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Segundo semestre. Capítulo 8. Hadid

Su belleza le era invisible. Frente a su tocador, con las manos ataviadas de crema, su abuela solía decirle a modo de premonición —La belleza puede ser fealdad. La fealdad puede ser belleza, todo depende de quién te vea; un buen hombre, un mal hombre. Tú amándote, tú odiándote—. Ese fragmento lo escuchó incluso cuando aún no hablaba. Hadid siempre fue la más hermosa del salón, la más hermosa de la calle, la más hermosa de la familia. Sus padres le hicieron ver que así era, cada vez que mencionaban lo bella que era, su madre la reprendía porque no contestaba, repitiéndole hasta el cansancio que debía de dar las gracias. Pero Hadid se preguntaba el porqué, si ella no les había pedido decir nada. —No es un favor, es humildad y agradecimiento, eres hermosa, pero no es su deber recordártelo—, decía su madre. Pero ella no quería que se le recordaran todo el tiempo, en realidad no le gustaba, el que lo hicieran era recordarle con lo que tenía que cargar; con todo lo que veían en ella y ella no veía, con lo que era por fuera, que nadie se preocupaba por lo que estaba dentro, por lo que ella sentía, por lo que ella era. Tampoco ayudaban las miradas lascivas de los ancianos en el supermercado, los profesores de gimnasia, los padres de sus amigas, las miradas de sus amigos de la infancia cuando su cuerpo empezó a cambiar, ellos cambiaron con él. El desapego automático de su padre, justo antes de que pasara. Los comentarios celosos de su madre, cuando la notaban más a ella en su lugar. Todo era horrible, ¿se supone que debía ser así? De pronto, se convirtió en la niña que no decía gracias, ni buenos días, ni hola. Bajaba la mirada y con la mirada encontró su soledad, hacía sus entradas con sigilo que muchas veces la llevaban a perderse en su propio mundo, caerse al piso y rondar en mala educación. Pero la realidad era muy distinta, A menudo le hacían ver que su belleza no se lleva con la inteligencia, sin reparo, la hacían sentir como accesorio y no como compañera. A menudo, sintió que no la escuchaban, que cuando tenía algo importante que decir la callaban, pronto pensó que solo debía de estar parada, sentada, en los brazos de alguien, al hombro de alguien, luciendo un vestido de coctel, un buen peinado, luciendo perfecta y todo estaría bien. Ella dejó de comer porque creyó que así no tendría curvas y si su cuerpo no tenía curvas no sería visto como femenino. Aquel vestido rojo iba a llamar la atención y ella no quería eso, el vestido rojo se perdió en una bolsa de basura en un terreno baldío justo detrás de su casa y empezó el negro, tratando de ocultar su ternura, felicidad y feminidad. Tratando de ser una sombra viviente y fue ahí, entre ese filo que empezó con el alcohol. En realidad, sí era algo que le perturbaba. Recordaba el miedo que sintió cuando se dio cuenta de que no sabía nada. Sabía que se perdía con aquellas botellas de líquido transparente, en especial con el Vodka, trataba de olvidar tanto que cuando pensaba lograrlo, no reconocía el camino a casa. Al principio no quería saber dónde estaba, ni con quién estaba, después, esas dudas querían saberlo todo, negras lagunas se apoderaban de su memoria, una sensación extraña, ser vulnerable y no saber qué fue de ti, en varios minutos, en horas, en días. Se sintió como, si se entregase al viento. Y eso, era aterrador. Pero no todos entienden las indirectas, no todos parecen ser lo que son. Fue después de mucho tiempo que entendió que no debía ocultarse, quien quisiera encontrarla la encontraría, sobria o alcoholizada, incluso debajo de kilos de ropa o completamente desnuda.

