I
El timbre acababa de sonar, era la primera vez que observaba el comienzo de un recreo del que no era parte. Los estudiantes, ya sea de uniforme o con buzo, aparecieron en los balcones para asomar a la vista completa del patio, otros caminaban a prisa para llegar a uno de los quioscos o al patio con una pelota, formando pequeños grupos donde se realizaban pases laterales, inferiores y de empeine con el pie; y con la mano, los que jugaban voleibol; uno que otro se turnaban para encestar una pelota en la canasta mientras simulaban jugar básquet.
Había un grupo que llevaba la contraria a todos, desde diferentes puntos venían con sus mochilas y algunos bolsos grandes cargando en la mano, era como si recién llegarán al aula —una que estaba en el medio de los salones del segundo piso de todo un pabellón de aulas que estaba frente al cafetín donde estaba sentado—y una vez que dejaran las cosas que cargaban recién disfrutaban del receso.
—Solamente me falta ese salón —señaló Fran al que hace rato observaba. —Y del pabellón de a su izquierda, todo el primer piso.
—Entendido.
Fran es mi mejor amigo, aunque el título es pequeño por todos los sentimientos que guardo. Era como un hermano mayor para mí, una persona que admiraba y el motivo por el que existía, a pesar de que él diga que no debería tener razones para vivir, ya que cada día era un regalo y a un regalo no hay que mirarle los dientes.
Deje de observar a los alumnos y le mire a los ojos a Fran.
—¿Crees que siquiera irán doscientas personas? —pregunte. Habíamos realizado un buen trabajo promocionando el curso de oratoria por todos los medios posibles. TikTok, Facebook, Instagram, Twitter y una página web, para los que siempre paraban en sus teléfonos. Y para los que no habían visto ningún anuncio por ninguna red social o para hartarlos habíamos salido a las calles de la comunidad y alrededores con volantes y afiches, ya para satisfacernos que llegamos a todos decidimos ir al colegio del que era de Fran, aula por aula, con la autorización del director del plantel y luego venimos al que fue mi colegio en la primaria, donde la más alta autoridad de la institución aceptó nuestra petición de poder repartir información del curso que mi amigo lideraba.
—No puedo ser que el mejor orador infantil, crea que vamos a fracasar —respondió. No era una respuesta a mi pregunta, fue un veredicto que no encajaba decirlo ahora y más porque no lo dijo en pasado. Decidí callar porque no podía decirle que una parte mía tenía miedo y me centré en la taza que contenía un líquido oscuro que la señora del cafetín ofreció diciendo ser café.
—Deja de ver con asco a tu café y disimula un poco, Eduardo. —rio mientras hablaba, levantando un poco su taza, realizando un brindis solo. —A tu nombre, —dijo, negué con la cabeza. Ignoro mi gesto y tomó un buen sorbo, terminando su bebida. Admiraba como lo bebía sin repulsión.
—Eso no es café —, recalque.
—Es instantáneo, lo mismo —encogió los hombros— a mí lo único que me importa es que me mantenga despierto.
Seguramente no era el único en mi especie que sabía diferenciar entre el café instantáneo y el de grano —aunque es un insulto que se le compare a los dos— y, ya que existe una buena parte de la población que es cafetera, no cuadraba que mi mejor amigo no pudieras diferenciarlas, cuando desde el primer momento en que nos conocimos siempre le recalque las diferencias por todos los lados posibles.
Me señaló que le diera el mío, no tuve objeciones. Se lo tomó de un tiro y dejó la taza en la mesa.
—Nos vamos.
Asentí.
Me levanté de mi sitio, recogí la pequeña mochila que había dejado en el piso y le seguí hasta afuera. Había en el pasadizo unos cuantos estudiantes que andaban en grupo, mayormente conversando.
—Gracias por este favor —dijo Fran por décima vez.
—No hay de qué.
—Te llamaré a las siete.
Le había llamado la niñera de su hija hace media hora pidiendo que pudiera recoger a la pequeña en una hora, había pasado media hora y en la que faltaba, era el recorrido total a la casa de la mujer.
Todo el camino sentí miradas en mi espalda, no mire a nadie a los ojos y a algunos profesores que conocía les saludé con un gesto advirtiéndoles que luego podremos charlar un rato y seguí mi camino. Al llegar me paré junto al balcón, ya que un joven estaba parado en la puerta de el aula y empecé a sacar los boletines de mi mochila, esta puso resistencia al trabarse uno de los cierres recordándome que en cualquier momento debería cambiarlo por una nueva, si el dinero me lo permitía cosa difícil en estos momentos. Fijé de nuevo mi mirada en mi reloj de mano, faltaban solo siete minutos. Trate de dedicarlos a observar el patio, falle a los dos minutos por mi curiosidad al chico que en ese momento entregaba hojas a sus compañeros que entraban al aula, deteniendo a algunos unos segundos diciéndoles algo que no lograba escuchar por la distancia y seguramente el volumen de su voz.
Trate de no pensar en la información que llevaban esos papeles, era obvio que tampoco lo logre. Al instante cree miles de teorías que rodeaba el futuro del curso y como este fracasaría, si ese chico ofrecía los mismos servicios.
El joven me observó, era tarde para disimular, le observaba con sumo detenimiento a él, aunque en especial a lo que llevaba en la mano. Sentí que empezó a acercarse, hasta estar a solo un paso de mi lugar, trate de enfocar en la suela de mi zapato como si esto fuera lo más interesante del mundo.
—-Toma—. Escuche una voz, no levante la cabeza solo era una coincidencia que hablara a alguno de los alumnos que también estaban junto al balcón y yo estaba cerca.
—Te estoy hablando a ti, el de chaqueta de jeans, —volvió a hablar. Levante la mirada y pude ver con mejor detenimiento a un joven con rasgos un poco infantiles que intentaba verse serio, pero fallaba al verse como un cachorrito regañado.
Me entregó el papel y volvió a su sitio, solté un gracias que ni pudo escucharlo y me puse a escudriñar la hoja buscando algo que ni siquiera sabía, solo para ver si este se relaciona con el curso.
Era una encuesta y no, no tenía nada que ver con la oratoria.
Hablaba de alimentos y no, no estaba relacionado con la alimentación saludable o la cantidad de comida chatarra consume un estudiante.
Aquí hablaban de alimentos que me sonaban muy poco sus nombres y no, no porque estuviera escrito por su nombre científico.
A ver, conocía la quinua y creo que uno es un fruto seco y no, no estoy en contra de cómo recaudan información algunas personas o como aquí, una institución.
Ya estaba empezando a delirar y no, no tenía nada de culpa el papel o el tema que desarrolla el cuestionario.
Sentí que se me quemaba la garganta y si, la culpa la tenía la antepenúltima pregunta.
Aceitunas, algo causaba en mi organismo que con solo verlas u olerlas me provocaba náuseas por un evento hace años, era la primera vez que con leer el nombre de ese alimento podía sentir su olor, como si el fruto de olivo estuviera a solo metros, algo inverosímil en estos momentos.
Las odiaba y más por lo que me provocaba. Necesitaba agua, y bajar a comprar era volver a este lugar dos veces. Baje inmediatamente mi mochila y saqué mi botella que contenía refresco de chicha morada. Disimuladamente, coloque mis dedos en mi nariz para no sentir el olor de la bebida y me tomé varios sorbos hasta calmar la opresión en mi pecho.
Se escuchó el timbre que anunciaba el final del recreo, cerré la botella y la guardé en su sitio.
Una profesora que conocía se acercaba al aula, al instante cambié de gesto y aunque no veía mi rostro seguramente tenía una sonrisa en los labios.
Guarde el papel en mi bolsillo y camine hacia ella, recordando todo el monólogo que había aprendido y que ejercería en unos segundos.
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