Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4. Teasdale

Cuando Teasdale nació, su madre las sostuvo en sus brazos una primera y última vez, le vio sus diminutos ojos y le dijo, sin voz y sin remordimiento creo que alguna vez pueda quererte— y ella, por pequeña que fuese, fue valiente y lo aceptó. Sus primeras horas de vida fueron de brazo en brazo entre los familiares más cercanos, días de hambre y sequía; abandonada en su cuna, los primeros meses se alimentó con biberones de fórmula de la mano de su padre. Pasaron los años, y no fue diferente. Hubo algunas excepciones; por educación, al cruzar la calle u otras veces por enfermedad, al untarle ungüento en el pecho para que pudiese respirar. La mano de su madre estuvo y eran esos momentos los únicos en los que no sentiría el desapego que con tanta seriedad le anticipó. Serían sus recuerdos de amor. Cuando creció, fue maltratada por sus compañeros de escuela. Ellos ya notaban que su madre nunca estaba presente y que su padre ya ni siquiera visitaba la casa. No había nadie que pudiese definir mejor el abandono que ella. Cuando cumplió la mayoría de edad, se fue hasta el otro lado del mundo; aprendió a convivir con extraños, dormir en parques, viajar ligero. Visitó lugares exóticos que eran todo lo contrario a donde ella nació. Cada vez que tenía oportunidad, trasladaba su dolor a distracciones fuertes para no pensar en el pasado. Hablando un nuevo idioma, viviendo otra cultura, haciendo una vida diferente. Ahí, podía ser la hija que su madre no quiso nunca o la hija que su madre siempre deseó. Pero no ambas. Cuando pasó, ella, como invitada en un país extranjero y buena ciudadana, buscó a la policía, pese a que había escuchado rumores, quiso confiar. Fue justo después de despertar con golpes, tierra en el cabello y dolor en varias partes de su cuerpo. Su instinto la traicionó. Una pérdida de tiempo entre miradas obscenas de hombres que sentían un gran poder al portar un uniforme azul y un arma, comentarios burlones sobre qué tan "loca" se había puesto la fiesta, café amargo y olor a sudor. Nunca le preguntaron su nombre, cómo se sentía y si quería llamar a alguien. Todo transcurrió entre vagos segundos de mediocridad, la sala de lo que debió de haber sido y lo triste que al final fue. Ella no era la única que partía por esa puerta sin nada, que miraba hacia el temprano cielo de una madrugada, preguntándose: ¿Cómo se le puede llamar al sentir que crece en una tierra donde ya no se siente nada? No hay lluvia, no hay Sol. Después, no se quejen.


Las escasas horas que quedaban de la mañana transcurrieron sentada en la orilla de mi cama, viendo como el Sol poco a poco invadía las losetas del piso. No recuerdo como llegué hasta ahí, no recuerdo como ella me abandonó. Pero permaneció en mi memoria lo que dijo. Todo lo que carecía de razonamiento. No podía dejar de pensar en lo que había escuchado, en casi un susurro, mientras vimos juntas la noche morir.

