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15




Todo sonaba como si estuviera abajo del agua, a pesar de que estaba literalmente a mi lado. No sentía el peso de mi cuerpo, pero sí podía sentir la tela que rozaba mi piel con cada movimiento que daba.

Físicamente, estaba en la iglesia, frente al caballero en sotana, que no dejaba de preguntar por qué permití que grabaran ese video de mí. Pero mi espíritu no estaba allí.

Me encontraba volando a kilómetros de Texas, en un espacio que solo conocía bajo el efecto de la tranquilizante María. Probablemente a la única María que le rezaría alguna vez en la vida.

—Marc... ¿Sabes qué pensé de ti cuando vi ese vídeo?

Su voz era un lejano anzuelo, que se escabullía sediento en el mar de mi conciencia, intentando arrancarme de un tirón de las tranquilas corrientes en mi océano. Pero no pensaba coger esa trampa.

Me encogí de hombros, indiferente.

—Me imaginé una pequeña oveja perdida del rebaño, que solo necesitaba un camino seguro para llegar a casa.

—Sí, claro.

—Y conversé con tu padre... Hablamos de todos los errores que cometió contigo, todo lo que necesitaba hacer para traerte a casa, y ser el padre que Dios le ordenó.

La voz del sacerdote era un murmullo en la superficie. Mi cabeza nadaba bajo el mar, siguiendo el eco de la risa de Benjamin al escucharme decir una grosería. Su dulce melodía rebotaba por mis oídos, ahogando todo lo que estaba a mi alrededor para ponerle atención solo a él. El mero recuerdo de Ben me dibujó una rápida sonrisa, que me obligué a acallar en un segundo.

—Marcus, llegaste a casa.

Mierda. Mordí el anzuelo. La voz del sacerdote me arrastró fuera de la superficie, y me sentí ahogado, como un pez fuera del agua, cuando sentí su mano atrapar mi rodilla.

Su tacto me llevó incluso más allá de la Iglesia, fuera del espacio-tiempo, y de pronto terminé en mi más amargo recuerdo. Sabía que estaba en la Iglesia, pero a través de mis pupilas volví a estar frente a Jared, en aquella infernal fiesta.

El olor a su sudor inundó mis fosas nasales, y pude ver con claridad su torso desnudo respirar agitado frente a mí. La temperatura subió. Mi frente comenzó a sudar, al igual que mis manos, y pronto el sudor me unió al asiento. Ya no podía moverme, por más que intentaba quitar mis manos, parecían estar pegadas. Mierda. Se sentían como dos anclas arrastrándome al piso. Todo mi cuerpo se estaba desvanecido en mis zapatos. Todo el cuarto me tragaba.

—¡Qué puerco, Marcus!— gritó Bridget, desde alguna parte del cuarto.

Podía sentir el palpitar de mi corazón por sobre mi pecho, en mis muñecas, en mis piernas, en mi estómago. Todo mi cuerpo era un gran pálpito del corazón. Ya no podía distinguir la silueta del maldito sacerdote frente a mí, por más que intentaba verlo. Solo veía dos grandes sombras con sonrisas maquiavélicas, que se proyectaban gigantes a la luz de un infernal fuego. Me tomaron y arrastraron por la oscuridad, hasta quedar frente a la imagen de Jared, con su polla al descubierto, sonriéndome como una horrible visión demoníaca. A mi alrededor todo sonaba como una gran masa de personas disfrutando mi desgracia, como un monstruo gigante, la alegoría misma de un ángel. No sabía qué era real, ni podía ver con claridad, como si las luces ya no existieran. No sabía si era día o noche.

La cabeza me daba mil vueltas.

—¡¡¡Apuesto que Nicky estará feliz de saber esto!!!— gritaba Bridget desde alguna parte del círculo de sombras a mi alrededor. Su voz chillona, riendo, retumbaba en mis oídos

—Terminamos— respondí en un susurro.

No estaba seguro de qué estaba pasando. Mis párpados se sentían pesados, no era capaz de mantenerme de pie. Todo mi cuerpo me pesaba y se sentía liviano al mismo tiempo. Podía sentir el palpitar de mis venas, como si una energía sin precedentes me recorriera por completo.

—¡Castiga a los impuros!

—¡Amén!

«Todo esto no es real. No es real».

—¡Salva a tus hijos temerosos de la mano de Satanás!

—¡Amén!

«No es real».

Me agaché en mi posición, abrazando mi cuerpo en un intento de mantener la calma.

«No... es...»

—¡Salva a tu hijo, Marcus Holly! ¡¡EXPULSA EL PECADO DE SU CUERPO!!

«Amén».

En ese mismo momento vomité mis zapatillas y de inmediato todo dejó de dar vueltas a mi alrededor. El olor a vómito que inundó mis fosas nasales me estrelló contra la realidad, y en seguida vi las miradas asqueadas del resto del grupo de la Iglesia mirarme de vuelta.

Atrás había quedado el infierno. Las llamas abrasadoras eran apenas unas tímidas velas bajo la figura de santos. El color rojizo se había desteñido y todo se veía con la claridad del día.

—Joder, qué viaje— susurré.

Escuché las exclamaciones de todo el grupo antes de desvanecerme en el piso.

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