19
"Why'd you only call me when you're high?"
"Hi, why'd you only call me when you're high?"
No me di cuenta de lo que bien que hacía sentir algo de esperanza, hasta que el sentimiento inundó mi corazón. Pronto, la idea de Benjamin comenzó a sanar mis heridas. Ya no me costaba despertar, ni me pesaba el cuerpo al ir a las juntas de la Iglesia. Los pocos momentos que podía disfrutar al lado de Ben eran una anestesia. Bastaba con verlo a lo lejos para calmar mi ansiedad, y soportar todo el calvario que significaba mi rutina.
Mientras Ben siguiera allí, y yo me mantuviera acá, podría seguir soñando con un "Ben y Marc". Quién sabe, quizás algún día podría tomar su mano. O tocar juguetonamente su hombro en la fila del almuerzo. O quizá, cuando menos lo esté esperando, él también intentaría acercarse a mí.
Quizá. Quizá. Quizá.
No me atrevía a hacer nada más que soñar. No quería arruinar la ilusión en mi cabeza. Prefería esa fantasía por sobre cualquier cruda realidad si confesaba mis sentimientos.
Los siguientes días me fue suficiente con asegurarme que Ben estaba allí para vivir tranquilo. Fui a la Academia, a la Iglesia, y bajé la cabeza frente a Rick. Con la sola idea de Ben, podía soportarlo y ser "bueno".
De hecho, hice todo "tan bien" que me permitieron por primera vez salir con el grupo fuera de la Academia. Catelyn y Charles congregaron una "reunión urgente" en un restaurante muy popular entre los estudiantes. No habría podido pagar ni un vaso de bebida en ese lugar si fuese solo por mi cuenta, pero Rick había mostrado un poco de misericordia por mí y me cedió más cupo en la tarjeta.
En cuanto entré al local, di un rápido vistazo buscando a Charles. No tuve suerte, y primero di con Catelyn, quien me saludó sutilmente con la mano. Le hice señas, preguntando por Charlie. Ella rodeó los ojos y fingió estar fumando con sus dedos. Asentí y salí a buscarlo.
Durante los últimos días me había acercado mucho a Charlie. Era la única persona que se atrevía a estar cerca de mí sin miedo a contagiarse la homosexualidad como si fuera una pandemia. Bueno... también estaba Ben, pero con él no tenía el coraje de quedarme a solas.
—¿Marc?
Como si lo hubiese invocado con el pensamiento, ahí apareció el chico de ojos azules a robarme el aliento. Llevaba un elegante jersey que hacía juego con unas ajustadas bermudas caqui. Y su pelo, peinado a la perfección, caía elegantemente por sobre su frente.
A todas luces Ben y yo éramos como el agua y el aceite.
—¿Marc? ¿Aló?
Qué cara de idiota me tuvo que ver. Su sonrisa se ensanchó.
—Lo siento— sonreí. —Estoy buscando a Charles ¿Lo has visto?
—Acabo de llegar—aclaró, mirando a su alrededor de todas formas. —¿Para qué lo buscas?
Imité el gesto de Catelyn unos minutos atrás y Benjamin sonrió cómplice, entendiendo el mensaje. Un tenso e incómodo silencio se tejió entre nosotros, hasta el punto que se volvió sofocante. Ben bajó la vista al suelo y luego señaló hacia el local de comida, tratando de sonar casual.
—Creo que debería...
—Claro.
Le sonreí y Ben se dio media vuelta. Abrió la puerta del local y se quedó allí por un segundo, meditando. Pronto suspiró y la cerró.
—De hecho... ¿Te importa si te acompaño?
Arqueé mis cejas, sorprendido.
A pesar de que estar un rato junto a Ben sonaba increíble, no estaba preparado para acercarnos. Era feliz con la mera idea de tenerlo en mi cabeza, y temía que de pasar un rato a solas con él, terminaría arruinándolo.
—Yo...
—No te preocupes, no te robaré a tu amigo— dijo bromeando.
Traté de pensar en alguna excusa que me permitiera rechazar a Ben sin tensar más nuestra relación, pero una vez más me traicionó mi estúpido cerebro hormonal y no pude idear nada. Solo me quedé allí, inmóvil y en silencio, mientras Benjamin se acercaba a mi lado y se inclinaba por la baranda del muelle, buscando.
Mentiría si es que digo que traté de luchar un poco con la tentación. Mis ojos se clavaron en la tela de su pantalón, que se ajustó a su piel tras reclinarse para ver el piso...
Joder.
—Tengo una idea de dónde puede estar— dijo por fin, volviendo su cuerpo hacia mí. Rápidamente, levanté la vista y asentí en su dirección.
Benjamin tomó mi mano desde la muñeca y nos llevó hacia el final del muelle. Miré sorprendido su mano encerrada alrededor de mi piel, e hice mi mejor esfuerzo por ocultar el entusiasmo que recorrió cada molécula de mi cuerpo. Mi cerebro estaba abrumado por los estímulos, y no era capaz de seguir la cercanía y naturalidad que tenía Benjamin conmigo.
Antes que me diera cuenta, Ben se había escabullido con habilidad entre unas tablas para bajar del muelle. Me apresuré a saltar para seguirlo, pero él me detuvo y me ayudó a no romperme un hueso en el trayecto. Sus firmes brazos me sostuvieron por unos segundos en el aire y traté de hacer mi mejor esfuerzo por no derretirme ante su tacto. Podía sentir sus músculos apretando mi carne para no tirarme al piso, y mi cabeza me bombardeó con imágenes de Benjamin haciendo mucho más que eso conmigo. Sabía que si no era capaz de controlar mis pensamientos, mi cuerpo me terminaría delatando de la forma más vergonzosa posible.
Necesitaba enfocarme en otra cosa.
«Piensa en mamá. En Bella. No. En el cabrón de Rick... Eso».
Logré calmar el entusiasmo que me arrebató el control y me apresuré a seguirlo, esquivando los pilotes y las olas que azotaban a ratos la bahía. El sonido del mar se mezclaba con nuestras pisadas sobre la arena húmeda. A pesar de que estábamos al aire libre, el aire era espero. Tenso. Todos los músculos de mi cuerpo se inquietaban ante la presencia de él, y por más que lo intentaba, no estaba seguro de que lo podía disimular.
Estuve a punto de darme contra uno de los pilotes del muelle por mirar a Ben. Claro que él se dio cuenta. Rio en silencio y se apresuró a activar la linterna del reloj en su muñeca para guiar nuestro camino. Le agradecí con una sutil sonrisa, sintiéndome como un idiota.
Con Benjamin siempre me sentía como un idiota... ¿Por qué lo disfrutaba tanto, entonces?
—¡Hermanos!
Allí estaba Charles, al fondo del muelle apoyado entre unas rocas. Sus pies, descalzos, se hundían en la arena y jugaban a atrapar olas, mientras que con su mano izquierda mantenía un porro prendido. Se lo llevó a la boca y nos hizo gestos para ir con él.
Pude ver la mirada de Ben analizando el camino y mirando hacia sus zapatos, que de seguro costaban una fortuna. No había forma de que salieran vivos en esa operación. Me adelanté a él, me quité las zapatillas y las até desde los cordones, dejé las calcetas adentro y las crucé por mi hombro. Miré a Ben y lo incité a hacer lo mismo. Benjamin me miró dubitativo y finalmente cedió. Una vez estuvo listo, me armé de valor y le guié por la zona menos profunda.
—¿Qué tal?
Rápidamente chocamos nuestros puños. Charlie me sonrió, con sus ojos achinados y asintió hacia mí. Luego miró a Ben y extendió su mano. Él la tomó y le dio un apretón, como lo haría en una reunión formal de negocios. Rodeé los ojos.
—Vaya que la marea está baja... Mira nada más el tiburón que ha varado— bromeó Charlie. Lanzó el humo hacia el costado y me extendió el cigarro. Lo acepté y rápidamente me lo llevé a los labios. Charles se acercó a Ben y le dio unas palmadas en la espalda. —Quién diría que alguna vez veríamos a Ben Kingsman en estas andanzas.
Ben miró hacia todas partes, comprobando que no había nadie a su alrededor. Exhalé el aire de mis pulmones y le entregué el cigarro de vuelta a Charles.
—Déjalo en paz, hombre. Que lo pondrás nervioso— intenté defender a Ben. Él me sonrió en agradecimiento y se acomodó el reloj de su muñeca.
Charlie asintió y levantó sus manos.
—Hermano, ¿tienes aquí para comprar?— susurré sutilmente.
—Aún me debes la última.
Si bien con Charlie habíamos ganado cierta confianza tras pasar varias tardes fumando a escondidas, negocios son negocios. Y mi mesada no era tan grande como para cubrir todos esos porros que le había comprado a Charles. Estaba en una deuda hace dos días.
