Capítulo 7. Atniks
Detrás de un adulto en el que ella confiaba, se escondía un extraño que despedía la misma aura maligna del villano de su libro. Era el nuevo amigo de su profesora. Él compartió unas lecturas, su rodilla y un olor raro. Pero como era amable, nadie dijo nada. Al momento de acercarse, cubrió con su brazo la espalda de ella y después su cintura; los dementores estaban cerca. Esa fue la primera vez que se salvó. La segunda vez cruzaba la adolescencia y esas motivaciones internas de poderlo todo permanecían a la intemperie. Decidió ir a visitar el centro histórico de un pequeño pueblo en el pacífico, cerca de la ciudad donde residía. Siendo un domingo, el casco histórico estaba desolado y mientras atravesaba por un panteón, vio a lo lejos una sombra: un hombre imitaba todos sus movimientos. Cuando sintió que ya no había oportunidad de que saliera de ahí con vida, cruzó rápido la calle y en la última esquina, una señora con carrito de mandado atravesó el poco espacio que quedaba entre ella y él. Corrió. Esa fue la segunda vez. Ella sentía nostalgia por haber nacido mujer, aunque le doliera aceptarlo. Una vez que abrías los ojos debías tener ese sexto sentido de advertencia encendido, aquel que te podía salvar la vida. ¿Ellas se preguntan lo mismo que yo?, se preguntaba, las cuestiones filosóficas fueron sus afirmaciones para el caos de su alrededor. Doblando en la calle hacia la derecha o ¿era la izquierda? Cuando salió de fiesta, cuando se quedó en casa, no sonreír, bajar mirada, andar más despacio, más deprisa. Voltear hacia los lados, atrás, al frente. Ver a los ojos, ver a la nada. Ser mujer, es un constante recordatorio de alerta, siempre se advertía. Se llevaba mejor con su padre que con su madre, y también se preguntaba porque siendo mujeres no tenían una buena conexión, pero lo cierto es que ella era una soñadora, igual que su padre. Obras teatrales en las navidades y años nuevos, al principio eran cómicas, al final reales y deprimentes, demasiado para una niña de doce años. A menudo pensaba que si fuese un chico todo estaría bien, un día, se cortó el cabello a escondidas de su madre con la complicidad de su padre, pero el mal no distinguía. Nadie permanecía a salvo, ni siquiera los fetos; el mundo estaba tan podrido que ella no traería niños. Cuando cumplió los dieciocho fue al médico. Él doctor se negó. Fue acusada de tener pensamientos radicales, de no haberse enamorado aún, de ser lesbiana. Su generación había sido catalogada como depresiva. Fue señalada como extremista ante los problemas que acontecían en el mundo; el no querer tener hijos estaba mal y entonces ella estaba mal. Incluso, si las estadísticas le daban la razón; más hijos no deseados, niños abandonados, pobreza infantil, enfermedades congénitas, pedófilos, feminicidas. La niña luchaba en silencio para sobrevivir y al mismo tiempo vivir su propia vida, como si se tratara de pedir permiso cada vez que respiraba. Lo cierto es que con permiso o no, ella terminó haciendo lo que quiso, pero eso no evito la rabia y la desesperación por ser escuchada, fue parte de las marchas y del movimiento, no por el hecho de ser mujer, sino por el hecho de ser un ser humano. Pero cuando pasó, lo poco humano que le quedaba se congeló. Esa fue la tercera vez. Ella nunca se lo perdonó.
A partir de ese momento, todo cambió.
Logré escapar de mi realidad, sin tener que hundirme en lo más trillado; drogas, auto laceración, depresión. Pude huir y vivir, por lo menos y de manera temporal, otra realidad. Ahora era Shelley, aquella que sabía como había muerto El nadador. El silencio en el campus no pudo evitarse. El nadador era querido por la comunidad universitaria, no por su persona, sí no por la imagen que había construido. Esa apariencia, jamás se la pudimos quitar, no era uno de los objetivos de NF, nunca lo fue. ¿Estaba mal que yo pensara en él?, ¿en las últimas palabras que me había dicho, que en realidad fueron las primeras, banales y sutiles, que no tenían importancia y que yo, a como era mi costumbre, idealizaba? "Sí, puede ser" diría Merkel. Yo sabía que no era la primera vez que me sumergía en ese lodo. Pero él no merecía mi tristeza, mi pena, ni el espacio que ocupaba en mi conciencia, ni siquiera el tiempo que yo pensara en su vida, ¿estaba mal que yo sobreviviera a cuenta gotas, con su muerte, más bien con la venganza que su muerte representaba? Yo creía que sí, era lo único que me alimentaba, podía sonar macabro, aunque, el sufrir de extraños, me hacía olvidar, por lo menos unos segundos, mi sufrimiento. Suena egoísta, sí, pero en lo último que había pensado era en mí y ya era tiempo de terminar con eso. Sin embargo, no podía dejar de pensar en su pequeño hermano, en su familia y sus amigos. En la novia que estaba llorando sobre su tumba, en el espacio vacío de su habitación. En sus compañeros de equipo, quienes lo extrañaban más en las competencias de relevos, en su entrenador, quien convirtió su historia en un ejemplo de superación y un entrenamiento seguro. Sí, habían dicho que, si él no hubiese estado solo cuando sucedió, estaría vivo. "Pero, ¿quiénes eran ellos para saber eso?", diría Merkel. Los titulares en FB eran muy parecidos a lo que había anticipado: «Muere medallista universitario: entrenaba sin supervisión».
Esa tarde, para mi sorpresa, llegó una nueva postal y supe lo que me esperaba o eso significaba. Yo no había podido tirar del gatillo y en mi lugar lo hizo Noether. Seguro ella estuvo festejando y agrandando su ego junto con Merkel, sin ningún apuro de conocer mis débiles sentimientos, ¿había firmado algo con sangre?, no. Pero tampoco creía que me soltarían tan fácil. Existía la posibilidad de filtrar información sobre las recientes muertes de El nadador o de El poeta, pero, siendo honesta, nunca consideré que pensarán que yo era suficiente, capaz. En realidad, ese era el menor de sus problemas, ¿quién me creería? En cambio, era mucho más probable que, en el peor de los casos, decidieran deshacerse de mí; había un arsenal de perfectos métodos estudiados para tal ocasión, pude imaginar con detalles que, tal vez, en un pasado no muy lejano, ya lo habían hecho. Yo había costado tiempo y ese no se regresa, había dado un "Nombre", gastando tinta y papel y un renglón en el cuaderno. Un espacio que podía pertenecer a alguien fuerte. Pero, todavía con ese temor, entre mis más profundos y oscuros deseos, estaba que Merkel tachara mi "Nombre", y para eso, debía pagar. Sí, yo tenía una deuda. Pronto, se volvió en un problema mucho más grande porque había dicho que lo haría y al final, me acobardé.
Pero todo era posible con ella, incluso los desaires que tenía a la luz del día. En pleno campus, rodeada de amigos, la mayoría varones, viendo con indiferencia la manifestación estudiantil. Ahora, la veía más que nunca. Ella jamás me hubiese visto. Pensé muchas veces en no ir, en evadir, como lo había hecho con otras cosas. Ya ni sabía bien a qué clases faltaba y a cuáles iba, si hablaba a mi casa o no. Solo sabía que el día se trataba de un martes o un sábado, porque el primero se regulaba por el sabor de los actos cometidos y el segundo por el resumen de la reunión. Pero no siempre era así. A último minuto, con todo y mis temores, fui, esperando obtener una oportunidad más o quizás, en mi subconsciente, anhelando tener la comprensión de alguien en el grupo. Yo no podía concebir que todas ya lo hubieran hecho o que si lo hicieron ya, a la primera, me era difícil creer que era la única que se le revolvía el estómago. A pesar de eso, fui, porque en realidad, había algo en mí. La luna estaba escondida en alguna parte, la noche misma era una trampa. Llegué tarde, esperando también que la resolución fuera breve o que ese atraso fuese mi única salvación a la guillotina. Todas estaban, todas menos Merkel. Noether no me quitó sus pesados ojos desde que entré. Yo pensé que si no me querían ahí, no me hubiesen dado la postal, pero también, que ya era demasiado tarde para seguir sobrecalentando mi cerebro.
—El nadador está muerto— se jactó Noether sin dejar de inyectarme veneno.
—Tiene un hermano pequeño— dije.
—TE-NI-A un hermano pequeño, ¿y?
—¿Y?, ¿no sientes... algo?
—¿Culpa?— sonrió, volteando al ver alrededor, esperando el apoyo de las demás, —lo dices como si el resto no hubiese tenido hermanos pequeños, hermanas, padres, amigos, novias...
Curie bajó la mirada, Atniks la desvió. Hadid se mantuvo rebotando los ojos entre nuestra conversación, sin hacer evidencia de estar de un lado o del otro. Era de esas mujeres que tenían una belleza amazónica, no importaba que siempre llevara playeras de bandas de rock, cuánto humo colara en sus pulmones o el alcohol que le metía a su hígado. Su piel morena parecía bañada por el sol, aterciopelada al solo contacto con los ojos. Su mirada era un permanente desafío en una borrachera romántica. Siempre había alguien interesado en ella. Me atrevería a decir, con creces, que las camisetas y el cabello despeinado eran solo un propósito para despistar. Traté de enfocarme en eso, yo no me sentía fuerte. A veces, mis palabras eran más fuertes que yo y se escapaban de mi boca si la presión era consistente, como la amenaza que ejercía Noether en mi.
—Todo está hecho una mierda— soltó, con cierto dolo.
—De verdad, ¿no te das cuenta?— me preguntó y luego, soltó una risa molesta, de esas con basto sarcasmo que caen mal tanto al receptor como al remitente. Para Noether, yo era una tonta.
—Los más cobardes, esperan y esperan haciendo de su tiempo la confianza como un castillo de cristal, a veces en los patios más familiares. Los más tontos, apuestan a la sobrevivencia de la selva; si anda en grupo podrán tenerlo, aunque sea solo así. Los más astutos, saben que mienten, cuando enamoran y desean orar, cuando los vas a dejar y te dejan; son lectores de mentes y nunca abandonan cabos sueltos. Ellos, se esconden entre amigos, novios, niños y adultos. Están entre nosotras, nos sonríen y nos callan, nos protegen y nos adulan. Nos excluyen y nos exhiben. Se confiesan con nosotros y al mismo tiempo, nos mienten. Solo ellos nos ven como su peor enemigo.
