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III.


Advertencia: Contenido adulto



Mis manos recorren con reverencia los parajes añorados de tu cuerpo.

Suspiros lúbricos son la réplica a mi tacto.

Hace ya unas horas que dejamos atrás tu estudio. Una sucesión aleatoria de canciones nos ha acompañado desde lejos.

Pero la música que me endulza el oído, es la que componen tus suspiros, tus gemidos, tu voz rota por el placer.

Tu lecho mullido y tus sábanas perfumadas acogen nuestro encuentro.

Me ensaño en las sonrosadas protuberancias de tu pecho. Un delicioso gruñido gutural se escapa de tus labios obstruidos por la mordaza.

Veo con envidia la pelotita de goma, que recibe la presión de tus dientes al morderla.

Te retiro la venda de los ojos, porque quiero que me mires. Quiero que me mires afanado en saborear tu piel.

Tu mirada voluptuosa se clava en mí. Me taladra.

Tuviste a bien recordarme que, en tu armario, se encontraba celosamente guardado el último obsequio que te entregué por tu aniversario.

Te has avenido a cada uno de mis caprichos.

Me incorporo un poco y te sonrío. Mi aguja escarlata se arrastra, perezosa, en el perfecto valle de tu pecho, de tu vientre firme, y levanta estremecimientos ahí por donde pasa.

Jadeas, perdido en la sensación. Arqueas la cabeza hacia atrás. Cierras los ojos.

―¿Qué pasa, mon coeur? ¿Te estoy haciendo daño?

Bajo una de mis manos y aumento un poco la intensidad del vibrador.

Un gorjeo de ave canora se eleva desde tu garganta adorable, ondulante, que mis labios prueban enseguida.

Mis dedos vuelven a tus pezones, para torturarlos un poco más.

Tus manos se ceban en tus amarras. Desesperas. Te retuerces. Las fibras que te atan se escarchan con una fina pátina de hielo.

Ahora subo a tu mentón para mordisquearlo. Estoy tentado a quitarte la mordaza, pero tu ansiedad me resulta tan estimulante, que me resisto. La pelotita que obtura tu voz permanece un poco más entre tus labios.

»¿Se siente bien, mi amor? ¿Es agradable, es placentero...?

Hundo mis dedos en el sedoso vello rojo de tu entrepierna, humedecido por tu último orgasmo. Tu cadera se arquea con delectación, buscando un contacto más íntimo.

Dioses. En verdad estás disfrutando.

Aumento un poco más la intensidad del masajeador.

Desesperas.

Agitas la cabeza de un lado a otro. Un coro de gemidos es la respuesta que obtengo a mi pregunta y mis acciones.

Acaricio con vigor ese sexo que, de nuevo, se estremece, se desborda.

Te sonrío con lascivia. Te niego la liberación. Ésa, me la entregarás en unos momentos, cuando te devore.

Mientras tanto, vuelvo a prenderme de tu pecho como si me alimentara de él. Y cuando tus gemidos se vuelven roncos y erráticos, lo abandono para dirigirme a mi nueva presa: tu sexo erguido, ardiente, que se pierde en mi boca ávida de tu sabor.

Ah, mi amor. Mi amor.

Cómo te desbordas.

Cómo desesperas.

Cómo pides por más.

Cuando tu placer se derrama y mi lengua lo degusta, cuando tus jadeos y los míos se mezclan, es que te retiro la mordaza.

Quiero escucharte. Quiero escuchar cómo me exiges que no me detenga...

Ahhh... ! Mon soleil... ! Mon soleil... !

Me enloqueces, Camus, me enloqueces... Te beso los labios, los párpados, la nariz...

Quisiera devorarte a besos.

―¿Qué cosa, mi amor? ¿Qué cosa...? ¿Te he lastimado?

Suspiras. Por mis besos, por mis caricias, por pura expectación...

Non, non... ! Encore... ! Encore, plus... ! S'il te plaît... ! Je t'en prie... Mon soleil, mon amour... (1)

Quisiera meterme en tus huesos, meterte en los míos... y permanecer así para siempre...

―¿Más, chouchou...? ¿Seguro...?

Te remueves debajo de mí. Tus caderas buscan las mías.

―Que sí... Oui, oui... J'ai besoin de toi... (2)

Yo también te necesito, mon coeur... Te necesito como un desquiciado...

―Sí, mi amor. Como quieras, como desees... Tes souhaits sont mandat, mon coeur... (3)

El vibrador va a parar a alguna parte que no me interesa. Es mi carne la que ahora se une a la tuya. La que llena la tuya...

