7. El De La Confusión
Golpeo la puerta de la habitación de Oliver mientras le digo que soy yo. Él no tarda en abrir la puerta, de hecho lo hace tan solo con una rendija por la que saca su mano y tira de mi brazo hacia el interior.
Oliver se aparta de la puerta, comienza a respirar más tranquilo al verme.
—¿Sigue ahí?
—Se ha adueñado del sofá.
—Joder, joder, joder —suelta sin respirar. Me coge de las manos como en una súplica—. ¿Y qué quiere ahora de ti? Dáselo y que se vaya, Leire, no puedo verlo.
—Cariño, es Óscar, el capullo insensible de Óscar. Pero no te hará daño.
—No puedes, ¿verdad? —Y ambos sabemos que habla del favor que me ha pedido esta vez.
Niego con la cabeza, bajando la mirada. No quiero decepcionar a mi amigo.
Nadie me hará pensar lo contrario, sé que Óscar se acerca a mí solo para poder ver a Oliver, que su excusa para parecer ese hombre de las cavernas que me chantajea, me acosa y me obliga a hacerle favores es porque no se atreve a acercarse a su ex, porque también lo sigue amando. Pero, claro, por mucho que yo diga siempre que le falta un herbor a mi hermano, no me puedo creer que sea cierto que es así de estúpido y que no pida perdón a Oliver.
—¿Y con qué nos sorprende ahora el poli bruto?
—Quiere entradas para el partido de mañana.
—¿De Manu?, ¿de tu Manu? —pregunta esperanzado en quitarse pronto a Óscar de en medio
—No es mío.
—Sí que lo es cuando él tiene las entradas que quiere Óscar.
Uy, esa cara de Oliver me asusta; ceja levantada, nariz ensanchada, sonrisa perversa. Y cuando se cruza de brazos para potenciar su actitud déspota, acojona de verdad.
¿Nueve cervezas? Tengo ganas de vomitar, ya comienzo a notar que mi suerte me abandona.
—Sabes tan bien como yo que no estoy en ese cargo por méritos propios, que es un enchufe de mi padre…
—Y yo hablo del enchufe que tienes con el capitán de la selección de fútbol sala.
Se acabó seguir hablando.
Pretendo irme de su dormitorio en cuanto veo el gesto obsceno que me hace con los dedos, lo que se puede interpretar como una única clavija entrando en un enchufe.
—No, olvídalo, Oli, y así mucho menos.
Oliver se apoya en la puerta, me impide salir. Quiere que le diga que le ayudaré, que conseguiré esas entradas que me pide Óscar para que él lo pueda perder de vista. Hasta que a mi hermano le pique la polla de nuevo y quiera volver a verlo, claro, porque nadie me hará cambiar de opinión, ¡estos dos juegan al gato y al ratón, conmigo en medio, ¿es que no lo ven?
—Siempre fuiste un debilucho, Oli, no puedes conmigo —digo riendo mientras retuerzo su brazo como en una detención, hasta ponerlo de rodillas.
Ya puedo abrir la puerta y salir corriendo.
Pero la imagen que me encuentro en el salón me impacta hasta dejarme paralizada, a mí y a Oliver, que corría también para alcanzarme y ha chocado conmigo cuando he frenado.
Héctor tiene sujeto por el cuello de la camiseta a Óscar y lo aprisiona contra la pared.
Perdona. Con las prisas de entrar a la habitación de Oliver, se me olvidó contar que Héctor me acompañó.
—Vas a repetir eso de que soy un gilipollas entrometido capaz de arrastrarme por un polvo. ¿Un polvo de qué, imbécil? Tú no me conoces de nada.
—No, pero déjame decirte que pierdes el tiempo. No tienes la más mínima oportunidad.
—Eso ya lo veremos. —Y Héctor arremete con todo su cuerpo contra mi hermano.
Oliver me empuja para que intervenga, creo que lo hace para no tener que atender a Óscar si Héctor le parte la nariz. Es enfermero, y no lo veo con intención de ejercer ahora. Le hago caso. Yo más bien no quiero que expedienten a Héctor por agredir a un superior.
—Héctor, no —le digo reteniendo sus manos para que afloje el agarre—. Este imbécil es nuestro subinspector.
Mis palabras detienen al agente Camacho, es lo que tiene la escala de cargos, Héctor se encuentra abajo del todo. Que esté bebido puede ser además un agravante.
—Vaya, así que también es policía. Menuda copia te has buscado —dice Óscar mirando a Oliver con asco en vez de a Héctor.
No, no puede ser, se ha equivocado. Ha sacado sus propias conclusiones.
Oliver le mantiene la mirada a mi hermano, creo que ha deducido lo mismo, de ahí su valentía para mirarlo como lo hace. Y me parece que el único despistado aquí es Héctor, que le contesta todavía:
—No le reviento por eso mismo, subinspector —amenaza Héctor, que aprieta las manos en puños para evitar lanzarlas a su cara.
—Parece que este sí tiene huevos, ¿eh, Oli?
Oscar se ha propuesto que hoy le hagan una cara nueva. Me da que ya somos tres candidatos para confeccionarle una a medida.