—¿Por qué?— pregunté a los ojos de Hadid.
—Porque somos su más grande debilidad.
Noether sonrió;
—Y la respuesta a tu pregunta es simple. La vida es un manojo de injusticias que, si sabes manejarlas, habrás sobrevivido a la locura. Mil veces, la locura es lo más sano, lo racional, ¿cómo no perder los estribos si solo ves dolor y horror? Lo más sano es, volverte loca...inmediatamente.
—Solo digo que... quizás no debí ver eso, yo no...
—Cierto, no debiste.
Merkel entró como un torbellino plantándose en la cabecera. Sus ojos reflejaban ira, sus manos dolor a puños.
—Pero, como diría alguien que conozco, a veces se nos permite vagar en la ignorancia, pese a que eso nos cueste la cordura— finalizó Noether, colgando sus ojos en Merkel a modo de indirecta.
Después hubo un silencio, de esos que le atribuyen el paso de espíritus. Yo no esperaba que fuese El nadador, para mi suerte, nunca creí mucho en eso.
—Shelley...— empezó por decir, mientras alzaba su mano derecha a modo de diseccionarme en la mesa. Había tomado varios respiros antes que pensé que estaría más calmada de como había llegado.
—Si las cosas no van a arder, no tiene sentido seguir—, y continuó —hace mucho tiempo que morí, como ustedes, pero son esas llamas las que me provocan mover el cuerpo. Mi cerebro lo procesa tranquilo y racional, no se anda con estupideces como tu corazón.
La última frase resuena en mi cabeza, hasta el día de hoy.
Noether no sonrió, yo supuse que los regaños hacia mí siempre serían motivo de su felicidad, pero cuando Merkel tomó la palabra de esa forma, nadie habló. Sentí, también, que durante ese tiempo nadie respiró. Mientras apretaba mi lengua y esperaba que mis ojos no botaran lágrimas, porque lo último que quería era que me vieran llorar, mis palabras ya no fueron tan fuertes.
—El nadador... eliminado—, cortó la conversación al mismo tiempo que tachó El "Nombre", el real. Como estaba molesta, el tachado fue más grueso que los anteriores.
—El cuervo.
Dicho El "Nombre" siguiente, Curie se levantó de inmediato y comenzó con la explicación. El cuervo sería el primero en irse el próximo año. Era demasiado delgado, ausente. Él, no pasaba a lado tuyo, y no parecía pretender nada. Llegaba en su auto, iba a sus clases y con la misma se iba a toda velocidad. No hablaba con nadie y nadie hablaba con él, siempre se sentaba hasta el último rincón del salón, como si lo hiciese para observar al resto. Ni el Sol se atrevía a tocarle. El cuervo tenía la ligera sospecha de que su padre no lo toleraba, el excesivo amor que su madre profanaba hacia él solo lo agravaba más. Tal vez era porque no quiso estudiar lo que su padre quería para él, o quizás era porque no era lo que él quería que fuera, su hermano mayor. El cuervo era todo lo contrario a él, aparentaba ser débil, inseguro de sí mismo, con problemas de interacción social. Si fuera un animal, es definitivo que sería ese carroñero, con todo ese plumaje oscuro y pico asesino. Ajeno a la vida banal, el pájaro vio a una de sus víctimas la noche del Halloween pasado. La biblioteca estaba llena por los finales, pero a su vez había juego de fútbol americano. Mientras se dirigía a su coche, la encontró desmayada en el jardín, solo unos metros al fondo y pensó, nadie verá nada, ni el mismo cuervo que se paró en el árbol justo arriba, donde consumaría su acto. El lugar en donde ella había caído era tan idílico, que incluso El cuervo pensó que no podía dejar pasarlo. Todo era perfecto, tan romántico, hasta las hojas secas entre sus cabellos y el hecho que no tuviese que hablar. No sé por qué, pero, empecé a sentir repulsión. No conocía a su víctima o sí, podría ser cualquiera de ellas, cualquiera de nosotras. Ya había sentido dolor de estómago y reflujos cerca de mi garganta, pero no así. Quizás fue por el hecho de que lo hizo estando ella inconsciente. Pero, ¿había diferencia? Todas habían sido atacadas, algunas dejaban que la mente fuese a otra parte, pero el sentir que no estás y saber después que hicieron lo que quisieron contigo... lo sentí como si hubiese sido yo. Cuando ella despertó, a las primeras horas del amanecer, los recuerdos no le saltaron a la memoria. Fue doce horas después, cuando volvió a recostarse en el pasto del Jardín de rosas: ella gritó.
Merkel salió de la sala, seguido del resto.
Noether chocó con mi hombro a propósito. Curie se acercó a mí. Mantenía las manos cruzadas como si tratase de mostrar fuerza cuando en realidad trataba de abrazarse a sí misma. Con pesadez, un poco de indecisión y las cejas arrugadas me dijo;
—Quizás debas pensar diferente. Sí, él tenía un hermano pequeño y ese niño está enterrando a su hermano mayor en este momento. No habrá nada que cambie lo que hará eso en él, pero es algo que pasaría, tarde o temprano. Por el contrario, si no lo hacíamos, si nadie lo hacía, él seguiría viviendo, junto a su hermano, mostrándole la clase de ser humano que era, la clase de ser humano que él podía ser.