La navidad y las fiestas habían entrado a mi casa y al mismo tiempo se fueron. No hubo festejos, ni regalos, ni abrazos. Para nosotras, los últimos meses del año se convirtieron en oscuridad donde la tristeza gobernaba la razón. Escuché en más de una ocasión a mi mamá decir —me quiero morir—. Yo, en silencio, deseaba lo mismo y lo pedía sin voz, todas las noches. Pero, mi peor enemiga fue la que me hizo sobrevivir y despertar. Una vez que regresé al campus; "ella" me abandonó, aunque no del todo. Enero anunciaba un frío sin escrúpulos y una incertidumbre latente. Tenía por qué preocuparme, iba a ser señalada para ejecutar al próximo "Nombre", el método elegido, seguro por mi suerte, no será tan fácil como el anterior. Al mirar hacia arriba logré ver al volcán y su gran fumarola, la nieve de su cráter y su incondicional compañía entre todas mis tragedias. Él sabía de mis noches y días, de lo que pensaba cuando lo veía, de lo que creía que era testigo. Él sabía de mis ideas y de mis impotencias, cuando nadie me veía, él lo hacía. Si pudiese hablar, no sé lo que me diría, si estaría de acuerdo conmigo haría erupción o si no estaría de acuerdo, no haría nada, quizás permanecería escondido en la niebla, como los primeros días de agosto. Pero, después, como casi una metáfora, el volcán permaneció visible para todos, con fumarolas activas como si siempre se colgara de cigarros, con la nieve en el copete y su contorno delineado, incluso en días de lluvia, permanecía ahí, siempre a la vista. No sería raro creer que el volcán era el más paciente de todos nosotros, no le costaba nada estar ahí, juzgándolo todo. Irremediable para mi cabeza, relacioné su actividad de exhalaciones con mi rabia existente, después de todo, el volcán estaba activo y en cualquier momento podía hacer erupción. Ya lo hizo, hace algunos años. Yo, todavía no.

Y ahí estaba, como era de esperarse, la postal con el grafiti y las iniciales NF en la esquina derecha. Cuando la tomé entre mis dedos, mis pensamientos suicidas pasaron a segundo plano. Supongo que ese era el objetivo. Y entre la multitud escuché a una pareja decir;

—¿Te gusta Banksy?

—¿Disculpa?

—La postal— vi de inmediato que había otra postal en la esquina del afiche. Parecía ser nueva y no pude evitar preguntarme si tenía un nuevo mensaje para alguien, si es que Merkel estaría reclutando.

—Yo creí que era una exposición pero no, lo supe porque está modificada...

—¿Por qué dices eso?

—Porque es No future. No Non Future, como está ahí. La niña del globo...

—También he notado la firma NF...— completó, —supongo que alguien en algún lado trata de decir algo.

—¿Cómo qué?

—Algo del cambio climático, quizás.

—¿Estudias artes plásticas?

—No, ¿tú?— Ella rió, natural. Él lo notó y sonrió. Yo también, sonreí.

Después, asaltaron a mi mente pensamientos que me hacían dudar; ¿algún día lo mataré?, ¿algún día, sin saber cuál, lo mataremos?. Si él fuera alguno de los "Nombres", ¿lo mataría? Y sin querer imaginé que ese mismo chico arrojaba al piso a la chica con la que había mantenido esa conversación tan amena y sin piedad, abusaba de ella mientras todos veían. Las mujeres cerca seguían su camino, los hombres se paraban a ver. Nadie hacía nada para ayudarla, yo miraba. Yo miraba.

—¡¿Vamos a ir?!

Camila apareció de la nada, con una larga sonrisa y colgado a ella, su ya conocido novio. Habían regresado.

—¿A dónde?

—¡A la final! Dicen que los partidos se ponen muy buenos, aunque yo no se mucho de americano, pero seguramente es más entretenido que el futbol...

—¿Te refieres al soccer?

—Aquí se llama fútbol y sabes a cual me refiero...

—Nunca le he visto el punto al fútbol Americano, ¿habrá porristas en escena?

—Claro que habrá porristas y tu comentario, ¿cómo de qué va?

—Va como para que no me aburra.

—Obvio hay porristas, yo conozco algunas, la mayoría estudia danza...

—¿Danza?, ¿y cuándo me presentas?

Y de la nada, Merkel apareció atravesando el salón, mientras daba vueltas con su dedo los cortos rulos de su coleta. Me miró unos segundos y atrás suyo, un ejército de bailarinas le seguían el ritmo que su cabello dictaba.

Ya en el juego, no pude evitar verla como un cisne negro que bajaba de las gradas y se mezclaba con el equipo de porristas. En lugar de bombones, hacían figuras en el aire con blancos listones brillantes. La gracia de sus movimientos hacía perder a la vista la vara que los guiaba y de un momento a otro, mi propia existencia. Los planes de fiesta después de que el equipo ganara eran más que obvios. Los bares hacían su ya conocido dos por uno, chicas gratis y demás. Los antros, si eras mujer no necesitabas ni preguntar. El Ladies Night era casi todos los días, de martes a jueves, y cuando había partido como esa noche, la recta se llenaba de universitarios de todos lados. Por todo ese caos, El cuervo no se permitía ser tan estúpido como parecía, pero fue su propio método lo que acabaría con él. Debajo de las gradas, ya avanzada la noche, la gente que cada vez más estaba alcoholizada pasaba de un lado a otro sosteniendo vasos gigantes llenos y planes también. De lejos pude ver a Atniks en posición y después a Hadid sentada frente al lago.