La táctica era bastante simple: los mensajes estarían ocultos en libros de la biblioteca. Podrían llegar hacer de Física cuántica o Lenguas extranjeras, pero siempre serían libros de autoras. Dentro de sus hojas, en algún párrafo estaría el número de día y el lugar del encuentro, subrayados con lápiz a prueba de ciegos, y escrito el inicio y final con la firma N y F. La hora sería siempre la misma, medianoche. Entre toda esa información, aquella chica que se hacía llamar Merkel también había dicho que pronto vería el fuego arder. Eso hizo nacer un hueco en el estómago y en la punta de la lengua, ansiedad. Ella había dijo, —nos encontraremos alguna vez, en el campus. Te veré y tú, también me verás. Pero nada sucederá. Porque yo, no te conozco. Tú, no me conoces, no lo haces—. Y así pasó muchas veces, antes de que me reuniera con el grupo, a lo lejos y de cerca. Hubo una ocasión, casi como accidente, chocamos hombros, ella siguió adelante como sigue el estudiante promedio que solo necesita llegar puntual a su clase o regresar a su cama a dormir. Yo, una vez recuperé el equilibrio, seguí caminando. Un día, con una extraña lentitud del tiempo, la vi alejándose de mí. Su cabello flotaba, de perfil su sonrisa. Él tomaba su cintura, ella su cadera. Nunca la había visto tan feliz, tan romántica. Tan vulnerable. Enganchada al movimiento de otro cuerpo, desafiando la gravedad que suponía la diferencia de altura entre ellos cuando se besaban. Y después, las cosas volvían a su sitio. Era él, el premiado y ella, el premio, ¿podría haber sido de otra manera? ¿Sería su novio, su pareja sentimental, algún amigo con derechos?, ¿un despiste para la sociedad?, o mejor aún, ¿un despiste para nosotras? ¿Un acto de egoísmo o uno de pura de liberación feminista? No todo es absoluto, era cierto que no odiaba a los hombres, pero a veces le era difícil amarlos.

Finalmente, ella se volteaba hacia mí y me sonreía con malicia, ¿en realidad lo hizo o fue solo mi satírica imaginación rondando en mi cabeza?

Chillantes hojas de jacarandas peleaban con mis mugrosos Vans y en ese ir y venir de mis pies andaban mis locos ideales y mis conversaciones con "ella". No era una novedad que me viesen hablando sola, sé que la mayoría de la gente lo hace, pero mis pensamientos iban más allá de: ¿Me quiere o me miente?, ¿aprobaré el examen?, ¿iré o no iré? Hoy no comeré. Las conversaciones rebasaban incluso a las más profundas conversaciones con mis amigos, con mi mamá, conmigo misma. No hablaba conmigo, hablaba con esa entidad, ese ser, "ella", que me dejaba ausente por un buen tiempo y que así como se presentaba, un día, de la nada desapareció. Hasta que volvió a encontrarme, diciéndome a la cara: suelo desaparecer. Y volver, mientras sonreía, maquiavélica.

Yo convertí a la biblioteca en mi refugio y ella a mí en una aparente prometedora estudiante. Iba todos los días, a cada hora, hojeaba el libro mientras volteaba a ver detrás, revisando los rostros, paranoica, lanzando miradas entre los grandes libreros, cazando por las esquinas por si acaso, levantando los ojos por encima de los hombros. Esperaba poder encontrarme a alguien en particular, alguien quien podría ya estar dentro del grupo, pero, entre aquellos extraños, no estaba nadie. Pasé de ser un fantasma a un alma asustada, creyendo que los empleados del comedor y la papelería conspiraban en contra mía, pensando que las charlas ajenas mencionaban que sabían mi sobrenombre, escuchando hablar de Mary Shelley más de una ocasión. Una tarde, caí dormida en unos de los sillones, una conversación amena me despertó de golpe. Vi la hora y me respondí en silencio: ahora mismo estoy tomando mi clase de historia del arte. "Ahora mismo" estaba en uno de los pupitres de la segunda fila, con una atención perpetua a la presentación del profesor. Imágenes de pinturas del impresionismo y expresionismo, del renacimiento y cubismo; Dalí, Da Vinci, Monet, Rembrandt, Mondrian. Podía verlas con la claridad que no tenía al ver mi camino. Recordé en realidad donde estaba y fui a buscar de nueva cuenta el libro que había ubicado: Collected Poems of Sara Teasdale. Para mi sorpresa, el mensaje ya estaba ahí:

N

There Will Be Stars

There will be stars over the place forever;

though the house we loved and the street

we loved are lost,

Every time the earth circles her orbit

on the night the autumn equinox is crossed,

two stars we knew, poised on the peak of mid-night

will reach their zenith; stillness will be deep;

there will be stars over the place forever,

there will be stars forever, while we sleep.