—¿Qué?, ¿qué quieres decir?
—Un violador—. Y así, Curie se alejó de nosotras.
—Tiene un buen punto— dijo Atniks.
Sí, Curie siempre lo tenía.
—Y ahora, ¿qué pasará conmigo?
—No te preocupes, sobrevivirás. Yo te recomiendo que medites lo que dijo Curie. He visto segundas oportunidades. No he visto terceras.
—¿Haré yo El cuervo?
—No lo sé, prepárate, por si acaso. Será tu última y única oportunidad.
—Ah y Noether... no habla en serio. Ella no odia a los hombres.
—No lo hacemos— dije, con toda honestidad y me di cuenta de que ahí fue la única vez que le hablé buscando su mirada.
Afuera, ya nos esperaba el amanecer. Contra el sol, su cabello dejaba ver tonos rojizos que, sin duda relacioné con el fuego que ella radiaba. Justo detrás de mí, Hadid doblaría a la izquierda para perderse entre los cipreses del jardín central, ya a la distancia pude verla tomar su bicicleta. Después Merkel y Curie, caminando hacia la escuela de Humanidades. Noether... no había señales de Noether. Solo Curie y yo vivíamos en colegios o dejamos esa información al alcance de las demás; ella en el Colegio Blanco cerca de la escuela de Medicina y el jardín de las rosas y yo en el Colegio Rojo, fuera del campus. Teasdale cuando estuvo aquí, seguro se quedaba en el Colegio Verde a lado de la biblioteca, como la mayoría de los estudiantes extranjeros. De las demás nunca tuve confirmaciones, solo ligeras sospechas que conocía por las salidas que escogían al irse, en un intento por saber más de ellas, ponía especial atención a las calles cuando iba en tren, en taxi o en coche, incluso en bici, atravesando los ojos por la reja, observando la intermitencia de la luz del sol; esperando encontrarlas de nuevo por donde las había visto estar: Hadid cerca de mi colegio, un poco más adelante, me la imaginaba viviendo en esos departamentos urbanos de ladrillo rojo, con las ventanas tipo industrial que se abren de manera vertical; tendría una vista privilegiada hacia la iglesia sobre la pirámide y el volcán. Atniks, viviría en algún lugar por la recta, justo del lado de la entrada principal. Noether y Merkel, siempre fueron un misterio que ni siquiera pude imaginar.
En otro día cualquiera, en la esquina de la cafetería central, Merkel tenía los pies arriba de la mesa y se disponía a continuar su lectura mañanera. Pronto, la invadió el resto del grupo.
—¿Ya leíste esto?— el libro, que de un momento a otro había aparecido en los aires levantado por la mano de Merkel, era Gone girl, de Gillian Flynn.
—Vagamente...— contestó Hadid.
—Déjame hacerlo a mí- dijo Noether, —quiero que El cuervo sufra.
—¿Ya olvidaste que no funciona así?, de todas formas, se agradece tu entusiasmo.
—No sé por qué no lo hacemos como él lo hizo, ¡es un maldito pájaro carroñero!
—Creo que no pude nombrarlo mejor, al final, esa es su pura esencia.
—Ya tengo el método, pero no creo que sea del agrado de todas.
—No necesita serlo.
—Lo dejamos inconsciente, con la droga que usamos con El prodigio, una vez fuera de sus cinco sentidos lo cortamos, le removemos...— Curie hizo una pausa, Noether sonrió al aire y Merkel levantó una ceja.
—Sabes a lo que me refiero.
—Curie, todo este tiempo...— ella tomó un respiro y continúo, -luego lo dejamos, vivirá sin vivir sabiendo que ya no es ni la mitad de lo que era antes. Lo matamos en el primer segundo que despierte y permanentemente, hasta su último día- cuando lo decía así, Curie parecía ser más vil que todas.
—Eso no es tan mala idea, ¿por qué dijiste que no sería del agrado de todas?
—Estoy ensayando mi sarcasmo.
Merkel sonrió.
—Eso nos ubicaría en el mapa— sopló Atniks entre los arbustos.
—¿En realidad crees que El cuervo le diría a alguien?— retó Hadid abriendo los brazos, -por supuesto que no.
Suena tentador.
—Lo es— replicó Curie.
—Pero no podemos hacerlo.
—Lo sé.
—¿Es por ella?
—No y no— sentenció Merkel.
—Fue lindo imaginarlo...
—Sí, lo fue.
Esa noche acepté salir con Camila. Así, mis preocupaciones se enfocarían en tener la fuerza necesaria para matar a una persona y no en aprobar mi semestre. Unos jeans, un top negro de tirantes y mi cazadora azul oscuro eran más que suficiente. Los zapatos que siempre odié y mi cabello se llevaron la mejor parte. Me evadí en alcohol y en las pláticas enriquecedoras de la complicada vida amorosa que mi mejor amiga solía tener, para suerte mía, el novio ya no salía con nosotras y eso requería que yo pusiera más atención en lo que decidía decirme. Por un momento podía perderme en esa vida de ser una estudiante universitaria más, quien le preocupaba que outfit estrenar el día siguiente, que no se había preparado para el examen o que debía de hacer una entrega final en la segunda semana del mes. Ya estábamos en ese mes.
