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16


La mañana siguiente toda la cabeza me daba vueltas. Había pasado el peor mal viaje de mi vida encerrado en la reunión de la Iglesia, "praying the gay away" (rezando para dejar de ser gay). Y por muy divertido que fue ver la cara de espanto del grupo, no era una experiencia que esperaba repetir en mi vida.

Para mi suerte, nadie se había dado cuenta de que estaba drogado. Habían asumido que mi numerito era parte del exorcismo, incluso llamaron a casa anunciado que todo iba bien en mi terapia. Pura mierda. No le di mayor importancia a ello, solo pensaba que no podía volver a fumar lo que me vendió el chico de la librería.

Necesitaba un nuevo dealer.

Me senté en el pasto junto a Catelyn, quien me sonrió amable al verme llegar. Habían pasado unos días del beso, y aunque no volvimos a conversar al respecto, parecía que todo estaba mejor entre nosotros. Cat me había invitado al grupo, y eso fue suficiente para que el resto acatara en silencio su orden de dejarme en paz. El clima era extraño, pero prefería estar allí que ser el triste paria de hace unos días.

—... Cuando llegué, Gina estaba tan colocada que me quedé con el porro en las manos.

—¡Bromeas!— exclamó Cat.

Charles estaba contando de sus andanzas en la fiesta de último año. O algo así fue lo que conseguí entender con la poca información que me dieron. Me daba igual, salvo por...

—¿Fumas?— pregunté a Charles.

El grupo completo se dio vuelta para verme. No sabía descifrar si fue por mi comentario, o porque no tenían ni idea que estaba sentado allí.

Para ser justo, no había hablado nada en todo el día.

Charles me sonrió.

—Solo de la buena ¿Necesitas?

—Le compré a un idiota de tercero en la biblioteca y fue el peor viaje de mi vida— confesé riendo.

En ese momento llegó Ben a sentarse junto al grupo. En su mano llevaba un vaso de café del día, como parecía ser costumbre. Se quitó sus audífonos y me dirigió la mirada. Una suave sonrisa bastó para robarme el aliento. Por instinto, me acomodé y traté de ajustar mi cabello, en un vano intento por verme bien.

Ay, joder. Aún no me acostumbraba a mi cabellera al ras.

—Se te nota— dijo Charles, provocando la risa de todos. —Parece que vomitaste la vida.

No mentía en nada. Mi rostro estaba pálido, tenía ojeras que delataban el mal sueño, y una estúpida espinilla había decidido aparecer en mi mejilla.

Me hundí un poco en mi puesto. Su comentario me hizo sentir horrible y patético.

—Veámonos después de clase— terminó por decir Charles.

—Me acabé el café— exclamó Ben de la nada, robándose la atención del grupo. —Voy por otro ¿Quieren algo?

—¡Que se callen para escuchar qué pasó con Gina!

El grupo rio bajo con el comentario de Cat. Pronto todos lanzaron órdenes al aire, que Ben se apresuró a memorizar. Yo me quedé en silencio, mirando el pasto crecer, con la esperanza de que la Tierra me tragara para no tener que lidiar con los nervios que me producía Ben.

—¿Y tú, Marc? — preguntó él, con una encantadora sonrisa, como si no le estuviera hablando al bicho raro del grupo.

Me pilló volando bajo.

—Un té sería agradable.

—¿Puedes ser menos británico?— mofó Chris, provocando otra risa del grupo.

Al parecer, a Chris todavía le molestaba mi existencia. Qué pena que aún no se enterara de lo jodidamente pendejo que yo podía ser.

—Jódete— respondí sonriendo. Aunque se lo decía muy en serio.

—¡Listo! ¡Todos tienen sus cafés! ¡El británico pidió un té! ¡Ahora suelta el chisme, YA! ¿Qué pasó con Gina?— exclamó exasperada Cat.

Benjamin levantó sus manos por sobre sus hombros en señal de defensa.

—Marc ¿Me ayudas? Me faltarán manos para traer todo.

Sentí la pesada mirada de Catelyn a punto de quitarme la cabeza si seguía interrumpiendo el chisme, por lo que solo me levanté en silencio y me apresuré en seguir a Ben. La idea de estar a solas con él no me agradaba, pero era mucho peor quedarme al lado de Chris y arriesgarme a seguir haciendo el ridículo.