»¡Ah, dioses! ¿Por qué eres tan exquisito? ¡No me canso... no me sacio nunca!

Te beso, embriagado de ti.

Enloquecido de ti.

Tu dulce intimidad me acuna. Me llama.

Estás perdiendo el control. Por completo.

La piel se me pone de gallina porque, otra vez, has congelado tus amarras y la cabecera de nuestra cama está cubierta de hielo.

No me molesta.

En este momento, el frío potencia las sensaciones. Las tuyas. Las mías.

Tu mirada, cristalizada en el éxtasis que se avecina, se liga con la mía.

Tus labios entreabiertos, tu piel húmeda y erizada, tus mejillas ruborosas, son una droga. Una tentación.

Una invitación.

¿Cómo puedo desairarla?

»¡Ah, mi amor, mi Keltos...! ¿Puedo...?

―Sí... sí... ven... ven a mí...

Me dejo ir.

En la profundidad de tus entrañas tibias, que me reciben, suaves.

Aquí estoy, mi amor.

Me has llamado y vengo a ti.

Llego a ti.

Es imposible que sea de otra forma.

Y cuando recuperamos la respiración, el vértigo que la acompaña es feliz, apacible.

Mi piel cubre la tuya. Se caldea con su tibieza. Se regocija en su tersura.

Eres... perfecto.

Acaricio tu cara con adoración absoluta. Te sonrío. Y tú a mí.

Es tu voz la que rompe el silencio.

»Une autre fois... ? (4)

No puedo evitar reírme.

―¿Quieres más?

Tus ojos brillan con una mezcla de malicia e inocencia.

―¿Tú no? ― se desliza tu voz en mis oídos como la brisa entre las briznas de hierba.

Mis labios revolotean los tuyos, cual alas de mariposa, de libélula. Permito que nuestros alientos se mezclen.

―Quiero que tú me folles...

Mi diestra se pasea, sin prisa, por tu pecho. Mis dedos perezosos se deslizan en tu piel; repasan tus músculos, te estremecen. Tus palabras suenan lánguidas, susurrantes.

―Ah, mon soleil... La próxima vez, te lo juro. Cuando ya no sea tu cumpleaños. Entonces... seré yo quien te retoce... quien tenga el placer de saborearte. Ahora, eres tú quien goza del derecho de poseerme hasta que te canses.

Recorro con la punta de mi nariz el perfil de tu cara. Me detengo en tus labios y los beso con una parsimonia que escala en furor.

El suspiro que recibo como pago de mis haceres me enardece los ánimos. Cuando te hablo, mi voz crepita, inestable.

―Pero... ¿no es mi privilegio como cumpleañero pedirte una cogida de esas que sólo tú sabes darme?

Me miras con una intensidad que me provoca escalofríos. Sonríes, perverso.

Mon soleil... gozas de todos los privilegios sobre mí. Es sólo que me parecía poco considerado imponer mi deseo en tu día.

Antes de que me dé cuenta, ya te soltaste de tus ataduras. Sin romperlas y sin esforzarte. Me carcajeo sin remedio.

―¡Anda, cabrón! ¿En cualquier momento has podido liberarte?

Me recorres el cuello con besos livianos, que me hacen temblar. Siento cómo tu sonrisa aflora en tus labios y tu nariz aspira mi aroma.

Paseas las manos sobre mi piel, sin llegar a tocarla. Aún así, tu tacto sutil reverbera en mis entrañas, que se agitan, desesperadas.

Keltos, Keltos... Harás que pierda la cabeza...

―¿Por qué querría liberarme, cuando me estás dando un trato tan... benevolente...?

Te ciernes sobre mí. Me tumbas en la cama. Nuestros suspiros se mezclan.

Me saboreas.

Me muerdes.

Dioses, me estás comiendo.

Inmovilizas mis manos con tu diestra y me devoras el cuello.

Sé que estoy gimiendo, pero no estoy seguro. Sólo quiero estar pendiente de tus labios, tus dientes sobre mi piel, sobre mi carne.

De pronto tus dedos están acariciando mis testículos, explorando entre mis nalgas.

Qué dulce, mi amor. Qué dulce es sentirme aprisionado, contenido por ti.

―Camus... mi Camus... más... por favor...

Me sueltas y me das la vuelta. Te restriegas contra mi trasero.

Estás impaciente. Voraz.

La vehemencia de tu deseo me seca la garganta. Me corta el aliento.

Sin pensármelo un momento, alzo las caderas y pego el pecho a la cama.

Me ofrezco a ti, para que me goces. Para que me hagas gozar.

Siento tus labios en mi oreja y tu voz musita palabras que se llevan la poca cordura que me queda.

