11
—¡Charles, no sé qué ponerme!
Medio cuerpo semidesnudo aparece al instante por la puerta del vestidor, como si le hubiera conjurado, mirándome con atención. Yo me giro para mirarle con un puchero curvando mis labios, sin más ropa que un sencillo sujetador blanco y un tanga del mismo color. Charles no se molesta en esconder la forma en la que me devora con la mirada y salva la distancia entre ambos para rodearme con sus brazos por la espalda, mirando nuestro reflejo en el espejo que tenemos delante.
—Yo creo que así estás espectacular, no sé dónde está la duda —susurra, sonriendo contra mi cuello mientras siento sus besos en la curva de mi cuello.
—¿Ah, sí? ¿Entonces quieres que me presente a tus compañeros y amigos así?
Charles hace una pausa, ladeando la cabeza como si barajase esa posibilidad durante un segundo, antes de bufar y negar con la cabeza, volviendo a mi cuello.
—No, ni de coña. No quiero que nadie más te vea así y menos esos buitres carroñeros. Esta obra de arte solo quiero admirarla yo.
Sus palabras me hacen soltar una risita y me giro para mirarle, rodeando su cuello con los brazos. Tentándole, me acerco a él hasta que mis labios rozan los suyos sin llegar a tocarlos, sonriendo cada vez que intenta capturarlos en un beso. A la tercera vez, Charles suelta un gruñido de frustración y me aprieta el culo, haciéndome soltar un chillido de sorpresa, antes de besarme con intensidad. Embriagada por él, le devuelvo el beso con pasión, entrelazando mis dedos en su pelo cobrizo. Cuando siento sus manos ascendiendo bajo mi sujetador, río contra su boca y le empujo suavemente por el pecho para separarme de él.
—Charles, tengo que vestirme ya o llegaremos tarde y tu equipo me matará. Suficiente me deben de odiar ya por el numerito que organizasteis Carlos y tú en la última carrera, no quiero que piensen que soy una especie de agente infiltrada de Aston Martin para desestabilizar a sus pilotos.
—No nos dirán nada por llegar diez minutos más tarde... —murmura contra mi piel, apretándome contra su cuerpo de forma que se me hace muy complicado mantener la cabeza fría.
—No quiero que suene a queja, porque nada más lejos de la realidad, pero sabes perfectamente que no eres capaz de tardar solo diez minutos.
—Y estoy muy orgulloso de ello, ma chérie.
Mi risa se une a la suya cuando nuestras bocas vuelven a juntarse en un beso apasionado en el que me dejo llevar un poco más de lo que debería. El calor que me provocan sus manos sobre mi piel mientras siento su entrepierna endureciéndose casi me hacen sucumbir por completo a él, pero un momento de lucidez ilumina mi mente durante un instante y logro separarme entre jadeos. Charles sonríe travieso, sabiendo que mi fuerza de voluntad flaquea cada vez que me mira de esta forma y continúa acariciando mi cuerpo de forma arrebatadora.
—Si me ayudas a elegir la ropa y nos vamos ahora, luego te lo compenso el doble, ¿vale?
—El triple —refunfuña Charles al ver mi expresión de negativa definitiva, dándome un último beso en la punta de la nariz antes de separarse para sacar una camiseta de su lado del vestidor—. ¿Por qué no te pones mi camiseta? Te encanta y te queda mejor que a mí. Además, ya sabes que el rojo va con todo.
—¿Seguro de que no parezco un saco de patatas con ella?
—Tú no parecerías un saco de patatas ni queriendo, ma chérie.
Charles me guiña el ojo y me besa la mejilla, dándome su camiseta y poniéndose la suya. Sin darme cuenta, veo que ambos nos hemos puesto pantalones blancos, por lo que parecemos una de esas parejas que van conjuntados continuamente. La visión me hace reír y me preguntó qué imagen tendrán de mí sus compañeros viendo nuestra vestimenta.
Ayer por la tarde aterrizamos en Austria y vinimos directos a un lujoso hotel de Spielberg, ciudad en la que se encuentra el circuito. En un principio, Bibiana y yo nos íbamos a quedar en una habitación juntas, como en Mónaco, pero mi mejor amiga prácticamente me ha obligado a punta de pistola a dormir con Charles. Aparte de su principal argumento a favor de que Charles y yo follemos como conejos —sus palabras, no las mías— también ha alegado que teniendo una habitación para ella sola, podría llevarse a Carlos cuando quisiera si se diera la ocasión.