—¿Vienes?

—Si. Ahora te alcanzo.

—Mejor si me adelanto, porque después asaltas mi closet y en 10 minutos ya estás lista como Miss Universo...— sonreí con desgano.

Cuando Camila y su novio se fueron, Curie se acomodó justo a lado mío.

—Ahí viene—, me advirtió.

El cuervo, caminaba encorvado con las manos dentro de los bolsillos de su sudadera negra. Tenía la capucha puesta y los tenis desabrochados. Llevaba el pantalón a tiro bajo, con un cinturón negro con una hebilla de cruz, parecía uno de los vocalistas de Green Day pero con una actitud mediocre. Cuando alzaba la mirada, porque alguien se le atravesó en el camino, hacía notar su desprecio. Lo seguimos, a como estaba planeado, Atniks delante de él, yo detrás y Curie mucho más al fondo. Justo antes de llegar y atravesar Negocios, una chica se tambaleó en una de las esculturas. El cuervo, de inmediato, cambio el ritmo de su paso, se abrió como un carroñero que iba detrás de un animal herido, los maizales no le harían perder el rastro. A mí, tampoco.

Sigue caminando, sigue caminando.

No me detuve. Seguí caminando a como me indicaron. Pasé justo a lado suyo sin poder evitar oler su desodorante barato con eslogan de macho alfa y sentí escalofrío al saber que él podría haberme sometido ahí mismo si así lo hubiese querido. Pero, yo no era su tipo; no estaba intoxicada.

¡Sigue caminando!

—Hola, ¿estás bien?

—Tiene una botella de vodka en su bolso.

—Deberíamos ayudarla a llegar a su colegio.

——¿Ves por ahí, su llave?

Cuando estaba cerca de mi punto, volteé a ver hacia atrás y vi a Hadid justo detrás de él. La chica alcoholizada había recibido la ayuda de Curie y de otras personas, había dejado de estar sola. No sabía si eso estaba dentro de los planes de Merkel, pero por obvias razones, no podíamos matarlo mientras cometía otra violación, si bien hoy en día me reservo mis dudas. Caminé rápido hacia mi lugar, unos metros adentro me encontré entre la maleza y ella, Atniks ya estaba lista.

—Joven, ¿está bien?

Él no contestó. Solo se dignó asentir con la cabeza. Los empleados de seguridad de la universidad, para él, eran simples trabajadores que no merecían su atención. Una vez fuera, El cuervo siguió caminando a lo largo de la periferia y por un momento se recargó en la reja, sacó un cigarro y lo encendió con ese desdén de "nada me interesa", como todas las noches del partido, esperando poder encontrar alguna chica lo bastante borracha para él. Hadid salió y esperaba cruzar la calle, no sin antes voltear a verlo, cuando por fin pudo hacerlo, siguió de largo con la mirada sostenida, entrando al Colegio Rojo. El cuervo por fin vio a una solitaria que luchaba contra el mal que le había propiciado el salir al aire frío. Desechó el cigarro y se puso en movimiento, por un momento creí ver, alas de plumaje negro azulado sobre ella, pero en su lugar, El cuervo sintió un pinchazo en la espalda. Los ojos de alguien atravesaban los huecos de la reja como si fuesen sus anteojos, eran los ojos de Atniks y un poco más pequeños, los míos. Él cayó de inmediato. Paso un tiempo para que alguien se diera cuenta. Atniks, con toda tranquilidad, dio la vuelta y se despidió del guardia de seguridad mientras salía del campus. Dobló a la derecha, caminando lento como si estuviese de paseo, llevando libros en los brazos, una sudadera del equipo de fútbol Americano y cuando por fin llegó a donde estaba él, detuvo su paso y actuó sorprendida.

Decir que no disfrutó cada segundo de lo que pasó sería mentir. Atniks se acercó a él, dejando los libros a un lado y que las rodillas se le lastimaran con la arcilla. Enganchó sus ojos, el peso de su cabello pelirrojo le cubrió las mejillas, y así, solo así, pudo sonreír. Y también, pudo recordar, que su padre estaba acompañándola.

—¡¿Le pasa algo?!

Atniks no dudo en levantar la cabeza y decir, con toda naturalidad —hay que llamar a una ambulancia, creo que tomó algo— mientras miraba a las personas que habían preguntado, pero que permanecían lejos, a unos metros. Y volvió su mirada asesina. Él estaba petrificado, aquella mujer sabía de su estado y no hacía nada para ayudarle, empezó a mirar esos ojos, los mismos que había visto detrás de la reja, en la oscuridad y confirmó todos sus miedos; ella lo había provocado. Atniks no tuvo que decir nada para hacerle sentir el terror. Todas sus extremidades se habían ido y lo único que podía mover eran sus ojos y su mente gritando que era su fin. Y de esa forma, los ojos de El cuervo vieron a los ojos de Atniks por primera y última vez, y a lo lejos, con ironía, un cuervo colgado en un árbol que invadía la banqueta y que tenía la mitad de sus raíces adentro del campus, contempló el acto y se fue. Mi perspectiva, aunque más discreta, me hizo sentir algo que me fue imposible, no imaginarme la remota idea que eso no estaba ocurriendo. Era como una película y yo era solo una espectadora más. Me imaginé que Atniks no era Atniks, que el guardia de seguridad no estaba y que El cuervo, en realidad, no estaba teniendo un paro cardiaco, sino que estaba tendido en la banqueta, alcoholizado. Yo me convertí en un cuervo. Sí, a medida que pasaba tiempo en NF, mi realidad superaba la ficción y me topaba de frente con la disyuntiva de que me uní a NF para que mi realidad fuese menos fuerte, menos real, pero, no siempre puedes tener todo lo que quieres. En breve, la acción de él mirándonos a los ojos justo antes de dejar de respirar fue un atraganto. Se intensificó cuando su cuerpo tocó el piso, poco a poco ese ser desistía de luchar y yo no podía esperar el momento a que lo hiciera. Por una parte, quería que siguiera revolcándose como el insecto que era. Pero después pensé que iba a hacer muy rápido y de pronto, me hallé deseando, pidiendo, más y más tiempo de su sufrimiento. Lo más extraño fue escucharle decir con todas sus fuerzas un minúsculo susurro;

—Perra— y ella sonrió en silencio.

—¡Ahora arde en mi infierno!

La muerte de El cuervo no fue algo que llamara la atención. Pese a que murió en frente de muchos, la universidad se había deslindado por completo por el simple hecho de que fue un incidente que ocurrió fuera de sus instalaciones; en la periferia que colindaba el campus con los antros, bares, mi colegio. Muy estratégico. La realidad es que era un alumno que no extrañarían. Hubo rumores de cuando lo encontraron; ciertas drogas resplandecieron en su sistema. Quizás Noether se las arregló para plantar algunas en su habitación, infiltrándose en la vaga seguridad del colegio, coqueteando con su roomie de a lado o escalando suites con visitas con beneficios. De manera irremediable, mi mente volvió a la de otros. Aunque ya no quedaba mucho en mi corazón, no pude evitar pensar en su madre y en lo que estaría sufriendo, seguro en ese momento estaría recibiendo la noticia, llorando en el piso, escogiendo el ataúd para su hijo, pensé. Pero esos pensamientos se fueron más pronto de lo que lo nacían y no, no los extrañé.

Cinco días después se convocó la reunión. La universidad se encontraba vacía, algunos perdidos solo estaban dentro de la biblioteca para resguardarse del frío. Los juegos habían terminado, así como los exámenes parciales, eran muy pocos los que quedaban en colegios, los de intercambio aprovecharon el tiempo de ocio para conocer los alrededores.

—¿Qué es eso?— le pregunté a Hadid cuando la vi escribir en una libreta de bolsillo, de manera simple y directa me dijo, —el futuro.

—¡Shelley!— exclamó al entrar, —Bienvenida de nuevo, ¿gustas una Coca-Cola?

No respondí, me encontró distraída.

—Creo que eso supone un sí— le dijo a Noether, mientras está sacó una lata de su maleta, se la dio a Merkel y Merkel me la lanzó a mí. La atrapé, por pura suerte.

—¡Buena atrapada!, deberíamos aprovechar el buen clima y... salir.

—Hagámoslo— sentenció.

Noether brincaba como una colegiala y giraba para verme desafiando la gravedad, con su sonrisa sarcástica de siempre, seguro burlándose que, al final, no lo hice. Mientras atravesábamos el campo, me sorprendieron ver como se encendían las luces iluminando las gradas vacías, el aire congelado por la boca hacía eco de nuestra existencia eventual, en medio de la cancha, en medio de todo.

—El beso en la frente es amor paterno. Amor que no le corresponde. Él lo hace para recordarte lo débil y desprotegida que estarás sin él.

Espera ¿Qué?

—Noether— dijo Merkel, mientras Hadid a lo lejos lanzó una mirada.

Pero yo me sentía amada y protegida así, ¿estaba mal lo que pensaba?, ¿acaso Noether y Merkel me estaban espiando? Supongo que no todo era absoluto, blanco y negro, supongo que quizás ese beso era un dardo para Noether y algo bueno para mí, tal vez en el recuerdo y en el olvido, lo malo lo volvemos bueno y viceversa... ¿no? No se puede confiar en la memoria. No. No era así. Dependía de quién te lo daba, como te lo daba y a cambio de que te lo daba. Curie, sabía eso muy bien.