—¿Oli?, nooo —pregunta confundido Hector—. Yo hablo de…
—Óscar, te estás equiv…
Héctor y yo hemos atropellado nuestras palabras para sacar a Óscar de su error.
—Sí, es policía, ¿qué pasa? Y tiene el valor que tú para quererme delante de todos —nos interrumpe Oliver apartándonos a Héctor y a mí para situarse frente a mi hermano.
Son tal para cual, cuyas diferencias además los complementan —véase el corte de pelo militar de uno y las greñas del otro—. Aún me resulta increíble que, amándose como lo hacían, terminaran de verdad. Están guapos ahora con ese rubor en sus caras, esas miradas ardientes, ¿cómo que no ven que mueren por besarse?
—Él sí merece mi tiempo, mis ganas y mi amor —sentencia Oliver, y termina con la atmósfera mágica que habían creado sus miradas.
—Oli, escúchame… —le pide Óscar, que alcanza su cara con ambas manos para ganar puntos con él.
Cuando mi hermano quiere, puede ser encantador, y por cómo mira a su ex o por cómo acaricia sus mejillas en este instante, siento pena de que no sea escuchado.
Mi amigo se aparta al sentir el contacto de su ex y se sitúa junto a Héctor, su novio de pega. Este al fin comprende de qué va el malentendido porque también se ruboriza al verse observado por Óscar.
Y mi hermano, el tercero en discordia, que también malinterpreta ese color rojo en Héctor, ve que sobra entre ellos. Se marcha cabizbajo sin hacer más escándalo.
Se me puede tachar de egoísta, pero respiro de alivio al pensar que no tendré que pedirle a Manu el favor de las entradas.
Dejando mi egoísmo de lado, abrazo a Oliver que está temblando por lo ocurrido.
—Se va —me dice él al oído cuando al fin se tranquiliza.
—Sí, cariño, Óscar ya no te molestará más, cree que tienes pareja.
—Hablo de Héctor, mujer. Se ha ido.
Me giro a mirar la puerta, sigue abierta, Héctor ya no está con nosotros.
—Oíste lo mismo que yo, Leire —me hace ver él.
Demasiado lío es para mí cabeza ebria, no quiero pensar que le gusto a Héctor.
—Naaa, todo fue una confusión —digo más para convencerme yo que a él.
—Óscar hablaba de mí, pero él lo hacía de ti.
—¿Tú crees?
Así que sus intenciones eran conmigo, no lo he imaginado. Le gusto a Héctor.
—Solo si bajas, lo sabrás.
—No puedo, Oliver. Manu y yo tenemos…
—No hay nada entre Manu y tú, cariño, ya lo dijiste.
Eso no es del todo cierto. Por pequeño que sea, sí lo hay, y Manu es el que me gusta a mí, el que mi suerte ha puesto en mi camino.
Pero claro, Héctor también me gusta. Y mucho, desde esta noche.
¡Joder! Corro escaleras abajo, ojalá pueda alcanzarlo.
Salgo a la calle y me parece verlo girar la esquina, junto al parque. Corro más, llamándolo a gritos.
Héctor se detiene para mirarme. No debería sonreír así, no sé con qué intención lo hace.
—Tu amigo necesita intimidad, y yo sobro ahí.
—Lo sé, gracias. Pero no es eso de lo quería hablar contigo —digo recuperando el ritmo cardíaco. Sonrío dispuesta a preguntarle.
—Estoy bebido, así que tendrás que ser más específica, porque puedo decir o pensar estupideces.
¿Es eso lo que le pasó arriba con Óscar? Acaba de arruinar mi argumento.
—Es sobre nosotros y lo ocurrido en el bar, antes de la llamada de Oliver —me atrevo a decir.
—¿Sobre nuestro plan? A eso iba ahora, jefa. Si me doy prisa, Torres todavía estará despierto.
—¿Manu? —Y el corazón que me galopaba desquiciado, de pronto puedo sentir que se me para. El frío de la noche me cala los huesos, y no es por la falta de abrigo.
—¿No es eso de lo que querías hablar?
Esa sonrisa es falsa, no me engaña. Él cree que sonríe, pero su gesto a su vez es frío, distante.
—Sí —miento de igual modo. No me ha dejado opción, no voy a mendigar una verdad suya.
—Pues en media hora lo tienes en tu cama —me dice con un guiño de ojo cuando se vuelve para marcharse.
¿Por qué me duele su actitud? Llevábamos dos horas tratando de obtener precisamente ese objetivo: llegar a Manu. Que Héctor me haya contado su vida no lo convierte en alguien especial a quien conocer más.
Me da igual que el motivo de su ingreso en el cuerpo haya sido casual, cuando tenía diecisiete años y un porvenir que buscar tras una amonestación del juzgado por sus delitos informáticos. Y por supuesto no es de mi interés que le guarde cariño a sus padres por la confianza que siempre le dieron en aquella época de joven alocado.
Nada de eso es suficiente para hacerlo especial.
Y mucho menos me importa poco que su referente de crío sea su abuelo, aunque admiro su entrega con él hoy que nadie considera útiles a su mayores excepto para aprovecharse de ellos.
