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13


Desde la banca podía ver el jardín de cerezos floreciendo, y me pareció tan hermoso que solo quería quedarme ahí y concentrarme en su belleza. Había vivido días tan grises que ni siquiera reparé en que afuera podía haber otro color que no fuera el negro.

En ese momento quería ser un cerezo, y que mis ramas enterradas en el piso me sujetaran con fuerza a la Tierra. Quería ser una bonita flor que todos admirarían al pasar. Quería florecer y ser efímero, para terminar en el piso antes de que pudieran odiar mis colores y mi aroma. Quería enterrarme en el suelo y pudrirme antes de ser semilla, porque así nunca tendría que volver a vivir.

Pero yo no era un cerezo. Y jamás podría ser nada de esas cosas. Ante los ojos del resto solo era un marica chupapollas. Eso y nada más.

—¿Puedes dejar de ser la reina del drama y volver a la clase? —dijo la voz que menos quería escuchar en ese momento.

La hermosa postal del jardín de cerezos se vio interrumpida por el maldito sol que era Catelyn Rayford. Le miré sin mover un puto músculo. Absolutamente todo mi ser quería despedazarla.

Ella rodeó los ojos y se sentó a un lado mío, obligándome a moverme.

—¡Vale! ¡Tú ganas! —dijo, alzando sus manos al aire en un gesto de burla. —¡PERDÓN! Uy, qué sensible.

Esta vez ni siquiera me molesté en mirarla, solo me quedé allí... inmóvil. Con mis manos cruzadas por sobre mis rodillas y mi cabeza escondida entre los hombros.

No era tan machista como para creer que no podía golpear a una mujer cuando estaba siendo una real hijadeputa, pero sí sabía que de lanzarle un golpe a Catelyn, era mi destino irme de patitas a la calle con la Academia. Y no quería imaginar qué diablos haría Rick conmigo si eso pasaba.

Además, que no tenía nada que pelear. ¿Qué le iba a decir? Porque mintiendo no estaba. Sí, era un chupapijas, y no tendría nunca cómo ocultarlo. Había un puto vídeo en internet para que toda la maldita posteridad se enterara de aquella vez que una verga casi me atravesó el cuello.

Solo un maldito chupapijas.

—Bueno... Chau.

Catelyn se levantó de la banca.

—¿Y qué? —pregunté de la nada, tomando por sorpresa a la chica de cabellos dorados.

La escuché detener sus pasos y voltearse. Levanté mi vista y la vi allí, paralizada, confundida. De seguro no esperaba que le dijera nada. Asustada ya no parecía la misma pendeja petulante y ricachona de hace unos minutos. Me alegró sentir que por fin no era la niñita rica de papi. Ahora era como cualquier mortal más.

Y si algo tenía, era el poder de molestar a cualquier otro mortal.

—Soy un maldito chupapijas ¿Y qué?

Ella retrocedió un paso que me apresure en adelantar.

—¿Por qué mierda te importa?

Intentaba mantener la vista, aunque sus pupilas rodeaban el lugar en busca de cómo escapar. Estaba acorralada.

Negué con la cabeza y volví a acortar nuestra distancia.

—¿En qué demonios te afecta?— dije, sonriendo de medio lado. Estaba disfrutando su expresión de pánico. —Si algo es seguro es que ni en sueños te tocaría a ti, no tienes pija qué chupar.

—No... yo..-

—¡Dime la puta verdad! ¡¿Qué mierda te hice?!

Ella me miró aún más aterrada.

—Soy un puto marica ¡Y qué!

Silencio. Solo podía escuchar su jadeo nervioso, mientras sus pupilas se desorbitaban buscando a dónde correr.

— ¡Habla!

—¡Maldita sea! ¡Porque me gustas!— gritó, cerrando sus ojos como si las palabras le pesaran en su interior.

Esa no era la respuesta que esperaba. Y no estaba listo para ella.

Me quedé de piedra. Catelyn me observó por un largo momento y luego bajó la vista en un suspiro, avergonzada. Se volvió a sentar en la banca y me dejó allí, sin comprender absolutamente nada.

Me giré lentamente a verla, mientras en mi cabeza pasaban los pocos encuentros que había tenido con Catelyn, intentando entender si es que en algún momento había mostrado el más mínimo interés en mí.

—¿Te gusto? —pregunté incrédulo, con un tono de burla en mi voz.

Con mi respuesta, Catelyn escondió su cabeza entre sus hombros y su cuerpo comenzó a temblar.

Mierda.

Fue eso lo que por fin me hizo reaccionar y darme cuenta de lo que ella me había confesado. Bajé mi guardia y me arrodillé para buscar su mirada. Catelyn alejó su vista de mí, pero una gota cayó sobre mi mano cuando intenté apartar el cabello de su rostro.