Me complace anunciarle a todas que El cuervo, ha sido tachado de la lista— y mostró en un segundo el cuaderno negro.

Como imanes, todos los ojos se volvieron hacia Atniks, incluso los míos. No dudé en hacerlo, no tuve miedo de mirarla a la cara, quería hacerlo, y quería transmitirle lo que yo pensaba de ella en una sola miraba. Lo que había hecho, aunque arriesgado, había sido algo impactante, algo muy valiente, algo increíble. Ya todo era más claro, ya no había duda. No sé como inició, pero siempre recordaré el poder que sentí debajo de todas las capas que llevaba conmigo. Puedo jurar que el sentimiento llegó hasta mis huesos, ya no era pesado. Había algo más que rabia, algo que no había borrado, sino que lo había apartado un poco a la compasión, que ya no se necesitaba gritar. Siempre estuvo ahí, desde que sucedió, y se fue expandiendo por todo mi cuerpo, el inicio de una llama que sabía que pronto, consumirá todo. Ya no era una extranjera y ella lo sabía.

—Seis— soltó, —seis como nosotras y hoy... pueden respirar un poco más.

—Y de eso, nunca voy a arrepentirme.

—Ni yo.

—Ni yo.

—Nunca— se dijeron voces al mismo tiempo, como si fuese la respuesta colectiva de una secta. Entre la imaginación y la realidad estaba ella, soltando ramas envueltas en llamas, una por una.

El aire parecía ya saberlo, mis pies sobre la tierra también, las mujeres que estaban a mi lado de igual forma y mi propia respiración. Ya no había vuelta atrás, ahora, solo debía dejarme llevar por la marea y cuándo fuese el momento, permanecer en la superficie; espuma alrededor de mi cabeza, ¿has visto cómo se rompen las olas en la orilla? Esa soy yo, esperando mi momento. No hay nada más hermoso, que el sonido de las olas. Juntas éramos, un maldito huracán.

Como si fuese una declaración de guerra, Merkel arrancó la hoja de su cuaderno negro y nos la mostró con orgullo dejando ver una infinidad de "Nombres" tachados, el número de renglones los calculé sin llegar a una cifra en concreto. La mostró casi al mismo tiempo que le prendía fuego y cuando por fin la llama giró sobre sus dedos, la dejó. El viento jugó con la hoja como nosotros jugamos con sus vidas, literal. Alguien gritó si buscábamos una expulsión segura, mientras que Hadid, Merkel y yo manteníamos la mirada hipnotizada en el fuego, en las cenizas y lo que quedó en el césped. Poco tiempo después, el fuego se extinguió.

La rabia tenía varios vértices, pero operaba desde el centro; desde lo más profundo, lo más fuerte y lo más oscuro.

Yo miraba todo con los ojos que me había dejado "ella", quien me mostró su verdadera esencia malévola, en ese poderoso momento fortuito, me creí igual que ellas: fuerte, oscura, fría. De pronto, todo me pareció lógico, sensato y justo. Nada me pareció violento, irracional o insensible. Incluso hasta el hecho de que él colgara sus ojos entre la reja y los míos, para después verse perdido en el rostro de Atniks sabiendo que sería lo último que vería, me pareció razonable. No todos habían sido así y esa premura conclusión me estaba alimentando de una extraña manera. Su dolor era sutil y dulce, Atniks se cortó las venas, se desgarró frente a nosotras y nos hizo querer más sangre y yo, ya me saciaba sin pausas, ¿voy a hacerlo yo?, ¿voy a hacer El extranjero? le pregunté casi por petición telepática, mientras veía como ella ponía fuego a los cigarros de Hadid y Noether, como lo hacía a sus miedos. Cuando se quedó sola fumando en el centro del campo, como si estuviese esperando mi pregunta, por fin lo dije;

—¿Ya voy a hacerlo?

—Yo conozco eso. Eso que tienes ahí... adentro. Esta en tus ojos, lo he visto antes. Lo veo ahora— bajé la mirada.

—Mírame— sentenció y lo hice, con miedo. —Lo que ves, si es eso. Tú lo tienes y mi mirada, también— y continuó, —es lo único que comparto contigo.

—Lo sé— exhalé.

Y después soltó casi al viento, ya dándome la espalda y alejándose de mi:

—Pronto.