―Ah, mon soleil... ¿Te gusta que te toque? ―tus dedos acarician mi sexo y mi voz se desarticula en gemidos― ¿Suspiras por mí? ¿Gimes para mí? ¿Sabes que me enloqueces? ¿Cómo, mon amour? ¿Cómo quieres que te haga el amor?

Tus labios recorren mi columna, se detienen en mis glúteos. Me besas, me mordisqueas. Un jadeo profundo rompe mi garganta.

Siento tu lengua deliciosa probándome, lubricándome, introduciéndose en mi intimidad.

Me tienes derretido. Ansioso porque vengas a mí.

Quiero decirte que ya no te demores. Que ya no me prives de ti. Pero me has robado la voz.

Quiero exigirte que me tomes de una vez.

Pero en lugar de eso... cometo la torpeza de bostezar.

Ni siquiera necesito verte: ya me estoy imaginando la expresión de alarma en tu rostro.

Te detienes al instante, para consternación mía.

―Hey, chouchou... No... no te detengas. Tus actividades son muy... interesantes. Muy... amenas...

Mi voz suena entrecortada.

Por favor, por favor. Sigue. Me moriré de frustración si no me follas ahora mismo.

Te recuestas a mi lado y me estrechas por la cintura. Me besas. Me acaricias el rostro con esa ternura tuya, inusitada.

Inhumana.

Eres tan dulce, mon coeur, chouchou.

Agápi mou.

Pero, en verdad...

»Chouchou... si no me cepillas en este instante moriré por combustión espontánea. ¡Cógeme de una vez, que me estoy quemando!

La respuesta que recibo es amorosísima: tu risa cristalina y una lluvia de besos en el rostro.

Y nada más.

―Ya te cansaste, mon soleil. Y en lo que a mí respecta, aún estás convaleciente, aún necesitas cuidados.

Lo siento, chouchou. Me tienes bufando, pero de pura decepción.

―Sí, sí: convalecencia. Claro que necesito tus cuidados. ¡Necesito que cuides de hacerme delirar con el orgasmo más intenso que haya tenido en la vida! ¡Ahora mis...!

¡No, no, no! ¿Otro bostezo? ¿En serio?

Me besas los labios con un sentimiento ardiente, puro... Libre de lascivia.

¿Cómo rayos lo consigues?

¿Cómo pasas en un instante de la lujuria total a la templanza absoluta?

―Duerme un poco, mon soleil, y cuando despiertes, si es buena hora... te cansaré un poco más.

¿Cuando despierte?

―¡Camus!

Quiero replicar, pero bostezo de nuevo. Tu sonrisa tierna es la respuesta a mis evidentes muestras de fatiga.

―A dormir, mon soleil... Yo velaré tu sueño.

Sé que el mohín que acabo de hacer te arranca las risas frescas que se escuchan en tu habitación. Me besas la nariz, me besas los labios con levedad. Me acaricias.

Ah, mi amor. También he extrañado esto, ¿sabes? Tu ternura y tus cuidados. Ahora mismo quisiera tu sensualidad desatada sobre mí. Pero esto...

Me hace mucha falta.

―¿Me abrazas, Camus?

Tus dedos enredándose en mi cabello me recuerdan lo dulce que es tu compañía y lo mucho que me ha dolido perderla.

―Sí, mi amor. Te abrazo. Te abrazaré todo el tiempo, mientras duermas. ¿Quieres descansar sobre mi pecho?

Aún no has terminado de hablar y yo ya me acomodé. Me incorporo un poco para besarte. Acaricio por un momento tu vieja cicatriz.

―Extraño tanto dormir contigo, chouchou.

El gesto se te entristece. Me arrepiento de haber dicho lo que mi corazón ha sentido.

―Lo sé, mi amor. Yo también extraño pasar la noche a tu lado.

La noche.

La vida entera.

Pero, por ahora, la noche es una perspectiva más que maravillosa.

―Duerme conmigo, chouchou, ¿quieres?

Tus labios recorren mi frente con besos.

―Ya te he dicho que velaré por tu sueño, mi amor.

Bueno. Es evidente que no estoy hablando claro, ¿cierto?

―Sí, mon coeur, chouchou. Pero no es eso lo que te pido.

Tu semblante adquiere una expresión confusa, que reemplazas rápido por otra que es mezcla de explicación y advertencia.

―Milo, mon soleil... En el sentido estricto de los hechos, yo ya no necesito dormir. Podría hacerlo, claro está ―añades cuando me ves contraer el ceño―, pero dado que tengo un plazo muy corto para acompañarte, preferiría permanecer alerta. Prometí a ma Maitresse...

