Hoy te he vuelto a ver después de muchos años.

Nos hemos sonreído, saludado, incluso intercambiado algunas palabras.

Me has dado un abrazo al despedirnos, de esos que se les dan a tu círculo más cercano, a alguien a quien quieres mucho. Quizá un poco más largo de lo habitual, pero no tanto como para que se vuelva incómodo.

Tenía miedo de lo que podría pasar cuando llegara ese día y lo cierto es que no sentí nada. Como si las terminaciones nerviosas de mi piel estuvieran desconectadas.

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Volví al trabajo, luego a casa y mientras fregaba los platos antes de irme a dormir, noté un peso muy fuerte en mi pecho. Tristeza, sensación de pérdida, amargura. Cómo si algo se hubiera roto dentro de mí y estuviera dejando salir un mar de sentimientos que no sabía que estaban ahí.

Lloré mucho rato. Mientras terminaba de recoger la cocina, mientras me duchaba, mientras veía una película de risa.

Entonces entendí que tenía tanto miedo del reencuentro que había creado en mí un muro de contención sin quererlo y que, inevitablemente, se había roto.

Mañana habrá que volver a ponerlo en pie.