La vi y me dije, quiero sentir como ella, no sentir absolutamente nada. Y pasaba en lo que nos enfrentábamos y pasaba en las cosas más inmundas y locas, como poner su lengua en fuego sin desclavarte sus vívidos ojos amarillos. Mis días ya estaban inundados por su voz y así quería que se mantuvieran. Llegué a pensar en ella, tan segura de sí misma que incluso rota se levantaba junto con sus mil pedazos, nadie notaba las grietas entre los trozos en la oscuridad, ¿cómo lo lograba, el hecho de que no vieran nada? Alcé la mirada hacia el volcán que desde el inicio del día había estado presentando exhalaciones y explosiones intermitentes, justo como sí también estuviese listo para lanzar fuego por los cielos, haciendo temblar la tierra, haciéndonos sentir miedo, sin importar quien estuviese abajo. Me sentí fuerte e imparable. Me sentí como ella, con una esperanza rara de poder destruirlo todo, si yo así lo quería. ¡Que alguien detenga los malos pensamientos en mi cabeza, a veces suelen hacerse realidad y juro que yo, no lo deseo!, gritó desde el fondo del abismo lo ultimo que quedaba de mi.

—Tienes una llamada.

Me había acostumbrado a que me dijeran una y otra vez esa oración. No era que no me preocupara recibir otra mala noticia, pero cuando la escuchaba me armaba de valor para ver a los ojos del mensajero, tratando de adivinar si cargaba un peso ajeno. Dejaba de respirar por segundos. Fue algo que inventó mi cerebro. Que desde ese entonces permaneció con escudos ante cualquier similitud, cualquier oportunidad.

Pero, pese a que trataba de continuar, cuando quería "ella" me abandonaba. El teléfono negro, seguía descolgado, esperándome. Me aterraba alzarlo y sentir de nuevo.

—Buenas tardes, Domino's pizza.

—Pero... yo no pedí nada.

—Tengo una orden a su nombre señorita.

—Pero yo no pedí pizza.

Con esa conversación absurda y sonrisas tontas, empecé a reconocer su voz y decidí aceptar ante la petición de que solo sería un rato. Caminamos por todo el largo de la recta, de ida y vuelta al Oxxo. Me ofreció comprar algo, sabiendo que era fan de un refresco de Cola.

—Mi papá me dejó en la parte de arriba del closet, una gran cantidad de latas.

—¿En serio?

—En serio. Aún tengo. Al principio, no me había dado cuenta, de hecho, no recuerdo cuando lo noté.

—No me las he acabado. Aunque a él, no le gustaba que tomará Coca-Cola. Entonces, no sé por qué lo hizo...

—Yo puedo decirte por qué lo hizo.

Detuvimos el paso y nos quedamos frente a frente, él con miedo a haberlo arruinado y yo, con miedo a que lo que diría, fuese verdad.

—No hay una sola Coca-Cola en todo el campus y colegios. Él debió saber.

Sonreí y después, él sonrió.

Y de regreso a mi colegio, en un nuevo descuido me robó un beso, como la primera vez.

—Pero no me conoces— le advertí.

—Tengo todo el tiempo para hacerlo. Ya he empezado a conocerte—, él dijo.

Así fue.

Fuimos a cenar a un restaurante en la avenida cosmopolita de la ciudad, carnes al estilo brasileño, estaba muy de moda en ese entonces. Si bien al principio de la relación me había hecho de la boca chica comiendo solo tres tacos al pastor en vez de los seis, poco a poco terminé confiando en mi cuerpo y alimentándolo como una persona normal. O en realidad, ya le había vaciado mi confianza.

—Deberíamos de hacer planes, ¿no te parece?

Yo todavía estaba en las nubes del regreso. No supe bien a que se refería. Ya habíamos vuelto, después de una cruel despedida, pero él seguía hablando del futuro con entusiasmo y seriedad. Asumo que en ese momento era real, él estaba enamorado de mí, así como yo, estaba enamorada de él y que el miedo a perderme de nuevo, permanecía en el aire, haciendo todo nuevo, innovador, interesante.

—¿Por qué?— pregunté cuando ya estábamos solos. Era cierto que no sabía que responder cuando él me hacía esas declaraciones, pero también era inevitable, la necesidad de confirmar su deseo. Es uno de los defectos que tengo, la sociedad lo llama inseguridad.

—Llevas puesta el alma en tus ojos— confesó y poco después dijo,

—Dime, en serio, ¿estás bien?

—Estoy bien solo que... yo...

—Por favor.

—Solo necesito tiempo, ¿okay?... solo dame tiempo.

—Okay. Está bien.