Sara Teasdale (1884-1933)

F

The place street autumn, mid-night, 4.

No había una calle llamada Otoño, pero sí una Octubre. Así que fui, a medianoche del día cuatro (jueves). Me recibió una recta empedrada con la misma idea desesperada; encontrarme con ella. Mi ansiedad se comía mis labios. Los coches desfilaban entre las filas, la gente salía de los bares y antros para meterse a otros, fumaban y bebían manteniendo el calor en el cuerpo, haciendo lo que se supone que estamos predispuestos a hacer. Todos con un entusiasmo abrumador. Pero yo no me encontraba ahí por esas mismas razones, sabía que la cercanía del alcohol y la información reciente me haría olvidar un poco el presente, debo de aceptar que fue tentador. Merkel llegó caminando alrededor de un grupo de amigos que parecían sacados del equipo de football americano. Apenas pude verla y reconocer a donde entraron. Esa sensación terminó de inmediato cuando llegó a mí una carga pesada. Sabía que algo me acechaba, no lo sentía como siempre, con esa idea revoloteando en mi cabeza hasta encontrar la neurona que causaba mi miedo de que alguien estaba viéndome. Esa vez, la sensación fue real, intensa, eléctrica. Fue una declaración racional y honesta, justo cuando mi cuerpo le hizo caso a mi cerebro y a la intuición de la que siempre me aferré, apareció. Volteé a ver hacia atrás y ahí estaba él, viéndome; entre un mar en la oscuridad. Me había encontrado. Pensé que aún tenía tiempo suficiente, así como espacio y ambiente necesario para poder desaparecer, pero mis intentos parecían llamarle más la atención. También traté de no moverme y que la gente a mi alrededor me sepultara, eso logró que lo perdiera por un momento. Al mismo tiempo, yo había perdido de vista a Merkel. Manos al aire, al ritmo de la música, la oscuridad asemejaba lo que estaba sintiendo y haciendo, en ese momento, no tenía ni idea de la decisión que había tomado y de lo que estaba a punto de ocurrir. Pero todo era mejor a que mi mente estuviese en otros pantanos, que en el mío. Ella bailó, fumó, tomó, habló con extraños y con otros no tan extraños, lo hizo durante horas que a cualquiera le hubiesen parecido infinitas, pero para mí, la expectativa del final hacía que el consumo de ruido fuera tolerable. Al fin y al cabo, las opciones no eran muchas; o era estar despierta con un montón de extraños o llorar en mi cuarto hasta quedarme dormida. Una esquina fue mi mejor compañera.

—Hola.

Las ventajas de ser un universitario es que puedes perderte en lo que quieres. La desventaja es que casi siempre no sabes lo que quieres.

El justo detrás de mí, seguía mi paso sin ningún desconcierto. Empezó a hablar y yo, empecé a huir.

—Tu amiga me dijo que no te...

Qué habladora.

—Espera, espera un momento, ¿no vas a hablarme?

Creí que lo había perdido.

—No vas a hablarme— se afirmó a sí mismo, deteniendo por un momento su paso, o eso presentí. Lo cierto es que quería hablarle, pero no lo hice, lo peor hubiese sido eso mismo: él y yo, éramos una mala combinación. Mi nombre, rebotaba en el aire y después entre muros, lo oía tan fuerte, pero al mismo tiempo lo desconocía tanto que ya ni siquiera volteaba al escucharlo, ya no respondía a él. Llegó un momento que dejé que mi nombre ascendiera como cortina de humo. Esa noche, él llegó a estar muy cerca de donde yo me encontraba y yo ni siquiera lo noté. Comenzaron las luces que someten a los epilépticos, blancas e intermitentes, que solo te dejan ver un instante, cuando está todo oscuro es posible que te inyecten, que te pongan algo en el vaso o que desaparezcas, ya sea por tu propia cuenta o de la mano de un physco. Con esas únicas pistas concluí que había demasiadas personas ebrias como para coexistir, lo cierto es que no podía moverme mucho, no quería volverme a encontrarme con él, aunque al mismo tiempo quería poder encontrarme con Merkel. De pronto, empezaron a salir en filas del sitio.

