17
La noche parisina nos envuelve mientras caminamos de la mano al interior de un lujoso edificio junto a la torre Eiffel. Apenas hay gente a la vista y nadie nos presta atención, ayudando a convertirnos en dos fugitivos, aunque sea durante un breve instante. En cuanto nos adentramos en el lujoso vestíbulo del hotel Shangri-La, Charles baja la guardia y relaja su brazo a mi alrededor de forma que su mano se desliza con aparente descuido a mi trasero.
—¡Charles, que estamos en público! ¡Nos van a ver los de la recepción! —le regaño en un susurro escandalizado, pero en mis labios se adivina una sonrisa excitada ante la posibilidad de que suceda lo que he mencionado.
—¿Y qué? No es como si no fuesen a descubrir lo que vamos a hacer cuando te escuchen gritar mi nombre durante toda la noche.
Sus palabras me hacen soltar una exclamación ahogada justo en el mismo instante en el que llegamos al mostrador de recepción. Mientras Charles habla tranquilamente con la empleada, su mano continúa en mi culo, dándome apretones cuando menos lo espero, lo cual no me ayuda a la hora de disimular. Por fortuna para mí, la mujer no tarda en darnos la llave de nuestra habitación e indicarnos qué camino tomar para llegar hasta ella.
Charles camina junto a mí sin apartar la mano de mi trasero hasta llegar al último ascensor de un pequeño aparte. Cuando le miro con una sonrisita divertida, me encuentro con sus iris aguamarina reluciendo con mil emociones encerradas tras ellos: amor, deseo, excitación, lujuria... Sé exactamente en lo que está pensando porque yo misma soy incapaz de pensar en otra cosa desde que nos hemos sentado juntos al piano.
Sin pensarlo un instante, mis brazos rodean su cuello y le beso con pasión, olvidando que estamos en un lugar público y cualquiera podría entrar en el ascensor y vernos. Cuando las puertas se abren, entramos en el pequeño cubículo estrepitosamente, quedando mi espalda contra una de las paredes.
—Charles, alguien nos va a ver —murmuro, aunque mis labios siguen buscando los suyos, deseando devorarle aquí mismo.
—Es un ascensor privado, ma chérie, solo podemos usarlo nosotros —responde, presionando su cuerpo contra el mío de forma que noto su creciente erección a pesar de la ropa—. Además, no parece importarte que nos vean... ¿O es que quieres que lo hagan?
El calor que embarga mi cuerpo aumenta al imaginarme a algún huésped o miembro del personal del hotel viendo cómo las manos de Charles ascienden por debajo de mi vestido hasta que mi ropa interior es visible, o cómo se mueve contra mí, dándome un adelanto de lo que ocurrirá en cuanto lleguemos a la habitación. Mentiría si dijera que no me enciende pensar en que alguien vea que él es mío y solo yo seré la afortunada a la hora de probar su boca o sentir sus manos.
—Bueno..., tal vez quiera que vean... que eres mío y... solo mío...
Mi respiración entrecortada y los besos húmedos que compartimos entorpecen mis palabras, pero siento su sonrisa traviesa contra mi boca y sé que me ha entendido perfectamente. Sin aviso previo, Charles me alza en sus brazos de forma que mis piernas quedan alrededor de su cintura y, sin interrumpir nuestro beso, camina fuera del ascensor adentrándose en lo que deduzco será nuestra suite.
—¿Ah, sí? —susurra con los ojos tan oscurecidos por la lujuria que casi no veo el azul en ellos—. Así que, pongamos que en el Gran Premio de Gran Bretaña, una de las ingenieras se acerca a mí como Max se acercó a ti... ¿Yo no podría hacer con ella todo lo que tú hiciste con Max?
Un bufido se escapa de mis labios y la sola imagen de eso sucediendo me enerva por los celos. Cuando me aparto ligeramente para mirarle, veo que la sonrisa traviesa sigue en su rostro, aunque no sé si está bromeando o su duda es genuina. Al bajar de sus brazos de un salto, acaricio su pecho con las yemas de mis dedos, mirándole con una ceja alzada.
—¿Es que alguna de las trabajadoras te gusta?
—Tal vez —responde, tanteando el terreno. Veo cómo pasa la lengua por su labio inferior cuando frunzo el ceño y sé que está jugando conmigo—. ¿Y qué si es así? Si ella se me acerca, me toca como tú me tocas...
Antes de que pueda acabar la frase, me pongo de rodillas frente a él y me deshago de sus pantalones y ropa interior en apenas unos segundos. Cuando alzo la vista de nuevo para mirarle, su sonrisa se ha ensanchado y rezuma pura lujuria.
—¿Crees que alguna de ellas podría tocarte como yo te toco? —susurro, acariciando su miembro con una lentitud exasperante que le hace soltar un suspiro y agarrar mi pelo en una coleta improvisada, pero yo me alejo de su agarre con un bufido—. Si quieres tocar, vete con ellas. Conmigo no se toca todavía.
Sin apartar los ojos de los suyos, empiezo a recorrer la punta con mi lengua, moviendo rítmicamente mi mano para darle placer. Cada vez que alarga las manos para tocarme, yo la aparto y freno mis movimientos, haciendo que suelte suaves quejidos de frustración.
—¿Crees que ellas podrían chupártela como yo? —ronroneo, lamiendo su punta hasta que arranco un hilo de gemidos de su pecho—. ¿Que podrían hacer que te corrieras solo con su boca, sin guiarlas?
Charles se pierde en el placer que le estoy dando, agarrando la mesa más cercana con una mano y haciendo todo lo posible por no agarrarme con la otra. Se contenta con empujar sus caderas ligeramente, follando mi garganta mientras yo se lo permito. Sus gemidos rezuman frustración y el más puro y salvaje placer, especialmente cuanto más se aproxima su orgasmo. Al escuchar mis preguntas, niega con la cabeza, sometido a mi boca. La velocidad de mis movimientos aumenta y procuro que mi lengua acaricie las partes más erógenas de su miembro hasta llevarle hasta su límite. En cuanto empiezo a sentir el temblor de su cuerpo que indica la proximidad de su clímax, me aparto de él y le miro relamiéndome con una media sonrisa.
—No, joder, nena, por favor, sigue, no me dejes así... —gime desesperado.
—¿Yo? ¿No las prefieres a ellas? ¿Por qué no pruebas sus bocas?
Charles me mira de nuevo y veo replicado en sus ojos la lujuria de los míos, aunque él está extasiado, desesperado por culminar sobre mí. Sé que no le gusta no tener el control de la situación y luego lo voy a pagar caro, pero mis celos me llevan a lugares que ni yo puedo imaginar.
—No, ma chérie, nunca. Te prefiero a ti, solo a ti, siempre a ti —suspira y antes de que pueda seguir, vuelvo a acariciar su miembro mientras chupo la punta, causando que su respiración se acelere entre gemidos entrecortados hasta que termina en mi boca—. ¡Joder! A ti, a ti...
Yo me aseguro de que se deleite con su orgasmo, recibiendo su semen con la boca. Cuando me levanto con una sonrisita resuelta, me lo trago y dejo que me acaricie la mejilla con la mano, recogiendo los restos del líquido blanco con su pulgar para luego meterlo en mi boca.
—Eres mío, solo mío —murmuro, dejando que me maneje como quiera—. Mientras estés conmigo, no quiero compartirte con ninguna otra mujer. Me da igual si es injusto, tóxico o mezquino, me da igual si lo de Max fue lo primero y lo último con otro hombre; de hecho, es lo justo, pero tú eres solo mío a partir de ahora. Esa es mi única condición.
Charles sonríe, esta vez con más cariño, y me atrae hacia él para besarme apasionadamente. Siento que nos sobra ropa y empiezo a quitarle la camiseta, deseando seguir sintiendo su cuerpo. Además, si esta va a ser la última vez que lo haga en caso de que a Charles no le hayan gustado mis palabras, prefiero disfrutarla al máximo.
—Ma chérie, ¿tú crees que querría a otra mujer teniéndote a ti? ¿Que alguna otra podría hacerme enloquecer como lo has hecho tú? No, eso te lo aseguro. Y en cuanto a lo de Max... Ya te lo dije, nena: si a ti te gusta, a mi también, siempre y cuando yo lleve la voz cantante y siempre que solo sea sexo. Llámame loco, pero me gusta que mis celos nos lleven a eso.
—Ay, Charles, no sabes lo que dices... Si supieras todas mis fantasías, te arrepentirías de decir eso. Si supieras los hombres y acciones que se me pasan por la cabeza...
Sonriendo confiada, camino hacia el enorme balcón con vistas perfectas de la torre Eiffel iluminada. Todo exuda lujo, un lujo que no podría ni imaginarme, y veo que en la propia terraza también hay sofás, mesas, velas y demás detalles carísimos.
De repente, siento una mano agarrándome del pelo y tirando de mí hacia atrás con una extraña mezcla de firmeza y delicadeza. Bajo el manto de estrellas de la ciudad de la luz, siento el cuerpo desnudo de Charles contra mi espalda y su boca aproximándose a mi oído.
—¿De verdad pensabas que te dejaría irte así después de lo que has hecho? ¿Y sin decirme con quién más tienes esas fantasías?
—N-no puedo decírtelo, te vas a enfadar... —balbuceo, sintiendo cómo se me acelera el corazón cuando su mano desciende por mi vientre hasta colarse bajo mi vestido. Al escucharme, su dedo corazón empieza a acariciar mi sexo por encima de mi ropa interior, torturándome y haciéndome soltar gemidos de pura necesidad—. C-charles, q-que no pue-...
Antes de que pueda terminar la frase, Charles me obliga a doblarme de cara a la ciudad de forma que mi espalda queda arqueada y mi culo roza su entrepierna. Yo suelto una exhalación y apenas soy consciente de cómo me arranca el vestido y la ropa interior, o incluso si los ha roto. De repente, siento un azote en mi nalga derecha y gimo, consciente de que me tiene completamente a su merced.
—Entonces voy a follarte hasta sacártelo.
