Caítulo 4. Bienvenida a Grover Beach.
Fuimos en silencio todo el tiempo que estuvimos en el coche. Cada uno en sus pensamientos. Teffan concentrado en la carretera, mi madre en mirar por la ventanilla y yo escuchaba música con los cascos puestos.
Tiempo después —no me pregunten cuanto porque no presté atención— llegamos al aeropuerto. Salimos del coche, agarré mi maleta y la pequeña mochila que tomé en el último momento para las cosas importantes que debía llevar a la mano.
El lugar estaba lleno, como era de esperarse. Personas que venían a pasar las vacaciones y personas que se iban a otro lugar, quizás a visitar a un familiar o sólo a disfrutar de algún lugar lindo. Era una locura ver tanto movimiento.
Compramos unos bocadillos y estuvimos charlando por unos minutos, hasta que anunciaron que las personas de mi vuelo ya debían abordar el avión. Me giré hacia mi madre y Teffan, ambos me miraban con una media sonrisa en sus rostros.
Me abrazaron tan fuerte que pensé que me romperían en mil pedazos. Luego se separaron de mi, ambos con lágrimas en los ojos.
— Ay mi niña, ya es toda una jovencita y va a viajar sola —habla mi madre con dramatismo, limpiando sus lágrimas.
— Tami, cariño, no es momento de llorar —comenta Teffan, aunque también tiene los ojos empañados. Se separa de mamá y viene hacia mi—. Cuidate mucho, trata de no buscar problemas, si un chico se te acerca le das un puñetazo y si te sientes incómoda... yo personalmente te iré a buscar.
Asiento notando como mis ojos se cristalizan—. Los quiero mucho —vuelvo a abrazarlos.
— No dejes de llamarnos, por favor. Y me cuentas todo lo que hagas —me dice mamá.
— Y ustedes me envían fotos —ambos asienten—. Bueno, ya me voy —les doy un último beso en la mejilla a cada uno y me doy la vuelta.
Antes de perderlos completamente de vista, me giro nuevamente y los saludo con la mano, dando saltitos y sonriendo. Ellos haces lo mismo. Con pesar les doy la espalda y voy hasta la fila para abordar, y unos minutos después ya estaba en mi cómodo asiento de la ventanilla.
Nos anuncian que estamos por despegar y que nos abrochemos los cinturones. Así lo hago, el avión comienza a moverse y en menos de 2 minutos ya estoy apreciando mi hogar desde las alturas y viendo como va quedando atrás.
[...]
No se ni cuanto tiempo llevamos volando —me he dado cuenta de que nunca sé una mierda— quizás 10 minutos, quizás 2 horas. Ni idea. Lo único que sé es que estos dulces están de muerte, que sabrosos. Estoy escuchando Demons de Imagine Dragons mientras la tarareo con los ojos cerrados.
When you feel my heat
look into my eyes,
it's where my demons hide,
it's where my demons hide.
Sigo tarareando hasta que la canción termina y comienza otra, a la cual no le presto atención porque justo en ese momento nos anuncian que estamos por aterrizar en el "Aeropuerto Regional del Condado San Luis Obispo". Que nombre tan largo por Dios.
Guardo los cascos en mi mochila y el suéter que tenía sobre las piernas. Me acomodo en el asiento, justo cuando empezamos a descender y me sujeto a este tan fuerte que no se cómo las uñas no se encajan en él. Los descensos me ponen muy nerviosa.
Cuando aterrizamos todos aplauden y silban, celebrando que llegamos sanos y salvos. Sonrío. Bajamos del avión y voy a recoger mi maleta a la cinta. Cuando estoy saliendo me paro en seco y me doy cuenta de algo: "¿Y ahora qué hago? No se hacia donde ir. ¿Me estará esperando mi padre?", pienso mientras me empiezo a poner nerviosa.
Busco entre la multitud con la esperanza de encontrarlo. Aunque, ahora que lo pienso, no se cómo se verá en este momento.
Entonces lo veo, un cartel con mi nombre: Fallon Miller seguido de una flecha que apunta hacia abajo, exactamente sobre... una mujer.
¿Esa es Sofía? Wao, que bien conservada. Me encamino hacia ella y, aprovechando que no me ha visto, la observo a fondo. Está tal y como la recuerdo: alta, delgada, con su cabello rubio platinado de bote a la altura de la barbilla —aunque hace 7 años lo llevaba por los hombros—. Unos bellos ojos azules y una sonrisa la completan.
— Hola, soy Fallon —le digo cuando me detengo frente a ella, señalando su cartel.
— ¡¿Fallon?! ¡Ay mi Dios, pero que hermosa te ves, cuánto has crecido! —responde con un toque de emoción observándome de arriba a abajo— ¿Me recuerdas?