¿Qué, qué?

―¿Tu maestra? ¿Estás pensando en ella mientras hacemos el amor en nuestra cama?

Mi voz ha subido unos cuantos decibeles.

Ya lo sé, mi amor.

Ya sé que no tienes ojos más que para mí.

Hemos pasado por demasiados sinsabores para demostrar al Universo que yo soy tuyo y tú eres mío.

Pero... me enerva...

Me enerva que estés pasando tiempo con alguien que no soy yo...

Tu rostro conserva la ternura. Y se le añade un ápice de circunspección.

No me gusta.

Mon soleil... No estoy pensando en ella. Estoy pensando en no romper mi promesa, mi compromiso de volver a tiempo, en el plazo convenido...

Ajá, ajá. Claro.

Plazo convenido. Volver a tiempo y así.

Pero ahora mismo, estás conmigo.

Y no me da la gana que pienses en nada más que eso.

―No me importa. Eres mi regalo de cumpleaños, ¿no es así?

Frunces el ceño. De manera peligrosa.

Tus palabras, pronunciadas con tu acento melodioso y sugerente, suenan un poco... ríspidas.

―Milo... no te encapriches, s'il te plaît.

¿Encapricharme? ¿Yo?

Te aseguro que estoy lejos del capricho.

Por otro lado... Encabronado, sí que lo estoy.

―Camus... yo no me encapricho. Yo exijo mi derecho.

Mi derecho sobre ti, Keltos cabrón.

Quoi ? Tu reivindiques ton droit... ? (5)

No sé si es tu tono de reconvención o los celos salvajes que me están mordiendo el espíritu. Pero estoy haciendo algo que me pidieron específicamente no hacer.

Cuando hablo, mi voz es más profunda y perentoria.

Vibra de una manera especial.

De una manera que te atraviesa los oídos, la voluntad y el espíritu.

―Camus, duerme conmigo. Ahora.

Abres los ojos de un modo desmesurado. Hay un dejo de temor en ellos.

Y de reproche.

Tus labios se despliegan un poco, como queriendo decir algo.

Pero un instante después, tu cabeza se desploma sobre la almohada.

Tu cuerpo está laxo. Abandonado por tu fuerza y tu voluntad.

Inerte...

Por la Diosa... ¿Te he hecho daño?

La angustia me muerde el corazón. Me preocupo, por supuesto. Y me incorporo para revisarte.

»¿Mi amor? ¿Keltos? ¿Estás bien?

Un suspiro plácido, pacífico, brota de tu boca apetitosa.

Tu frente se distiende en medio de tu descanso.

El alma me vuelve al cuerpo.

Eres... tan hermoso. Podría pasarme la vida entera contemplándote dormir.

Sé que si la vieras, dirías que mi sonrisa es prístina y luminosa. Porque lo es.

Te tengo para mí, mi amor.

Para mí exclusivamente.

No tengo que compartirte con nadie.

Na-die.

Beso tus labios dulces como la miel. Tus labios que he añorado cada momento desde hace nueve días.

Y te abrazo.

Nos cubro con la sábana. Me acurruco en tu pecho.

En cuanto cierro los ojos, me entrego al sueño más reparador que disfrutaré en mi vida.





Abro los ojos de una manera abrupta, alarmado.

Temo que, al abrirlos, una catástrofe esté allí, aguardándome con las zarpas prestas y afiladas.

Una catástrofe de más de dos metros de estatura, cabellera blanca y sedosa, ojos acuáticos, tez de marfil... y un carácter que ni el Cancerbero ha de cargarse...

Estoy recostado en una alfombra mullida de grama olivácea, de un verde hermoso, pero distante del tiernísimo y brillante esmeralda que corresponde a Madame Printemps, la bellísima hermana de Korítsi y dignísima esposa de Monsieur Obscurité. El mismo verde que anida en los ojos del Señor del Inframundo.

Palpo la hierba, porque no me puedo creer que sea real.

¿Cómo puede serlo, si hace unos momentos estaba...?

Estaba...

Yo... Yo estaba...

Contigo, mon soleil.

No.

No, no, no.

¿Pero cómo...? ¿No te habrás atrevido...?

¿No habrás...?

Par Athéna...

Sí.

Lo hiciste.

Oh, par les couilles gelées de Mon Seigneur Père ! Milo ! Scorpión crétin ! Qu'est-ce que tu as fait, bête ! Gross con ! Salaud ! Va te faire foutre ! Connard ! (6)

Me incorporo y doy algunos pasos erráticos.