Pero aun sabiendo todo eso del Héctor familiar, divertido, gamberro y espontáneo, sigue sin ser nadie especial para mí.
Solo es un compañero que no tiene pareja, necesitaba una copa esta noche y quizás echar ese polvo que le evite tener que machacársela en la soledad de su casa.
—¡Camacho! —le grito para que me escuche antes de que se vaya más lejos—. ¡Gracias, y procura no hablar demasiado con Manu, que estás borracho y te puede malinterpretar!
Me doy la vuelta, la que se va cagando leches ahora soy yo.
Llaman a la puerta del piso una hora después de que haya regresado de mi despedida con Héctor. Compartía con Oliver, en el sofá, la cena “quitapenas'' que nos levanta la moral siempre que uno de nosotros tiene una ruptura: palomitas de maíz con sirope de chocolate, sí, somos así de raritos. Y no, no hemos tenido una ruptura, pero nos gusta compadecernos bajo el dramatismo de una peli en blanco y negro.
—¿Has llamado a alguien?, ¿a Maite? —le pregunto convencida de que no es para mí ese timbre, y que nuestra amiga se apunta últimamente a cualquier plan que le haga olvidar a su ex.
Son las doce y media de la madrugada, no creo que Héctor haya cumplido su palabra porque me lo follo, digo, me lo cargo mañana en el curro.
Lo que menos me apetece es ver a Manu después de nuestra “discusion”.
—¿Y si es Óscar? —sugiere Oliver con demasiada esperanza, ¡pues no que ha salido corriendo antes que yo, para abrir él!
El sonido de esas buenas noches me sobresalta. Al final soy la destinataria de la visita.
Me levanto al oírlo, no puedo decir que con el mismo entusiasmo con el que lo ha hecho Oliver, porque está claro que él ama a mi hermano, pero al menos sonrío al verlo.
Y de repente quiero descubrir qué me hace sonreír así por Héctor.
—Hola, agente, ¿al final has venido a por tu polvo? —bromeo con evidente doble sentido, fue él quien huyó por ese motivo estúpido.
Puedo sentir los ojos de Oliver en mi perfil, asombrado por mi conducta. ¿Qué quiere? Estoy cabreada con Héctor, que tenga un poco de orgullo y se retire de la puerta para que la conversación se vuelva de dos.
—Yo no, él —me corrige con antipatía.
Me entran ganas de mandarlo a la mierda cuando veo a Manu.
Héctor tiene a Manu agarrado del cuello y lo ha plantado frente a mí, el mismo que esperaba callado a un lado de la puerta para darme una sorpresa.
Y vaya si me la llevo, ¿por qué no me fui a dormir en cuanto supe que mi suerte no estaría esta noche de mi lado?
Miro a Oliver, agradecida de que no se haya ido aún, y le pido ayuda con el silencio de mi mirada.
—Hacerle el favor a Leire con Manu ha sido todo un detalle, mi vida, te perdono.
—Oliver, mantente al margen —le pide él cabreado.
Oliver no deja que nadie más diga nada, se lanza a besar a Héctor para que no siga hablando.
Manu aprovecha el momento para pasar del umbral y besarme a mí.
—Por un instante creí que estabas con el rubio —murmura Manu en mi oído al tiempo que derrite la piel de mi cuello con su cálido aliento.
—¿Yo?, ¿estar con Camacho? —ironizo como si jamás me hubiera planteado dejarme acariciar por la suavidad de sus manos o besar por su sonrisa—. Por favor, si es solo un amigo.
El otro objeto de mi deseo —Manu no deja de ser uno de ellos— me mira cuando Oliver decide volver a respirar y deja su boca. Ya ni sonríe de manera falsa, es que ni sonríe.
—Un gran amigo que ha puesto su carrera en juego por ayudarte —me dice él sin importarle que no estemos a solas.
Y por el tono y trasfondo de su frase, debería haber esperado a decirme semejante declaración de intenciones: Amigos.
Como Manu no ha entendido nuestro intercambio de “golpes bajos” me sujeta de la mano para que lo lleve a mi dormitorio. Le digo al oído que es la última puerta del pasillo.
Oliver, que tampoco necesita instrucciones para saber cuándo tiene que retirarse, lo sigue para perderse en su propia habitación.
Yo no seré menos, y no tardaré en irme con ambos cuando cierre la puerta, no creo que haya mucho más que decirnos Héctor y yo.
—Mañana la veo, oficial —me desafía Héctor de nuevo.
Y tiene la poca vergüenza de saludarme con los dedos de la mano derecha en la frente para su despedida.
—Hasta mañana, agente.
Si esperaba de mí una palabra más alta que otra, un insulto o incluso un portazo, se va defraudado. Cierro la puerta en total silencio. El mismo con el que atravieso el pasillo para reunirme en la cama con Manu.
♣️♥️♠️♦️
El juego ha regresado fuerte, las apuestas se doblan y hay quien hasta va de farol.
Todo puede pasar si la banca obtiene 7️⃣.
Hagan juego‼️
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