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Capítulo 5. Curie

En su mundo, no había nada que pudiera causarle daño. Curie tenía un hermano mayor siempre dispuesto a protegerla, un padre ejemplar que la hacía sentir especial cuando los demás no la aceptaban y una madre natural, que era incondicional en su amor. Una casa hermosa, un vestido precioso, un alma pura, una belleza increíble. Su mejor amigo, un blanco osito Teddy, era la envidia del resto de los niños por ser su fiel compañero de juegos. Sugar, a como lo nombró, era de color puro blanco, igual a los cuadros de azúcar que su abuela y su mamá colocaban en el café. La acompañaba a sus clases de ballet, al parque, viajes en carretera, reuniones familiares. Incluso a algunos días especiales en la escuela y aunque el resto de la gente se preguntaba hasta cuando ella dejaría de prestarle atención al peluche, Sugar parecía ser más importante cada día. Cuando ella entraba a un nuevo lugar, se aseguraba de que Sugar tuviera la mejor vista, ya fuese en una banca, una mesa, un árbol, siempre estaría junto a ella. Hubo un momento en que lo aceptaron, si querías jugar con ella, tendrías que jugar con Sugar. El Teddy bear tenía en su cuello un lindo moño de cuadros azul y verde. Era tan acolchonado que era imposible no abrazarlo después de estar en la secadora. Olía a esa loción de bebé que le ponían cuando era pequeña, tenía un raspón en uno de sus brazos y un hilo deshilachado en la parte baja de la espalda, pero para ella, Sugar era perfecto. No obstante, después de un tiempo, muchos niños no seguían felices por el hecho de que ella no les prestara atención. Llegaron a maltratarla con burlas por ser tan infantil, muy modosa, demasiado ella. Pero Sugar estaba ahí, junta a ella y así, nada malo podía pasarle. Hasta que un día Sugar desapareció. Sus padres, como buenos y comprensivos padres, colocaron letreros en los parques y plazas, su hermano, como buen hermano, preguntó en el club deportivo si alguien lo había encontrado. Sugar nunca apareció. Y aunque Sugar no podía moverse cuando algo estaba mal, Sugar no podía hablar cuando algo estaba mal, Sugar pudo haber hecho algo después, pero no lo hizo. Ella era una niña hermosa, una niña. Una inocencia destruida. Esta vez, Sugar no pudo estar para Curie y para sorpresa de un oso de peluche que habían comprado en una tienda departamental, la maldad no provino de fuera, la maldad siempre estuvo adentro y duró muchos años. Muchos más años que él. El verano y las vacaciones de invierno, la traían con fuerza. Dos veces al año, dos veces que no podía escapar. No era que no siempre estuviera ahí, pero sí era en especial doloroso durante ese tiempo. Pensó en que era afortunada, no muchas familias pasaban el tiempo juntos, una numerosa familia. De vacaciones en la playa, las montañas, Disneyland. En el infierno.


Esa tarde se rompió el cielo. El guardia de seguridad, quien era la clase de vigilante prototipo ideal, juzgó con su mirada mis Vans mojados. Mamá me había comprado un paraguas hermoso, transparente y de forma de hongo, haciendo alusión a aquellos que usan en Tokio, pero yo aún era lo suficiente idiota para creer que no lo necesitaba. Otra vez me equivoqué. Cuando el guardia se distrajo con otro estudiante, seguí mi camino. La biblioteca estaba casi vacía, uno que otro nerd bajando o subiendo las escaleras. Había algunas parejas durmiendo con apuntes en el piso, conectadas a su laptop, con audífonos más grandes que sus orejas. Varios solitarios sumergidos en libros gruesos, su lectura era tan potente que podría pasar marchando el equipo de fútbol americano a lado y no alzarían la mirada. Llegué al último piso, al espacio desolado y secreto, entré a la sala de cristal viendo como el equipo de ventilación hacia que la puerta se cerrara herméticamente y después me encontré hasta el fondo una mesa donde estaban cuatro chicas:

La primera, cerca de la puerta, fijó sus ojos en mí e inmediatamente los retiró como si hubiese sentido que se los arrebataría. No volvió a verme.

La segunda, con la espalda rígida y la mirada perdida, no pareció percatarse de mi presencia.

