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Epílogo



Toma todo mi amor, mi amor, ¡tómalos todos!

¿Entonces qué tendrás, que antes no tuvieras?

William Shakespeare, Soneto 40




La Damita del Santuario se encontraba sentada sobre una manta de lana en el jardín de su Templo.

Una cesta, con viandas envueltas en servilletas de lino y termos llenos de café y té, se encontraba estratégicamente cerca de sus manecitas pequeñas y blancas.

Sostenía una taza con té en una de ellas. Y la otra mantenía a distancia cómoda un sándwich de pan de centeno.

―De verdad, querida Khíone. Te quiero un montón. Eres una de mis amigas más amadas. A mis ojos, estás adornada de virtudes irrepetibles. Pero te pasaste.

»¿Por qué no has alimentado a tu hermano? ¿Cómo podrá realizar sus deberes? ¿Cómo se comunicará con Milo, con cualquiera de nosotros, si no recupera adecuadamente sus fuerzas?

Khíone, a un lado suyo, enorme y majestuosa, bebía sorbitos de la taza que parecía de juguete en su bellísima mano.

―¿Qué quieres que haga? ¡Hace dos mil años que no cuido de nadie! Mi padre no necesitaba que fuera tras de él para vigilar su bienestar, ¿sabes?

»Además, mi padre era muy frugal para alimentarse: comía ambrosía cada vez que cambiaba de hemisferio. Dos veces al año. Y le bastaba y sobraba, ¿entiendes?

―Y por eso estaba siempre de un humor de perros ―gruñó Athena para luego pegarle un mordisco a su sándwich.

Khíone se desternilló de risa.

―Sí, sí. Supongo que es un modo de explicar su temperamento. Pero la verdad es que siempre estaba de mal humor.

―Pues justo por eso, tenías que procurar a tu hermano el alimento adecuado a su nuevo estado.

―¿Cómo iba yo a saber que el Rebenok zoquete no conoce la ambrosía? En todo caso, ¿por qué no lo alimentaste tú?

Saori torció la boca, desalentada.

―¿Cómo te lo explico? Para mí... Caray. Esta situación es tan rara... Los dioses a los que me he enfrentado o con quienes he convivido han nacido reencarnados. O están en su plenitud.

»Pero Camus. No hace ni tres semanas que era humano, ¿entiendes? Por mucho que ahora ostente la apariencia de tu padre y su poder, ¡para mí sigue siendo Camus! Y Camus... ¡come sopa de avena!

Khíone sonrió, amable. Sus ojos de aquel azul transparente, hechizante, se humedecieron, conmovidos.

―Es tan tierno el maldito Rebenok. Me siento como si tuviera otra vez una criatura en mis manos. A mis hijos les gustaba la avena también, ¿sabes?

―¡Tierno o no, te correspondía alimentarlo! ¡Eres una cabrona! ―gritó Saori, muy enfadada―. ¡Has convivido con él nueve días, en los que debiste notar que se debilitaba!

»Recuerda que ahora estoy unida a él doblemente: ha sido mi Santo de Acuario, y ahora es Bóreas, mi amigo dilectísimo. Nuestra amistad y nuestra alianza son fuertes. No me hagas ir a buscarte para arrastrarte del cabello... que lo tienes muy bonito.

La Dama de la Nieve se sonrió y bebió un poco de té.

―Nunca te he ocultado que soy una cabrona ―dijo Khíone, restándole importancia―, desde que me conoces, lo sabes. Además, ¿no te das cuenta? ¡Mi hermano me ha dominado aun estando hambriento! ¡El pequeño cabrón es de cuidado! Nunca me permitirá vencerlo de nuevo.

»¿No crees...? ¿No crees que ha sido efectivo hacerle entrenar así?

Saori la miró con una mezcla de disgusto y diversión.

―No lo vuelvas a hacer. Si colapsa, las Moiras se te echarán encima, por no haber cumplido su mandato. Debías entrenarlo, orientarlo. No baldarlo.

―Oh, bueno, no va a colapsar. Tranquila. Ya me hago cargo de aquí en adelante... de informarle que debe procurar alimentarse. Si lo hace o no, será muy su cuento.

»No es mi hijo para que yo vaya y le busque la ambrosía y el néctar. Que se los consiga y ya.

Saori se concentró en su sándwich para no taladrar con la mirada a Khíone. Ésta sonrió, divertida y enternecida con la actitud de su amiga. Metió la mano en la cesta y mordió, con sumo placer, una baklava.

»Ah, pero esto es tan sabroso como la ambrosía, ¿sabes? Ojalá pudiéramos alimentarnos de las viandas humanas que más nos gustan y suplir con ello nuestras necesidades básicas. Qué lío eso de necesitar alimentación especial.

―Pues para tu desgracia no es así. Vale: le informarás a Camus que debe nutrirse. Y le explicarás que más que seguro, no ha podido comunicarse directo a la mente de Milo porque se encuentra debilitado.

»Espero que no pretenda cobrarte la burla, porque ahora sí sabe cómo darte una buena revolcada. Y mira que la mereces.

―¡Ah, dioses! ¿Qué será de mí? ¡Mi querida amiga ha decidido dejarme a merced de mi hermano menor!

―Búrlate. Aunque ya le cataste la furia, tú no le hiciste frente cuando tu padre recién le entregó su legado: estaba embravecido, el cabrón. Completamente irracional. No lo viste en ese momento: dejó fuera de combate a los Tres Jueces del Inframundo, que fueron los encargados de dar con él. Tu padre jamás se puso así.

»Y tampoco le das su lugar a Milo: en esa crisis, fue el único que le hizo frente a tu hermano sin intención de atacarlo o domeñarlo. Si la manzana podrida, como dices tú, no se le hubiera puesto enfrente a tu Rebenok energúmeno para que se lo follara de todos los modos imaginables, estaríamos ahora mismo encerrados en un glaciar.

La Señora de la Nieve arrugó el entrecejo con desagrado.

―No le puedo perdonar que se haya aprovechado de Rebenok. ¿Crees que vuelva a pasarse de listo?

―Milo y tu hermano tienen un modo muy propio de conflictuarse y de dirimir sus problemas. Casi siempre los arreglan en la cama, hasta donde sé.

»Ignoro si Milo volverá a pasarse de listo con Camus, o viceversa. Pero estoy segura que, si lo hace, no será con mala intención, ni de la misma forma. No te preocupes: no volverá a anular la voluntad de Camus.

»Después de todo lo que han pasado juntos, puedo asegurarte que le da repelús la sola idea de causarle dolor a tu hermano.

