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8. El De La Confianza

Será la quinta demostración que le haga tras hablarle del Pollo Dorado y sus homólogos de comida para llevar, de cómo llegué a comprar los muebles del dormitorio que ve, de la elección de mi carrera profesional o de a qué cine voy y para ver qué. 

     Manu no termina de creerse mi obsesión con el número 7. 

     Jamás antes, con menos de dos citas, había contado nada de mis supersticiones a ningún hombre por temor a ahuyentarlo, eso me lo guardo por si he de terminar la relación. Ni siquiera lo hice anoche con “mi” amigo Héctor, al que le conté demasiado de mí cuando yo supe demasiado de él. 

     Pero Manu parece de confianza, no se asustará cuando me conoció precisamente lanzando los dados al siete. 

     —Ves el armario —le digo abriendo las puertas, él me observa desde la cama—. Pues cuenta la séptima percha y el séptimo pantalón, en este orden. —Y le señalo el montón, de arriba a abajo—. Eso me pondré hoy. 

     —Estás de coña, ¿y si no combinan? 

     Me río de su apreciación, anda que no he ido yo veces a la calle con colores que se matan entre ellos, ¿y fue un problema para mí?, no, ese día confiaba en mi suerte y todo me salía bien. Hasta ayer, que vista ya la noche con Héctor parece que me puse el pantalón seis o la blusa ocho. 

     Gateao por la cama hasta llegar a él. 

     —Dime que te importa mucho que mis bragas sean negras y mi sujetador rojo —comento despreocupada mientras busco su boca. 

     Manu sonríe, pilla mi explicación. 

     —No mucho, la verdad, te prefiero sin nada. 

     Es decirlo y profundizar con su beso. Me río al ver lo fácil que ha sido convencerle de que lo mejor es apostar al siete, mira si no cómo nos besamos. 

     —Tengo algo que pedirte. 

     —Mientras no sea dinero, lo que quieras —le digo riendo con él. 

     —Se trata de tu suerte para esta noche, preciosa, ¿qué me dices, me la prestas? —me pregunta esperanzado. 

     —Mira que he oído del interés en las relaciones, pero eso de la suerte es nuevo para mí, ¿de verdad que no estás conmigo por el dinero?  

    Manu me hace cosquillas para que no me ría solo de él. Yo disfruto del hombre de mi suerte. Mi siete. 

     —No vas a tener problema si confías en tus capacidades —digo a Manu que está a punto de marcharse. Pronto pasarán lista en el hotel y deberá acudir a sus entrenamientos. 

     Parece una locura, pero es cierto que quería conocer mis pautas a la hora de dejarme guiar por el destino. 

     —Lo sé. Pero no pierdo nada por asegurarme de que mi asiento del autobús sea el número siete, de que elijo la taquilla siete del vestuario o de que en cada minuto siete de los tiempos del partido yo tenga la pelota, ¿verdad? 

     —No está mal para ser un aprendiz —apruebo sonriendo. 

     Nuestro beso de despedida tiene que terminar ya, o de lo contrario el país entero creerá que Manu Torres ha sido secuestrado antes del partido de la semifinal contra Finlandia. 

     —¿Te veré en el cordón del hotel, esta noche? 

     —Así lo tenga que saltar de civil, no faltaré. 

     Me dejo caer en la puerta para ver cómo se marcha, lo hará corriendo para no tener que inventar nada cuando llegue al hotel, dirá que salió de madrugada a hacer deporte. 

     —Menos mal, ¿no? Ha sido imposible dormir en toda la noche, guapa. 

     Oliver ha salido de los confines de su dormitorio, con Seven en brazos, en cuanto ha oído que cerraba la puerta del piso. 

     —Te tengo dicho que yo utilizo tapones para los oídos —le recuerdo mientras me dejó caer en el sofá. 

     —Yo no me río a carcajadas como puedes hacerlo tú.

     —Bueno, quizás no lo disfrutes tanto. 

     Lanzarnos los cojines se está convirtiendo en nuestro pasatiempo favorito, arranca nuestras risas y nos hace disfrutar más de nuestra amistad. Oliver se sienta a mi lado, Sven lo hace entre nosotros. 

     —He oído a Manu hablar del siete. 

     —En serio, Oli. Una cajita de tapones cuesta un par de euros. 

     —No seas tonta —me dice con un empujón cariñoso en el hombro—. ¿Significa eso que ya le has contado todo de ti? 

     Me giro a mirarlo, cruzo mis piernas sobre el asiento y le digo entusiasmada:

     —Eso es lo maravilloso con él, Oli, que jamás he sentido que tuviera que racionar información o guardarme mi estrategia de ruptura, siento que estoy con un amigo. ¿Te puedes creer que no hemos hecho nada en toda la noche, aparte de besarnos como dos críos inexpertos? —acabo diciendo con cara de chismosa. 

     —Ay, cielo. Eso que describes con Manu parece que se quedará en amistad —se lamenta por mí. 

     —No lo creo. 

     —A ver si me explico, Leire, has cruzado la barrera muy pronto —me dice él tomando el papel de experto—. Cuando uno inicia una relación siempre tiene una parcela de secretos, ¿no? Queremos que nuestras parejas nos descubran poco a poco para poder mostrarnos desinhibidos después con ellos, y así la confianza, la naturalidad con la que llega la intimidad, se logra con el roce y con el cariño. Solo así llegas a la compenetración mutua para ser amigo de tu pareja, y no pareja de tu amigo, que sería el error en tu caso.

     —Puede salirme bien del revés, porque, ¿quién marca los plazos de: ahora somos pareja, o todavía no?, solo nosotros, los implicados. Yo me siento bien con Manu y no necesito ir poco a poco en ninguna de las dos fases de amigo/amante. 

     —Pero si te saltas esa primera chispa de morbo, intriga y deseo para pasar a las risas y a las charlas cómplices ya no podrás volver a prender esa llama entre vosotros, por mucho que te gusten sus besos o te rías con él. 

     —No me vengas con esas. Por no hablar desde el primer día claro con Óscar sobre tus miedos a permanecer encerrado en un armario, estás así, enamorado y esperando a que salga él. Elijo amistad antes que amor, Oli, risas antes que llanto. Además, es mi chico del siete, ¿qué puede salir mal? 

     Él se golpea la frente al oír mi teoría no tan perfecta. 

     —En mi caso, precisamente, eso fue lo que me gustó de tu hermano, el misterio que daba a nuestras citas, porque si me lo hubiera follado en un baño de Chueca*, jamás hubiera querido salir de un armario de la mano con él. Amé cada faceta de Óscar desde que me besó por primera vez en casa de tus padres a escondidas, incluso la hetero, bruta e inaccesible que ha demostrado tener después. 

     Me quiere hacer cambiar de opinión. Pero esto no es como lo del Pollo Dorado, aquí tengo que ganar yo. 

     —Mira este ejemplo de Héctor. —Como reciente amigo mío que es, le valdrá la comparativa—. Para tomar unas cañas mientras me cuenta de su trabajo, sus padres o su abuelo, bien, me divierto y me gusta esa familiaridad suya. Para organizar un dispositivo de seguridad, porque me he dado cuenta de que es un gran policía, competente, organizado y con la cabeza fría, bien, me siento segura junto a él y yo me siento protectora de su integridad. Para ayudarme con Manu, facilitando nuestros encuentros, o contigo y Óscar ocultando tu engaño, sin pedir nada a cambio, bien, eso es de ser un buen amigo. Y no es que quiera nada con él. 

     Oliver se ríe a carcajadas. No me hace ni puta gracia, la verdad. 

     —Ya. ¿A que te mueres por conocer a ese viejecito, porque su nieto te ha contado maravillas de él?, ¿a que lo buscarás con la mirada cuando la cosas se tuerzan en esos operativos, para poder ver que no le pase nada? ¿A qué si no estuvieras con Manu ya te lo hubieras tirado? 

     —Pues claro —confieso sin detenerme demasiado a analizar la última pregunta. 

     Oliver se tapa la boca como si la imprudencia la hubiera cometido él. Yo actúo igual, me tapo la boca para no decir más estupideces.

     —Me has liado, cacho cabrón. 

     —Lo sabía desde que lo describiste el primer día, ese tío rubio desestabiliza tus reglas del siete. 

     Los cojines se me quedan cortos para golpearlo, le doy una docena de manotazos. Seven ha huido de nuestro lado para no llevarse las hostias que nos estamos dando, porque Oliver ha comenzado a devolvérmelas. 

    —Basta, por favor —me pide muerto de risa. 

     Freno mi ataque y me levanto del sofá. 

     —Me estoy enamorando de Manu, es un amigo diferente y puede ser también un gran amante. De Héctor, no. Y espero que lo tengas claro para cuando vuelvas a verlo. 

     —¿A quién de los dos? 

     —Vete a la mierda, Oli. 

     Me voy a mi habitación, tengo que dormir. Esta tarde hay partido, esta tarde veré a Héctor. ¡Digo a Manu, joder! 

     Puto Oliver y sus teorías de mierda sobre los amigos o los amantes. 


     El trayecto en el furgón al abandonar la comisaría es tenso, y no por parte del resto del equipo, que bien que se divierten. Solo por uno de los integrantes: Yo. 

     Estoy nerviosa, enfadada y ofendida a partes iguales. 

     El encuentro con Héctor en la reunión ha sido cordial, educado y distante. «Buenas tardes, oficial, ¿otra gran noche con Torres?», «Que te jodan, agente»

     Me ha dolido lo admito, no esperaba que saltara de alegría al verme como hace Seven, pero al menos que me mirase al entrar al furgón cuando ocupó su puesto a mi lado, sí. Obviamente no lo hizo y mantiene su vista al frente todavía. 

     —Benítez —me llama Navarro desde atrás, me vuelvo a mirarlo—, ¿es cierto lo que dicen en comisaría?,  ¿que vas a promocionar? 

     —Las noticias vuelan, ¿eh, chaval? —le digo yo sonriendo. Recuerdo que yo misma hice correr ese bulo. 

     —No sé cómo lo hace, oficial, yo no tengo tiempo ni de comer. 

     —Por eso comes basura, ¿eh, Navarro? —le recrimina su compañero de asiento tocando su barriga. Eso nos hace reír a todos menos al implicado, que se revuelve con empujones de defensa. 

     Miento, hay otro que no se ha reído. 

     —¿Y a ti qué te pasa Camacho?, ¿estás así por que te vas de vacaciones mañana? 

     Busco su mirada cuando oigo eso, me importa una mierda que él no me mire. 

     —Este quiere ver la final de civil, seguro que tiene entradas —interviene otro. 

     —Qué putada que nos la perdamos, va a ser histórica —insiste Navarro para dar lugar a un debate nacional entre todos. 

     —Seremos los únicos españoles que no la vean. 

    —¡Joder!, ¿quién iba a pensar que llegarían tan lejos? 

     —Aún tienen que ganar hoy. Cuidado con eso. 

     —Lo harán, Manu Torres es el amo de la pista —contesta el compañero que conduce. 

     —¿De la pista, solo? —murmura Héctor, y parece que soy la única que lo ha oído. Ahora sí que me mira. 

     Los demás siguen hablando. 

     —Qué dominio de la pelota. 

     —Qué técnica. 

     —Qué máquina. 

     —Aprende de ese que no come basura, Navarro. 

     De nuevo se oyen las risas en el furgón, de nuevo hay dos que no ríen, esta vez somos Héctor y yo que nos medimos en miradas. 

     En menos de dos minutos llegamos al Palacio de Deportes, hoy mi grupo no tenía asignado el hotel y no he podido ver a Manu como le prometí. No quiero pensar que sea una burla de mi destino. 

     —Espera, Camacho —le pido como asunto oficial al llamarlo por su apellido. Él se queda quieto antes de bajar del vehículo, y espero a estar a solas para preguntarle—: ¿Es cierto que te vas de permiso? 

     —Las noticias que vuelan no siempre son falsas, oficial. —Y pega el salto que le hace descender. Yo voy detrás con más agilidad, no quiero que se me escape. 

     Héctor sabe que no estoy estudiando para un ascenso, con él sí fui sincera la otra noche hablando de fútbol sala, de Manu y de mí, así que me está confirmando su abandono de la Unidad. 

     —No me has contestado —protesto ante su marcha, él de nuevo se detiene. 

     —Eres tú quien se enorgullece de no ser solo una cara bonita, Leire, no yo —se burla de mí. 

     —No me subestimes porque conozco muy bien el motivo de tu abandono. 

     —¿Y cuál es, según tú?

     —Eso te corresponde a ti decírmelo.

     Héctor sonríe con sorna. 

     —No lo sabes. Vas de farol, y conmigo no vale tirar los dados como haces con otros. 

     —Ya te dije que no juego si no estoy segura de ganar, y siempre lo hago. —Para respuesta estúpida, la mía. Porque esa comparación con Manu me ha dicho más que su silencio. Es un cobarde al que le gusto y no se atreve a decírmelo. 

     El equipo está a punto de llegar del hotel, tenemos poco tiempo, debemos ocupar nuestros puestos, así que me marcho a coordinar a mis hombres. 

     El ambiente hoy aquí es impresionante, se nota que la final está en juego, y vista la afición que espera para poder dar ánimos a la selección, los jugadores no estarán menos exaltados. A los cánticos ultras les acompaña un bufandeo rojigualdo que tiñe de color la noche madrileña junto a la luz de bengalas, ojalá y esto sea suficiente para ganar a Finlandia. Pero lo veo difícil, he leído en la prensa el palmarés de los finlandeses y Manu y sus compañeros tendrán que echar el hígado en la cancha hoy si quieren ganar. 

     El autobús aparece ya a menos de un kilómetro por la Calle Máiquez, los gritos aumentan y la masa humana también, ¿de dónde coño ha salido tanta gente? La plaza Salvador Dalí, frente a nosotros, está a reventar. 

     Organizo a mis agentes en la esquina derecha del pasillo inicialmente vallado, el autobús se acerca por la izquierda donde se detendrá frente a nosotros, quienes somos los tres grupos de la séptima UIP. La Unidad de Caballería está al tanto de nuestro dispositivo a pie y resguardan el lateral que queda desprotegido de la plaza. 

    Considero necesario cubrirnos con los cascos, el ambiente se crispa por momentos, y así lo acabo acordando con el resto de oficiales. El autobús está a tan solo cien metros de aquí. 

     Doy la orden, es sencilla, todos nos protegemos con los cascos porque contener a esta multitud es lo primordial ahora mismo. 

     El autobús llega y abre sus puertas, los jugadores descienden tanto por la delantera como la trasera, no tienen manera esta vez de firmar nada, los coordinadores de la federación les hacen entrar lo más rápido posible. 

     Y es cuando oigo mi nombre.

     Me ha costado entenderlo, no creas, el ruido es ensordecedor, pero lo he hecho. 

     Manu me sonríe para demostrarme que ha sido él quien me llamó. Me gusta verlo así, relajado, y no dudo que esté confiado en su suerte porque me enseña siete de sus dedos al tiempo que me guiña un ojo, ¡qué mono!, ha sido capaz de reconocerme con el casco puesto, seguro ha sido culpa de mi culo dentro de este pantalón, al final amaré los fritos del Pollo Dora… 

     —El casco, oficial. Si se lo pone, tal vez el resto no tengamos que ver esa mirada golosa. 

     Es oír a Héctor en mi oído y llevarme las manos a la cabeza. Sí, me falta el puto casco reglamentario, solo conservo mi gorra. 