No tengo ni qué confesarlo: estoy enrabiado. Si te tuviera enfrente... Te daría de azotes, te congelaría, te templaría, te arrastraría de los cabellos y te volvería a congelar. Así hasta que me sintiera menos ofendido.

¿Cómo...?

¿Pero cómo has podido hacerme esto, pedazo de animal? ¡Sestra vendrá por ti, estúpido! ¡Y yo estaré jugando a la bella durmiente para ti mientras ella bebe el té contigo, te congela o te... te...

Ah, Déesse...

¡Mientras te folla, maldita sea! ¡Sestra amenazó con cogerte antes de congelarte!

No. No sería capaz de hacerte eso.

No.

...

¿Cómo cojones sé de qué es o no capaz esa lunática de mierda? Maudite folle ! Grande pute ! (7)

Una brisa fría, ligerísima, que trae consigo calma y no tempestad, me alborota los cabellos.

De inmediato, me siento... en paz.

Huele a... pino...

Y sí. Hay pinos por doquier. Y olmos. Y fresnos. ¿Por qué...?

El viento sopla con suavidad nuevamente. Me acaricia la cara. Huele a pino. Y a canela. A anís y cardamomo.

A naranja.

Déesse. Los ojos me pican. Se me aguan.

¿Por qué...? ¿Por qué... huele al perfume de mon père?

Mientras estoy oteando el horizonte, veo a lo lejos, unos doscientos metros abajo, un bonito prado otoñal. En él, hay dos mujeres pelirrojas conversando mientras recogen florecillas silvestres de tonos amarillos y anaranjados.

Siento un nudo en la garganta.

¿Ellas, aquí? ¿Cómo es posible?

A media distancia está sentado sobre una roca un hombre alto, de cabellos de obsidiana y plata. La melena y su espalda ancha, fuerte, son lo único que puedo ver de él.

Pero es obvio que sabe que estoy invadiendo su espacio, porque alza una mano y hace una seña, invitándome a acercarme.

Ni siquiera reflexiono en lo que hago: mis pies me están encaminando hacia él.

Cuando lo alcanzo, vuelve la cabeza hacia mí. Se levanta.

Es alto, un poco más que yo en mi vida humana. Muy esbelto, pero fuerte. Ancho. Pálido. Los cabellos de medianoche y luna.

No lo he visto nunca antes.

No así.

Sus labios delgados me sonríen. Hasta mi nariz llega el olor tenue, pero familiar con el que siempre lo asocié.

El olor que siempre traté de evocar en tantos pequeños aspectos de mi vida.

En las infusiones. En el café. En los aromas de mi ropa.

Y si tuviera alguna duda de quién es, sus ojos azul transparente, de agua, me miran enmarcados por sus cejas bífidas.

Siento cómo las lágrimas me corren por los pómulos.

Coucou, mon petit.

Una nostalgia abrasadora me arrasa el corazón junto con esa voz gruesa y añorada.

Coucou, mon père... (8)

Debemos ser algo así como espejos.

Por sus mejillas también se deslizan unas cuantas lágrimas.

Y en sus labios, aflora una sonrisa genuina.

―Has crecido, mon fils...

Su mano de dedos finos se levanta y hace el amago de acariciar mi cabello.

Y entonces sus palabras rompen la ilusión.

»Has crecido... y ya veo que la salvaje de tu hermana te ha pasado sus dudosos hábitos. ¡Ponte ropa! ¿Qué te cuesta? ¡Qué mal gusto de tu parte si permites que Sinmone vea lo que no se puede comer...!

¿En serio? ¡Qué rápido volvemos a nuestras costumbres, Maître!

Quoi? Et comment suis-je censé faire ça ? ¿De dónde saco ropa de mi tamaño? ¿Me pongo a tejerla? (9)

Mon père me pone cara de que esa es una buena idea.

Y bien, aunque ahora luce joven y bien parecido... ¡es igual de irritante que siempre!

―¡Pero bueno, zoquete! ¿Qué no te dije en Siberia que la nieve y el hielo te obedecen? ¡Ordénales que te vistan y ya!

Por un momento, por un momento nada más, me doy el lujo de volver a tener seis años.

―¡Aquí no hay nieve ni hielo!

¡Duh!

Pós prépei na to káno aftó? Pós ti pós? Anóitos! ¿Crees que tu cuerpo está aquí, muchacho bobo? ¡Imagínate vestido y ya! (10)

¿Cómo demonios lo hace? ¿Cómo consigue siempre hacerme sentir tonto?

―¡Pues imagíname tú y ya estamos!

Antes de que termine de ladrar, un atuendo similar al que le recuerdo a mon Maître me cubre el cuerpo.