La de alado de ella, asentó con la cabeza al mismo tiempo que frunció el ceño y se llevó la punta del bolígrafo a los labios. Parecía nerviosa.

La última, que estaba más cerca de la cabecera, y del lado izquierdo, mantenía su mirada a la altura de los mensajes de texto de su celular. Mientras me acercaba porque habían más sillas vacías de su lado, me proporcionó una mirada despectiva, la cual después, conocería como su característica principal. Éramos como las nuevas alumnas de una clase desconocida, en una extraña carrera, que no hablarían ni para saludarse, ni discutir el estado del tiempo, el plan de estudios, o presentarse por su nombre. Para suerte mía, ese último punto nunca iba a ocurrir. Los pormenores de una pos-adolescencia universitaria.

Hasta que alguien hizo su rostro familiar y dijo:

—No puede ser tan difícil, ¿cierto?— y volteo a verme.

Me pregunté si se refería al tema que giraba en torno a esa reunión. ¿Cómo saberlo? Si ellas podrían estar en el lugar equivocado como yo lo estuve la última vez. Podrían no saber nada o podrían saberlo todo y solo yo era la única nueva y esa reunión era una prueba para ver que tan comprometida estaba con la causa. Al fin y al cabo, si ellas pertenecían a NF, habrían visto lo de hace cuatro noches, pensé. Pero ella, había sostenido la pregunta, ¿cierto?, enganchándola en mis ojos. Sin tener respuesta miré alrededor; la segunda mantenía la mirada baja y no había mucho que expresara, la otra, la que estaba cerca de la cabecera alzó sus ojos para encontrarse conmigo y después, con desdén, los volvió aterrizar en su celular. Quizás solo tenía dudas, como yo, y quería saber, si el miedo en mí existía. Claro que existía.

El sonido hermético de la puerta llamó la atención inmediata de todos los ojos dentro.

Ella entró exhalando aire renovado, por un momento pensé que nos lo robaba. Sonrió con ese gesto en donde se levanta solo un lado de la boca y tomó asiento en la cabecera, intercambiando miradas de complicidad con la chica del celular.

El cuaderno, de pasta negra y con rayas, en un pasado cercano fue uno más en el estante de la papelería. Común por su disponibilidad, precio y calidad, era el favorito de estudiantes que, no pensaban mucho en el diseño de sus cuadernos a la hora de elegir. Un cuaderno ordinario que pasó hacer un cuaderno extraordinario, con más de la mitad de hojas con listas de nombres; era la primera vez que lo veía. No había fecha, no había título. Solo nombre y apellido y una línea delgada sobre las letras, algo que Word llamaba Tachado. Esa línea sería la cúspide del trabajo bien hecho, o en términos nostálgicos, la línea que los degollaría, de manera literal. Merkel lo manejaba con delicadeza. Mientras ojeaba su contenido, los espacios, el número de letras, palabras, oraciones, me hacían imaginar todo tipo de posibilidades de nombres. Cuando Merkel abrió el cuaderno frente a mí, supuse que era para escribir el "Nombre" que yo dijera; mi "Nombre".

—El poeta dejó de hablar— dijo, abriendo sus ojos como si hubiesen sido inyectados con una sustancia negra, algo parecido a veneno. Buscó su nombre o lo que parecía ser y pasó la delgada línea en medio de sus letras. La línea fue tan perfecta que me imaginé que estudiaba algo que tuviera que ver con eso; líneas rectas: arquitectura, podría ser.

—Ahora, es el turno de El nadador— y vio a su alrededor de una manera lenta, como si estuviese espiando las mentes de todas, dándole vuelta a la sala, hasta que se estacionó en mí;

—El "Nombre"...

Me congelé.

Volteé a ver a la chica nerviosa, la que había lanzado sus dudas y nadie resolvió, esperando que esas ideas me salvarían, aunque yo no le hubiera contestado, no sé por qué. Supongo que buscaba a alguien igual que yo. Pero ella solo sonrió, levitando; fue como la sonrisa de Mona lisa, simple y triste, con la nostalgia de un futuro predispuesto. Ella ya lo sabía, no era nueva. Ella, no era como yo.

—No puede entrar sin un "Nombre"— dijo la chica a lado de Merkel, la mal humorada.

—No te preocupes, ella lo tiene— sentenció, sin quitarme la mirada de encima.