Khíone asintió, meditabunda. Se sirvió un poco más de té.

―Está bien. No trataré de congelarlo, a menos que haga algo contra mi hermano...

―Tu hermano no necesita que lo defiendas de Milo, Khíone. Se pinta solo para cobrarle las gracias. Y las desgracias también...

―Ya, ya. Vale. Dejaré en paz al par de bobos. Le conseguiré un poco de ambrosía a mi hermanito y tú dejarás de estar cabreada conmigo, ¿va? ¿Qué voy a hacer si la única amiga que tengo me manda al carajo?

Saori se encogió de hombros con una sonrisa oblicua en los labios.

―¿Qué más te da a ti si estoy o no enojada contigo? ¡Tú me has mandado al carajo los últimos dos mil años!

―Pero ya estoy aquí, Korítsi. Ya estoy aquí. ¿Quieres que planeemos tu boda con el marisco bobalicón? ¡Aún no proceso que te vas a casar con él! Insisto que con un acostón le haces bastante honor.

―Siempre lo he amado...

Khíone resopló, y al hacerlo, un mechón de su cabello revoloteó un poco sobre su frente.

―Y el muy imbécil a ti. Hay que estar ciego para no notarlo.

»En fin. Me alegro por ti, querida. Al fin vas a... ya sabes... Espero que lo disfrutes.

Saori soltó una carcajada estentórea, que le alegró los oídos a su enorme amiga.

―Te diría que ahora seré yo quien te cuente mis aventuras, pero...

―Por favor no. Ya sé cómo se las gasta el crustáceo idiota. Y hago lo que puedo para olvidarlo. Que conste que, lo que salga de bueno en este asunto, Korítsi, será por gracia tuya, que no de él.

»Y bueno. cuando terminemos el desayuno, iré a buscar ambrosía para el Rebenok. Así estaremos tranquilas ambas. ¿Te parece?

―Yo tengo ambrosía, Khíone. Kore me envió un poco. La compartiré con Camus y Milo. Así estarán mejor ambos.

―¿Ya hablas de nuevo con Kore? ¡Qué alegría, querida! ¡Me da tanto gusto por ambas! Procuraré verla: tal vez pronto pueda interceptarla...

―Aún no la veo. Pero sí, ya nos "hablamos" de nuevo. Yo también espero verla pronto. Tal vez nos podamos reunir las tres.

»Mientras eso sucede... te portas bien, ¿quieres? Eso incluye no congelar a Milo, no fastidiar a Camus, y tratar con más dulzura a Isaac. Ya es hora de que descongeles tu alma, cariño. Me da gusto que sea al lado de un chico tan maravilloso como el que las Moiras te han puesto en el camino.

―Bueno... ya veremos. Todavía tengo mis reservas: me resisto. Yo... no me atrevo a ilusionarme con él. Tengo miedo de... lo que pasará tarde o temprano. Se me morirá también. Como todos los demás. Y ya no quiero perder a mis amados del modo espantoso en que se me fueron Hael y mis niños.

―Lo que suceda, Khíone, será distinto de Hael. Nadie sabe lo que le deparan las Moiras a Isaac. Pero lo que sea, será una historia diferente. No te niegues la felicidad. Aun cuando ésta sea efímera.

Khíone inclinó su rostro hacia el frente y dejó que su cabellera blanca le ocultara un poco los rasgos melancólicos.

―Supongo que debo permitírmelo. Por lo pronto... es una felicidad tenerlo cerca. No me pide nada, salvo cercanía. Es... maravilloso compartir el silencio con alguien.

―Puedes compartir algo más que silencio con él, Khíone.

―Sí. Pero ambos somos parcos. el silencio nos viene bien. Nunca habíamos tenido la oportunidad de compartir justo eso. Al menos yo no.

»Será interesante ver qué resulta. ¿Te imaginas qué clase de relación podemos tener dos seres tan... austeros?

Athena se quedó pensativa, siguiendo el razonamiento de su amiga. Le enterneció profundamente la perspectiva de que el corazón de Khíone volviera a agitarse por amor.

―Una muy armoniosa, cariño. Respira y relájate. Ámalo. Y déjate amar.





―¿A qué hora pretenden venir ese par de... estúpidos? ―masculló de mal humor Poseidón, mirando el reloj para de inmediato volver la vista al celular.

Athena firmó distraídamente un papel que luego colocó, con gestos prolijos, en un folder.

―No tienen tu prisa, mi amor. Mejor cálmate. Y a todo esto, ¿qué apuro puedes tener tú?

Julián, Poseidón, siguió pasando contenidos en el celular, distraído.

―Quiero quedarme tranquilo contigo. Mientras esos dos anden por aquí rondando, tendré los nervios de punta.

―Mientras "esa" ande rondando, quieres decir ―deslizó la muchacha con una sonrisa maliciosa en los labios―. Ya despreocúpate: Khíone no te hace en la existencia.

Poseidón bufó, de mal humor.

―¡Anda que no! ¿Qué majaderías sobre mí te ha dicho? Lo que sea, ¡todo es mentira!

―¿Todo, todo?

―Excepto lo bueno, que no creo que se le haya deslizado por esa lengua maliciosa que se carga.

―Ha dicho que estás bueno. Y eso es cierto ―respondió la jovencita, juiciosa, provocando la turbación de su acompañante―. ¿Dirás que ha mentido al respecto, mi amor?

El rostro de Julián se tornó rojo, como tomate. Guardó silencio.

»Y si dudas de su palabra, no deberías hacerlo de la mía. Estás... muy bien ―remató la joven diosa con una sonrisita apreciativa pendiendo de sus labios de fresa.

Poseidón se le quedó viendo boquiabierto, con la incredulidad asomándose a sus ojos azules.

―Querida... calla, que no sé cómo sentirme al respecto.

―¿Al respecto de qué, corazón? ―preguntó la chica con voz meliflua.

―¡De que te atrevas a tanto! ¡Eres una nena inocente!

Saori, Athena, se le quedó viendo de reojo. La boquita linda se le torció en una mueca oblicua, en un gesto que lo evaluaba de los pies a la cabeza.

―Inocente y un cuerno. Recatada, puede que sí. Pero eso no me vuelve ciega, ni estúpida. Además, estoy rodeada de tipos que no se callan los "halagos" a sus intereses amorosos. ¿Por qué debo ahorrármelos yo? ¡Estás bueno, me gustas, ya está! Sé que opinas lo mismo de mí.

A Poseidón le tembló un párpado. Por un momento, Athena se preguntó si su amado sufriría un accidente cardiovascular.

―¡No me atrevería a expresarlo de ese modo!

―Ay, mi amor. ¿Y cómo lo dirías?

Le tomó la mano y la acarició, amorosa.

»Dirías que... ¿soy el amor de tu existencia?

―Sí. Eso diría.

―Y... ¿que soy bella?

―Ajá, ajá.

―Que... ¿que estoy buena? ¿Que estoy de diez?

Poseidón la miró ceñudo. Entonces él le tomó las manos y le besó los nudillos con adoración.

―Eres mi paz. Mi paz y mi guerra. Embraveces mis mareas en un instante, y de la misma forma me llevas a la calma. Eres la luz que se abre paso en la oscuridad de mis abismos. Eres todo, mi amor.

Saori entreabrió los labios, sorprendida, sin una réplica para aquellas palabras. Julián lo notó y besó con más fervor las manecitas.

»Cualquiera que haya sido el modo soez en que me referí a otras damas en el pasado... debes saber que no fue tu caso. Te dirigí palabras de ira y de beligerancia. Pero vulgaridades, no. Eso nunca.

La muchacha le besó una mejilla.

―Gracias, mi amor. Dejaré de expresarme así, entonces. No quiero ofenderte.

―No... No me ofendes. Sólo es raro...

―Ah. Entonces, ¿puedo seguir diciendo que estás...?

Julián cubrió los labios de la muchacha con el dedo índice.

―En privado, mi querida. En privado, si te parece bien.

Athena asintió levemente y aplicó sus labios a los de su amor.

―De acuerdo. Que sea cosa de nosotros dos nada más.

Se separó de Julián cuando sintió una presencia aproximándose.

Shion entró en la estancia y saludó con un movimiento de cabeza.

―Dama, Camus y Milo ya vienen para acá.

―Ah, qué bien. Mi querido Julián ya se estaba impacientando.

―Mejor que no lo sepa Camus, o se demorará todavía más ―respondió Shion como si tal cosa, importándole poco y nada que Poseidón arrugara el entrecejo―. En lo que llegan, Damita, tengo que comentarte algo que te interesa.

―Aquí estoy para ti, querido Shion. ¿Qué pasa?

―Saga y Aiolos... han declinado.

―¿Los dos?

―Los dos. Aiolos dice que tiene planes de hacer carrera en la Universidad, como investigador. Y Saga... Bueno. Él dice que ni por accidente volverá a acercarse al trono del Patriarca. Que dejó de ambicionarlo en cuanto pusiste un pie en el Santuario.

―Bueno, era de esperarse ―deslizó Poseidón. Tanto Athena como Shion se le quedaron viendo―. Es que por fin tienen la oportunidad de vivir en armonía. No querrán regresar a un evento que les deparó tanto dolor.

―Coincido con usted, Señor Poseidón. Pero era de rigor hacerles la oferta. En el pasado, ellos fueron los mejores candidatos a esta dignidad. Aún lo son, puesto que de todos los santos dorados, son los mayores y los más hábiles.

―Sí. Son los más avezados. Pero entiendo su punto ―dijo Athena―. Me alegra que se hayan negado. Significa que ambos han madurado. Que ya no son los que fueron.

»Y pues bien, habrá que buscar otro candidato.

―Con todo respeto, Damita, me parece que los santos dorados tienen sus mentes y corazones puestos en horizontes muy lejanos al Santuario.

―Por supuesto que sí ―confirmó Athena―. Hemos procurado que así sea. Igual, estoy segura que conseguiremos a la persona idónea para ser Strategos. No te preocupes por ahora.

―No me preocuparé demasiado. Pero... tengo una idea.

El cuchicheo de las chicas y los chicos del servicio interrumpió las palabras de Athena.

Los cabellos dorados de Milo se dejaron ver en la entrada de la estancia. Y ni medio segundo después, la enorme masa de Camus, de Bóreas, dominó la vista de todos.

Era imposible no notarlo en su desnudez gloriosa.

Shion sonrió. Se preguntó cuánto toleraría el escorpión dorado que su sýzygos se mostrara en sus mejores galas ante todos.

»Tengo una idea... pero te la diré luego. Cuando termines tus asuntos con estos dos. ¿Está bien si te busco en un rato, Damita?

―Por supuesto, querido Shion. ¿No te quedas?

―No, no. Entre menos miradas tenga, menos beligerante estará Milo. Camus lo sacó anoche de la fiesta: lo vi irse con él. Déjame entregarle esta brizna de dignidad: no contemplar los daños colaterales.

―¿Los daños colaterales? Claro ―dijo Poseidón, jocoso―. Le armó su fiesta privada...

―Sí, sí ―respondió Shion esforzándose por no sonreír―. Una fiesta privada. Diríase. Los veré más tarde. Damita, Señor...

Y se retiró unos momentos antes de que la pareja se detuviera ante Athena.

Milo, respetuoso y extrañamente pausado, se inclinó apenas ante su Dama.

Kyría...

Se desequilibró un poco. Camus se apresuró a estabilizarlo, poniendo sus enormes manos sobre los hombros del escorpión, que, en comparación, lucían frágiles y delicados.

Milo bufó, exasperado, y se sacudió el apoyo ofrendado, de mal talante.

―¡Quita, quita! ¿Ahora resulta que no puedo estar de pie sin que pretendas ayudarme a andar? ¿Qué te pasa, zoquete?

―Perdona, mon soleil. Es que, después de...

―¡Que te calles y que me dejes estar! ¡Ya, aléjate! ¡Déjame tranquilo!

―Apuesto mi tridente a que no era eso lo que decía anoche ―dijo Poseidón con tanta seriedad, que resultó hilarante.

―¡Mira que pierdes, Señor Maremoto! ¡Mira que pierdes! ―gritó, iracundo, el escorpión.

Mais quel menteur tu es devenu... ―musitó Camus, quien recibió la mirada furibunda de su solecito sin inmutarse. (1)

―¿Saben qué? Luego resuelven sus problemas maritales en privado. Ahora, Milo, acompáñanos a la mesa. Siéntate, por favor. Y tú también, Camus. Aunque tendrás que perdonarme, porque no tengo una silla que te aguante.

―Está bien. El suelo me viene de maravilla. Ya sabes, estoy en contacto con Gaia y así...

Y se sentó en el piso sin mayores ceremonias.

Milo observó la silla con rencor. Y se sentó, con una expresión inescrutable en el rostro.

Camus, por su parte, se cubrió la boca con una mano, para esconder una mueca sarcástica.

Athena los contempló a ambos, con una sonrisita que pretendía ser amable, pero que le salió oblicua. Tomó una cajita de madera labrada y la abrió.

―A ver, extiendan la mano ―pidió en tono conminatorio.

El escorpión y Monsieur Nord hicieron como se les solicitó. Athena dejó en la palma de cada mano lo que parecía una esferita color ámbar.

Milo acercó la suya a la nariz y la olfateó, complacido.

―¿Y esto? ¡Huele muy rico!

―¿Ah, sí? ―deslizó Athena, interesada―. ¿A qué, si se puede saber?

―A buñuelos de manzana y canela ―y se la llevó a la boca sin más―. ¡Rayos! Es el mejor buñuelo de manzana que he comido en mi vida. Se parece a los que Camus sabe hacer.

Athena sonrió de oreja a oreja. Poseidón deslizó a su vez una discreta sonrisa en su rostro, que no llevaba ninguna intención de burla consigo.

Camus saboreaba la suya sin ninguna prisa.

―La mía es una madeleine. Como las que horneaste en mi cumpleaños, mon soleil. Está buenísima. ¿La preparaste tú?

―No, chouchou. No he vuelto a hornear made... made... Esas cosas, desde tu último aniversario.

Athena dejó escuchar una risa bonita y cantarina que llamó la atención de sus dos huéspedes.

―Y bueno, ¿les ha gustado? ¿Cómo se sienten?

―Ahmm... ¿bien? ―respondió Milo, dubitativo―. ¿Por qué preguntas?

―Eso que acaban de comer ―aclaró Poseidón en tono mesurado―, es ambrosía. Los dioses la necesitamos para recobrar fuerzas. Pueden atiborrarse de todas las viandas humanas que deseen. No les hará daño, pero tampoco los beneficiará. No particularmente.

»Esto, en cambio... Digamos que les potenciará las habilidades. Y los hará sentirse en plenitud.

―Cada dios la experimenta a su modo y la consume en la medida de sus necesidades. Hay dioses muy frugales y otros que la requieren con mayor frecuencia. Tu padre, Camus, tenía hábitos muy... sobrios. Tú no tienes por qué seguir sus costumbres. Puedes consumirla con mayor frecuencia que él.

»Y en cuanto a ti, Milo... pues no tengo idea de cuáles sean tus requerimientos. Pero quizás te haga bien comerla con frecuencia. Puede servir para estabilizar tu ánimo.

―Esto... imagino que pudo ayudar a centrarnos al principio ―razonó Camus.

―Sí ―respondió Athena―. Y les debo una disculpa por no habérselas procurado de inmediato. Espero que entiendan: esta situación es inusitada. No me sorprende el nacimiento de un dios. Pero ustedes se transformaron en dioses. Eso es raro.

»Mientras aprenden a procurarse la ambrosía, yo me haré cargo de que la reciban. También néctar, en cuanto lo tenga disponible. Perdónenme de nuevo: en este momento no estoy abastecida.

»Por favor, Camus. No te enfades con Khíone... no demasiado. Está muy orgullosa porque entrenaste debilitado y la venciste. Cree que... ha sido una buena idea someterte a ese trato espartano.

Camus puso los ojos en blanco. Milo resopló.

―Tu hermana es una pesada, Keltos.

―No tienes ni idea. Pero así se las gasta. Y empiezo a entender que es igual con todo el mundo.

―Piensas correctamente ―gruñó Poseidón―. No se caracteriza por su amabilidad.

La mano leve de Athena se posó en el hombro de Poseidón. Ejerció una presión que pretendía contenerle las opiniones adversas, pero que resultó una caricia afectuosa.

―Basta, querido. Es amable, pero no de un modo convencional. Y bueno, al final me alegra que la conozcas con todas sus aristas, Camus. Khíone es una cabrona. Pero tiene buen corazón. Y es mejor tenerla de tu lado que en tu contra.

Monsieur Nord concedió, con un gesto más bien dubitativo.

―Pues sí. Más me vale conocerla bien. Ya no le dejaré la opción de permanecer en Siberia. No después del trato que me dispensó.

»Además, si va a estar de algún modo con Isaac, no me parece sano que prolongue su anterior duelo. Tendrá que acompañarme. Al final del día, tenemos que cumplir nuestra misión. Nuestra. De ambos.

Saori asintió con seriedad. Y luego sonrió, con cierto matiz malicioso.

―No le permitas bajo ninguna circunstancia que vuelva a esconderse, Camus. Con todo lo horrible que es su carácter, tiene mucha bondad consigo. Y no es justo que no la comparta.

El celular de Julián vibró con una notificación recibida y centró su atención en ello. Luego, miró a Saori.

―Querida Athena, me comunican que los preparativos para la misión filantrópica en Somalia están en sus fases finales. Necesitamos conformar la delegación que estará a cargo. ¿Quieres que hablemos de quiénes irán asignados?

―De acuerdo. Querido Milo, querido Camus, ¿pueden disculparnos unos minutos? Ya volvemos.

Y ambos, Athena y Poseidón se levantaron de la mesa, dejando en mutua compañía al escorpión y a Monsieur Nord.

Camus tomó la mano del escorpión y la acarició suavemente. Milo entrelazó los dedos y se fascinó con las pequitas de aquellos dígitos largos y finos, de pianista. Se volvió hacia su sýzygos, que permanecía sentado en el suelo, cubierto tan solo de su hermosa cabellera roja y blanca. Sintió una enorme ternura.

―¿No hay silla que te aguante? ―cuestionó con sorna.

Camus, Monsieur Nord, se encogió de hombros.

―Aunque no te lo creas, así es.

―¿En serio, en serio? ―cuestionó Milo, con escepticismo fingido.

―En serio ―respondió Keltos entre risas divertidas―. Si me siento en tu silla, la reventaré.

El escorpión, sentado en su silla, se flexionó de tal modo que su rostro quedó casi a la altura del de su amado.

―Pero... Pero si pesas menos que yo. Eres más esbelto que yo. Un poquito más bajo. Más apetecible, también... ―continuó el Hellenoi al tiempo que mordisqueaba y saboreaba un dedo pecoso.

Camus le lanzó una ojeada apreciativa.

―No hay nadie en el mundo más apetecible que tú, mon soleil. ¿Te sientes mejor?

―¿Qué quieres decir? ―preguntó Milo frunciendo el entrecejo.

―Anoche te dejé... maltrecho. ¿Te sientes bien?

La risa del escorpión dorado resonó entre las paredes de la habitación, alegrando los oídos de su sýzygos.

―¡Hey! ¡Puedo caminar! ¿Qué más quiero? Además, según Kyría, ese buñuelito que me acabo de almorzar debe ayudarme a recuperar fuerzas. Aunque, algunos bocados de cierto manjar de origen francés me activarán más pronto y mejor...

Ambos rieron a carcajadas.

―No volveré a azotarte ―musitó Camus, sin dejar de acariciar la mano recia de Milo―. Dirás lo que quieras, pero sé que te lastimé.

―Me parece que me lo merecía. Y también supongo que si vamos a alimentarnos de ambrosía y néctar, puedo soportarte uno o dos rounds de nalgadas. Pero... La próxima vez seré yo quien te dé una buena tunda.

Camus sonrió, malicioso, seductor. Con un sensual gesto, permitió que el cabello se le deslizara hacia la espalda y que dejara al descubierto su hombro y parte de su pecho.

―Ah... ¿Eso es una amenaza o una promesa?

Milo sonrió, ladino. Tomó con suavidad el mentón de Keltos para alzar un poco su rostro y le rozó los labios con los suyos.

―Es una promesa. Y si sigues permitiendo que nuestros hermanos y quien quiera que ande por aquí en el Santuario mire lo que me pertenece, tu castigo será aún más severo...

Camus lo observó con expresión enigmática durante unos segundos. Luego lo apresó de la nuca y le estampó un beso profundo y lascivo.

―No levantes expectativas que no estés dispuesto a cumplir, mon soleil. Pero va: nadie más verá lo que es tuyo.

Tomó la vertical, permitiendo que Milo contemplara su fina y hermosa silueta desnuda. Luego, con un movimiento de sus manos, condensó hielo a su alrededor y éste se adhirió a su cuerpo, para luego formar un atuendo muy similar al que el viejo Bóreas vistió siempre que se dejó ver en el Santuario.

Milo asintió, satisfecho. Se incorporó con ligereza y, tomando a Camus de una mano, lo estrechó contra sí mismo.

―Así me gusta: bien cubiertito. Nada de piel expuesta, ¿eh? Porque este pedazo de Dios del Invierno es mío, ¿está claro?

―De acuerdo. Y este portento de hijo del Destino me pertenece. Ni se te ocurra anularme de nuevo, que te quedas sin coger una estación entera.

―¡Sádico! ―se carcajeó el rubio.

Y lo besó.

Suave. Sin prisa. Con el sosiego de quien ama y se sabe correspondido.

Lo besó con la sensación de que aquellos labios eran más rotundos y dulces. Más cálidos y más fríos a un tiempo. Y mientras lo hacía, percibía con una precisión pasmosa cada pensamiento que pasaba por aquella mente, cada sentimiento que anidaba en aquel espíritu.

Milo se maravilló.

¿Quién había cambiado? ¿Camus? ¿Él? ¿Ambos?

"Los dos hemos cambiado, mon soleil. Y creo que no hemos terminado de hacerlo".

Milo le acarició el rostro. Golpeó con su aliento el aliento de su contrario. Al mezclarlo, le pareció que creaban juntos un perfume nuevo y sutil.

"Supongo que apenas estamos descubriendo quiénes somos ahora. Será interesante. Pero te lo ruego, chouchou: no te alejes demasiado".

"No, mon soleil. Ya no me alejaré. De un modo o de otro, siempre estaré contigo en adelante".

Cuando Athena y Poseidón volvieron a la estancia, unos minutos después, los encontraron sentados en los breves escalones que daban la salida a la explanada del templo.

Los dos, el escorpión y Monsieur Nord, permanecían en absoluto silencio: el rubio recargado en un costado del joven Bóreas, y un musculoso brazo de éste rodeándolo.

De inmediato lo supieron: estaban conversando. En silencio. En sus mentes. En una comunión que no conocieron nunca antes.

Poseidón tomó una mano de Athena y la estrechó amorosamente. Sin que mediara palabra entre ellos, salieron de la estancia, para respetar la privacidad de aquellos dioses que empezaban a comprender qué eran.

Quiénes eran.

El sol, en su cénit, iluminó los rasgos del rubio y del pelirrojo. Los contempló en el dulce conciliábulo que disfrutaban por vez primera.





La tarde moría cuando la reunión en el Templo de Athena tenía lugar.

―Entonces ―decía Athena con entonación juiciosa― quedamos de acuerdo. Camus y Khíone me darán cinco días para preparar las tumbas de Kardia y Dégel, para que los honores se lleven a cabo con celeridad.

―Así es, Korítsi ―confirmó Camus, de una cabezada.

―Bien. Es un hecho que, cuando liberen los cuerpos del ataúd de cristal, al entrar en contacto con el medio ambiente, empezarán a deteriorarse con rapidez. Recordemos que han pasado 250 años sometidos a la técnica suprema de Acuario. Deben haberse congelado a nivel molecular. Cuando se descongelen, los cuerpos se lixiviarán.

»Y será una pena que por tratar de rendirles honores, los perdamos.

Camus y Khíone asintieron, sobrios. El Viento del Norte, ataviado con sus ropas invernales, contrastaba con la desnudez inefable de la Dama de la Nieve, que igual atraía las miradas y las repelía, ante el temor de disgustarla.

Aunque a ella le daba lo mismo.

Era otro el disgustado.

Isaac mostraba un gesto hostil a quien se atreviera a posar los ojos sobre la preciosa figura de la niña de su corazón.

―Durante estos cinco días ―habló Bóreas el Joven―, recorreremos el territorio que nos corresponde. Entrenaremos juntos un poco más y mi hermana terminará de mostrarme los pormenores de mis deberes. Y ella cumplirá personalmente los suyos.

»Será gratificante ir y hacer por tu cuenta lo que te toca. N'est-ce pas, ma chère petite soeur ? (2)

Khíone de inmediato adquirió mal talante. Peor del que acostumbraba llevar encima.

―¡Te he dicho que no...!

Camus, a su vez, dejó ver todos los dientes en algo que, más que sonrisa, dio la apariencia de una piraña amenazando con morder.

Et je t'ai dit, ma chère petite soeur, que je te parle comme je veux... Et tu tiens le coup. (3)

Khíone abrió los ojos de tal manera que la sonrisa de Camus se ensanchó y sacó una sonrisita sardónica a los labios de Athena.

»Et si tu veux encore te plaindre, souviens-toi que je peux te vaincre sans problème. (4)

Y dio media vuelta para alejarse un poco de su furibunda hermana, que se quedó mascullando improperios en ruso, acompañada de una Athena que ya no contenía la hilaridad y un Isaac que, solícito, intentaba tranquilizar el ánimo adverso de su amada.

A unos pasos de distancia, Hades y Poseidón conversaban, cordiales y quitados de todo cuidado.

Hades, vestido con su acostumbrado terno negro, lo saludó con una inclinación de cabeza. Monsieur Nord contestó la cortesía y se acercó a los hermanos.

―Bóreas ―pronunció el Señor del Inframundo con voz suave―. Espero que tu travesía y la de tu hermana sea venturosa.

―Gracias, Monsieur Obscurité ―respondió el Viento del Norte con la misma mesura que su interlocutor―. También yo lo espero, ahora que puedo conducirme debidamente.

―¿Significa eso ―inquirió Hades― que la ambrosía te ha beneficiado?

―Así lo creo. Sí. Me siento fuerte y... centrado. Enfocado.

El Señor del Inframundo y el Señor de los Océanos asintieron, con simpatía. Hades, además, expresaba interés genuino. Si bien Bóreas el Viejo no había sido su aliado, nunca le había tratado con descortesía ni lo había ofendido. Siempre que habían interactuado, Bóreas fue brutalmente directo y honesto con él.

Hacía milenios que le había aconsejado acabar con la contienda.

No lo escuchó, por supuesto. Y Bóreas continuó su alianza con la Korísti y asegurándose de que Acuario estuviera bien resguardado.

―Ya. Me alegra saber eso. No sólo te beneficiará en el cumplimiento de tu misión. Te facilitará las cosas con Milo.

―Y vaya que sí. Ahora podemos hablar con claridad.

Hades sonrió, discreto.

A Camus le pareció tan inusitado ese gesto, que se iba haciendo tan cotidiano en el rostro austero de su viejo enemigo, que de inmediato recordó la sonrisa de otro ser a quien se le daba poco la exteriorización de la alegría.

―Qué extraño es verte sonreír. Casi tanto como a mi padre.

Ambos hermanos adquirieron una expresión circunspecta.

―Tu padre sonreía a veces, Camus ―dijo Poseidón.

―Sí, es cierto. Pero casi nunca amablemente. Me sorprende ver sonreír a Hades cuando acabo de contemplar la sonrisa de mon père. Eso es todo.

Ambos dioses se quedaron viendo azorados a Camus, sin comprender qué quería decir con exactitud.

Poseidón miró de reojo a Hades y, como respondiendo a una silenciosa petición, carraspeó.

―Disculpen. Necesito hablar con el Señor Cinco Picos acerca de una indicación médica.

Quoi ? ¿Te sientes enfermo, Monsieur Tsunami? Ten en cuenta que el maestro Dohko no es médico. ¿Te llevo con Katsaros?

―No, gracias. Con Katsaros, no. Cinco Picos me recomendó unos antiácidos que se me han terminado. Y que necesitaré en el futuro próximo, ya que tendremos la dicha de seguir conviviendo con tu señora hermana. Quiero saber si mi suegro postizo tiene más.

Y dirigió sus pasos hacia el Santo de Libra, quien al verlo, lo recibió con una sonrisa entre amistosa y pícara, de oreja a oreja.

―¿Me explicas eso de que acabas de ver sonreír a tu padre, Monsieur Nord? ¿Cuándo fue eso? ¿Cuando se despidió de ti, en la vorágine? ―preguntó Hades con una delicadeza exquisita.

―No. No fue en la vorágine.

Camus se acarició la barbilla, en un gesto que le confirió una expresión reflexiva. Hades se mantuvo en silencio, permitiendo que su acompañante ordenara sus ideas.

»Cuando Milo me envió a dormir, tuve un sueño... o algo así. No estoy seguro de que lo fuera. Pero, de otro modo... nada de lo que vi tendría sentido...

―¿De qué hablas, muchacho? ¿Soñaste? ¿Qué cosa?

―A mon père... Estaba... en el paraje donde vivieron Surt y Sinmone en su infancia. El mismo donde yo viví con ellos unos pocos meses. Justo antes de que la dama Skade se pusiera en mi camino...

Hades lo observó con una expresión inescrutable. Mantuvo los labios sellados y con un gesto amable, animó al joven Viento del Norte a continuar.

»Estaba sentado en una roca, en el declive de la montaña. Miraba hacia abajo, hacia el prado. El mismo donde el alud que se tragó a Sinmone reposó con ma chère amie en sus entrañas. Pero el prado estaba vestido de flores de otoño, y Sinmone se encontraba en él.

»No era una pequeñita, como cuando murió, sino una joven bellísima. Y mi madre la acompañaba. Mi madre, tal y como la recuerdo antes de su muerte. Ambas conversaban y recogían flores. Y mi padre las miraba. Y sonreía. Y era feliz.

»Y esa sonrisa de absoluta felicidad... me la regaló a mí también. ¿Entiendes?

Hades asintió. Un brillo extraño, que Camus no supo identificar, anidó en su mirada de verde primaveral.

―Tal como me lo cuentas, debió ser un sueño hermoso.

―Lo fue. También extraño. Mi padre... me dijo que no me pediría disculpas por sus decisiones. Me explicó sus razones para entregarme su legado. Y me explicó cómo contactar a Hypnos para que me sacara de ahí, de mi sueño. Para que Hypnos me llevara a Milo y que éste me despertara.

»Dime algo, ¿Hypnos no podía sacarme de mi sueño?

Una risita casi imperceptible se agitó en el pecho de Monsieur Obscurité.

―Sí. Claro que podía hacerlo.

―¿Y por qué diable no lo hizo?

Hades se encogió de hombros, como si nada.

Ton mari est le fils du Destin. Un hijo de Moro. Un Destino. ¿Crees que Hypnos se arriesgaría a ir contra la voluntad de un dios al que todos tememos y respetamos? (5)

Camus hizo un mohín de disgusto. Resopló.

―Fue una ocurrencia de Milo. ¿Qué tendría que ver su padre con sus locuras?

―Si me lo preguntas a mí, nada. Pero no puedes culparnos por tener siempre la duda. ¿Y si los disparates de Milo son voluntad de Moro? ¿Crees que nos atreveríamos a contravenirlo? En ese caso, con las debidas disculpas, tendría que ser Milo quien diera marcha atrás a su... ocurrencia, como has dicho tú.

―Ya, ya. Pero aunque haya sido una gracia de Milo, Hypnos igual me deparó ese sueño. Que si bien ha sido hermoso, me deja la amargura de lo que ya no puede ser.

»Fue tan... vívido. Si no fuera porque mi padre está en el Olvido, juraría que era él. Él, en persona. Lo experimenté. Percibí su perfume.

»Lo vi, Hades. Lo vi como realmente es. Como lo veía mi madre. Como Isaac ve a Khíone y Milo me ve a mí. Despojado de su poder. Vestido sólo de su esencia más simple, de su amabilidad, de su belleza pura. ¿Cómo es posible?

El Señor del Inframundo guardó un profundo silencio, meditabundo. Luego fijó sus ojos de aquel verde tan vivo en los zafiros de Bóreas el Joven.

―Todos nosotros pudimos verlo del modo en que describes en su último instante de vida, antes de que se reuniera contigo, en tu forma de vorágine. Me parece lógico que también lo hayas visto. Pero como te encontrabas en un estado de extrema alteración, no lo recuerdas.

»Sin embargo, es seguro que has guardado la imagen en tu subconsciente. Y ha aflorado ahora, en esta... aventura que tu sýzygos te ha deparado.

Camus se mostró dudoso.

Mon père me habló. Me aconsejó. Dijo... dijo que me amaba. Que amaba a Khíone. Que estaba orgulloso de ambos.

La voz de Camus se tambaleó un poco. Hades se mantuvo en un silencio respetuoso, comprensivo. Esperó a que su joven acompañante continuara, titubeante.

»El lugar en el que estaba era... se sentía real. Yo... lo olí. Lo abracé. Compartí lágrimas de alegría y tristeza con él. En verdad... ¿no es posible que fuera él? ¿Él mismo y no un recuerdo, un sueño?

Hades suspiró, acongojado.

―Querido mío. Estoy seguro que llevas en tu espíritu el ardiente deseo de que tu padre vuelva a ti. Si hubiera sido humano, podría decirte si está o no en el Inframundo.

»Pero no es así. Tu padre era un dios. Uno discreto, pero poderoso, cuya presencia y labor eran indispensables. Y ahora, esa responsabilidad es tuya.

»Comprobaré, si lo deseas, la ubicación de tu madre. A veces, las almas humanas, y más aquellas que han partido en condiciones traumáticas o con asuntos pendientes, se demoran en llegar al Inframundo. Si ese es el caso de tu madre, si se ha demorado en algún sitio al que se siente atada, haré que la encuentren y que sea llevada a un refugio donde goce el retiro eterno en paz.

»Me pregunto ahora si los dos santos perdidos, Dégel y Kardia, estarán también en algún sitio que les resultó importante en vida. No me explico más que de ese modo su ausencia en Cocytos.

»En cuanto a Sinmone... no sé qué decirte. Ella debería haber sido recogida por los dioses de su panteón. Y puesto que murió protegiendo a alguien a quien amaba, debió ser llamada al seno de Freyja.

»Pero entenderás que no voy a cruzar palabra con esa diosa bajo ninguna circunstancia. No mientras el juicio no se lleve a cabo.

Camus asintió, con el semblante asolado de pena. Hades extendió la diestra y la posó, amable, en el enorme brazo izquierdo del joven Aquilón.

»Lo lamento, querido muchacho. Lamento no decirte lo que deseas escuchar. Lamento no poder darte esa felicidad que tu espíritu añora. Sólo puedo recomendarte asirte al ahora.

»Al ahora en el que tu sýzygos, con todas sus falencias e imperfecciones, está aquí, para ti. En el que tu familia, no la que desearías, pero sí la que se encuentra presente, está dispuesta a amarte. No es poca cosa. Y ahora, nosotros, los dioses, también somos tu familia.

»Puedes acudir a nosotros cuando te sientas desfallecer. Te ayudaremos. Yo te ayudaré.

Monsieur Nord sonrió de aquella forma arrebatadora que le hacía zozobrar el aliento a Milo. Hades se dijo a sí mismo que aquel dios novel no era consciente de su propia capacidad de seducción y se preguntó qué tantos problemas podría depararle ese desconocimiento con su sýzygos.

―Merci, Monsieur Obscurité. Has sido muy amable al prestar oídos a mis dudas tontas.

―No hay dudas tontas. Eres maestro y lo sabes.

D'accord. Igual te agradezco la bondad de la escucha. Yo también soy tu pariente. Y también te ayudaré si lo necesitas. Más ahora, que sé que no atacarás más a Mademoiselle, a Korítsi.

Hades sonrió, irónico.

―¿Cómo estás tan seguro de eso?

―¿Bromeas? Si no fueras tan correcto y tan austero, la abrazarías cada vez que te reúnes con ella. Es evidente que la quieres un montón. No entiendo cómo pudiste estar en guerra con ella.

La frente del Señor del Inframundo se acongojó.

―Tal vez un día te lo cuente. Pero lo cierto es que fue doloroso en todos los sentidos. Tengo vocación de padre, ¿sabes? Mucho más que mi hermano Zeus. Y esta pequeña... Sólo a mis hijas las he querido más que a ella.

»Y a mi hermano zoquete del tridente, lo quiero al menos tanto como a Ikómena...

Bóreas el Joven sonrió, discreto y cómplice.

―Ah, vamos. Entonces, fue por él.

Monsieur Obscurité se encogió de hombros.

―Luego lo hablaremos. En sobremesa. Al amparo de un plato de ambrosía y una copa de néctar. ¿Está bien?

―Sí. Está bien.

Y juntos se dirigieron a donde estaba el núcleo de actividad.

Athena, tomada de la mano de un incómodo Poseidón, conversaba con Khíone e Isaac.

―Entonces, está dicho. Yo te confeccionaré tu traje de novia, Korítsi. No habrá un tejido igual en toda la historia. Si Homero viviera, dedicaría rapsodias enteras a describirlo.

»Aunque, tristemente para ti, será blanco. Lo lamento, esa es la naturaleza de la nieve.

―Y tú también te confeccionarás uno, ¿verdad?

―¿No me permitirás asistir a tu casamiento portando mi más lujoso atuendo, queridísima?

―Ay, cariño. Se supone que nadie debe competir en belleza con la novia. Y me temo que si te permito ir por ahí en tus mejores vestidos, las miradas serán para ti, no para mí.

La risa potente de Khíone se escuchó, estruendosa y bonita, en los alrededores.

―También se supone que sólo la novia va de blanco.

―Ah, querida. Eso es entre cristianos. Nosotros... somos lo que somos.

Camus tocó suavemente el hombro de su hermana, y con una sonrisa leve, le indicó que debían irse.

―Me voy, Korítsi. Ya ves, Rebenok consigue vencerme una vez y ahora se cree el gallo del gallinero.

―Soy el gallo del gallinero, petite soeur, Sestra. Me querías enfocado en cumplir la misión. Y aquí estoy. Sólo que tú vas en el paquete.

»Despídete de tu sýzygos.

Khíone se encrespó.

―Óyeme, pequeño cabrón...

―Que te despidas de tu sýzygos. Ya.

Y la dejó con la palabra en la boca y acompañada de las risitas de Athena.

Él, por su parte, buscó con la mirada a Milo, quien se mantenía ligeramente apartado y en un profundo silencio. Camus se dirigió hacia él, con paso lento y sosegado.

Cuando lo tuvo enfrente, le tomó la mano. Le acarició el cabello de oro.

"Est-ce que tout va bien, mon soleil ?" (6)

Milo sonrió con una felicidad que arrebataba a quien la contemplaba: Camus daba fe de ello.

"Sí, sí. Todo está bien. Ahora que sé que puedo hablarte cuando quiera y que responderás, estoy tranquilo".

Camus pasó las manos con suavidad entre los cabellos, en una caricia que carecía de lascivia, pero que era amorosa en otros niveles.

"Por favor, usa la cinta. Es tuya. Y me ha acompañado tanto tiempo, que lleva mi esencia. Me sentirás más cerca".

"¿Y si la pierdo?"

"No la pierdas. Además, eres un Destino. Deberías poder encontrar las cosas perdidas".

Se acercó a su rostro. Aplicó sus labios a los contrarios. Lo besó largo y tendido.

Ambos compartieron el pensamiento travieso de que los demás debían ver al menos con extrañeza aquel ósculo compartido entre un gigantón y una persona que lucía diminuta a su lado.

Profundizaron más el contacto, para provocar más reacciones entre los posibles espectadores.

Y se separaron.

No con dolor. Sino con una sonrisa en los labios.

"Te recomiendo escuchar mi música. Me parece que ahora podría escucharla a través de ti. Será agradable acompañarme de ella otra vez".

"Está bien. Pero la pasaré a mi celular. Tu MP3 es una reliquia. Y si lo rompo, ambos lo lamentaremos".

"Va. Me parece una buena solución".

Tomados de la mano se allegaron de nuevo al núcleo de sus hermanos. De Korítsi. De su familia entera.

Monsieur Nord tomó la palabra.

―Nos veremos en cinco días. Hasta entonces, cuídense. Nuestros corazones... se quedan aquí.

Khíone se separó de Isaac.

Camus de Milo.

Una suave brisa, ligera y fría, los rodeó. Se intensificó.

Ante los ojos de todos, los cuerpos enormes y recios se desmaterializaron.

Se convirtieron en otra cosa.

En nieve.

En viento.

La nieve formó la silueta de Khíone, que besó efímeramente la nariz del Kraken.

El viento se arremolinó alrededor de Milo y levantó sus cabellos en una desordenada nube de oro.

Y luego, pasó.

Milo sonrió, beatífico.

"Cinco días, mon coeur".

"Cinco días, mon soleil. Cinco días. Es una promesa".

En el horizonte crepuscular, Antares brilló, intensa.







Aclaraciones


Y ya está: colorín colorado, este cuento se ha acabado. 

Por ahora.

Les agradezco haberse quedado hasta el final de esta aventura de Milo y Camus. Espero que leerla les haya resultado una experiencia tan linda como lo fue para mí escribirla. 

Como es costumbre, les comparto mi inquietud: espero haber hecho justicia a estos personajes que son tan querid@s para tod@s nosotr@s por razones que cada quien conoce. Para mí, porque me acompañaron en una etapa particularmente delicada de mi vida. Y para ustedes... espero que en alguna ocasión tengamos la oportunidad de conversarlo.  

Ya estoy en el proceso de escritura del arco final de esta historia. Pero como es una etapa compleja, ya sea porque la vida es intensa o porque mi cabeza tira por caminos truculentos, no les doy una fecha exacta de publicación. Sólo puedo decir que daré señales de vida pronto.

Y sí, de nueva cuenta, aviso que iré respondiendo comentarios poco a poco. No se sorprendan si de pronto les llega notificación de un comentario de hace año y medio... 

Y ahora, las aclaraciones, que son pocas.

Además de lo usual en labios de Milo y Camus, tenemos:

Petite soeur (francés): Hermanita.

1. Mais quel menteur tu es devenu (francés): Pero qué mentiroso te has vuelto.

2. N'est-ce pas, ma chère petite soeur ? (francés): ¿No es así, querida hermanita?

3. Et je t'ai dit, ma chère petite soeur, que je te parle comme je veux... Et tu tiens le coup. (francés): Y yo te he dicho, querida hermanita, que te hablo como me da la gana... Y te aguantas.

4. Et si tu veux encore te plaindre, souviens-toi que je peux te vaincre sans problème. (francés): Y si te quedan ganas de quejarte, acuérdate que puedo vencerte sin problema.

5. Ton mari est le fils du Destin. (francés): Tu marido es el hijo del Destino.

6. Est-ce que tout va bien, mon soleil ? (francés): ¿Está todo bien, sol mío?

El crédito de la imagen de portada es para el talentos@ artista que la trajo a la luz. ¿No es fantástica?

Como ya saben, la poesía me pone tonta y, como don Guillermo se me puso enfrente y los versos como que vienen al caso, no pude evitar que se me pegara el epígrafe. Si acaso desean leer el poema completo, se trata del Soneto 40 de William Shakespeare, y pueden encontrarlo en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.  

Gracias por ser mis acompañantes en esta aventura de aprendizaje, a degelallardMercamusKaryssOliverSBenetnaschGanymedeBetaaleariesmushionMarcelaRios213MaribelMosquedaSotohaidee24doryMarisCortes7 y mis lector@s que no estoy mencionando, pero que han tenido la gentileza de estar: les agradezco por su amistad, tiempo de lectura, comentarios, observaciones, votos y mensajes ❤ 

Gracias a Chantry-Sama, que es una beta sensacional y, además de soporte técnico, es una amiga generosísima. Gracias, comadre ❤.

Todo de mí nació con el mismo ánimo lúdico de Le cadeau d'anniversaire: para reírnos antes de llorar. Me parece que con eso les doy una pista de lo que se viene. Lo único que puedo decir, es que ni Moro ni sus hermanas las Moiras toleran las lágrimas todo el tiempo, así que hay esperanzas. 

La próxima ocasión, Lacrimas habebimus, sed ridebimus. 

Sean dichos@s . El amor tiene vuelta. Hasta pronto.



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