Estaba llorando.

—¿Estás bien? —pregunté con calma, en un tono que hasta a mí me sorprendió tras semejante actuación.

—No actúes como si te importara una mierda.

—Hey...— me senté a su lado e intenté rodearla con mis brazos, pero ella me apartó con un manotazo.

—No intentes compadecerme, Marc. Sé que me encuentras patética por haber sentido algo por ti.

—¡Hey!

Esta vez le tomé de la mano antes de que pudiera salir corriendo. Catelyn miró con sorpresa su mano atrapada con la mía.

—Yo más que nadie no soy quién para llamar a otra persona patética —. Tragué saliva con dificultad. —Lo... Lo siento por obligarte a contarme algo que no querías decir.

Catelyn miró nuestras manos unidas y sus ojos se hicieron aún más cristalinos. Esta vez comenzó a llorar de verdad, en plan real. Dejó caer su cabeza sobre mi hombro y dio rienda suelta a su tristeza.

Por mucho que me duela admitirlo, logró conmover mi corazón. Yo también sabía lo que era sentirse rechazado y patético, y tener que lidiar con todo eso en tu interior era mucho trabajo. Tratar de descifrar el corazón era aún peor.

Antes de Jared solo había salido con un chico, Nick. Y decir que habíamos sido novios era estirar mucho el concepto... apenas salimos por una semana antes de cortar lo que sea que estábamos intentando. Fue por ese "despecho" que terminé chupándole la verga a Jared. Y cuando lo hice ni siquiera estaba seguro de que realmente me gustaban los hombres.

Es decir, me llamaban la atención tanto como las chicas, pero no tuve tiempo de aclararlo. Internet sentenció que me tocaba hacer el papel de gay.

Jamás lo pensé posible, pero en ese momento podía empatizar con Catelyn como nadie en la Academia. Porque se me salía el corazón de los nervios de solo imaginar confesar lo que sentía por Ben... a Ben.

Cat lloró por unos largos minutos sobre mi hombro, mientras le hacía cariño en su cabello intentando consolarla.

—No puedo creer que me guste el único gay de la escuela.

Lance una risa socarrona.

—Sé lo que es fijarte en quien no deberías...

Catelyn bajó la vista y jugó con su peinado entre sus finos dedos.

—Siempre miro a quien jamás se fijaría en mí... Dios, soy tan estúpida.

Su labio inferior hizo un puchero que conmovió hasta mi más maléfica célula. Acaricié su mano y me acerqué a ella.

—Por favor no te confundas con lo que voy a hacer.

Y terminé por cortar nuestra distancia con un casto beso, que en el fondo de mi corazón deseaba estar dándoselo a él.

Sabía que ese beso no haría nada por ella, pero podía entender su dolor y quizás, solo quizás, si lográbamos conectarnos por un miserable momento, ella podría entender la pesada cruz que cargaba conmigo y dejaría, de una vez por todas, de ser una perra.

Nos separamos lentamente y al abrir mis ojos, pude ver su rostro relajado y sus párpados cerrados en una expresión de calma. Así se veía mucho más bella de lo que ya era.

—No creo que seas patética ni estúpida. Eres infernalmente desagradable, pero solo eso.

Catelyn lanzó una sutil carcajada y separó nuestras manos. Le sonreí de vuelta. Pronto sus ojos volvieron a capturar a la niña mimada impenetrable.

—Gracias, Marc, pero no necesito tus besos de lástima para sentirme mejor conmigo misma— me dijo con una sonrisa cómplice, como si fuéramos amigos de toda la vida.

Le sonreí también y levanté mis manos por sobre mi hombro.

—Ahora ¿volvemos a clase?

Catelyn se había levantado y, con un pañuelo que sacó de su bolsillo, estaba limpiando sutilmente el rastro que habían dejado sus lágrimas. En pocos segundos volvió a ser el maldito sol que era Catelyn Ryford.

—Claro, las reinas del drama primero— dije bromeando. Catelyn golpeó mi hombro y me obligó a caminar —¡Auch!

Por primera vez desde que llegué a Texas pensé que podía hacer las cosas bien. Me pregunto si cuando Ben creyó que podía mejorar mi relación con Cat siquiera pasó por su cabeza que eso sucedería con un beso, y si de saberlo habría evitado que sucediera.

Me gusta creer que de haberlo sabido le habría partido el alma. Porque sé que en el fondo no soy una buena persona, y una parte muy oscura de mí habría disfrutado viéndolo pasar por lo que me hizo pasar a mí.

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