—Ella es Shelley por cierto, y tiene un nombre para nosotras.

Todas, de manera extraña, sonrieron con sorpresa ante esa declaración.

Merkel ya sabía el "Nombre", se lo había dicho al oído con la confianza de años. Algo extraño, pues ese nombre no se lo había dicho a nadie, pero había algo en ella que me hacía creer. El "Nombre" era ese que pertenecería en el cuaderno, que merecía lo que se avecinaba si su nombre completo se escribía con la última tinta de Merkel. Ella, hizo girar su bolígrafo con calma y destreza escribiendo en un nuevo renglón, el que supuse, era, el "Nombre" que yo le había proporcionado. El nombre y apellido, los espacios y el entrelineado confirmaban mi sospecha. Quise leer lo que estaba escribiendo, pero la lejanía y el hecho de que era zurda me lo complicó todo. Luego sabría, a lujo de detalle, que no debía de leer nada escrito en ese cuaderno y aunque rompiera la regla y alcanzara a ver, por una suerte de milésima de segundo, los nombres estaban ocultos en anagramas. El poeta, por ejemplo, estaría escrito como Zaid Gorrindo.

—Listo— dijo, mirando con cariño lo recién apuntado. Su caligrafía era una combinación rara entre cursiva y mayúsculas.

De un momento a otro, todos los ojos dilatados se llenaron del veneno.

Noether, que era el nombre con él que la presentaría poco después, parecía explotarle el cerebro. Aunque su expresión hacía pensar que no le interesaba en lo más mínimo, luego de lo dicho por Merkel cambió todo. Había una expectativa al inicio, igual si se tratará de un videojuego. Su sobresaliente barrido de pies a cabeza con el que siempre te recibiría la delataba como mala compañera. Supongo que lo hacía adrede, igual que signos de protección, maquillaje y peinado, aquello que la hacía ver más grande de lo que en realidad era. Todo se trataba de sobrevivir, ¿cierto? Y después vino la manera en que explicó las reglas. Se notaba que no le gustaba romperlas y tener que volverlas a decir. Yo hubiese creído, que le agradaría, pues parecía estar molesta siempre con el sistema. Casi nunca sonreía y si lo hacía era con malicia, en sintonía con Merkel; con la misma maldad, como si se burlaran de quitarle un dulce a un niño. Pero quizás yo, estaba viendo las cosas de cabeza, pues en realidad aquel dulce éramos nosotras y aquel niño, El "Nombre".

Noether dijo las reglas con una seriedad que mantenía el silencio;

1. No hablarás de NF.

2. No hablarás de Non Future.

3. No conocemos tu nombre, ni tú el nuestro.

4. No irás por el "Nombre" que otorgaste. Se te asignará un "Nombre" por quien ir.

5. No cuestionarás el "Nombre" que se te asignó.

6. No irás por el "Nombre" que no se te haya otorgado.

7. Esperarás a que se cumpla el ciclo.

¿Qué es esto, The fight club?, pensé.

Después, Merkel sacó su encendedor y encendió la flama. Mis ojos rebotaron en el sensor de incendios que estaba justo arriba de nosotros. Pero de la misma forma, la apagó.

-Solo damos fuego a quien está dispuesta a lanzar el cerillo por alguien más. Es fácil desear y esperar la venganza, sin pensar en las consecuencias pero, cuando actúas, aunque sea de forma colateral, la vendetta se vuelve tu responsiva.

Hubo un momento de silencio.

—Por si te preguntabas sobre el ciclo.

La evidente incomodidad de quién llamaría luego por el nombre de Curie me hacía pensar que no siempre estaba de acuerdo con los métodos que Merkel usaba. Después descubrí que ella era como una matrioska, había diferentes niñas atrapadas en ese cuerpo. Yo muté. No sabía que era más increíble, si haría que dejara de existir o el hecho de lo que ellas, unas completas extrañas, habían estado haciendo todo este tiempo, atrás de la fachada de una prestigiada Casa de estudios.

—Es un poco tímida, ya se le pasará- le dijo Merkel a Noether, quien conservaba sus ojos desafiantes, como si solo su mirada asesinara.

—Ya es hora— se escuchó en el ambiente, dicho no sé por quién.

—Si. El nadador. Curie.