Me besaba y después, de manera tierna, me miraba por horas, mientras dormía y cuando me hacía la dormida. Estando despierta, mientras estábamos entre otras personas, compartiendo una cena con amigos. Cuando el semáforo estaba en rojo, la oscuridad invadía el interior de su coche y los segundos parecían minutos. De fondo Coldplay; él me veía, me besaba la mano, me acariciaba la mejilla. Nos besábamos. Estando solos o no, hasta terminar acostados en el cofre de un coche estacionado; nos queríamos mientras, nos queríamos mucho, nos queríamos tanto. Estaba enamorada de él, pero existía el miedo a que todo se desvaneciera, como se fue la primera vez. Me despertaba de un sueño, pensaba por error en que con él podía ser la niña que era, con ella, la mujer que debía ser.

Una mañana desperté fuera de la cama.

—Por favor. Nunca vuelvas hacer eso.

Había estado menos de quince minutos acostada en el sofá de la sala, con las piernas arriba, en posición fetal. El dolor de la regla me daba calambres y el frío no ayudó. Me sentía mal, tan mal que le expliqué que me retorcería como lombriz en cloro, que le tumbaría las colchas y que después de unos minutos, las arrancaría de mí, botándolas fuera de la cama, tratando de acomodarme en varias posiciones extrañas, no logrando ninguna.

—Para eso estoy yo— me aclaró y después vio hacia la nada. Recordó como si fuese un reclamo hacia el mismo; no sabes lo que se sintió.

¿Qué cosa? Me pregunté en silencio. Y él respondió, en silencio también; despertar y que no estuvieras.

Yo no dije nada, él tampoco. La idea flotó, como si los dos no supiésemos que hacer con ella. Como si nos asustara lo que se venía.

—Por favor solo, no, no vuelvas hacerlo.

Me quedó solo asentir.

Poco a poco, volví a dejarlo entrar en mi vida y no me arrepiento, fueron mis días de verano y olvido los que dolieron mucho después y por eso, fueron perfectos. Por siempre, la imagen de la iglesia y el volcán raspando el cielo azul amaneciendo, me recuerda a él y a mí, esa primera no noche. Aunque estaba enamorada, habían ciertas cosas que aún no entendía de él. Alejandro no vaciaba sus sentimientos, ni hacía ver lo que había perdido antes. Alejandro se ocultaba entre frases cortas y desviaba la mirada cuando parecía doler. Pero nunca lo admitía, ni tampoco lo ocultaría. No era el tipo de hombre que emanaba una fuerza impenetrable o que se burlase de sentir. Él sentía, lo sabía y lo hacía ver, y cuando era necesario, lo sacaba, pero con un gran pesar. Platicamos durante toda la noche hasta el amanecer, lo vi llorar una vez. Al contrario, yo, con quien fuese importante para mí, desparramaba las verdades y defendía su existencia a morir. Una noche traté de explicarle la soledad que había sentido la primera vez que me abandonó. El levantó los ojos y en una sola oración me lo dijo todo:

—No me digas nada. Ahora estás conmigo. Ahora estoy contigo— y concluyó —eso es lo que importa.

Quizás esa haya sido la falla entre él y yo, yo, aun rondando en mis veintes, parecía una preadolescente, tenía tan poco conocimiento de las relaciones, del amor, de las personas, del sexo, del mundo. Era tímida e ingenua y tenía la extraña obsesión con el pasado, todavía la tengo. Ese horrible defecto de tomarme las cosas tan en serio, también. En ese entonces, él parecía mucho más maduro que yo.

—Habíamos estado esperando mesa por bastante tiempo y de un momento a otro nos llamaron. Era un buen restaurante, con manteles blancos. Frente a mí y a espaldas de ellos, una familia grande, todos estaban ahí. En la última silla, había un señor que tomó en sus brazos a una niña, una bebé. La sentó en sus piernas. La niña llevaba un short playero y jugaba con el tenedor y el menú. Sus dedos pasaron debajo del dobladillo de su short. Una y otra vez. Vi a la niña, ella no sentía nada. Vi al señor, él seguía hablando con la familia, quizás con los mismos padres de la niña. Volteé a ver a nuestro alrededor, nadie sentía nada. Me volví hacia dentro de mí, ¿sabes cómo lo supe?

No dije nada.

—Él, hacía lo mismo conmigo.

Cuando despabilé, fue porque un grupo de personas pasaron cerca de nosotras. Hadid miraba hacia los lados solo moviendo los ojos. Susurraba ya que estábamos entre libros del primer piso y se debía guardar silencio. Poco antes, me había llamado con un simple ¡hey! Y yo, siendo de las que siempre están atentas a lo que les persigue, volteé a ver hacia atrás.

—¿Por qué?... ¿Por qué me dices esto?