—Vamos, ayuda a un hermano.
—Marc, no lo intentes. Sabes las reglas.
—¿Aceptas transferencia?— intervino Ben.
Charles y yo lo miramos, sorprendidos. Benjamin se encogió de hombros y Charles inhaló por última vez su porro antes de tirarlo al mar. Negó con la cabeza.
—Prefiero el efectivo.
—¿A cuánto?
—Veinte verdes por un gramo.
Benjamin entrecerró los ojos y me miró, casi como si estuviera buscando una confirmación del precio. Hice una mueca y me encogí de hombros.
—Tomando en cuenta que soy un nuevo cliente y que, bueno, ya no puedo probar tu producto antes de comprarlo— miró hacia el mar, donde ahora flotaba la colilla del porro que el mismo Charles había lanzado unos segundos atrás. —¿Qué dices si lo dejas en diez?
—¡De ninguna forma!
—Sabes bien que si me gusta te seguiré comprando ¿No es esta la gracia del negocio?
—Benjamin, no intentes tu basura de empresa conmigo, no va a funcionar, y sé bien que tienes el dinero suficiente para pagarlo.
Benjamin suspiró y sacó su billetera, derrotado. Me miró y sonrió, dispuesto a volver a intentarlo.
—¿De cuánto es la deuda de Marc?
Abrí mis ojos como platos y pude ver la ceja de Charlie levantarse con intriga.
—Cuarenta— Charles se cruzó de brazos y plantó sus dos pies en la arena. Estaba listo para negociar.
—Hagamos lo siguiente— Ben buscó un billete de cincuenta verdes en su billetera y lo extendió entre dos de sus dedos hacia Charlie. —Me lo dejas en diez y te pago ahora mismo la deuda de Marc. Te vas con cincuenta billetes hoy y, quién sabe, si me gusta tu producto, probablemente con un cliente que estás seguro te comprará mucho más.
Charlie sonrió y me miró de reojo. Hizo una mueca de diversión.
—Vaya que te gusta negociar, tiburón— pasó una mano por su cara y tomó el billete que Ben tenía extendido.
Benjamin sonrió hacia él y guardó su billetera, victorioso. Charlie se acercó a su mochila y sacó una bolsa, la extendió a Ben y nuevamente le dio la mano.
—Tienes suerte, tigre— dijo, refiriéndose a mí.—El tiburón te ha salvado.
Antes de que pudiera acotar nada, Charlie tomó sus cosas y se alejó unos pasos.
—Caballeros, debo volver. No tengo puta idea de cuánto tiempo llevo aquí, pero estoy seguro de que Catelyn me va a matar por no ayudarla con nuestra celebración— rio suave. —Los dejo para que disfruten— hizo una reverencia, en un claro gesto de despedida.
Y se esfumó caminando entre los mismos pilotes por los que nosotros llegamos. Pronto estuvimos los dos solos.
Me di media vuelta y miré sorprendido a Benjamin.
—Bueno, nada de eso era parte de lo que esperaba.
Él solo se encogió de hombros y miró la pequeña bolsa entre sus dedos. La extendió hacia mí, con la misma elegancia que había extendido el billete y me sonrió.
—No tengo idea de cómo fumar esto.
Reí sonoramente y él también. Recibí la marihuana y de mis bolsillos saqué un moledor, papelillos y unas boquillas. Extendí todo cerca de una roca. Benjamin se acercó a mí y, con ayuda de su reloj, me hizo de luz para poder enrolar.
—Gracias.
—¿Por?
—Por pagar la deuda con Charles. Te pago de vuelta el lunes.
Benjamin suspiró sonoramente.
—No es nada, Marc.
Saqué la marihuana de la bolsa hermética y partí el gramo seco a la mitad. Dejé un poco en la bolsa y el resto lo molí. Noté lo tembloroso que estaban mis dedos y alejé el moledor de la luz del reloj, mientras respiraba en un intento de calmarme.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿Seguimos hablando de la deuda?—rio. Lo miré extrañado. —Marc, en verdad no es nada, pero si quieres otra respuesta, pues porque somos amigos.
«Amigos...». Aquella palabra sonaba como un pesado eco por mi cabeza.
Vertí la marihuana molida sobre el papelillo con la boquilla y lo cerré con cuidado. Ben levantó su reloj para alumbrar mis movimientos y agradecí que mi cuerpo por fin decidiera comportarse.