De una manera discreta, Curie sacó de su bolso un frasco de medicamento y lo puso con delicadeza en medio de la mesa. Yo traté de alzar los ojos hacia los lados, pero no logré ver más que mi panorámica, lo pequeña que era la mano de Curie y el rostro de Merkel. Y después moví la cabeza, sonrisas sutiles flotaban como globos de helio en una feliz fiesta de cumpleaños.

—Las novatas siempre quieren algo fácil; emborracharlos para que ellos mismos se ahoguen en su vómito o se tiren del puente o les den ganas de nadar desnudos en el lago. Pero aquí, Curie pensó en algo peculiar. Se ve fácil pero, no lo es...

¡No! Tendré que quedarme hasta que la cucaracha termine de moverse.

—Lo único que tienes que hacer es... esperar a que llegue emergencias... o no.

—¿Qué es?— pregunté sin suponerlo.

—Le causará calambres y no podrá subir a la superficie... Es inmediato.

—Se ahogará— afirmé, con la voz tranquila, sorprendiéndome de mi reacción, de que hubiese podido articular palabra, de que en realidad lo estuviese considerando; era tan poco lo que me conocía.

—Sí— dijo Merkel con ojos analíticos, evaluando mi comportamiento ante aquel bombardeo de información. Pronto entendería el método que utilizaría en mí.

—No deja rastro— dijo en casi un susurro Curie, como si hubiese querido que solo yo la escuchara y tal vez Merkel.

Labios finos y un casco rubio no la hacían diferente. Era el contraste de sus ojos oscuros que se asomaban, los que sin querer la delataban. Curie, no era como las demás, genuina en preocuparse por los detalles, el hecho que alguien más se arriesgara con una idea suya, o tal vez, era solo una prueba y ella debía de ser empática conmigo, o quizás, así era ella. O peor aún, el nadador era su "Nombre". Ahora que lo pienso, nunca supe quién terminó con el "Nombre" de Teasdale. Al acabar el mes, tendría una sospecha de que aquel chico que se ahogó en el lago a causa de una novatada, en realidad fue intoxicado y empujado por Teasdale entre las dos y las tres de la madrugada del día primero. ¿Y entonces, quién había matado al poeta? Me figuraba por su sonrisa cuando Merkel lo anunció, Noether, era posible, pero nunca lo supe, estas dos ideas solo fueron presunciones en mi oscura mente.

—Atniks— dijo Merkel y la de la extraña pregunta al inicio, la única pelirroja, se levantó de su asiento dejando atrás el bolígrafo que tenía en su boca. Su complexión era pálida y discreta, con un aire romántico en la forma de su perfil; nariz aguileña, unos rizos sueltos a los lados que se le movieron justo cuando pasó debajo del sistema de ventilación. Dando vueltas a la mesa, nos habló de él, sin mencionar el nombre de su víctima. Como la mayoría de ellos, a simple vista, parecía un buen chico. Blanco, alto, cabello negro, lentes Ray-Ban al sol, con marco azul en clase. Para la generación anterior sería un perfecto Clack Kent en el equipo de natación, una buena referencia, y por qué negarlo, el maldito era guapo, ¿me hubiese engañado a mí?, ¿hubiese aceptado salir con él si me lo hubiera pedido? No. En realidad no era mi tipo, quizás eso se debía a que por años he tratado de evitarlo a toda costa, no contestando miradas, saludos. Rechazando bebidas en los bares y chocolates en las clases. En ese momento me pareció que no había sido una mala idea, pero no quería asumir que todos los Clack Kent son perversos. El nadador parecía amable, tenía buenas notas, algo que podíamos relacionar con su beca deportiva, iba a todas sus clases y salía a la recta de vez en cuando. Tenía amigos, tenía amigas. Fines de semana de regreso a casa, a los brazos de la novia del pueblo. El nadador no se enojaba con facilidad, no parecía tener defectos. Aun así, acabó con ella. Era la única fiesta que se permitía, justo después de las competencias. Era, el festejo de los deportistas. Esa noche, El nadador sabía lo que estaba buscando, la pasaría bien con alguna chica, antes del fin de semana largo con su novia. Sus compañeros de equipo también estarían dispuestos a todo, el alcohol llenaría los vasos y las dudas existenciales y nadie diría nada extraño al siguiente día, el entrenador nunca lo sabría. No todos eran chicos malos, no todos eran chicos buenos. Ella estaba ansiosa por ir. Su compañera de cuarto también. Al fin y al cabo era su año de intercambio, conocer la cultura, hacer amigos, beber y bailar... llorar y gritar. Al principio comenzó con una sonrisa, era evidente el flirteo que había entre ellos: ella le gustaba, él le gustó. Poco a poco las cosas sucedieron, ella no quiso en un momento, El nadador, no estuvo de acuerdo. El nadador era un buen chico, un estudiante excelente, un hermano mayor perfecto. Cuando nadaba, el agua no mostraba ni un movimiento, ni un ruido, era un espejismo natural al que él se sumergía sin dudarlo. Quizás, esa sería la mejor metáfora sobre él: El nadador era un espejismo en todos los sentidos, un reflejo de agua en medio del desierto, engañando al más experto viajero, absorbiéndolo, hasta consumirlo por completo.

Mi cabeza suele hacerse muchas ideas, y esa noche no lo pude evitar. Conecté al nadador como el posible "Nombre" de Teasdale, pues era bien sabido que para que tacharan tu "Nombre" de la lista, debías pagar primero el precio, algo que Noether había explicado con el concepto de "pago por evento". Teasdale había pagado, tiempo atrás, y Merkel se aseguró terminar el trabajo, justo el día en que abordaría el avión de regreso a su país, tachó su "Nombre". También existía algo relacionado con el año de intercambio, pero la universidad era muy grande, pudo haber sido cualquiera. Luego sabría qué permanecían deudas de dos o tres años atrás, igual y se trataba de otra Teasdale, quizás era una Curie o una Merkel, alguien local, tal vez era una Shelley, a la que yo no conocía, ni conoceré.

—Hay un problema— dijo quién aún no había hablado. Tenía los ojos hundidos, los párpados casi ausentes y en lugar de mejillas parecían asomarse sus malares.

—Debemos hacerlo antes del 26.

—¿Qué pasa el 26? Preguntó Merkel, molesta.

—El nadador se va a sus prácticas.

—Bueno, nada que no podamos controlar— dijo Noether.

—Al extranjero— completó.

El fantasma tenía nombre, Hadid. Su voz era grave y en juego con lo desenfadado de su estilo. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, sus palabras pesaban tanto que hasta la misma Merkel guardaba silencio en una afirmación doble, como si estuviese siempre de acuerdo con ella y como si supiese lo que iría a decir. Merkel quedaba en silencio con los ojos fijos hacia el espacio.

Noether maldijo, Merkel no. En un acto de indiferencia, saco una lata de Coca-Cola de su mochila, la abrió haciendo el ruido respectivo, tomó un largo sorbo y después fijó sus ojos miel en mí. Yo casi digo -no se puede ingerir alimentos aquí- pero rápido recordé no decir nada. Qué bueno que lo hice.

—Entonces Shelley, ¿qué piensas?, ¿es esto una pesadilla o un sueño?

Los ojos en la sala de nuevo parecieron rebotar, desconcertados, no sabían por qué ella había preguntado eso, o por qué, aun teniendo expuesto el problema anterior, Merkel volvió su atención hacia mí. Yo supuse que era preciso por eso, de un drama sin resolver había saltado a otro, era la forma más fácil de evadir su humor. Su rostro angelical a veces me hacía pensar que le hablaba a una niña; una niña con un cúter en una mano y una lata de Coca-Cola en la otra.

—¿Un sueño que creíste que nunca se haría realidad?— y esperó con ansia mi respuesta. -A veces yo me lo imaginaba de muchas formas, haciéndolo por mi cuenta. Las anécdotas son más que atractivas; con un arma en la mano, encerrándolo en una bodega, manteniéndolo vivo por un tiempo... con comida de perro. Pero luego supuse, no sería muy inteligente. Sería interesante, más no ingenioso. Pronto llegó a mí esta salida.

—No lo hará— Merkel sonrió con desgano ante la afirmación de Noether.