Dos de sus dedos se cuelan en mi interior sin piedad y me agarro a la barandilla, soltando un quejido mientras me prepara. Cuando trato de girar la cabeza para mirarle, una de sus manos vuelve a azotar mi culo y la otra tira de mí pelo, manteniéndome donde quiere.
Antes de que pueda pensar en lo que está pasando, Charles entra en mí con una embestida, arrancando un gemido agudo de mi pecho. Mientras mi interior trata de acostumbrarse a su longitud, él entra y sale de mí sin piedad, causando que me deshaga en gemidos de placer.
—¿Te imaginas a otros follándote así? —gruñe en mi oído, manteniendo mi cabeza junto a la suya con su agarre en mi pelo—. ¿A quiénes? Porque ninguno de ellos podría hacerte sentir tan bien como yo.
Perdida en la lujuria que exudan sus palabras, solo soy capaz de asentir entre quejidos. Ni siquiera me suena haber pensado en esos otros que menciona porque únicamente recuerdo su nombre, su tacto, su forma de llevarme al éxtasis una y otra vez... Cuando acelera el ritmo, mis gemidos aumentan y la presión de mi estómago revela que mi orgasmo se acerca a la misma velocidad que sus embestidas.
—C-charles, ya llego, ¡ya...!
Una de sus manos empieza a acariciar mi clítoris en rápidos círculos, causando que el clímax me arrolle como un tsunami. Charles aguanta mi cuerpo tembloroso y no tardo en sentir cómo se corre en mi interior, sensación que termina por llevarme al mismísimo Cielo. Es la segunda vez que lo hacemos sin condón y una parte lejana de mi cabeza me recuerda que, teniendo en cuenta mi situación actual con él, debería tomar las medidas necesarias a largo plazo.
Apenas soy consciente de cómo Charles me alza en sus brazos como una princesa y me lleva al baño, abriendo el grifo de la ducha. Cuando le miro, veo cariño tras sus ojos, pero también esa sonrisita traviesa que revela que no va a dejar su pregunta sin responder.
—Dime uno al menos, ma chérie. Si es otro de mis compañeros, creo que merezco saberlo, ¿no? —suplica, haciendo pucheros mientras empieza a lavarme el pelo.
Mis mejillas se tiñen de rosa al pensarlo y sé que no seré capaz de aguantar sus ojitos de perro abandonado durante mucho más tiempo.
—Vale, ¡vale, pero solo uno por ahora y me tienes que prometer que no me vas a juzgar! —aviso y él asiente vigorosamente. Hago una pausa, pensando en cuál de sus compañeros me atrae más antes de confesarlo en voz baja—: George Russell.
—¡¿Russell?! ¡¿De verdad te gusta ese británico que...?!
—¡Me has prometido que nada de juzgarme! —le corto con un quejido.
—¡Perdón, perdón! Es que... Esto... En fin, ¿qué... es lo que te atrae de él? ¿Qué te has imaginado?
La vergüenza me hace abrazarle para esconder mi sonrosado rostro, quejándome mientras él se ríe.
—¡Te lo digo pero es lo último, ¿vale?!
—¡Lo último por hoy!
—¡Que sí! —bufo, soltando un suspiro antes de mirarle con el poco coraje que me queda—. Me encantan los hombres británicos, ya lo sabes, y los ojos claros me pierden. Además, está bueno, eso no lo puedes negar, pero lo que más me gusta es cómo sonríe, ¿sabes? Como cuando me miró el culo durante el entrenamiento, es... No sé, no puedo explicarlo.
Cuando rompe a reír, la vergüenza amenaza con hacer que me desmaye y le doy un manotazo, quejándome e insultándole contra su pecho.
—¡Vale, no me rio, te lo juro! Solo dime qué te has imaginado haciendo con él, por favor, ma chérie...
Yo le miro haciendo un puchero, pero su expresión termina por convencerme y suspiro, derrotada.
—Pues lo que me he imaginado es... montarle. Me encantaría ver cada detalle de su cara mientras le tengo dentro y siento que es el tipo de hombre que te alaba y te hace sentir... no sé, especial —balbuceo y de inmediato me siento ridícula, por lo que ni le miro y niego con la cabeza—. Pero es una tontería mía, ideas tontas que se me pasan por la cabeza. ¡Y deja de reírte que me quiero morir!
—Te entiendo, ¡te entiendo, ma chérie, y perdona que me ría, pero eres adorable cuando te mueres de la vergüenza! Yo también tengo la sensación de que Russell es el tipo de tío que haría eso, así que no te preocupes, no te he hecho pasar este apuro por nada...
—¿Cómo? ¿Por qué me haces pasar por esto entonces?
Charles me sonríe desde arriba, travieso, y me pellizca una nalga antes de inclinarse para susurrar en mi oído:
—Porque te recuerdo que dentro de unos días nos vamos a Gran Bretaña y ya sabes lo que dicen: siempre hay que probar el producto nacional...
¡Hola, holitaaaa!
Primera cita superada... ¿verdad? Ya toca ir rumbo a Gran Bretaña, o al menos así debería ser, pero ya lo veremos... 🤭
¿Qué más fantasías tendrá Atenea?
Os leo! ❤️
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