Quería verme seguro frente a él.
—¿Has fumado antes?
Benjamin negó.
—¿Por qué ahora?
Él suspiró y restregó su rostro. Podía intuir que la respuesta rasgaba su garganta, pero que no iba a salir. Se mantuvo en silencio. Decidí no molestarlo más con el tema y terminé de cerrar el porro. Sonriente, se lo entregué.
—Bueno, es tu hierba, tú fumas primero.
Le extendí un encendedor y Benjamin miró ambos objetos como si fueran sacados de otro mundo.
—Marc, en verdad no sé cómo se fuma esto.
Sonreí y se lo quité de las manos. Encendí el cigarro y le di una amplia calada, con el aire aún en mis pulmones se lo entregué de vuelta.
—Está prendido. Tienes que inhalar por la boca, aspira así, con los dientes juntos. Mantenlo unos segundos, y exhala.
Boté todo el aire y una pequeña tos acompañó mi exhalación. Reí bajo.
Benjamin tomó el porro entre sus dedos, usando nuevamente aquel gesto tan elegante, y lo llevó a sus labios. Fumó, impasible, y me lo extendió de vuelta.
—Vaya— exclamé sorprendido. —Para no haber fumado nunca, no lo haces mal.
Él me sonrió de vuelta y lentamente comenzó a botar el aire. El humo se deslizó por su piel hasta envolver su rostro, y su boca, media torcida, parecía un sueño entre la niebla.
«Amigos...». Otra vez su voz calaba mi cerebro, como si quisiera meterse a la fuerza para recordarme lo que éramos.
Y entonces Ben comenzó a toser. Despacio, y luego desesperadamente. Le di unas palmadas en la espalda, en un inútil intento de ayuda, porque solo llevó a que se ahogara aún más entre la tos y la risa.
—En estos momentos es bueno tener una botella de agua.
—¡No me digas!— respondió él, aún ahogado en su tos.
Continuamos riendo por un largo rato, sin poder articular nada. Inhalaba y exhalaba bocanadas de aire intentando encontrar paz en sus pulmones, para finalizar volviendo a un ataque histérico de tos y risa.
Era una risa muy honesta, que genuinamente no había escuchado jamás salir de su boca. Ya no intentaba fingir ser encantador, ni llamar la atención de todos a su alrededor con su agradable presencia. Solo la estábamos pasando bien.
—¿Y qué fue lo que sucedió el otro día?
—Marc, no tengo la más mínima idea de a qué te refieres.
—El jodido café, Ben.
Benjamin le dio otra calada al cigarro y continuó mirándome, esperando más información.
—Cuando fuimos a comprar los cafés, me mostraste tu pulsera y luego te fuiste, de la nada.
Benjamin suspiró, como si de pronto entendiera de qué estaba hablando, y el humo salió disparado de su boca.
Mierda, qué imagen más sexy era verlo volar.
—Había unos problemas en la empresa y me pidieron... me pidieron hacerme cargo.
Levanté una ceja, extrañado, y le di otra calada al porro.
—¿Empresa?
—¿No tienes idea de lo que estoy hablando? Claro que no—se respondió a sí mismo. Sonrió hacia el mar y fumó nuevamente el cigarro. —Qué haría un hombre como tú metiendo sus narices en eso.
—¡Hey!
—¡No lo digo a mal!—una coqueta media luna surcó sus labios y miró hacia el océano otra vez... Juraría que lo vi sonrojarse. —Pero, por dios, mírate. Estoy seguro de que en tu vida hay cosas más divertidas que leer revistas financieras.
Benjamin nuevamente probó del porro y agradecí que no me estuviera mirando. Con la marihuana en mi cuerpo me era mucho más difícil ocultar mi torpeza frente a él. Y ese cumplido llegó de la nada, no lo estaba esperando y mucho menos estaba preparado para recibirlo.
—¿Sabes quién es mi familia?
Negué con la cabeza y él sonrió de medio lado.
—Se dedica al mercado y las finanzas... A mí me corresponde el área de beneficencia, pero la verdad es que hago mucho más que eso... A veces me toca estudiar predicciones del mercado, otras veces debo ir a conferencias y ser la cara visible y bonita de la empresa. De hecho, hace poco llegué a participar en un seminario dictado por la compañía en Londres.
Arqueé mis cejas y boté todo el aire en mis pulmones de golpe. ¿No recordaba haber fumado?
—¡Tu familia es dueña de los Bancos Kingsman!
Él hizo un humilde gesto de confirmación y volvió a fumar el cigarro, como si nada.
—¡Mi mamá tiene una deuda enorme con tu banco!— comencé a reír, pensando en la ironía de la situación.
«¿Cómo le cuento a mamá que me fumé un porro con el hijo de la familia multimillonaria que le ha hecho la vida cuadritos?».
No pude salir de mi alucinación antes de que Benjamin me atacara con más información. Sonrió en silencio y, de la nada, me miró fijamente, como si algo hubiera pasado en esos segundos.
—¿Qué sucede?
—Tu mamá ya no le debe nada al banco.
Levanté mis cejas y sonreí de medio lado, socarronamente.
—Sí, claro.
Él asintió, impasible, y me quitó el porro de las manos. Su gesto sudaba confianza y seguridad. Fumó y liberó el aire, mirando el horizonte.
—No le debe nada— afirmó.
—A ver, tiburón— continué sonriendo y me incliné a mirarlo. —¿Y qué pasó con la deuda?
La imagen impasible de Benjamin se tiñó de picardía por un segundo.
—Acaba de salir una nueva política de pago ¿No te contó tu madre? Bueno, quizá es muy reciente... — sonrió con más ganas y me miró. Sus ojos escudriñaron cada centímetro de mi rostro mientras hablaba. —Le condonan toda su deuda, a cambio de un beso tuyo.
Solté una risa nerviosa y me obligué a mirar a otro lado. Mis mejillas ardían y sabía que me costaría mucho más fingir calma en mi condición de drogado. Podía sentir mi vientre hirviendo y apretando, intentando mantener la cordura en mi cuerpo.
Me había dado con el pilote en el muelle y ahora estaba alucinando. Esa era la única explicación lógica para lo que estaba pasando. Pero por más que intentaba convencerme de que Ben no había insinuado que le besara, lo tenía ahí, frente a mí, esperando una respuesta.
Tragué saliva con dificultad, mientras mis únicas dos neuronas activas pensaban cómo conseguir ese beso de Ben sin sonar como un adolescente necesitado, que bueno, así era, pero Ben no tenía por qué saber eso.
—¿Y a quién debería pagarle ese beso?
—A mí, por supuesto — respondió, con una voz aterciopelada e increíblemente seductora.
Mi piel completa se derritió al escucharlo. Sonreí de medio lado mientras me maravillaba con cada detalle de su cuerpo. Su pelo, cristalizado con las gotas del rocío marino, brillaba con cada rayo de luna. Sus ojos levemente dilatados resaltaban aún más el color azul de su iris y su sonrisa... Dios, qué perfecta.
—Todo sea por ayudar a mamá— respondí sonriendo aún más divertido.
Benjamin tomó una última bocanada del cigarro y lo lanzó al mar. Exhaló el aire hacia el lado contrario y se volvió a mirarme, como si estuviera dispuesto a recibirme entre sus brazos.
Me acerqué a él, indeciso, y tomé una de sus manos. La enlacé juguetonamente con mis dedos, porque estaba seguro de que en cualquier momento él cambiaría de opinión y todo se desvanecería. Mis latidos eran cada vez más descontrolados y me costaba trabajo mantener mi boca húmeda. Tragué saliva con dificultad. Llevé mi mano restante al rostro de Benjamin y acaricié con cuidado su mejilla, bajo mis huellas sentí la incipiente barba que comenzaba a aparecer en su piel. Ben cerró sus ojos al sentir mi tacto.
«Pero es que... es perfecto».
Mi mano la llevé desde su mejilla hasta su boca, y marqué el rastro de sus labios con delicadeza. Mierda, eran jodidamente deliciosos. Ben volvió a abrir sus ojos y me miró, como si nada más existiera en el mundo que solo nosotros. En ese momento solo estábamos los dos frente al mar, con el corazón desbocado de miedo y un infernal espacio que nos separaba del otro. Entonces, en un latido de corazón, dejé de pensar y acerqué mi rostro a él... y le besé.
Escuché un montón de baladas románticas rebotar dentro de mi cabeza, intentando identificar cómo diablos podía procesar ese beso. Lo había deseado tanto como nada en la vida, y no podía creer que lo había conseguido. Una parte de mí estaba seguro de que todo no era más que una cruel maquinación en mi mente, y la otra intentaba con todas sus fuerzas convencerme de que era real.
Y como si él quisiera confirmar que estaba allí, se acercó a mí y me tomó de la nuca. Ben aprovechó para acercarse a besar mi cuello, y pude escuchar su respiración agitada y el hálito de su boca, humedecer mi piel.
Volvimos a besarnos. El oleaje se escuchaba a lo lejos, aunque estuviera cerca. Todo era de otro mundo. De un mundo al que no quería volver si eso significaba acabar ese momento. Aún envuelto en sus labios, sentí la mano de Benjamin enrollar la mía y lentamente guiarme hasta su entrepierna. Me costó tomar aliento cuando sentí su miembro haciendo presión contra sus pantalones.
—¡¡Benjamin!!
Era Catelyn.
Observé a Ben, perplejo, y luego, en un reflejo, miré hacia todos lados, conteniendo la respiración. En mi cabeza reviví todas las reuniones de la congregación y pensé en la paliza que me daría Rick de vernos. Todo mi cuerpo se había preparado para correr, como si me hubieran pillado asaltando un banco... Pero suspiré con calma: no había nadie a la vista.
Benjamin, por su parte, respiraba agitado, sus mejillas estaban sonrojadas y su pelo desarreglado. Su mano, firme en su boca, lentamente se comenzó a deslizar por su cabeza. Sus ojos, fijos como platos por sobre la arena, apenas eran capaces de levantarse de su lugar. Estaba tan asustado como yo.
—¡¡Marcus!!— continuó Catelyn.
—Hay que volver— dije inconscientemente.
Ben asintió. Respiró una vez más para calmarse y se apresuró a emprender la marcha de vuelta.
No era capaz de razonar lo que estaba pasando. Mis últimas dos neuronas las había ocupado en ese beso y en ese momento estaba librando una batalla entre mi libido y mi culpa. Por una parte, no podía dejar de pensar en lo maravilloso de sus labios y, por otro lado, casi podía sentir la correa de Rick por sobre mi piel.
¿Qué diablos había pasado?
En inercia tomé mis zapatillas, los zapatos de Ben y las cosas que teníamos por sobre la roca. Corrí para seguirlo. Le alcancé bajo el muelle, y le di un último beso, que Ben aceptó en silencio. Con el corazón latiendo a mil, apenas era capaz de mantener mi respiración a raya. Desde abajo de las tablas podíamos ver a Catelyn buscarnos.
No quería acabar ese momento. No quería irme de allí, pero finalmente me rendí y solté a Benjamin. En silencio caminamos hasta el mismo punto para subir al muelle y escalamos de vuelta.
—¡¿Dónde estaban?!— espetó Catelyn en cuanto vio mi cabeza asomarse por un costado del muelle
Sonreí de medio lado y llevé dos de mis dedos a mi boca, mientras fumaba un cigarro invisible. Catelyn rodeó los ojos y miró a Benjamin. Busqué la mirada de Ben para hacer un gesto de complicidad, pero su rostro había cambiado.
—Mierda, Ben, ponte tus jodidos zapatos.
Él asintió y, en silencio, le hizo caso. Por mi parte, decidí imitarlo mientras Catelyn nos regañaba. Al parecer, pasamos casi una hora abajo.
—Lleva un buen rato esperándote Maddie ¿Estás feliz? Si de esto se llega a enterar su padre, te va a matar, Ben.
Él llevó uno de sus dedos a la boca, pidiendo que guardara silencio. Le miré extrañado y Ben bajó la vista, ignorándome. Esta vez no había dudas. Ben no me quería mirar.
Miré a Catelyn de vuelta, pidiendo una explicación.
—Bueno, ¿qué tiene que ver Maddie?
Catelyn rodeó sus ojos y llevó sus manos a su cabeza, exasperada.
—No tengo tiempo para explicarte todo, Marc. Apúrense.
Catelyn caminó de vuelta a la entrada y Ben le siguió a pasos firmes. Vi su cuerpo alejarse, compuesto, como si nada... Y una espina se clavó en mi corazón.
Sí, claro que estaba aliviado. Tenía muy claro que de habernos visto Cat no habríamos salido tan victoriosos de esa aventura, pero en mi interior esperaba que al menos sospechara algo. Yo no sabía vivir a escondidas, y no podría aguantar mucho antes de tener la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos.
Exhalé aire, hastiado, y le seguí unos metros más atrás.
Llegamos al encuentro de Charlie, Bernie y Christopher. Todos parecían aliviados. Al ver a Benjamin llegar, soltaron un suspiro.
Entonces, de la nada, apareció una chica nueva entre del grupo. Llevaba su cabello amarrado en una cola larga y sedosa, y un elegante vestido floral envolvía su cuerpo. Sus movimientos, dignos de una bailarina de ballet, eran delicados y frágiles. Tenía la pinta de una de esas chicas que se admira día y noche frente al espejo, tomando tantas selfies como la memoria de su celular le permitiera, para terminar subiendo solo una con la descripción de "Me sentí bonita, la borraré más tarde". Se veía como una princesa ricachona al lado de Catelyn, y eso era mucho decir.
Miré velozmente mi ropa y noté que claramente no me había vestido acorde a la ocasión.
Entonces levanté la vista al mismo tiempo que escuché los pasos de sus tacones abalanzarse sobre Ben. En cámara lenta vi cómo Ben la acogía con una sonrisa entre sus brazos, para darle un dulce beso en los labios ante mi mirada atónita.
—¿Dónde estabas? Te estuvimos esperando desde las 9.
—Disculpa, Maddie. Marc no se sentía bien— Benjamin me señaló y todas las miradas se dirigieron a mí.
Para su suerte, mi rostro se había desfigurado. Toda la magia se había ido y en su lugar, quedó un vacío en el que mi corazón parecía romperse en varios pedazos, una y otra vez.
«... Apenas nos estuvimos besando».
—Vaya, en verdad no se ve tan bien... — dijo Charlie. Se acercó a mí y pasó su brazo por mis hombros, soportando todo mi peso. —¿Te sientes bien, hermano?
Negué con la cabeza.
—¿Vamos adentro?— preguntó Maddie, mientras entrelazaba coquetamente su brazo con el de Ben y me ignoraba como si fuese una planta decorativa a su lado.
Bajé la mirada en silencio.
Todos asintieron y entraron, salvo Benjamin y Charlie. Miré a Benjamin con la vista torturada, sin poder componerme del todo. Él me devolvió la mirada, impasible... Como si nada.
—¡Ben!— llamó Maddie desde dentro del local.
—No te preocupes, yo lo puedo cuidar— dijo Charlie hacia Ben, como si yo lo estuviera deteniendo.
Negué con la cabeza y devolví mi vista a Charles. No era capaz de soportar lo que estaba viviendo.
—Le pediré a Bryan que venga por mí, no te preocupes, Charles.
—¿Estás seguro? ¿Te vas a perder la fiesta de compromiso de Ben y Maddie?
Creo que un putazo en los huevos me habría dolido menos. Miré hacia el cielo e inspiré profundo, intentando recomponer los trozos de mí que se habían descolocado al escuchar la sentencia que brotó de los labios del pelirrojo.
«Claro que por eso decidiste ir a jugar a la perra loca homosexual».
—Estoy seguro de que ni Ben ni Maddie me necesitan allí.
Benjamin por fin pareció reaccionar, y bajó la vista mientras se mordía los labios. Otra vez pude percibir cómo la respuesta rasgaba su garganta para salir, pero se mantuvo en silencio.
—Bueno...— dijo Charlie, como si notara la tensión del ambiente. —Ya sabes lo que dicen ¡No dejes que una mala experiencia te aleje de las drogas!
Y rio suave, como si todo se tratara simplemente de un mal viaje. Intenté sonreír, pero estoy seguro de que nada salió de mi boca. En cambio, podía sentir una lágrima queriendo saltar por la comisura de mi ojo izquierdo.
—Vamos, Ben— Charles empujó a Ben dentro del local, y me dedicó una última mirada. —¡Nos vemos en la escuela, Marc!
Asentí y mientras daba media vuelta, la lágrima por fin encontró un camino libre y cayó por mi cara. Y otra. Y muchas más, hasta que perdí la cuenta.
«Amigos... Amigos... Amigos...». La voz de Benjamin se repitió como una burla en las paredes de mi cerebro.
No, joder. No éramos amigos. Los amigos no te rompen el corazón de esa forma, ni mucho menos hacen esa mierda.
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¡Hola! Gracias por leer :)
Este es un capítulo que me emociona mucho compartir,
así que espero con ansia saber tu opinión.
Me harías extremedamente feliz si es que compartes en los comentarios qué te hizo sentir.
¡Un abrazo!
Ja Vinci
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