9. El Del Hospital
—Oli. Oliver —susurro cuando despierto en el hospital. Él está dormido a mi lado, sentado junto a la cama, y no quiero que se sobresalte, es de los que de poder tirarte algo a la cabeza lo hace, no es persona civilizada si despierta de un susto—. Oliver. David. Rodríguez. Sarmiento —repito más alto y muerta de risa, porque he ido viendo cómo cambiaba su entrecejo relajado por otro con muchas más arrugas.
—Vete a la mierda, guapa —contraataca al despertar del todo, con su habitual mal humor mañanero.
—Me alegra verte despierto —ironizó yo riendo.
Oliver se levanta y estira todos los músculos de sus brazos como si estuviera practicando Tai Chi, siempre me divierte ver esas posturas imposibles de hacer, en él.
—Al menos esta vez has acertado con el nombre.
—¿Qué quieres decir? —Jamás olvidaré ese David, o ese Sarmiento. Fueron años de colegio oyéndolos a diario, riéndome por lo bajo al ver su cara cuando le decían: tríncame el pimiento.
—Te has llevado toda la noche llamando a…
—Olvida lo que dijera de Manu, no quiero oírte guarrear conmigo.
—¿Quién habló de Manu? Fue a Héctor al que has empotrado esta noche en sueños.
—No es verdad.
Y entonces él olvida que le he llamado David y que siempre se despierta enfadado, parece que hacerlo en un hospital le divierte más, y sobre todo si es a mi costa, porque estando enchufada al suero no puedo defenderme.
Oliver desoye mis palabras y hace lo que quiere. Gime el nombre de Héctor a pleno pulmón entre magreos que se pega en el pecho, cuello o cara, arrancando mis risas.
Al segundo “Héctor, cómeme, chúpame, mi vida" que grita, la puerta se abre de par en par.
¡Joder! Yo no soy la que se muere de vergüenza.
—Hola, Óscar, ¿qué haces aquí? —digo aliviando la tensión entre ellos.
Sé de sobra que es mi hermano y que de alguna manera se habrá enterado de mi accidente laboral. Supongo que el propio hospital llama a los familiares, y si estos además tienen mano en ese puesto de trabajo, imagino que no es algo que se pueda ocultar.
Tras Óscar, que sigue pálido y con el tirador de la puerta en la mano después de ver a Oliver supuestamente excitado, aparecen mi padre, madre, hermana y sobrino. Creo que mi cuñado de estar en la ciudad estaría también aquí. Falta mi abuela, ella directamente estará rezando en la capilla, jamás le gustó que fuera policía.
—Como no te estés muriendo, vas a lamentar haberme dado este disgusto. No tenía con quién dejar al niño. —Esta es Dani y su demostración de cariño hacia mí. Es un poco borde, la pobre, pero de buen corazón.
Y para colmo lanza a mi sobrino de cinco años hacia la cama, que se sube a ella de inmediato y me besa como un loco, con el daño que eso me provoca.
—Gracias por venir, Dani, y traerme al niño. —Parece sarcasmo, pero amo a mi hermana mayor, no lo dudes.
Y ella, que también me ama, pasa de contestarme y va a saludar a su adorado cuñado. Jamás dejará de llamar a Oliver así, y lo siento de veras por la próxima pareja de Óscar, o el que yo le presente en un futuro.
Daniela quiere a Oliver desde que frecuentábamos su dormitorio a escondidas para probarnos su ropa y maquillarnos, en cambio yo siempre me llevaba sus collejas. Es lo que tuvo criarnos juntos, ganó otro hermano en tiempo vacacional, ya que mamá lo invitaba a pasar los fines de semana y los veranos con nosotros en la playa o a compartir nuestra mesa de Navidad. Que luego Oscar lo hiciera su pareja, fue la adopción definitiva para ella.
—¿Cómo te encuentras, cariño?
—Bien, mamá —contesto aceptando su beso en la frente cuando el chico la deja llegar a mí. No quiero preocuparla demasiado—. Pero no te recomiendo ponerte debajo de un caballo.
—No bromees con eso, cariño, que todavía no se me va el susto del cuerpo. Menos mal que no ha sido nada grave.
Su nuevo beso en la frente cura de veras cualquier malestar.
Con el saludo de Daniela me he perdido la entrada de mi padre. Permanece serio junto a la puerta. Creo que no solo entró él, el comisario que hay en su interior intenta asomar la patita, es quien le da ese aspecto agrio a su cara.
—Hola, papá.
—Hola mis cojones.
—Ricardo, por favor.
Mamá trata de interceder por mí y quiere echar a patadas al comisario de la habitación. Pero presiento que le costará.
La preocupación de mi padre ha debido de ser doble, han lastimado a su hija en acto de servicio, sí, pero él me puso en ese servicio y seguro que se culpabiliza por ello.
—Papá. —Al fin oigo a Óscar, que además se ha podido mover hasta acercarse a nuestro padre, y es que Oliver ya no está aquí, salió de la habitación con Daniela y el niño—. Leire no necesita una bronca ahora.
—Pues a alguien se la tengo que echar, ¿qué tal si lo hago con la oficial Benitez?
Mi padre se acerca al pie de la cama y apoya sus manos en la barandilla, no me da opción a mirar a otro lugar.
—No hablaré del casco porque tú misma sabrás la imprudencia que has cometido. Hablo de tu incapacidad para posicionarte a metros del caballo cuando cualquier civil sabe un mínimo de eso en las aglomeraciones. Por lo tanto, y hasta que termine la investigación de tu negligencia, quedarás relegada de tu puesto. Llámalo baja laboral.
—¡Ricardo!
Mamá es la única en desafiarlo, creo que ni el inspector Óscar Benítez se atreve a tanto. Yo solo puedo mirarlo a la espera de que su temor por lo que me ha pasado desaparezca.
Algo más tranquilo, pide a mi madre y a Óscar que salgan para poder estar conmigo a solas.
Lo hacen, pero antes mamá lo ha amenazado con que puede ir buscando una lavandería barata de confianza, porque puede quedarse sin ropa limpia en breve si vuelve a oír que me grita.
—Puedes venir a casa siempre que quieras, y usar mi lavadora —le digo con ternura.
—Gracias, cariño, no hará falta, mamá bromeaba —responde sentándose en mi cama, a un ladito de mí, y sin tanto movimiento por su parte como hizo mi sobrino—. ¿En qué pensabas, Leire? Me has asustado de veras.
—Ha sido mi suerte, papá. Últimamente no está muy acertada.
Mi padre cierra los ojos. No termina de creérselo, desde niña me sirve de excusa echar la culpa a mi suerte y todos fingen creerme, pero hoy lejos de eso, no he hecho más que decirle la verdad.
—Vaya, y yo pensé que se debía a tu inexperiencia en la Unidad —dice con ironía.
—Quiero decir que últimamente elijo demasiado por mi misma y puede que me equivoque.
El semblante de burla de mi padre se torna en comprensivo, casi emocionado.
—Pero eso es bueno, cariño, demuestra que eres normal
—Siete veces normal.
Y de nuevo consigo que cierre los ojos cansado de mis excusas.
Menos mal que Óscar hoy no tiene el don de la oportunidad, porque está en la puerta diciéndome que Héctor quiere verme. Pobre mío, ¡la cara que ha puesto cuando ha dicho su nombre!
—Hola, ¿se puede pasar, preciosa? Te traigo un regalo.
¡Ay, no!, tengo que parpadear varias veces para que mi vista lo identifique con el sonido de su voz.
Manu entra primero, seguido de Héctor, de hecho lo hacen juntos, provocando mi enfado al verlos tan amigos.