A pesar de que insistí en quedarme con ella para no dejarla sola, agradezco haberme quedado con Charles porque cada vez me gusta más pasar tiempo con él. Desde la forma en que me mira hasta su continua lluvia de cumplidos y atenciones, me siento como una verdadera princesa cuando estoy a su lado. Mi breve estancia en Mónaco ha sido una especie de luna de miel exprés para ambos, pero ahora ha llegado el momento de volver a la realidad y estoy realmente aterrada.
Hoy van a empezar a reunirse los equipos con cada piloto para discutir las estrategias del fin de semana y Charles me ha invitado a venir con él a conocerlos a todos. Hasta ahora solo he coincidido con Carlos y ha ido bien, pero me intimida presentarme a todos los pilotos de golpe, especialmente a Fernando Alonso, que es mi ídolo desde que era una niña. Por mucho que Charles intente calmarme diciendo que todos estarán encantados de conocerme y que me llevaré bien con ellos, sigo sintiéndome como la ridícula fan que no se separa de Charles Leclerc.
Con un último suspiro, aliso nerviosamente mi camiseta frente al espejo y me dispongo a caminar hacia la salida, pero Charles me abraza por detrás de nuevo y posa un beso sobre mi sien.
—Relájate, preciosa, nadie te va a comer. Eres un encanto y es imposible que le caigas mal a nadie. ¿Confías en mí? —Giro la cabeza ligeramente para mirarle y su expresión dulce me calma un tanto. Cuando asiento y sonrío, veo que saca el móvil y abre la cámara—. Necesito una foto de lo adorable que estás con mi camiseta puesta, a juego conmigo. Especialmente para restregársela a Fernando cuando te vea.
—¡Charles, no seas malo, me va a odiar! —me quejo entre risas justo en el momento en el que captura las fotos. Cuando me las enseña, veo que en algunas se me ve la cara, mientras que otras estoy escondida entre sus brazos. Entonces recuerdo algo que quería hablar con él desde hacía un tiempo y los nervios vuelven a instalarse en mi estómago—. Por cierto, hay una cosa que quería comentar contigo desde la otra noche que salimos de fiesta. No tiene por qué ser ahora..., pero es algo importante, al menos para mí.
—Claro que sí, ¿qué pasa, ma chérie? ¿Hay algo que te preocupa?
Intento negar con la cabeza, pero termino encogiéndome de hombros y suspirando. Sabiendo que ahora no tenemos tiempo para una conversación seria, le cojo de la mano y salgo de la habitación junto a él.
—Es sobre la prensa y el hecho de que puedan o no verme contigo...
—¿No te gusta que te vean conmigo? —murmura Charles, mirándome con tristeza cuando llegamos al ascensor e inmediatamente niego con la cabeza, alarmada.
—¡No, no, no me refiero a eso! Lo que quiero decir es que... todavía no sé si estoy preparada para que el mundo entero sepa quién soy. Me encanta estar contigo, pero no sé si estoy lista para que centenas de miles de personas sepan quién soy y opinen sobre mí y lo que hago. Tienes a tantas chicas muriéndose por tus huesos que no me sorprendería encontrarme una cabeza de caballo en mi cama rollo El Padrino.
Charles parece comprender a lo que me refiero y su expresión se suaviza. En cuanto entramos al ascensor, me envuelve en sus brazos y me besa la cabeza, sin ninguna prisa por soltarme. Una vez más, gracias a su simple tacto, mis nervios desaparecen poco a poco y le abrazo con más fuerza.
—Ah, ya entiendo, ma chérie, y no te preocupes. Como te dije la otra noche en la discoteca, quiero que te sientas lo más cómoda posible cuando estés conmigo. Me da igual si tengo que esconderme contigo durante los próximos meses, años o lustros, o si tengo que disfrazarme contigo como si cada día fuese carnaval. Haré lo que quieras mientras que estés cómoda y feliz conmigo. Tú me guías, ¿vale?
Alzo la mirada para encontrarme con esos ojos aguamarina que cada día me atrapan más en su embrujo, asintiendo al escuchar sus palabras. Lo que hace apenas un minutos parecía un problema enorme en mi cabeza, ahora, tras escuchar su promesa, me resulta minúsculo. No sé cómo lo consigue, pero cada vez que comparto una preocupación con Charles, siempre consigue que me relaje en tiempo récord.
Al llegar al vestíbulo del hotel, no tardo en divisar a mi mejor amiga esperándonos junto a Carlos. Ambos parecen llevarse genial y parece que alguien les ha puesto una pinza en cada mejilla, porque no paran de sonreír mientras flirtean. Durante el trayecto al circuito, Charles y yo intercambiamos miradas cómplices al verlos tan acaramelados. Ambos sabemos que es cuestión de tiempo que todo cuaje entre ellos.
Cuando ponemos un pie en el circuito, el nudo de mi estómago vuelve a apretarse más fuerte que nunca, y me aferro a la mano de Charles con más fuerza de la intencionada. A él no parece importarle y en su lugar, rodea mi cuerpo con su brazo y me besa la cabeza varias veces para tranquilizarme.
—Les vas a encantar, amore, te lo prometo. Estoy aquí, contigo, pase lo que pase —me susurra Charles al oído cuando llegamos a las puertas del paddock, antes de avanzar junto a mí.
El arcoíris que forman los uniformes de los distintos miembros de cada escudería nos da una alegre bienvenida y me maravilla ver tan de cerca el corazón de la Fórmula 1. Los primeros garajes que vemos ante nosotros son los de Ferrari, así como los integrantes de la escudería roja. Charles y Carlos saludan a sus compañeros, que nos reciben con sonrisas agradables y una naturalidad que me ayuda a relajarme.
Mis ojos pasan por cada detalle de los garajes, fijándome en los nombres que encabezan cada puerta. De repente, un hombre vestido de verde oscuro capta mi atención al instante y me aferro al brazo de Charles por puro instinto, a punto de salirme de mi pellejo de la emoción.
—¡E-es...! ¡E-es... E-es él! ¡Me muero, me muero, me muero! ¡Necesito verle, por favor, Charles, por favor! —chillo, sin saber muy bien si temblar o arrastrar a mi acompañante hasta allí.
Porque ante nosotros, a apenas diez metros, se encuentra el mismísimo Fernando Alonso.
—¡Vale, vale, no te preocupes, yo te llevo! —responde Charles entre risas, guiándome hasta mi ídolo absoluto. —Mis grititos parecen llamar su atención en cuanto nos acercamos y cuando me mira, me agarro a Charles como si fuese a desmayarme ahí mismo. Ambos hombres intercambian una sonrisa y el monegasco hace un gesto hacia mí—. Fernando, es un placer para mí presentarte a tu mayor admiradora: Atenea. Y aunque dudo que la presentación sea necesaria... Atenea, este es Fernando Alonso, el peor piloto de Fórmula 1 que he visto en mi corta vida.
Fernando me saluda con dos besos y ríe al escuchar a Leclerc, soltando un bufido burlón.
—Cuando llegues hasta donde yo he llegado, entonces hablamos, rubito. Atenea, es un placer conocerte y siento de corazón que tengas que aguantarle a diario... —Fernando se acerca a mí, como si fuese a contarme un secreto, y susurra lo suficientemente alto para que Charles lo escuche—: Recuerda que tienes que hacerlo por la misión. La treinta y tres está cada vez más cerca.
Suelto una risita de complicidad y asiento, viendo por el rabillo del ojo cómo Charles pone los ojos en blanco ante nuestra interacción.
—He tenido que ponerme esta camiseta de Ferrari para disimular, pero tengo la de Aston Martin preparada para la celebración. En cuanto quedes primero, abandono a este en una cuneta.
—¿Podéis dejar de conspirar contra mí? Que igual no sé hablar español tan bien como vosotros, pero os entiendo perfectamente.
Alonso y yo compartimos otra risa antes de escuchar cómo llaman a los pilotos a sus respectivos garajes. Según me dijo Charles, hoy los chicos suelen hacer cardio o yoga juntos antes de discutir las estrategias con sus equipos. Como también me ha dicho que Bibiana y yo podíamos unirnos a ese entrenamiento, he venido con un pantalón de chándal blanco y un sujetador deportivo.