Ahora su rostro recobra la placidez. Me mira de arriba a abajo y asiente, satisfecho. Extiende su mano hacia arriba y me acaricia la cara.

Me limpia el rastro de lágrimas.

Sonríe.

―Así estás mejor. Entonces, ¿así es como me veía?

Me hace gracia la idea que ahora le ocupa el pensamiento. ¿Es que no sabía cuál era su aspecto?

―¿Como gigante lunático? Oui, oui. C'est comme ça que tu avais l'air. (11)

Hace un gesto gracioso, entre la aprobación y la burla. Se separa un poco de mí y vuelve a sentarse en la roca. Yo me siento cerca de él, en el suelo. Ahora le igualo la estatura.

»¿Esto... esto es el Olvido, padre? ¿El zoquete de Milo me ha enviado al Olvido? ¡Lucidos estamos! Morirá de pena, l'idiot...

Mon père sonríe.

Dioses. Qué bonita sonrisa tiene el cabrón. Por eso maman estaba tan enamorada de él.

No, no.

Está.

Y vuelvo a mirar hacia el vallecillo de abajo, donde maman y Sinmone continúan recogiendo flores.

―Esto no es el Olvido. No sé a dónde pretendía enviarte tu alacrancito idiota, pero al Olvido, no lo creo.

Suspira satisfecho mientras observa cómo maman empieza a tejer una corona de flores.

La mirada le resplandece.

El maldito desgraciado... es entera y estúpidamente feliz.

»Lo que sea que pretendiera, déjame decirte que es un torpe. Para empezar, ni siquiera sabe que este "lugar" existe. Y para seguir... ¿por qué querría el muy estúpido separarte de su lado? Qué tonto...

Voltea a verme de manera fija. Me escruta con la mirada, buscando rastros de... no sé de qué...

»Si estás esperando que te ofrezca disculpas por pasarte el bulto, olvídalo, ¿estamos? Ya estaba yo viéndome cuidar de ti durante los siguientes 100 años, para que en el justo momento de tu muerte la loca desgraciada aquella te secuestrara de nuevo... ¡Y qué maldito lío habría sido recuperarte!

»¡Ya estaba yo vislumbrando la Guerra Santa más bizarra de la Eternidad, con don Oscuridad pescado de las trenzas con Hela, y las Moiras y las Nornas dirimiendo un asunto estúpido que, para empezar, nunca tendría por qué haberse suscitado.

Monsieur Obscurité, en guerre ? (12)

―¡Pero claro! ¡No me habría negado su asistencia! Pero... ¿más Guerras Santas? ¿Tú habrías admitido eso?

Guardo silencio un instante.

Certainement pas, mon père... No. No lo habría permitido. (13)

―Pues ya está. Por eso te pasé el bulto. Para que la enfrentes y la pongas en su lugar. Tampoco es que la pobre lo tenga muy claro...

Espera, espera... ¿La qué?

―¿Cómo que pobre? ¡La maldita degenerada...!

―¡Tal cual! ¡Maldita está la desgraciada! ¡La maldita degenerada no sabe ni qué hace! ¡Ya te lo dije antes! ¡No sabe que es malvada! ¡Y no te afanes en odiarla! ¡Será como detestar a un cactus por tener espinas!

Siento que me tiembla el mentón. Sacudo la cabeza con ira. Padre también está iracundo... pero su enfado es más melancólico que explosivo.

No se parece al mío.

Lo veo suspirar.

»Por favor... no gastes energías en odiarla. Hades la juzgará o hará que la juzguen. Tú evitarás que se te acerque a ti o a alguien más. Sobre todo al escorpioncito. Y ya está. No es como que puedan eliminarla de la faz de Gaia... Pero algo podrán hacer los jueces para anularla...

Su mirada vuelve a entristecerse.

»Ojalá las cosas hubieran sido diferentes. Ojalá no hubiera tenido que dejar este peso sobre ti. Ojalá hubieras tenido tu vida hermosa y efímera. Tu instante de felicidad absoluta con el compañero que elegiste... Pero ésta era, aunque no lo creas, la solución con mayores probabilidades de éxito a largo plazo...

Un suspiro pesado es la única muestra de congoja que me permito en este momento.

Sestra... Khíone... está cabreadísima contigo. Y a mí me odia.

Una sonrisa de orgullo feroz le adorna el rostro a mon père. Lo sabía. Ella es su adoración.