De nuevo Héctor tendrá que aplazar eso que me tiene que decir porque ha preferido sacar a Manu del hotel para que venga a verme.
Mi padre al verlos se levanta de la cama y se dirige a ellos con la intención de averiguar por qué me visitan. Por lo pronto ya sabe a qué se dedican, uno viste chándal de la selección española de fútbol sala, con sus dos estrellas y todo junto al escudo nacional, el otro lleva el mismo emblema, pero sin estrellas u otro distintivo de rango, en su uniforme de agente de UIP.
Como buen sabueso ha reconocido al jugador de fútbol sala, normal, para eso no hace falta ser policía, Manu lleva una semana siendo el personaje del momento.
—¿Y cuál es ese regalo, joven?
—Estoy concentrado para la final del domingo y poco he podido hacer, improviso con lo que tengo —dice al tiempo que abre su camiseta para que yo vea el número siete.
Veo también el guiño de ojo, pero no quiero sonreír. Héctor me mira. Callado. Mejor así, porque no me apetece cagarme en sus ideas de cupido.
—Ay, no. Otro igual —lamenta mi padre al ver el número.
Manu, que no lo ha oído, viene hacia mí para enseñarme la camiseta, me gusta, es de las rojas.
—Al final habéis ganado —le digo sonriendo.
—Y todo gracias a ti. —Y sin importarle el comisario, el subinspector o el agente de la Policía Nacional presentes en la habitación, me besa.
No puedo dejar de mirar a Héctor, que sin dejar de mirarme a mí aguanta la escena del beso bajo el interrogatorio de mi padre.
—Así que es usted agente. Soy el comisario Benítez —se presenta él solo.
—¿Disculpe? —Héctor no sale de su asombro, no adivino si por saberlo mi padre o su “súper” , superior.
—Héctor es el novio de Oli, papá. —Y dale con Óscar, hoy de nuevo mete la pata.
—¿Él? —le dice mi padre sin entender, mientras me mira a mí.
Manu me está contando de sus tres goles de la semifinal, pero yo tengo mis ojos puestos en Héctor. Se ve tan tímido, tan nervioso, tan guapo con su uniforme, que olvido mi enfado con él, ¿cómo se le ha ocurrido venir con Manu cuando teníamos tanto que decirnos?
Manu me habla, entusiasmado, de la final que tiene en dos días, donde se decidirá su futuro. Lo siento, no le presto demasiada atención porque las miradas con Héctor se vuelven intensas, tanto que he podido adivinar por las suyas el motivo de su llegada acompañado; teme un rechazo de mi parte. Ojalá él pueda ver en las mías la decepción que eso me ha provocado, lo creí más valiente.
—Si no os importa, quiero hablar con mi hija antes de que le den el alta.
—Puedo acompañarte a tu casa, ¿qué me dices, Leire? —propone un sonriente Manu.
—Que no —objeta mi padre—. Somos muchos en la familia, hijo, algún otro lo hará. Has dicho que estás de concentración, ¿no? El resto de españoles te necesitan más que Leire.
Manu sonríe a mi padre con pocas ganas esta vez de ser el ídolo nacional, porque acaba de joderle las suyas de estar conmigo un rato a solas.
Sin decir nada que pueda ofender a mi padre, Manu sale de la habitación, no sin antes dedicarme uno de sus guiños sexis. Héctor ya lo hizo primero, se fue sin dedicarme un guiño, palabras o miradas.
—Así que el dorsal siete —dice mi padre cuando se cierra la puerta por el otro lado, sin perder tiempo.
—Sí.
—El motivo de tu servicio con la Selección.
—Sí.
—Y es por eso que dudas esta vez de apostar al siete.
—Sí. ¿Cómo lo has sabido?
—He visto cómo os mirabais tú y el agente.
Mierda. Sonrío al pensar en Héctor de nuevo, olvidando ya cualquier reproche que se merezca.
—Me alegro de que al fin decidas romper con tu estúpida regla, hija.
—No es del todo así. Todavía no me decido, papá, me asusta no saber elegir por mí misma.
Porque seamos claros, la idea de intentarlo con Héctor no parece la más acertada, no hay nada que lo identifique con mi suerte.
—Eso es lo que te hace humana, Leire, los errores —dice cuando besa mi frente—. Y si no funcionara tu historia con el agente, siempre podrás decir que no entraba en tu orden del siete —razona desde su propia lógica—. Pero tú tranquila, por si acaso, cariño, no espantes a este con tus locuras.
—¡Papá!
Ambos nos reímos.
—Y ahora dime por qué tu hermano cree que es el novio de Oli cuando ese niño a quien quiere es a Óscar.
—Es una historia larga.
—Pues date prisa y cuéntamela antes de que tu madre entre y quiera hacer trapos de mi ropa.
Con pensar en mamá cumpliendo semejante amenaza, los dos comenzamos a reír.
Cuando todavía me seco las lágrimas de la risas con mi padre, Oliver, que trabaja aquí, entra a la habitación para notificarme el alta médica, seguido del resto de visitas que no dejan de dar sus opiniones sobre mí.
Todo es muy extraño. A los pocos candidatos que hay para llevarme a casa, se le suman los que mi padre u Óscar descartan. Manu por estar concentrado, Daniela por no tener que cargar con el niño y mamá por regresar a casa con la abuela.
Y como Oliver entra de turno en una hora más, ha dicho que se queda ya en el hospital.
—Puede llevarte Héctor —sugiere Óscar demasiado feliz en vez de prestarse él voluntario para acompañarme.
—Claro, porque qué sentido tiene que se quede aquí conmigo, ¿no? —dice Oliver dispuesto a pelear con mi hermano aunque todos los demás estemos presentes.
Creo que este mal rollo ya viene de afuera.
—Exacto, tú tienes que trabajar y él sale de su guardia, y en casa con Leire podrá descansar cuando dejen a Torres en el hotel.
Lo cierto es que esa actitud comprensiva de Óscar no se la cree nadie que sepa lo enamorado que sigue de Oliver, mi padre y yo por ejemplo. Está claro que los quiere separar.
Los implicados en esta opción, Héctor y Manu, se miran desconcertados, sin querer hablar por no meter la pata nuevamente con el comisario. No se me pasa por alto la risa de satisfacción de mi padre al ver sus caras.
—Te estás comportando como un gilipollas, Óscar, tú lo que quieres es alejarme de Héctor.
—Solo miro por tus intereses en tu puesto de trabajo, muchos de tus jefes no entenderían tu relación con él.
—Ya, como hacen los tuyos, ¿no? Supongo que homófobos hay en todos las instituciones.
—¡Las privadas son peores!
—¡Basta ya! No vamos a perjudicar a Oli, aquí.
Menos mal que mi padre intercede, la conversación se puede descontrolar a partir del grito de Óscar, mi hermano será un cretino a veces, pero jamás levanta la voz.
—Héctor llevará a Torres al hotel y luego llevará a Leire a casa como ha propuesto Óscar. Punto y final.
—Disculpe, comisario…
—Agente, no me obligue a tratar el tema en comisaría.
Y esa mirada que le echa a Héctor, acompañada de su orden, hace que él se calle.
Para mí tiene una mirada que más bien parece decirme, «aprovecha la primera oportunidad, hija, no esperes a la séptima»
Miro a Héctor sonriendo, no contaba con tener que hablar conmigo a solas, ¿eh?
♣️♥️♠️♦️
Vistos los uniformes de policía, ese intercambio de sentimientos que Leire experimenta y un comisario gruñón, pero para nada “mordedor”, me he decidido por una escena muy del estilo de «Los Hombres de Paco» total, Óscar está basado en el tío Lucas😍, y el nombre de Héctor Camacho, proviene de Aitor Carrasco😍
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