—Es un imbécil— soltó Camila sobre su novio.
Cuando nos mirábamos al espejo, existía un poder mucho más grande que la hermandad. Las mujeres somos críticas, competitivas y la mayoría vive en un espectro de perfeccionismo, que nos hace juzgarnos a nosotras mismas hasta casi morir. Recuerdo que siempre que iba a un lugar, volteaba a ver alrededor, buscando a la que sería mi competencia legítima, solo para saber, visualizar y analizar. Yo tenía rangos, ese día iba vestida de mí; rango número 8, cómoda pero arreglada, con una nota distinta de lo que después llamarían efforless sumado a un en realidad no me importa tanto, pero en secreto. Muy pocas veces dejaba que Camila sacara un numero más alto que yo. Y así, poco después, los ataques propios llegaban, nos queríamos ver como top models esperando sacar un bronceado perfecto y sexy como los ángeles de Victoria Secret, el cabello largo y ondas en las puntas igual que Miss universo. Me preguntó si la gran mayoría lo hace. La verdad es que yo era mucho más feliz con pantalones cargo tipo Avril Lavigne y tops básicos sin mangas como Angelina Jolie. Así era la volatilidad femenina, por lo menos la mía.
—Me gusta tu cazadora.
Al mirarla, a Camila, a las demás, no podía dejar de pensar; es perfecta. Incluso al mirarme a mí misma. ¿Era extraño tener ese sentimiento? Creer que las mujeres merecíamos alguien que nos amará de igual forma que nosotros los amábamos a ellos. Era obvio existían las que no amaban, como los hombres. Los hombres que amaban existían entre nosotros, solo que no sabían cómo hacerlo. Esperaban al tiempo indicado, donde algo paralelo se alineará para dar el gran salto. Aquella señal que les hiciera ver que ella se entregaría por completo, aquel indicio de que había alguien más a la espera. Era el destino. Poco tiempo después se preguntarían dónde ella se había ido. Los hombres que amaban existían y quizás amaban del todo, entregándose por completo como nosotras lo hacemos al amar, solo que no nos amaban a nosotras. Hadid salió de uno de los baños y se colocó frente del espejo, entre Camila y yo. Ella, a casi como cuento de hadas y sin mucha ayuda, era la más bella del antro.
—Gracias— alcancé a decir. Sus ojos venado me miraron para después pestañear e irse. Me golpeó la declaración que ella me había dado, cuando pude ver sus ojos con distintas tonalidades negras: los hombres nos tienen miedo. Los hombres nunca serán valientes ante una mujer, sobre todo cuando se trata de confesar amor. Eso es tan cierto. Los hombres vaciaban sus expectativas como si fuese a la suerte, casualidad o ambas, haciendo de cada encuentro una victoria, nunca confesando lo que en realidad habían deseado, buscando o anhelado.Y cuando por fin, la mujer confesaba un total amor y quería que él, a modo romántico, hiciera lo mismo; el hombre volteaba la cabeza digna y decía, que en realidad no. Nunca lo buscó, no hubo un flechazo inmediato y, niña, no es para tanto. En cambio, la mujer, al principio no está segura y poco tiempo después, lo siente todo y se enamora y no teme decirlo, confesarlo, porque es valiente y en esa valentía, el hombre da dos pasos largos hacia atrás.
Camila seguía hablando.
—...Es su manera de no saber lo que quiere, yo tengo muy definido lo que quiero hacer y se que lo voy hacer de alguna u otra forma pero él... está siempre soñando- y cuando vio que no decía nada, me volteo a ver través del espejo, —hombres, ¿cierto?
—Creí que estaban bien.
—Sí, estamos bien, pero, a veces, me desespera, ¿sabes?, los hombres creen que el presente les durará siempre, incluso más que el pasado.
La noche estaba volviendo caliente mi sangre, pero yo no me dejaba fundir. La memoria me regresaba una y otra vez a él, me encontré varias veces con su rostro entre la gente, esperando encontrarlo.
—¡Le gustas!
—No— y tomé un trago, -somos amigos.
—¿Qué no te das cuenta cómo te mira?, le gustas.
Nosotras las mujeres, siempre lo sabemos muy al fondo, pero no decimos nada. Esperando que una amistad no se vuelva sexual, que la confianza no se empañe, que el tiempo marchite lo que tenga que marchitar, que nuestro síndrome de impostor brille. Que sean más fuertes las dudas y que aquel momento, donde él quiso hacer algo y no lo hizo, perdure congelado. Porque en realidad tú no querías que pasara. Y si hacías algo quizás pasaría, por lo que mejor no hacías nada y dejabas que el velero siguiera flotando. Aunque estuviera en medio de una tormenta, ¿qué más daba? Yo pude haber aceptado ese momento y así, dejar de pensar en él. Pero no, las cosas nunca me las ponía tan sencillas, sobre todo si implicaban a un tercero; él no lo merecía, y yo tampoco. Yo era, de esas chicas honestas, tanto, que ya me habían acusado de no tener tacto. Una mujer siempre sabe, pero no lo hace notar y después, en la oscuridad, se encuentra ese minuto cuando sospechas por la repentina violencia con la que te juzga al hacer algo por tu propia cuenta y luego están las que son como yo, que a veces, solo a veces de forma genuina, en realidad no nos damos cuenta. No nos percatamos de la existencia del deseo, no nos damos cuenta de la presencia de odio.