—¿Qué pasó?— preguntó una chica que estaba frente a mí a uno de sus amigos, parecía estar sobria.

—Dicen que hubo un accidente. En el puente.

—¡Dios mío! ¡Hay alguien adentro!

—¡Llamen a emergencias! ¡Hay alguien adentro!

—¡No!

Y en un solo segundo, la consecuencia se volvió caos.

Con violencia, el fuego se elevó acompañado de un fuerte estruendo que me hizo temblar. Miré a mi lado esperando ver a más gente perturbada y entre la ceguera momentánea que me había dejado ver las llamas arder y la penumbra de la noche, vastas y solitarias luminarias blancas me señalaron el lugar.

Y solo así lo supe.

Ella era una animación en papel, su rostro serio y despiadado se transformó en enojo y con rabia tuvo matices de tristeza y después, de una manera casi sorpresiva, sintió felicidad. De sus ojos salían llamas, las mismas llamas que ardían del otro lado del puente. Merkel había matado y eso, no me asustó. Podía ver el motivo, la razón, llegar a la misma conclusión de que sabía que era lo que tenía que haber sido. Nuestra justicia no podía ser todo lo que deseábamos, aun así lo aceptabamos. ¿Acaso no será suficiente para defenderse en el infierno? La gente llamaba por celular, algunos se abrazaban, otros lloraban y así existió la pregunta en el aire ¿Quién habrá muerto?, porque estaba muerto. Era casi imposible creer que nadie notó el cambio de rostro en Merkel, nadie visualizó su evidente temple ante el accidente, a mí me pareció que sonreía desde lejos. Y fue desde ahí que noté a más estatuas entre la multitud, quienes miraban con el mismo modo el desastre y que poco a poco comenzaron a retirarse, ¿serán todas parte de Non future?, ¿estarán todas pensando en ella, en su venganza?, ¿se retiran para encontrarse con ella?, ¿había alguien cerca de aquel cuerpo en llamas, viéndolo arder? Del otro lado estaría ella, lo había visto todo, lo había visto a él. Él se había convertido en otra persona, un bebé malcriado que rogaba por su vida, con lágrimas de cocodrilo y voz entrecortada. Muy pocas veces había visto a un hombre llorar. Ella corregiría eso; nunca había visto a un hombre llorar de esa forma. Pataleaba su cuerpo como un pez en la orilla de la playa, con las branquias desesperadas, abiertas, y los ojos listos para su inevitable muerte. Cuando era niña, odiaba los últimos segundos de aquella cucaracha que se revolcaba sobre una nube de insecticida. Supuse que lo que había pasado no era diferente. Y lo busqué entre el mar de gente. No lo encontré.

Rodrigo Díaz, quien ahora ya no vivía, estudiaba el tercer semestre de Relaciones Internacionales. Sí, estudiaba, tiempo pasado. Su abuelo, quien podía y se hacía pasar por su padre, tenía una estricta regla en la familia: todos se dedicarían a la política, pues el camino ya estaba trazado, con alfombra roja. Su madre, tenía un puesto importante en el estado donde residían, su padre también, aunque de manera mediocre. El poeta, como hijo único que era, empezó a robar las botellas de vino de la cava de su abuelo a la edad de diez años, inventando excusas para su madre y dando ideas de pretextos a sus invitados. Tenía un buen sentido del humor, era divertido, era un buen amigo. El tipo de amigo que se emborrachaba contigo, aunque al final tuvieras que cuidarlo tú a él y no él a ti, que cuando cortabas con la novia y decías que la extrañabas, te hacía olvidarla a la buena o a la mala. Él no dejaba de hablar incluso cuando sudaba alcohol. Aun así, era carismático y se las apañó para tener a mucha gente de su lado. Una noche de juerga, El poeta, como lo llamaron, conoció a una hermosa estudiante de intercambio.