Mientras caminábamos a la cafetería, mis ojos se desviaron una y otra vez hacia el chico de ojos azules. Traté de ser sutil, pero era difícil distinguir la realidad a su lado. Quería guardar cada detalle de él en mi memoria. Me gustaba todo lo que hacía, cómo caminaba, la forma en la que despejaba su frente de su pelo, y ese gesto nervioso que tenía a ratos de arreglar su reloj, aunque no necesitaba arreglo.

Mierda. No puede ser que me guste tanto.

Ben me miró de reojo y sonrió, divertido quizás porque no le quité nunca el ojo. Bajé la vista, avergonzado, y metí las manos en los bolsillos.

—¿Quieres ver algo genial?

Asentí en silencio. Mi corazón latió desbocado al sentir su atención en mí. Cada vez que hacía eso, me sentía bien. Una sensación placentera recorría mi cuerpo y el nudo en mi garganta se destrababa un poco.

Me encantaba cómo cautivaba la atención, pero en especial cómo cautivaba la mía.

Ben me mostró su muñeca por sobre mi mirada, donde encima del reloj una pulsera de plata rodeaba su piel, con la palabra "igualdad" grabada encima.

—Linda pulsera— dije tratando de sonar sarcástico, como un mecanismo para enmascarar mi entusiasmo.

Benjamin sonrió. ¿Por qué no lo espantaba mi humor de mierda? Apartó su mano de mi vista. Sin dejar de caminar, llevó la otra mano hacia la pulsera y un suave ¡clic! sonó. Volvió a mostrarme su muñeca.

—¿La ves ahora?

La pulsera estaba abierta y dejaba ver un arco iris detrás de la palabra "igualdad".

Ben abrió la puerta de la cafetería para mí, pero me quedé mirando su muñeca, asombrado.

Benjamin sonrió y me dio un leve empujón para que entrara a la cafetería. Volvió a cerrar el mecanismo de su pulsera y el arco iris desapareció.

—¡Está genial!

—Lo sé.

Benjamin continuó caminando y me obligó a seguirlo. Di un par de zancadas hasta alcanzarlo en la fila.

— ¿Por qué...?

— Creo que ya sabes por qué la tengo.

Me miró de reojo y volvió a esbozar una sonrisa.

No quería hacerme ilusiones, pero estaba bastante seguro de que me estaba coqueteando. Y la sola idea me hizo sentir en una nube. Mis entrañas se derritieron, y mi corazón latió con tanta fuerza que pude sentirlo incluso por sobre la camisa. Lancé una carcajada nerviosa y mordí mis labios, intentando desviar la atención del rubor de mis mejillas.

—Que no muerdo.

Ay. No. Me fue imposible ocultar la tensión en mi sonrisa nerviosa, peor aún el sudor que de pronto atacó mis manos. Mi estómago era un nudo, que se enredaba confuso sin saber cómo responder las señales de Ben. Aunque no necesitaba decir nada para quedar en evidencia.

Él sabía que me tenía embobado.

La fila avanzó un poco y nosotros con ella, en un silencio sofocante.

—Creo que necesito una de esas— solté por fin, sonriendo.

—Tú casi que lo gritas.

Abrí mi boca y lo miré atónito.

—Con ese gesto, por ejemplo.

—Jódete.

La risa de Ben inundó mis oídos, y adormeció el dolor en mi corazón. Me hacía sonreír, y no podía ocultarlo. Él extendió su tarjeta de crédito a la cajera mientras rápidamente hacía la larga orden para el grupo. Me miró.

—¿Qué querías tú?

—Un té

Me sonrió con ternura.

—¿Puedes ser menos británico?

La broma de Chris en los labios de Ben sonaba mucho más inocente, pero no podía demostrarlo.

—Jódete— repetí, tratando de sonar más molesto.

Ben me miró sonriendo y yo a él. Terminó la orden y con un amistoso golpe en el hombro, me indicó el camino para recibir las bebidas.

Fue estúpido, lo sé, pero por un momento pensé que estábamos muy conectados, y me dejé llevar por la idea de que así era.

—¿Y cómo estás tras tu numerito de ayer en la Iglesia?— dijo Ben con toda naturalidad, como si esa frase no fuera un puñal contra mi embobado corazón.

Sus palabras me atraparon en una red que no pude prever. Me sentí como una mosca que cayó en una telaraña oculta. Traicionado. Asustado. Indefenso.

Frené en seco y giré a verle.

—¿Sabes de... la Iglesia?