—Oye y, ¿no te ha hablado Alex?
—No.
—¿Él sabe que, ya estás aquí?
—No— contesté. No lo creo. Quizás sí, no lo sé.
Era imposible no imaginarse los momentos compartidos, en las mismas calles, en el mismo frío. Después de todo, esos fueron nuestros lugares. Paisajes, nuestras salidas, incluso antes de conocerlo yo ya imaginaba que lo conocería. Si él estuviera aquí conmigo, si yo no me hubiera ido, sí, no, el hubiera. Una palabra con demasiado dolor, evoca remordimiento, cuestiona tu realidad; feliz o infeliz, el hubiera no debería de existir. En septiembre, el aire entre nosotros estaba plagado de sed y curiosidad, en las noches como esa, el aire iba cargado de alevosía y desvergüenza.
—Tengo miedo— y yo respondí con sinceridad —yo también.
Nunca me había visto en vuelta en una posible pelea a golpes, quizás mis padres hicieron bien en mantenerme a raya de ciertas fiestas que, con el alcohol, evocaban ese tipo de sentimientos. O simples estupideces, como esas que suelen aparecer desde temprano en la preparatoria, incluso en la secundaria cuando peleas por algo que crees querer. Pero ya estando en la universidad, no existía el margen que te mantendría fuera de cualquier peligro. Uno pensaría que el simple hecho de no agrandar las cosas, mirar hacia abajo e irte del lugar sería lo más sensato. Pero una noche, de esas compartidas, lo conocí más de lo que lo había llegado a conocer. Habían dicho que habían sido como quince minutos, pero yo los sentí como media hora o más, donde alcancé a escuchar frases elaboradas del tipo que explicaba su deseo de hablar con nosotras, enviando miradas que nos barrían de pies a cabeza y cuando él le dijo que estaba conmigo, volteo a ver a Camila. Y siguió explicando, como si la urgencia de tener esos dos trozos de carne, aunque fuera uno solo, fuera necesario. El otro hombre lo entendería. Y después indudable pensé, en lo indefensa que me vería si un día, él me dejará. Uno no puede esconderse siendo presa. Solo podemos advertirnos, cuidarnos de los más terribles bosques. Aun así, un día no extraño, amanece una chica tirada en medio de un hermoso bosque, a plena luz del día. ¿Qué pasaba en la mente de un hombre, que sabe, ve y siente ese poder?, supondría: ¿debo cuidarla todo el tiempo? ¿Me gusta cuidarla, o, me da igual lo que le hagan? Aquel hombre nunca sentirá el terror de ser presa. Ese pensamiento me tumbó ¿eso estaba mal? Estaba mal. Es algo que me molesta, incluso ahora, porque sé que no tengo la respuesta. Si él no hubiese estado, seguro nos hubiéramos librado del hombre, sí, yéndonos del bar; terminando la fiesta antes de tiempo, incluso si no era lo que queríamos; escapando como otras veces que lo habíamos hecho. Para ella era reír, hacer una broma e irse. Para mí era no hablar, verme sería e irme, era algo con lo que habíamos lidiado siempre, en su caso empezó a los diez años, en mi caso a los seis, aunque yo aún no lo supiera y en ese momento, pensaba mil maneras de irme, pero no siempre podía hacerlo.
Pero él hubiera no existe.
Una de las meseras se acercó a nosotras. Supe que algo andaba mal porque las chicas atendían a los chicos y los chicos atendían a las chicas. Había puesto dos cocteles fluorescentes en nuestra mesa.
—Esto, es por parte de los chicos de allá— y nos guiñó el ojo.
—Lo siento, no podemos aceptarlo.
—Lo siento, ya está pagado— y la chica desapareció.
—No lo tomes— dije y Camila sonrió a lo lejos, —ya lo sé, pero son lindos— soltó. Yo nunca miré. Después bailamos, dejando atrás la mesa y lo que había sobre ella. Cuando volvimos, un joven se acercó a mí y otro a ella. Sí, a menudo vienen en manada.
—Mira, voy a ser directa, no quiero hacerte perder el tiempo. Yo, la verdad, no estoy interesada.
—¿En serio?
—En serio.
—Agradezco que hayas sido honesta desde el principio. No hay muchas chicas que sean así.
—¡Sí, ella, es todo un caso!— gritó Camila a través de la música. Pero después, hubo quien no me lo haría tan fácil. Hay hombres buenos y hombres malos, y después hay solo "hombres" los que ni siquiera se pueden llamar así, porque carecen de carácter, les sobra cobardía y se les dispara la misoginia por los ojos, aunque ellos se crean mil y una veces que se lo digan, amen a las mujeres, no, no lo hacen. Decían que nosotras tomábamos decisiones nubladas por nuestros sentimientos, pero yo he visto más hombres declarar impulsivas y malas decisiones estando ciegos. Muchas veces por una palabra formada de tres letras, porque no hay sentimiento más cargado de orgullo por uno mismo, que el ego. Rozaba por quedarse entre el alcohol, pero de un momento a otro, todo su interés se fue hacia lo que yo hacía. Fue eterno, no recuerdo lo que se dijeron, yo bajé la mirada y me enfoqué en los raspones que tenía uno de los bancos, imaginándome mil formas como se golpearon, así como ellos pudieron dañar a una mujer.
—Dime, ¿por qué?
—¿Qué?
—Dime, ¿por qué?, ¿por qué yo no puedo estar ahí para ti?, ¿por qué no me dejas protegerte?
—Yo puedo protegerme.
—Lo sé. Pero cuando yo puedo hacerlo, incluso cuando sabes que estás mal, cuando necesitas ayuda, ¿por qué?, ¿por qué es eso tan malo, tan terrible?, ¿por qué no me...
—¡Porque al final tú te irás!
—No. No, yo no...
—Si lo harás. Al final, siempre es así.
Lo dejé detrás de mí. Después, me arrepentí de mis acciones, no de mis palabras. Aquellas, cuando las decía, sonaban como tenían que sonar, con el filo y la peligrosidad de poder hacer daño, porque yo las pensaba antes de decirlas, las escogía entre miles, porque sabía muy bien lo que unas palabras podrían hacer, así dijeran cosas buenas o cosas malas. Hay palabras que son asesinas, me han hecho creer en peligrosos minutos donde termino con mi vida. Si puedes no escucharlas, no las escuches, aunque el amor sea quien las diga. Por eso, después, me arrepentí de mis acciones.
—Yo creo que me voy al colegio- dije, en un susurro, esperando que alguien me hubiese escuchado, mientras agarraba mi chamarra, las manos me temblaban.
—Ah, okay— dijo Camila un poco sorprendida, —vámonos, entonces.
Yo la miré con ojos que decían que no hacía falta, que estaba cansada, que quería irme y que no tenía que dejar de pasarla bien solo porque yo estaba así. Pero ella no desistió -no te voy a dejar ir sola-. Camila podía ser un poco egoísta, sobre todo con la atención que le daban sus padres, pero era muy responsable. Era una buena amiga.
—Las acompaño.
—No hace falta— me apresuré a contestar y mientras ambas nos abrigábamos para salir, él dijo;
—Voy para allá.
—No hace falta— repetí, pero nadie pareció escucharme.
Eran pasadas de las tres de la mañana, olía a fiestas prolongadas hasta el amanecer. El camino de regreso era diferente; esquivábamos a la multitud que se formaba en la entrada de los bares, saltando banquetas rotas y el empedrado de las calles. Caminábamos lento, ya no había ese entusiasmo de llegar o fue que en realidad veníamos acompañadas y no había ese sentimiento de peligro extremo, y pese a que el frío era implacable no nos hacía caminar más rápido. O tal vez yo quería estar con él. Él, en un principio, se había quedado un poco atrás, pronto caminaría a lado mío. Sentí sus manos frías cuando me tomó una para colocarme en el centro y él, ir al costado de la calle. Recordé que cuando estábamos juntos, era lo primero que me corregía. Las calles, en aquel entonces, estaban hechas para que unos se amaran y otros más se mataran. Vino a mí el recuerdo de besos en su coche con la luz roja intermitente de fondo. En un interesado desinteresado por saber de la vida de mi mejor amiga, conversó con Camila, aunque en su mayoría solo estaba escuchando. Ella supo que debía dejarnos, se despidió de él, subió los escalones y entró rápido a la recepción.
—¿Y cómo has estado?
—Bien.
—Qué bueno, me da mucho gusto— yo no dije más y el continuó, —yo he estado bien, alistándome para los finales.
—Si, ya casi son...
—Quizás podríamos vernos después...
-No creo... no...creo que pueda— y continué con las excusas —me he atrasado mucho en las entregas...
—¿Cuándo te vas?
—¿A mi casa? Justo después de los finales.
—¿El viernes?.
—El jueves, en la tarde— y se guardó un silencio.
—Bueno, supongo que será hasta el próximo año.
No respondí.
—Tus amigos están esperando...
—Que esperen.
Otros dos pasos adelante.
—¿Cuándo llegarías?
—No lo sé aún, no he pensado en eso.
—Está bien— y pareció sonreír, —esperaré.
Las noches heladas me saben a mi juventud, cuando llegué amar a alguien tanto, que al principio entumecí todos mis miedos. Él me miró, con suavidad tomó mi mano derecha, yo pensé en apartarla, pero no lo hice, vi como la besó con ternura y al mismo tiempo con pesadez, con pensamientos que le hacían fruncir el ceño cuando su rostro reflejaba calma absoluta. Era el orgullo, que no dejaba que se asomara nada más y cuando lo hacía, su frente dejaba ver las líneas y sus ojos se perdían al vacío. Su nombre venía sonando a lo lejos, y muy de prisa, cerca. Sus amigos ya nos habían encontrado y reclamaban su atención.
—¡Alejandro, vámonos!, ¡vamos a llegar tarde!
—¡Alex!
—Vámonos.
—Feliz navidad y, feliz año nuevo— No dije nada y él, se mantuvo de pie por un tiempo, con la puerta del auto abierta.
—¡Ya vámonos!
Nadie había sabido cuidar de mí. Él lo hizo, en ese momento. Y eso fue lo que extrañé, lo que amé y a lo que me aferré, durante mucho tiempo.
Debo de confesar que cuando salíamos el pensar que se iría con sus amigos a otro antro o bar me transformaba. Lo quería conmigo y no lejos de mi. Camila había declarado que necesitaba descansar al día siguiente tenía que viajar o ensayo, o las dos cosas. Ernesto, quien en ese entonces era el mejor amigo de Alejandro empezó a cuestionarla sobre su tratamiento de belleza y sus planes del día siguiente sin realmente avanzar mucho, él quería seguir la fiesta con o sin nosotros.
—Alejandro... ¡Alejandro!
—Ya me voy.
Él no dijo nada. Camila se fue a dormir. Ernesto se fue. Nos quedamos viendo ante la inminente madrugada cuando sin pronunciar palabra empezamos a desvestirnos. Me gustaba sentir el sabor del alcohol en sus labios contra los míos, entumecidos. El siempre lo notaba y los iba despertando, mientras que yo me perdía en el olor a cigarro de su ropa y su perfume 212. Una combinación peligrosa.
—Pueden vernos—, aseguró.
En ese momento, a mi no me importaba. Era muy poderoso saber como me desarmaba. Hubiese sido de una gran ayuda que los muros del departamento de Ana no fueran de tabla roca, pero hacer ruido no nos detuvo, aún con Camila en la habitación. El agua helada de la regadera tampoco. Ana era la otra mejor amiga de Camila; inquietante, versátil y con un sarcasmo incontrolable, todavía no entiendo como es que eran amigas. Ese fin de semana había salido de viaje y le ofreció a Camila quedarse en el departamento unos días, tratando de que esa acción la hiciera por fin abandonar el colegio e irse de roomie con ella. Me envolví de él mientras pasaba mis dedos por su nuca y su cabello, me cubrí de sus hombros hasta chocar contra la pared, una y otra vez. Y cuando abrí los ojos yo no me movía, yo flotaba estando cerca del techo, con el calor en las mejillas y en el ombligo podía sentir su aliento, después encontré sus hombros. Era mucho más difícil respirar y pensar, todo al mismo tiempo. Y querer decir que ya no podía más pero no lo hacía. Con el cabello mojado y las cinco y media de la mañana, nos despedimos con un dulce beso y una sonrisa traviesa. Unas horas después, Camila me confesó haber escuchado parte;
—Ya sé cómo lo haces.
Si supiera que había veces en las que, no sabíamos muy bien que hacer.
—¿Es ese tu ex?
Los felices recuerdos se desvanecían una vez que me tocaba el presente y toda su locura. Una voz conocida detrás de mi provenía de la esquina donde se acostumbraba a esperar los taxis —debes creer que sé la respuesta de todo— dijo, entre humo.
Cuando él y ella aparecían, en un mismo plano, me hacían pensar que mi realidad era mucho más real de lo que yo pensaba, cuando ella estaba, era casi un sueño, cuando él aparecía sabía que todo era cierto. Todo fue real, todo fue verdad.
¿Qué haces aquí?
—No eres la única que vive en el Colegio Rojo, ¿sabes? es un día cualquiera, un país libre y tengo otras cosas que hacer, aparte de matar a misóginos— ya llevaba tres fumadas y sus labios estaban más hinchados de lo normal.
—Mer... Merkel— de un momento a otro, dejó de pasar gente, los autos empezaron a escasear.
—Tengo algo que decirte— la voz se me quebraba, sospecho que fue por el frío o no por mis nervios. Ella volteó a verme y sin más, sentenció;
-Entonces dilo.
—Me gustaría ser fuerte, pero no lo soy. Me gustaría no tener miedo, pero lo tengo. Quisiera que no hubiera pasado, pero pasó. Ahora, soy débil y tengo miedo todo el tiempo, pero es más fuerte lo que me pasó, pienso en lo que pasó... siempre; cuándo me despierto, cuando me acuesto, incluso cuando duermo. No vivo. Por eso, me aferro a ser fuerte, ser valiente y nunca olvidar lo que él me hizo.
Quizás el alcohol me hizo hablar, quizás fue haberlo visto a él y saber que, por más que quería actuar como una persona normal, no podía hacerlo. Quizás fue el miedo, que de repente nació, enterrando al miedo del inicio, que ya no recuerdo cuál era. No quería ser expulsada, sabía que NF me mantendría a flote, NF era mi droga.
—Bien— dijo mientras sonreía, descarada, —bien, Shelley.
Después, se puso en modo serio. Sus retorcidos cambios de humor la pudieron definir muchas veces como bipolar, pero no era así, pese a que no conocía a nadie con ese trastorno, el cambio en Merkel era orquestado por ella misma, altos y bajos, con el simple hecho de hacerte sufrir o no. Aunque pensaras que solo afectaba a los demás, también a ella, y lo sabía. Por eso lo llamé su plan existencial, por no denominarlo suicidio colectivo.
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