12
La última vuelta a la cancha se sintió como el final de una maratón. Quedé con ambas manos en las rodillas, tratando de recobrar el aliento. Mi estado físico jamás había estado bien, pero tras pasar semanas solo viendo la tele en la Residencia de Servicios Sociales, estaba aún peor.
—Bien, águilas— dijo el profesor, refiriéndose a la mascota escolar. —Todo el mundo a realizar su rutina en las máquinas. Tienen cinco minutos antes de entrar al gimnasio.
—Entrenador— interrumpió Benjamin, llamando la atención de la clase. A diferencia mía, él ni siquiera había sudado con el calentamiento. —Marc no tiene pareja de entrenamiento.
Me reincorporé a duras penas.
—Yo no...— jadeé. Quería decir que no necesitaba pareja, pero apenas podía hablar.
—Buen punto, Kingsman— el entrenador miró a la clase, haciendo una pequeña matemática mental. —Somos impar, por lo que ahora habrá un grupo y cinco duplas.
Rodeé los ojos e hice un nuevo esfuerzo por hablar.
—No necesito...— mi voz apenas era un susurro. Mierda.
—Kingsman, Rayford. Están de suerte, Holly se unirá a su trabajo.
Pude ver el rostro de Catelyn desfigurarse ante la noticia del entrenador y a Chris apuntarla riendo. Pero en ese momento me importó una mierda. Estaba muy cansado.
La clase se desintegró camino a la sala de gimnasio y una vez que todos se marcharon, caí derrotado al piso.
—Creí que con el corte de pelo serías más aerodinámico... —escuché de una voz calmada, con un agradable tono de gracia que me obligó a dibujar una sonrisa. Era Ben, caminando hacia mí.
Me tendió su mano para levantarme.
Disfracé mi emoción de enojo, esperando que se fuera lejos. De las mil formas en las que había imaginado que volveríamos a hablar, ninguna de ellas me tenía a mí luchando por traer aire a mis pulmones.
Pero él se quedó allí con su mano extendida, sonriendo como un puto ángel.
—Jódete, Ben.
A cambio de mi actitud de mierda, escuché una melodiosa carcajada, como si tan solo hubiese lanzado un chiste. Mi corazón se desbocó alocado, ingenuo, alegre. Supongo que fueron esas pequeñas cosas que me hicieron caer tan rápido por él.
Ben tomó mi mano y me obligó a reincorporarme.
En la puerta de la sala de gimnasia estaba Catelyn, esperándonos impaciente. En cuanto me vio, rodeó sus ojos y se perdió dentro del salón.
—Vaya comitiva de recibimiento.
—Te prometo que no muerde— respondió tranquilo, como si no pudiera leer la tensión en el ambiente. —Solo dale un poco de tiempo.
—Ajá.
La primera parte de la clase, Benjamin envió a Catelyn al otro lado del gimnasio, excusando algo absurdo que ella ni siquiera cuestionó. Cuando estuvimos a solas se apresuró a aclarar que en realidad solo creía que necesitábamos espacio para calmar las cosas. Intento creer que esperaba que pudiéramos limar las asperezas, y que en cierta forma quería que quedara en su grupo para que eso pasará... Pero por sobre todo, me gusta creer que quería pasar más tiempo conmigo.
Internamente, le agradecí, porque no estaba listo para enfrentarla después de lo que pasó en la cafetería, aunque siendo honesto... tampoco estaba listo para lo que vería a continuación.
No tengo otra excusa más allá de declarar lo obvio: soy un idiota, porque no fui capaz de prever que en una clase de gimnasia sería lógico que vería a Ben hacer ejercicio. Y no me había preparado para esa imagen.
Incluso por sobre su camiseta, pude divisar sus músculos apretándose y su cuerpo trabajado comenzando a sudar, y me maldije, como lo hago ahora, por no ser capaz de ocultar siquiera un poco cuánto me llamaba la atención.
Estoy seguro de que sin importar cuanto intenté evitarlo, Benjamin notó mis ojos devorando su cuerpo.
Y no dijo nada.
Solo me vio observarlo, como si quisiera asegurarse de que estaba completamente embobado con él.
—Holly ¿Cierto? ¿Todo bien?
Mierda.
Era el entrenador que había llegado a mi lado, y que de seguro me vio babear frente a Ben.
Mierda. Mierda. Mierda.
Traté de recomponerme rápido y actuar natural. Necesitaba pensar en una excusa barata que no me dejara en evidencia, pero nada aparecía en mi cabeza.
Joder, llevaba demasiado tiempo en silencio ¡Piensa, maldita sea!
—Yo...
—No conoce bien las máquinas, entrenador— me interrumpió Ben, sin detener sus abdominales. —Le estaba mostrando cómo se utilizan.
Y eso bastó para calmarlo. Ben habló de forma tan natural que me convenció incluso a mí que eso era lo que había pasado. Claro que habíamos acordado que él me enseñaría cómo diablos usar una simple máquina de abdominales.
El entrenador se fue rápidamente a molestar al siguiente grupo. Y yo pude sentir el nudo en mi pecho desenredarse... y mis mejillas arder al caer en cuenta de lo que realmente había pasado.
Jamás me había comportado así por nadie. Si algo, en Londres pasaba a la inversa. Estaba acostumbrado a las miradas de otras personas mucho antes del vídeo, pero jamás había encontrado a nadie que me hiciera sentir tan idiota de solo estar a su lado.
