XII
Eran las ocho y punto cuando el timbre de la casa sonó anunciando la llegada de Miguel. Todavía no me decantaba en si llevar sombrero o no.
—Yo abro —gritaron desde abajo. Papá salió a recibirlo, de eso no había escapatoria. Una de las reglas con eso de tener ligues es que tengo que presentarlos a mis padres, aunque sea solo una vez. Sabía que papá no se iba a poner en modo protector que le daba fatal y mamá en modo investigadora, sólo las preguntas comunes de cómo se conocieron y su número de DNI, pedido de mi progenitora a lo que el chico que una vez traje no se negó y esperaba que Miguel tampoco lo haga.
Todavía estaba al frente del espejo, decidí dejar el sombrero y dejar exhibición el trabajo que lo hice junto a un tutorial de YouTube un peinado que era un intento de corona de espiga que por poner el sombrero había quedado flojo y los cabellos ya estaban saliéndose de la trenza.
Me coloqué los pendientes que me prestó Liliana que colgaba plumas de colores y pase mis manos por la blusa sacando arrugas invisibles.
Bajaba las escaleras con una cartera de cuero diminuta que entraba el teléfono a las justas y un sencillo para el pasaje, el regalo para su compañero era un lapicero de esos que venden en caja.
—¿Vas a cuidar de mi hija ? —preguntó papá, estaban en el vestíbulo ¿Ya dije que le da fatal ese papel?
—Con mi vida señor Rodríguez. —Le respondió Miguel como si le hubiera impuesto una importante misión.
Era un deja vu o solo imaginaba que ya había escuchado esta pregunta.
—Esa no era la respuesta correcta— mamá estaba en la cocina con una taza de café, me hizo gracia su comentario. Le di fugazmente un beso en la mejilla y le susurre en el oído "Voy a salvarlo".
Camine más rápidamente escuchando a mamá gritar que me iba a recoger.
—Y pobrecito que le insinúes a mi hija para beber alcohol.
—Pa, ya te dijo Liliana que van a servir bebidas sin alcohol.
—Y le creo, pero se como son los adolescentes.
—Yo soy adolescente —le recordé.
—Menos tú, Gerald. —vi que Miguel enarco una ceja, tenía que usar ese sobrenombre en este momento.
—Vámonos —le agarré del brazo al chico.
—Voy a llamar —me recordó papá.
—Si papá, chau.
—Diviertete Gerald.
Empezamos a caminar para salir de la urbanización, mis pasos eran firmes a pesar de que temblaba internamente. Estaba "relajada" o eso intentaba, no olvidaba todavía lo sucedido ayer.
Abrí una puerta que era una reja que daba la entrada al lugar y salí último, cerrando detrás.
—Estas muy guapa —comenzó a hablar Miguel.
—Tu también —le seguí. Y no mentía.
Su cabello oscuro estaba separado por una línea lateral perfecta y la tez de su rostro que tenía las cicatrices del acné estaba limpia a la luz de luna. Vestía unos pantalones de vestir caqui y una camisa blanca remangadas donde los botones del cuello iban desabotonados. Lo único que mostraba que iba a una fiesta mexicana era la pulsera con los colores de ese país, blanco, rojo y verde. y unas sandalias de vestir.
—Trajiste tu tarjeta —dije viendo el bolsillo de su pantalón que mostraba que guardaba un papel.
—Si —no me miraba pero sonreía sabiendo que le observaba con detalle. —Le enseñé a mi hermana, dice que si alguien le hubiera dado esa idea para sus quinces no se hubiera negado a que lo realizaran. —No le dije nada.
—¿Es un dieciocho, no?
—Si.
—Tu estarías con un vestido de esos que se ponen para las promociones o alguna fiesta que son serias y yo con un terno con el cuello ahorcandome por la corbata. —Se acercó, entrelazo sus manos a las mías y yo lo sujeté fuerte dándole a entender que había aceptado ese gesto mirándole a los ojos aunque lo que quería era ver si existía una persona detrás observandonos. Y como si el acercamiento no fuera suficiente se acercó a mi oído.
—Aunque aquí entre los dos, uno de esos botones hubiera volado ¿o quizás algunos más? —me dio un beso en mi mejilla que duró varios segundos más de lo normal. Era mi idea o esa era una propuesta para dejar a lado solamente besos en la mejilla a más ¿apasionados?
—Nunca me invitaste a tu quince.
—No invite a nadie porque no lo hice.
—No pareces de las que no tienen plata —Me dolió su comentario, muchos creían que por tener una casa bonita en un lugar donde las casas no tenían buena fachada, tu bolsillo no sufre de percances económicos, lo peor es que no se ratificó y parecía ser porque ni siquiera se dio de su error ¿o es que yo tengo la culpa por no decirle de dónde salió esa casa?
—Preferí irme de viaje, —le explique. —Faltó una semana a clases por eso ¿No te recuerdas?
—No, —respondió. Saber que antes no era de tanta importancia en su vida hizo que amargara la garganta ¿Cuando empezó a fijarse en mi? Yo tenía el recuerdo de que siempre fue un compañero majo con el que a veces compartía grupo en clases y que hace un año empezó a acercarse a conversar conmigo a ratos en el recreo o cuando faltaba un profesor. Esos detalles de hablar conmigo a pesar que él podía utilizarlo en otra persona me hizo sentir especial y anhelaba una charla suya, cada día.
—¿A dónde te fuiste? —preguntó Miguel luego de unos segundos de silencio.
—A Puno a conocer el Lago Titicaca.
—Vaya.
Llegamos al paradero, a los minutos apareció un ómnibus que estaba casi lleno, nos soltamos y subimos, no hablábamos entre la gente apretados. Cambiamos de transporte al llegar en una parada que nos llevó a nuestro destino finalmente. Todo el camino reflexione de lo ocurrido en la caminata y me di cuenta de algo que no había tomado en cuenta, a Miguel le gustaba los afectos públicos y a mi no.
¿Eso estaba mal o yo estaba mal?
Empieza la fiesta ¿Preparados?
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