—¿Vas a venir a entrenar con nosotros? No creo que a los chicos les importe —pregunta Fernando, y cuando asiento, levanta el pulgar y me dice adiós con la mano—. Entonces ahora nos vemos. ¡Encantado!
Mientras Charles me acompaña de vuelta al interior, suelto otro chillido y tiro de su brazo, sintiendo que me muero de la emoción. Él solo ríe y procura sostener mi cuerpo para evitar que me caiga, caminando hacia el gimnasio. En cuanto veo a Bibiana, corro hacia ella para compartir mi alegría.
—¡Tía, tía, tía, acabo de conocer a Fernando Alonso y es genial! ¡Te juro que si no me llega a sujetar Charles, me habría caído redonda al suelo!
—¡Por fin, Atenea, me alegro muchísimo por ti! —responde con una sonrisa, abrazándome y saltando como estoy haciendo yo—. Estoy deseando conocer a todos los pilotos, ¿tú no? Carlos me ha hablado mucho de ellos, tanto sobre lo bueno, como los chismes, y quiero comprobarlo todo por mí misma.
—Yo también tengo ganas, pero no seas tan cantosa. No puedes estar haciendo yoga con el radar conectado o los jefes te echarán a patadas. Aunque sé que te cuesta horrores, tienes que comportarte como una persona normal, ¿vale?
—¡Que sí, ¿quién te crees que soy?! ¿Una periodista del corazón o una especie de fan obsesiva? —bufa Bibiana, poniendo los ojos en blanco.
—¡Eres todo eso y más, Bibi!
Con una última y dramática mirada de advertencia por mi parte, mi mejor amiga y yo entramos junto a los chicos en la enorme sala en la que hay dispuestas varias esterillas. Yo me coloco entre Charles y Bibiana en la fila central, sintiéndome un poco avergonzada al ver al resto de pilotos entrando y cogiendo sitio a nuestro alrededor. Mientras los chicos van a por lo necesario para la clase, las esterillas de la fila delantera empiezan a ocuparse.
—Anda, hoy tenemos compañía. —Escucho una voz con marcado acento holandés y alzo la mirada, encontrándome cara a cara con los ojos azules del usual campeón: Max Verstappen—. Soy Max y tú debes de ser Atenea, ¿verdad? Charles no ha parado de hablar de ti en toda la semana y creo que ahora entiendo por qué.
Max me ofrece la mano y se la estrecho con una sonrisa azorada, ya que tanto la confianza que exuda el piloto como su flirteo inocente me han hecho sonrojar.
—Encantada, es todo un placer, de verdad. Por mucho que odie verte cruzar la línea de meta el primero prácticamente cada fin de semana, tu talento es admirable.
—Bueno, últimamente es cierto Ferrari el que me arrebata el primer puesto y creo que es gracias a ti. Ya quisiera tener un talismán tan espectacular para mí.
Mis mejillas arden aún más al escucharle y niego con la cabeza, sonriendo con seguridad.
—Lo siento, pero este talismán está muy feliz de acompañar a Charles Leclerc. Supongo que tendrás que seguir buscando.
—Es una pena —suspira dramáticamente, aunque una sonrisita asoma en sus labios—, aunque tal vez me llegue la suerte de una forma u otra...
Unos fuertes brazos me rodean la cintura por la espalda y siento la inconfundible presencia de Charles envolviéndome. No me hace falta mirarle para saber qué expresión tiene en su rostro, puedo adivinarlo viendo cómo Max alza una ceja. Tras besar mi mejilla, escucho la voz del monegasco a mi espalda, cuya gravedad me resulta atractiva y turbadora:
—Ni lo sueñes, Verstappen. Esta suerte es mía y me aseguraré de cuidarla y mantenerla a mi lado todo lo que pueda y más.
¡Hola, holitaaa!
Ay, qué ganas tenía de que vinieran el resto de pilotos y empezase un poco el salseo de los celos 😇. Esto no ha hecho más que empezar, así que prepárense (y rezad porque a Charles no le dé un infarto xd).
Os leo! ❤️
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