I prinkípissa mou eínai pánta thymoméni. Y no. No te odia. Tiene un cabreo monumental con Skade por lo que te ha hecho. Y otro tanto con la vida, por cosas que no vienen a cuento ahora. Te quiere. A su modo. Que no es ni amable, ni bonito. Lo siento. Tendrás que aprender a digerirlo. (14)

Lo miro con aprensión.

―Pues mira... Qué bien que me aseguras que no me odia, pero... Igual me juró que irá tras Milo si no vuelvo a tiempo... Y es evidente que no volveré, pues el muy cretino me mandó a dormir porque extraña que pase la noche con él...

―Te... ¿Te mandó a dormir...?

La carcajada que brota del pecho de mon père es tan sonora y potente, que maman y Sinmone voltean a vernos, extrañadas. Ambas me saludan desde lejos y vuelven a lo que sea que están haciendo.

Yo... Yo estoy tentado a darle un reverendo zape a Maître... pero temo hacerle daño.

Con eso de que debería estar en el Olvido y está en el... ¿Limbo?

¿En serio está muerto?

No lo creo, porque el muy cabrón se está limpiando lágrimas de hilaridad.

»Ah, tu sýzygos le dará muchos problemas a su señor padre y a sus venerables tías. ¿Y sabes qué? ¡Me alegra que no sea mi problema! ¡Ja!

»Pero tú... pues bueno. Deberías ponerle los puntos sobre las íes. No puede estar reteniéndote así cuando estás obligado a cumplir tu misión. Habla con él, dile que no sea bellaco. Su padre se encabronará con él, es un hecho. Pero si la tienta... será su Madre la que se le eche encima. Y no le gustará. Ni a ti...

―Va. En cuanto sepa cómo encontrarlo le daré de azotes para que entienda que no debe tratarme así...

―Hombre. Si le das de azotes le va a gustar. Mejor habla con él.

¡El muy cabrón vuelve a carcajearse cuando me ve abrir tamaña boca por sus gracias!

―¡Óyeme, mon père! ¿Qué sabes tú de lo que le gusta a Milo?

―Tanto como saber de él... Pero sí sé el efecto que causamos en quienes nos aman... Y créeme. El cretino será capaz de aguantarte muchas cosas. Dile que no se pase de listo. Y tampoco lo hagas tú, ¿va?

Sé que no es posible, porque esto es... ¿un sueño? Pero estoy seguro de que me he puesto rojo. Como la grana. ¡Como doncella pudorosa!

»Vete ya, mon fils. Tienes razón en tenerle respeto a mi nena. Así que procura convencer a tu insectito de que te libere.

―¿Convencer a Milo? ¿Y cómo hago eso? ¿No debería estar conmigo?

―¿Cómo quieres que sepa? Los hijos de Moro son observadores. Es más, ni cuenta se dan de que son hijos suyos. Uno aquí y otro allá, a través de los milenios, ha despertado un ápice de su potencial.

»Pero tu alacrán... Pues vaya con tu alacrán, que está bien despierto y es tan bruto para manejar sus habilidades. Pero bueno, si yo fuera tú... iría a los dominios de Hypnos para encontrar a tu marido zoquete.

Padre. Mi padre. Me acaricias la cara, como si fuera un niño pequeño.

Ojalá te hubiera amado más y mejor. Ojalá hubiera escuchado los llamados de mi corazón y te hubiera buscado antes.

Pero no lo hice así.

Ya no hay nada qué hacer.

Te amo tanto.

Y no tengo cómo entregarte mi amor.

»No llores, mi niño. Las cosas son como son. Te amo y me amas. Ya está. ¿Qué más necesitamos saber? Busca a tu amor. Cuando vuelvas con él... tú sabrás qué haces.

»Dile a mi nena que la amo. Y tú, sábete que te amo también. Y que estoy completa y rabiosamente orgulloso de ti. De los dos. Incluso de tu marido idiota.

»Maman y Sinmone... están pendientes de ti. Vete ahora.

Miro con nostalgia a dos de las mujeres más importantes de mi vida. Suspiro con pesar.

―¿Qué debo hacer, padre?

Tus ojos me observan con suspicacia. Me sonríes. Tomas un mechón de mi cabello, lo jalas un poco y me lo pones detrás de la oreja.

Luego tienes la gracia de palmear mis mejillas.

―¿Qué haces cuando requieres la asistencia de un dios, mon fils? ¡Lo invocas! ¿Qué más?

Sonríes torvo, que da miedo.

»Y ya que don Sueño no suele plegarse a las inquietudes y prisas ajenas... procura ser persuasivo con él para que rápido te consiga a tu insectito. Tu comprends ? (15)






Aclaraciones


Bienvenid@s a la tercera actualización de este fic.