—Los zapatos del sacerdote que ensuciaste, eran los de mi tío— continuó con una sonrisa mucho más divertida de lo que esperaba, sin poder acusar que me estaba rompiendo en pedazos.

Me quedé allí, atónito. Intenté recomponerme, pero podía sentir la sangre escapando de mi piel y dejándome aún más blanco. No sabía cómo responder.

Aún no podía descifrar si es que Ben me estaba coqueteando, y él sabía que estaba en la estúpida terapia. Mi cerebro no era capaz de procesar esa información y darme una respuesta lógica de cómo actuar. Estaba haciendo literalmente un cortocircuito.

—Tu pedido está listo, Ben— anunció la barista para mi suerte.

Ben se acercó a tomar las bebidas y me extendió el té con una sonrisa, como si nada, como si lo que acababa de decir fuera tan natural como que el pasto era verde. No pude reaccionar para recibir mi té, y fue en ese momento que Ben borró la sonrisa de su rostro y le pidió a la barista algo para tomar las bebidas. Una vez todo en mano, me tomó del hombro y me obligó a caminar hasta una mesa más apartada.

—Yo...

—Disculpa, Marc— dijo Ben, tras sentarse frente a mí. —Solo estaba tratando de hacer una conversación casual, pero fui muy descortés-

—¿Hace cuánto sabes que voy?

Ben suspiró y juntó sus manos sobre la mesa, muy cerca de las mías. Su meñique acariciaba el dorso de mi mano, y aún en contra de todo lo que quería demostrar, me dejé llevar por su tacto.

—Ayer vi a mi tío y me comentó que el nuevo chico inglés del grupo había vomitado sus intestinos mientras rezaban en la Iglesia. Asumí que se trataba de ti. Pero no debí mencionarlo, perdón.

Me quedé en silencio, mirando fijamente el vaso de té inglés que me ofrecía Benjamin. Lo tomé entre mis manos y bajé la vista.

—Disculpa, no quería poner todo raro.

—No importa— mentí, mientras fingía una sonrisa.

Realmente no quería que importara. Y a pesar de que sentí su broma como una daga al corazón, intenté quitarle el perfil a la situación, como si nada hubiera pasado. Como cuando te caes en público y te levantas rápidamente fingiendo que no te dolió.

Traté de verme natural y llené el incómodo silencio con un poco de té, pero de inmediato me arrepentí.

—¡¿Cómo mierda preparan el té aquí?!

Una melodiosa carcajada escapó de sus labios. Dios. Esa risa era una explosión de dopamina para mi cerebro.

—¿Con agua?

—¿Y no le ponen leche, joder?

—Se paga extra, Marc. Esto es América (This is America)— dijo riendo.

Le miré con más gracia, y verlo sonreír sin inhibirse quitó el velo de extrañeza que había dejado la conversación. Comencé a reír junto a él.

—Y me agarró cagándola. (And it caught me slippin' up)— bromeé, haciendo referencia a la canción de Childish Gambino que la estaba rompiendo.

Nos miramos por unos segundos tratando de contener la risa para no llamar la atención de todo el casino. Era una pésima broma, pero no pude aguantarlo. Hacer reír a Ben me estaba entregando años de vida. Verlo ser él, sin caretas, sin ese intento de ser el chico perfecto, me robaba el corazón.

Entonces sonó el celular de Benjamin y nos trajo de vuelta a la Tierra. Él miró la pantalla, frunció los labios y toda la naturalidad abandonó su rostro. Parecía que acababa de perder una partida millonaria de poker. Traté de pensar qué podía ser tan terrible como para matar así el ambiente, pero claramente no había hecho mi tarea. Hasta ese momento aún no entendía la cantidad de dinero e influencia que había a mi lado.

Contestó el teléfono y se quedó en el más completo silencio. Los ojos de Ben estaban perdidos y su sonrisa había desaparecido. No dijo una palabra por un sólido minuto. Le hice un gesto de incomprensión.

—Sé que iba a la baja— dijo por fin, hablando al teléfono. —Junto al equipo de la bolsa habíamos realizado un plan de emergencia porque manejamos información sensible de Hammer's...

Benjamin me miró y rodeó sus ojos hacia el teléfono, como si quisiera con eso revelar que la conversación era una pesada carga. Alejó el teléfono de su oreja y me extendió las bebidas que había pedido el grupo.

—Ve. Voy a tardar un rato.

Apenas alcancé a decirle adiós antes de que se perdiera por los amplios pasillos de la escuela, con rumbo quién-sabrá-dónde.

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