—Porque creo que tienes derecho a saber y también, tienes derecho a perdonarte. Si no haces lo último es cosa tuya, pero lo primero dependía de mí y ya no lo hace.

Yo no podía entender lo que a veces decía Hadid, o trataba de explicar. Mientras la veía subir las escaleras hasta el último piso, pensé en eso. A veces me parecía muy directa, muy racional, también, demasiado fría y hasta, de cierto modo, confundida. Pero nadie me había contado su historia, ni siquiera de forma metafórica, porque según NF o Merkel, no era necesario. Sabía que había algunas que lo preferían así. No me imaginaba a Noether o a Curie hablando de ello, ni siquiera me imaginaba a mí misma hablando de eso. Quizás ese era el punto principal, debíamos confiar en que todas las historias eran reales, todas las historias habían pasado, sin importar que violentas o enfermas fueran. Cuando entre a la sala ya todas estaban, incluso Hadid que se mantenía como fantasma, con la mirada metida en el centro de la mesa.

—Shelley— dijo Merkel justo al mismo tiempo que entraba a la sala.

—¿Tienes planes para el próximo fin de semana?

Dicen que si tus ojos se mueven a la izquierda, segundos antes de responder a una pregunta, estás ideando una mentira. Lo cierto es que yo soy zurda y en ese caso, se convierte en todo lo contrario, ¿no? No, eso no bastó para engañar a Merkel. La trayectoria de mi mirada se perdió en una esquina, el piso sintió miedo, unos listones rosados rebosaban de la maleta negra que ella, siempre dejaba caer en la esquina. Cuando volví mis ojos a los suyos, creí que destilarían ese color de niña, evidenciando mi mentira.

—No.

—Bien, es bueno saberlo.

No supe mucho de El extranjero, solo lo que dijeron en la reunión y la mayoría de las veces, eso era suficiente. A menudo me preguntaba por qué me parecían tan conocidos. Reales, tan humanos. Podían ser mis amigos, mis compañeros de clase, pretendientes, exnovios. Una realidad que al mismo tiempo se sabía y se temía. Quizás por eso no me gustaba escuchar lo que tenía que saber de ellos, aquellas historias los convertían en humanos. Cuando llegué el momento de escuchar sobre mi "Nombre", ¿seré fuerte para soportarlo?, ¿permaneceré como yo misma?, ¿como lo hacen ellas?, me preguntaba más de una vez. Sabía muy bien que no sabía nada. No sabía El "Nombre" de ellas, y se suponía que ellas no conocían con seguridad mío, ¿cierto? El único que sabría era aquel cuaderno snob, Dios y Merkel.

Atniks repuso, —es solo una niña...

—Todas fuimos una niña, ¿lo recuerdas?, eso no lo hace más o menos llevador, tampoco lo hace más o menos difícil, me atrevería a decir, que el que sea la más joven de todas nosotras hará que lo termine perfectamente bien— y nuestra líder se volvió a ella,

—Confío en ti, Curie.

Merkel se paseaba por nuestras vidas como si tuviese en sus manos la respuesta a un enigma. A todas las personas que la conocían les dejaba la semilla de veneno que despertaría el más oscuro y profundo sentimiento: un deseo, una motivación, una desesperación. Ellos pensarán en ella en el resto de sus días, habrán pensado en ella, por ella habían hecho lo que nunca se atrevieron, diciéndote con brutal honestidad lo que les esperaba, si bien de ningún modo la hubiesen conocido. Curie no respondió, dejando plasmada su mirada de compromiso en los ojos de su mentora. Supuse que sabía que la acción sería su mejor respuesta, Curie era así, pragmática. Y se fue sabiendo que ese día le quitaría la vida a alguien de una manera casi inexplicable. Cuando lo hizo, su mente volvió a ellas, sentía la vergüenza caliente sobre su piel, la suciedad detrás de sus ojos, cuando ellas vieran su mirada, lo notarían. La culpa, porque ninguna cayó al precipicio, solo ella, aun viendo hacia dónde se dirigía, no existía el suelo. Yo la acompañé, muy a su pesar, porque se suponía que debía de hacerlo y así, aprender y acercarme cada vez más al destino final que tendría algún "Nombre" conmigo, aunque yo pensaba que Curie era la más sensible de todas y que también le afectaban las cosas como a mí, lo cierto es que siempre me engañó. Atniks en realidad se había mostrado la más humana, Curie, por su parte, tenía muchas heridas abiertas. Y sí, me sirvió verla cobrarse una vida y ver que, al siguiente día, no cambió en absoluto nada. El cambio llegaba antes, incluso, mucho antes de matar. Esa transformación, ya iniciaba en mí.

Al principio no sentí nada y eso, ya era aterrador.

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