Estaba casi segura que a ella no le hacía gracia tenerme en el grupo y debo de confesar que me llamó la atención lo rápido que Merkel aceptó mi "Nombre". Aún dudaba si podía hacerlo, pero supongo que no fui la primera que hasta el último segundo lo hizo. Igual y eso ve Noether en mí; dudas, revoloteando como moscas sobre mi cabeza, oliendo el miedo y haciéndose evidentes a todos los ojos. Lo que no sabía Noether es que mis recuerdos eran más fuertes que mi temor, cuchillas me clavaban la memoria, yo no me podía desprender. Era más mi deseo de desaparecerlo todo y enterrarlo, pese a que estuviese aún vivo, aunque me incluyera yo en la misma tumba, ¿de eso se trataba NF, cierto?, ¿de hacerlo sin medir las consecuencias?, todo estaba tan planeado que me daba la impresión de que nadie, en absoluto, nadie, tenía ni la más remota idea. La sospecha descabellada de que un grupo de jóvenes universitarias estuviesen matando por venganza.

—Sí, contamos con poco tiempo. Eso es claro, pero, el modus operandi es de los más ingeniosos que hemos tenido. Y lo hace más fácil.

En primera instancia creí que todas pensarían igual que yo; era una locura. La gente sospecharía con rapidez. El nadador muriendo de esa forma era casi tan improbable como lo eran esas realidades absurdas, igual a la muerte de un corredor de formula 1 en una prueba piloto, la bailarina de Ballet ahorcada con su propia chalina o el actor de western por una bala real. Sí, esas cosas pasan. Había ganado igual de medallas de oro que elogios de sus maestros, era molesto y repugnante ver, como algunos se desvivían por tenerlo en su clase, solo para sentirse importantes al momento de ponerle la nota ¿competencia nacional? sí, gracias a mí, pensaban. Ese tipo de alago, era síntoma de mi reciente desprecio al sistema. Pero lo que no sabía es que El nadador, como buen chico tenía un defecto; el Gatorage y su rutina. La bebida colorante se colaba entre sus vueltas maratónicas, como si fuese una clase de rito, o metodología, el nadador practicaba cuando no había nadie. Las máquinas dispensadoras se llenaban del producto a las 6:35 am. El nadador iniciaba su entrenamiento a las 7:00 am en punto y pasaba por el Gatorage de su día a las 06:50 am. Nunca fallaba. El nadador era compulsivo con su rutina, podía alguna vez llegar más temprano, y paraba tiempo en su reloj para hacerlo todo conforme al programa: ni un minuto más, ni uno menos. Era más que importante que a las 7:01 El nadador, ya estuviese dentro del agua. Diez vueltas seguidas y daba sus primeros sorbos, uno, dos, tres. Diez vueltas más para otros tres sorbos, dejando la botella del Gatorage color azul en el borde de la alberca. Nadie alrededor, nadie cerca. Cuando El nadador diera la vuelta yo ya no estaría ahí.

—Entonces Shelley, ¿qué pasará?

Ella me miraba con el alma vaciada, no vacía, vaciada. Porque la había tenido y la vomitó por ahí, dejándola sin cuidado, como si no valiera nada. Muchas veces busqué detrás de sus ojos amarillos, entre las ojeras que dejaban en descubierto su piel, mismas que sostenía su dolor cuando nadie veía, la punta de su boca, que no parecía que fuese de aquellas que se fumaba la vida así de rápido. Ella me miraba como esperando algo a cambio, algo que yo debía de hacer y que sabía, no sé por qué, que al final lo haría. Ella hablaba de no tener un futuro, pero era en lo que más pensaba, lo que veía, lo que más tenía claro. Ese no futuro era lo único que la hacía seguir con vida. Mi sangre fraguó y el dolor pesó aún más pero, poco después el fuego volvió a mis venas solo con pensar en su futuro, cuando el ya no respirara; pensé en mi "Nombre" en lugar de El nadador; pareció pasar mucho tiempo y en realidad solo paso un segundo cuando dije;

—Todo arderá.

Merkel sonrió con la única voluntad de aparentar maldad.

—Ya saben qué esperar.

Dicho eso, las cinco chicas se levantaron casi de manera sincronizada y se retiraron una por una sin siquiera decirse adiós; no eran amigas, no eran compañeras, era claro que ya se conocían, pero las relaciones sociales no eran motivo de esas reuniones, por lo menos no las que dictaba el sentido común, o la sociedad.

Y así, con dos palabras, condené mi futuro.

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