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Había ido el martes al local de oratoria, el lunes hubiera empezado pero no me había dado tiempo de ir. Sabía que ellos se habían inscrito, por los papeles que le dio Clarisse que solo lo daba a los que se matriculan como reglamentos del centro. Mi plan solo era venir en la salida de sus clases y conversar un poco con los dos y lo único que fallaba de este era que no sabía era su horario por lo que pedí ese día a Clarissa si podía darme la información ya que se gestiona como ocho horarios diferente. Tuve que dar una excusa barata que la chica ese día había olvidado su cinta y quería entregársela. Me pidió su nombre, no lo sabía. Solo del chico que le acompañaba.

Hansel Melgar Sánchez.

Lo tecleó en el sistema y salió que su horario era los Martes y Jueves de dos a cinco de la tarde. Le agradecí su ayuda y ahora dos días más tarde me encontraba esperando sus salidas y crear una manera de que nuestro encuentro sea "casual", ha ratos Clarrisa me echaba un ojo, le divertía mi situación a pesar que parecía ignorar la mentira que le he dado. A las cinco y punto tocó el timbre y salieron como veinte estudiantes, mientras que otros entraban apresuradamente. Hansel salió último, bajando las escaleras con lentitud agarrándose del pasamanos. Cuando bajó se formó una sonrisa más grande de lo que tenía en el rostro.

—¿Eduardo? —no sabía cómo supo que era yo.

—Si, hola.

—¿Qué haces por acá?

—Vine a traer alguno papales que me envió Fran para que organicen en Administración. —Mentí.

—¿Ya te vas?

—Si, ya hice lo que tenía que hacer.

—¿Te acompaño? —me pregunto.

—Claro, vamos.

Salimos del local y caminamos entre conversaciones sobre qué le está pareciendo hasta ese momento el curso. Me explicó cómo trabajaba y agradeció que no existieran inconvenientes en adaptar el material que entregaban y que fácilmente uno de sus compañeros se había ofrecido de tutor. Lo vi como una manera de sacar el tema a colación.

—¿La que vino el otro día en la matrícula era tu tutora o novia? —lance la pregunta, no había olvidado que llegaron con los brazos entrelazados.

—Lo dices por Olympia —se tocó la barbilla, soltó una risilla como si su mero recuerdo fuera lo más bonito que tenía. Nunca había escuchado ese nombre.

—Aja.

—Si es mi novia, mi mejor amiga y tutora en el colegio. —parecía que tenían una relación más estrecha de lo que creía.

—¿No está contigo en el curso? —la duda se me enfundo ya que creí que saldrían juntos

—Tampoco estamos pegados como siameses. Ella tiene sus planes y yo el mio, que congenie en algunos momentos es lo que hace que nuestra relación ya perdure un año.

—Eso es genial. —dije.

—¿Por qué preguntas? —Aquí venía esa pregunta.

—El otro día que vinieron encontré una cinta de cabello en el sitio donde estuvimos conversando y me di cuenta cuando ya se fueron.

—¿Crees que es de ella?

—Eso creía.

—¿Lo vas a regresar a pesar de su tacto contigo?

—Las personas tienden a tener objetos que son especiales y que para otros son solo cacharros. Pensé que podía ser de esos esta cinta.

—¿Lo tienes? —me preguntó todavía mirando a la calle, en ningún momento nos miramos a la cara desde nuestro encuentro en el local, eso creo fue la única manera que las mentiras que salían de mi boca saldrían como si fueran verdades.

—Si.

—Dame, no me dijo nada Olympia, seguramente ya lo daba por perdido. Pero agradecerá el gesto.

Le di una cinta de cabello que compre en la librería del colegio, solo era minutos para que descubra la mentira que había creado, si eso sucedía sólo tenía la llave de decir que "Me equivoque de persona" El lo agarro y lo llevó a su nariz para ponerlo luego en su bolsillo.

—Ya llegamos, gracias Eduardo por acompañarme.

Cuando dejé de concentrarme en observar su bolsillo, me di cuenta de algo que había ignorado todo el camino.

Habíamos llegado al edificio donde estaba el apartamento de mi familia.

—¿Vives aquí?

—Si.

—Yo también, somos vecinos.

—Vivo en el segundo piso ¿Y tú?

—En el décimo.

—Fue un gusto hablar contigo, vecino.

—Para mi también lo fue.

Subimos al ascensor luego de saludar al señor que se quedaba en el vestíbulo y cada uno marcó su piso, hasta ese momento no me di cuenta que en el ascensor los números que marcamos los pisos, llevaban abajo también estos en braille.

Hansel se despidió con un movimiento de mano y yo esperé unos segundos hasta llegar hasta mi piso, fue agradable conversar con él y darme cuenta del gran tipo que era. No negaba que cualquiera se pudiera enamorar de él. 

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