Espero que les haya gustado. Como ya han podido leer, el arco argumental va más allá de la refocilación de don Escorpio y don Acuario. 

Bueno, no tan lejos XD

Viejos amigos que no pensábamos volver a ver han asomado la nariz y la furia congelada por fin tiene su nombre, que seguramente ya esperaban. 

Tal vez se pregunten, ¿en serio era necesario otro lemon? Y pues yo creo que no, pero siempre es lindo que estos dos se diviertan, sobre todo luego de la reverenda paliza que tuvieron en el fic anterior. 

Y pues ya. Veamos ahora las aclaraciones.

Como siempre, hay algunos términos que ya conocemos: mon coeur (corazón mío), mon soleil (sol mío), mon amour (mi amor), Déesse (Diosa), mon père (padre mío), Athéna (Athena), mon fils (hijo mío), sýzygos (esposo), Maître/Maitresse (Maestro/Maestra), maman, (mamá),  etcétera.

El nombre castellanizado de la hija de Bóreas es Quíone. Pero ya lo saben, tengo manía con la transcripción del griego. 

Cuando recién estaba escribiendo este fic, la tenía como Khýone, pero la "y" no tiene justificación alguna, así que la cambié por la "i", que sí le corresponde. En cuando a la grafía "Kh", proviene de la letra "X" griega y pasa al inglés como "Ch". Pero no nuestra "Ch" de "chévere", sino la "Ch" de "chemistry". Es decir, "Kh". Así, me quedó Khíone.

Recuerden que el significado de las frases complejas está en el comentario directo ;)

1. Non, non... ! Encore... ! Encore, plus... ! S'il te plaît... ! Je t'en prie... Mon coeur, mon amour... (francés): ¡No, no...! ¡Continúa...! ¡Continúa, más...! ¡Por favor...! ¡Te lo ruego...! Corazón mío, mi amor...

2. Oui, oui... J'ai besoin de toi (francés): Sí, sí... Te necesito.

3. Tes souhaits sont mandat, mon coeur (francés): Tus deseos son mandato, órdenes, corazón mío.

4. Une autre fois... ? (francés): ¿Otra vez? ¿Una vez más?

5. Quoi ? Tu reivindiques ton droit... ? (francés): ¿Qué? ¿Defiendes tu derecho...?

6. Oh, par les couilles gelées de mon Seigneur Père ! Milo ! Scorpión crétin ! Qu'est-ce que tu as fait, bête ! Gross con ! Salaud ! Va te faire foutre ! Connard ! (francés): ¡Oh, por los cojones congelados de mi Señor Padre! ¡Milo! ¡Escorpión cretino! ¿Qué has hecho, bestia? ¡Grandísimo estúpido! ¡Bastardo! ¡Que te jodan! ¡Cabrón!

7. Maudite folle ! Grande pute ! (francés): ¡Maldita loca! ¡Gran puta!

8. Coucou (francés): Hola (muy, muy informal).

9. Quoi? Et comment suis-je censé faire ça ? (francés): ¿Qué? ¿Y cómo se supone que haré eso?

10. Πώς πρέπει να το κάνω αυτό; Πώς τι πώς; Ανόητος!/ Pós prépei na to káno aftó? Pós ti pós? Anóitos! (griego contemporáneo): ¿Cómo debería hacer eso? ¿Cómo que cómo? ¡Tonto!

11. Oui, oui. C'est comme ça que tu avais l'air (francés): Sí, sí. De algo como esto tenías el aire.

12. Monsieur Obscurité, en guerre ? (francés): ¿El Señor Oscuridad, en guerra?

13. Certainement pas, mon père (francés): Ciertamente no, padre mío.

14. Η πριγκίπισσα μου είναι πάντα θυμωμένη / I pinkípissa mou eínai pánta thymoméni (griego contemporáneo): Mi princesa siempre está enojada.

15. Tu comprends ? (francés): ¿Entiendes?

Y ya está. 

Han sido un par de semanas difíciles por hartas razones. Sepan que publicar me trae mucha felicidad. Simplemente por saber que puedo hacer algo más que cosas rutinarias, que son importantes, pero a fuerza de banalizarlas, cansan. Espero que esta lectura les traiga también un momento de alegría.  

El crédito de la ilustración de la portada, que lo dice todo del espíritu del capítulo, es para su autor o autora. En sus manos, Milo y Camus han quedado divinos. 

Como siempre, agradezco su amable acompañamiento. Gracias por la lectura, comentarios, estrellitas, sugerencias y amoroso tiempo para este cuento. 

Y pues nada. El amor tiene vuelta. Besos y abrazos para ustedes.

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