     —Iba a hacerlo ahora mismo, lo siento —me excuso con él, y he sonado peor que una novata ante un superior. 

     Los gritos de la gente, que ha visto a Manu recorrer el pasillo hasta la entrada del Pabellón, hacen que Héctor me chille para que yo pueda oírlo. Me da que yo también acabaré haciendo lo mismo. 

    —Ya, ¡¿antes o después de comerte con los ojos a Torres?! 

    —¡Eso no te importa, Camacho!

    —¡Sí lo hace cuando tengo que olvidar mi posición por estar pendiente de que a mi oficial no le partan la crisma!

     Más gritos de la gente, más gritos de Héctor. 

     Y espera a oír los míos. 

     —¡Pues estate tranquilo por eso! ¡He dejado de ser tu compañera desde el momento en el que has dicho que te irás mañana! 

     —¡Yo no quiero ser tu compañero, ¿es que no lo ves?!  

     —¡Me parece bien, te libero de toda responsabilidad conmigo! —grito enfadada. Por mí que se vaya de mi vida. 

     —Joder, al final me harás decírtelo. 

     —Mejor no diga nada si van a ser estupideces, agente —le ordeno.    

     Y de pronto todo se descontrola, todo parece encaminado al desastre. 

     Los empujones llegan por mi espalda. De la gente no se trata, ellos corren despavoridos en sentido contrario. Es un caballo el que se ha asustado y ha provocado el caos entre la muchedumbre. El animal se apoya en sus patas traseras cogiendo desprevenido a su jinete, el mismo que cae sobre mis cervicales y me lanza al suelo, donde me golpeo. 

     Ahora me arrepiento de no haber oído a Héctor y comenzar nuestra absurda discusión sin ponerme el casco antes. 

     —¡Leire! —Y ese grito ya no es de Manu. 

     Noto que al fin puedo respirar porque el peso sobre mis pulmones desaparece, ya no tengo al compañero de caballería encima de mi cuerpo, que me duele, por cierto, como si el propio caballo se hubiese sentado en mí. 

     —¿Estás bien? —Héctor, de rodillas a mi lado, se interesa por mi salud, por el golpe de mi cabeza contra el asfalto. Coge mi mano entre las suyas. Tan grandes que son, tan suaves… 

     La ambulancia del dispositivo no tarda en llegar, estaba a unos metros de distancia, y puedo ver el destello de la sirena en los edificios, reflejada. Nadie quiere moverme sin que los paramédicos lo autoricen antes. 

     Siento que inmovilizan mi cuello y limitan mi campo de visión, eso sí, Héctor lo ocupa todo, y está tan preocupado que, por primera vez, no me sonríe.  Y a mí me gusta mucho más cuando lo hace. 

    —Tranquilo, agente, y póngase su casco, o tendrá que acompañarme al hospital —le digo con una sonrisa a Héctor, que no se ha apartado de mí ni cuando me han subido a la camilla. 

     Y es que él, aunque esté nervioso, ha comenzado a reír para no asustarme. 

     La camilla entra a la ambulancia y es aquí donde nos despedimos. 

     —Prométeme que no será nada, Leire, porque tengo algo que decirte cuando te recuperes. 

     —¿Ves, Camacho, como siempre gano?, fui yo la que se metió debajo del caballo para hacerte hablar —miento con una sonrisa y un guiño de ojo que no sé si habrá podido ver antes de que cerrasen las puertas. 

     Oírme, lo ha hecho, porque golpea la pequeña ventanilla de la puerta para hacérmelo saber. 

♣️♥️♠️♦️

📝*Chueca es una zona del barrio de Justicia, en el distrito Centro de la ciudad  de Madrid.

En la década de 1980 se abrieron en la zona algunos de los primeros locales destinados al perfil del colectivo LGBT en Madrid. Uno de los mayores acontecimientos turísticos anuales de Chueca son las fiestas de celebración del Orgullo Gay, celebradas cada año al comienzo del verano.

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