—«Estudiante modelo muere en trágico accidente de auto» Mamá llorará, papá llorará. Incluso la exnovia, la cual engañó y violó varias veces, llorará— escuchaba la voz de Merkel decirme al oído.

Volví al colegio con los primeros cánticos de grillos molestos por el aire congelante. Merkel bajó del tren en la tercera estación y desde lejos me volvió a cuestionar, lanzando la mirada sobre advertencia a lo que me estaba metiendo. No sabía que veía en mí que le hacía decir esa pregunta. Merkel no te repetía, Merkel no te daba pistas condescendientes a modo que quisiera demostrar tu debilidad. Merkel te preguntaba una sola vez y de lleno. Seguro mi rostro era una hoja transparente de futuros vómitos acumulados por el hecho que acababa de presenciar. Como cualquier ser humano, sería desgarrador y traumático.

—Sí— alcancé a decir, asintiendo con la cabeza.

Ella sonrió y desapareció con el cierre de la puerta del vagón. En el cristal pude ver el rostro de una chica que desconocía. Era yo, igual que siempre, diferente a siempre, una llama bailaba en mi iris. Una anciana parecía haberla visto. Me miró con cierto miedo.

Al mismo tiempo, Teasdale tomaba su vuelo. La noticia le llegaría, como a todos, justo antes de poner su iPhone en modo avión. Así lo vi, en internet, tal y como ella había dicho: Estudiante brillante muere en trágico accidente de auto: padres desconsolados lo despiden junto a su novia. No pude evitar que mi estómago se revolviera, aunque poco tiempo después imaginé el título que debió de haber tenido ese artículo:

«Joven violador arde en llamas ¿Justicia o venganza?» Teasdale descansó. Ella había cumplido con el intercambio desde el inicio, incluso con el poco tiempo que tenía. Merkel lo comprendió, la muerte ejecutada por Teasdale había sido el chico de football americano que murió ahogado con su propio vómito, al inicio del semestre. Con las nubes acompañándola de par en par, Teasdale se despidió del país que había sido su sueño de niña y había terminado siendo, su pesadilla de mujer.

Después de ser testigo ocular junto con cincuenta personas más, venía a mí a forma de avalancha la prueba, o como le llamaría después, la novatada, aunque Merkel me corrigiera en seco. Aun a esa altura, no tenia idea si podía hacerlo, pero, mi cerebro, casi a forma de expiación, solo tenía cabida para preguntarse a modo retórico lo que le recitaban al oído. Y digo que es traición, porque se supone, que mi razonamiento, debía estar en protegerme o hacerme más fuerte para lo que estaba apuntó de vivir. Pero no fue así. Seguro a expensas de Merkel, sería algo riesgoso de decir, como el nombre del ejecutado o peor aún, el nombre de su víctima, ¿pero qué importaba si ya no saldría de eso? No, importaba y mucho el que supieran quién se había vengado. Todo era en mi imaginación, pues mi experiencia no permitiría que conociera ese tipo de detalles. Ojalá fuese «arde en el infierno» o la más cruel de las humillaciones, una tumba a su machismo, romperle los huesos. Aunque, a juzgar de las dos evidencias que había tenido, los abusadores lloran como niños y eso, ya era bastante patético. De nuevo, las pocas horas que me quedaban de la madrugada no las usaba para dormir, mis notas reflejarán mi cansancio, pensé, pero la sola idea me sobrepasaba. En la dulce ironía de la venganza, acumulé energía negativa para convertirla en positiva.

¿Podría yo escoger las palabras que le diría? ¿Llevar a cabo esta locura? ¿Había la suficiente rabia en mí para hacerlo?, ¿podré acercarme tanto a él?, ¿podré encender y lanzar el cerillo?, ¿lo haré?, ¿lo haremos, Shelley?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro