara en mi memoria. En mi cabeza, volví a visitar el recuerdo del armario, y dibujé en sus claros ojos azules la angustia de perderme, cuando le pedí que no hiciera lo que trataba de hacer. Mierda.
«Yo también te amo, Marc».
—¿Marc?— insistió Bill. Esta vez se levantó de la cama y se quedó quieto.
—Joder. No.— me senté en la colcha y cubrí mi rostro con mis manos. Quería desaparecer el recuerdo de Benjamin, pero mientras más intentaba no pensar en él, más presente se hacía en mi cabeza. —No puedo hacer esto, Bill.
—¿Hice algo malo?
Negué. Si algo, Bill fue estupendo conmigo. No quería hacerlo creer que mis fantasmas eran de alguna forma su responsabilidad. O de que no me ponía, solo porque de pronto mi cuerpo no se entusiasmaba al sentirlo.
Maldita sea. Ya ni siquiera la tenía parada.
—Solo no puedo ahora. ¿Podríamos intentarlo mañana?
Bill descansó sus manos en sus caderas y miró hacia el piso. No parecía feliz con lo que estaba pasando, aunque tampoco sentí que me odiara. Quizá solo estaba confundido, cómo yo en ese momento.
Relamió sus labios y pronto me dirigió otra vez la mirada.
—No sé qué rayos te pasó, Marc. Pero tengo la impresión que tampoco podrás mañana.
Me quedé en silencio. Bill no necesitó quitar ni una sola prenda de mi cuerpo para dejarme al descubierto frente a él. Porque tenía razón. No podría, ni hoy, ni mañana. No al menos hasta que lograra quitar a Ben de mis pensamientos, y al parecer, eso no pasaría por lo pronto.
—No te preocupes, Marc. No ha pasado nada. Descansa.
Antes de que pudiera intentar detenerlo, Bill desapareció por la puerta del cuarto, dejándome a solas en la oscuridad.
Me estiré con frustración a través de la cama, y grité mi rabia en la almohada. No podía creer la traición de mi cuerpo. Y no entendía por qué Benjamin se aparecía con tanta culpabilidad en mi cabeza.
Después de todo, no éramos nada realmente. Y él me había abandonado. Entonces ¿por qué se sentía cómo si lo hubiera traicionado?
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