— Claro, han pasado muchos años pero tengo buena memoria —le doy una leve sonrisa— ¿Y... emmm... mi padre te envió a recogerme?
— Si, es que se le complicó un asunto en el bufete —claro, eso o no quiere darme la cara aún. Asiento en respuesta—. Bueno, vámonos ya. Déjame ayudarte con la maleta.
— No te preocupes, no pesa nada —le respondo y la sigo hasta un BMW blanco. Wao.
Guardo mi maleta y me acomodo en el asiento del copiloto. Que comodidad, por Santa Ramona—. ¿Está muy lejos vuestra casa? Es que no me acuerdo.
— No tanto. Será rápido, ya verás —luego de eso no hablamos más. El viaje es aburrido, tanto que me duermo recostada en la ventanilla.
"¿Tú siempre estas durmiendo o es idea mía?"
Nop, no es idea, es la realidad...
Me despierto por un frenazo, sabrá la virgen de las papas cuanto tiempo ha pasado. En serio debo prestar más atención en la vida. Miro a Sofía, quien está abriendo la puerta del conductor para salir y me hace un gesto con la cabeza para que salga también.
Abro la puerta y salgo. Ante mis ojos está el vecindario lleno de casas lujosas con patios grandes y piscinas que visitaba de pequeña. Miro a mi izquierda y ahí esta, la casa Miller, la casa donde pasaré mis vacaciones.
Sofía toma mi maleta y comienza a arrastrarla hasta la acera, me mira esperando por mi para entrar. Voy hasta ella apreciando mi... nuevo hogar temporal.
La casa, de dos pisos, es de un color piel muy suave, con una de sus paredes —donde debe quedar la escalera— empedrada por fuera. Es justo la pared que queda al lado de la puerta doble acristalada de la entrada. Ventanas de cristal y un espacio techado, como un pasillo ancho, en la parte izquierda para aparcar los coches. Un camino de piedras rodeado de un jardín muy bien cuidado con luces en el césped nos lleva hasta la puerta de entrada.
El sonido de la puerta abriéndose me saca de mi observación a fondo de la casa. Entro en ella, sintiendo algo parecido a un deja vù, recordando la última vez que lo hice.
— Bueno, bienvenida a tu casa —habla Sofía, se le ve en la cara la emoción—. Debes tener hambre, ven que te preparo algo —deja mi maleta a un lado y camina hacia la cocina.
Mientras, yo sigo con mi observación. Que curiosa soy, madre mía. El salón es muy amplio, con un sofá blanco doble, ya sabes, esos que parecen dos sofás pegados por el respaldo. A su lado hay una mesilla que tiene dos plantitas pequeñas en cada esquina y un adorno, un caballo de madera muy hermoso. Frente a eso hay una televisión plasma de las más amplias que he visto, y debajo una Play Station y un pequeño estante con libros y retratos. Me sorprende ver uno mio, y me sorprende más ver que es una foto reciente.
El estómago me suena, así que decido ir a la cocina. Allí está Sofía preparandome un bocadillo de queso. ¡¡Uy que bien!! Y como soy obsesiva compulsiva y lo tengo que mirar todo, escaneo también la cocina.
La isla que esta en el centro, la cual tiene un lavaplatos, es de una madera hermosa con un tono café y mármol, y tiene unas pequeñas banquetas para sentarse. La encimera es del mismo material que la isla. Hay dos armarios unidos en la pared, uno blanco y otro del mismo color café. Un enorme refrigerador y más cajones.
— Ten —me pasa el bocadillo y una Coca-cola.
— Gracias, Sofía —le agradezco.
— Por favor, llámame Sof, es más corto y estamos en confianza —asiento con una pequeña sonrisa.
Estoy comiendo el primer trozo de esta maravilla con queso derretido, cuando la puerta principal se abre. Se escuchan risas y pasos y luego aparece... mi padre, el cual esta más gordito de lo que recordaba. Y junto a él un chico, de aproximadamente 8 o 9 años.
— ¿Fallon? —pregunta mi padre luego de unos segundos de silencio total.
— Hola... papá —le confirmo que soy yo.
— Dios mio , pero que grande estás —camina deprisa hacia mi y me abraza. Yo salto un poquito , no me lo esperaba—. Mi niña ya es toda una chica grande.
Cuando se aleja tiene los ojos llenos de lágrimas, parece estar a punto de llorar. "La conciencia mata", ay cállate vozdemicerebro.
Mi padre parece estar a punto de decir algo, pero es interrumpido incluso antes de poder abrir la boca.
— ¿Es ella? —pregunta el chico que se había sentado junto a Sof.
— Si, es ella —le responde mi padre—. Fallon, él es Fabio... tu hermano —ok, eso nunca lo esperé.
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