No fui capaz de hablar, ni de volver a mirarlo. Me senté en una de las máquinas un poco más allá, con las mejillas ardiendo de vergüenza, y traté de pensar en las miles de cosas que me complicaban la existencia. Era mucho más fácil mantener una imagen de adolescente torturado, que asumir que Ben me estaba volviendo loco. No podía quitar de mi cabeza la imagen de su cuerpo sudando, y ese quejido sutil que ahogaba entre los labios al esforzarse por levantar su torso. No quería olvidar sus ojos azules mirándome de vuelta, como si me estuvieran dando permiso a admirarlo, cuál escultura dentro de un museo.
No podía pensar en otra cosa, y pronto me di cuenta de que al lado de Ben jamás podría mantener mi faceta de chico rudo. El precalentamiento me había matado, era lógico que lanzarme a hacer la secuencia de abdominales me arrastraría aún más rápido a mi tumba.
Apenas iba en la sexta repetición cuando escuché la risita de Ben a mi lado, y mi corazón se saltó un latido nuevamente. Este maldito corazón traicionero.
—¿Cómo vas?
—Jódete— le respondí con las mejillas ardiendo.
En ese momento no quería nada. Solo que se fuera un rato al carajo para sentirme por un segundo más seguro de mí mismo. Odiaba verme como una sopa de hormonas. A su lado era imposible ocultarlo.
Y otra vez, a cambio de mi humor de mierda, escuché su melodiosa risa, como si cada palabra que decía la recibiera como un puto chiste. Esa maravillosa carcajada que sonaba como una dulce balada en mis oídos. Suave, aterciopelada y elegante. Esa carcajada adormecía mi ansiedad y me hacía creer que realmente había cosas buenas en el mundo.
Con su alegría no podía pensar, mucho menos fingir.
—Venga, te ayudo.
En ese momento mi respiración se cortó. Si solo ver a Benjamin había logrado quitarme el aliento, no quería ni imaginar lo que pasaría si es que se acercaba más a mí. Traté de idear alguna excusa para evitar que me ayudara, pero antes de que pudiera decir nada, la voz de Catelyn se interpuso.
—Son solo abdominales, Ben. Puede hacerlo solo.
Ni me había dado cuenta de que había vuelto. Joder, era como si realmente todo a mi alrededor no existiera al lado de Ben.
—Somos un equipo de trabajo, Cat. La idea es ayudarnos en esto.
—Sí, pero no tienes por qué tocarlo.
Me levanté de la máquina de abdominales y rodeé mis ojos. Para mi suerte, Catelyn me ayudaba a sacar a aquel pendejo confiado y sarcástico que se había perdido al fondo de mi corazón.
—Cuidado, Ben, te harás gay si me tocas—bromeé con una sonrisa.
Ben me sonrió de vuelta, como si pudiera entender a dónde iba con mi chiste, y se acercó a mí, sujetando mis piernas.
—Tienes razón, Cat— dijo, actuando como si lo estuviera poseyendo— Puedo sentir cómo... un espíritu gay se está apoderando... de mí...
Me reí a carcajadas junto a Ben. Casi ni recordaba la última vez que algo me había causado tanta gracia, pero había salido tan natural de mí que ni siquiera tuve que cuestionar si el chiste era bueno. Por unos pequeños segundos sentí como si todo estuviera bien en mi vida, y la mera sensación fue suficiente para darme una luz de esperanza entre mi oscuridad.
Con Ben había una pequeña luz que seguir.
—Son un par de imbéciles, los dos — espetó Cat, antes de darse media vuelta.
Me levanté de la máquina, haciendo Ben a un lado y traté de detener la huida de Catelyn. Estaba seguro de que podía decir algo gracioso y tratar de convencerla de que era un buen chiste, pero antes de que las palabras salieran de mi boca, ella gritó, llamando la atención de toda la clase hacia nosotros.
—¡NO ME TOQUES, CHUPAPOLLAS!
Silencio.
Y la luz había muerto.
Había escuchado a muchas personas llamarme así desde el vídeo. En un inicio había intentado llevarlo con orgullo, pero me fue imposible sostenerlo por más de unos días. Después de todo lo que arrastró consigo ese vídeo, cada vez que alguien me llamaba así, sentía como algo en mí se rompía.
El cuarto había quedado en el más doloroso silencio, como si todos pudieran escuchar las piezas dentro de mi explotar y desparramarse en el piso. No necesité mirar a mi alrededor para entender que todos tenían su vista clavada en mí, esperando la respuesta que terminaría de cavar mi tumba.
Solo mi corazón se escuchaba caer en pedazos. Fuerte. Desnudo. Adolorido.
Me quedé congelado en mi posición por unos sólidos segundos antes de reaccionar. No había nada que podía decir, ninguna respuesta ingeniosa me sacaría de ahí.
Solo quedaba huir.
—Marc, por favor... — escuché la voz de Ben.
Pero me importó una mierda. Ni su voluntad de cuento de hadas lograría sacarme del hoyo en el que estaba sumergido. Me sentí como un idiota por creer que con recibir un poco de atención lograría calmar todo el dolor que había vivido.
Cerré la puerta del gimnasio con un estruendo tan fuerte que esperaba que cerraría también mi corazón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro