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6. El Del Chantaje

Han sido las diez horas de patrulla más intensas que he tenido desde que ingresé en el cuerpo. La noche ha estado movidita, acompañada del novato, mucho más; un par de intervenciones en redadas, una llamada por pelea doméstica, una persecución por saltarse el alto y pequeños hurtos a turistas en el metro de Nueva Numancia*. Vamos lo que viene siendo habitual para un lunes por la noche en el barrio, solo que esta vez no he tenido tiempo ni de llamar por teléfono y me he quedado sin poder hablar con Manu, ahora que amanece. 

     Al menos agradezco que pude contestar su mensaje para concertar nuestra siguiente cita:

➡️Espero que esté siendo un turno tranquilo, preciosa. 

Gracias, capitán. Pero eso díselo a la gente, que parece que hoy se ha lanzado a la calle para hacerme trabajar➡️

➡️Jajajaja, siendo así, que me dejen algo de ti para poder relajarte mañana. 
➡️¿Te parecen bien mimitos? 

Sí, por favor, necesito muchos➡️ 
Y besos y caricias, también, ¿te llamo para vernos?➡️

➡️Estaré impaciente por ayudarte.

     Y eso fue todo. 

     No he tenido ocasión de contactar de nuevo con él antes de que saliera para sus entrenamientos matutinos y estoy que reviento por tener que esperar al almuerzo, en su rato libre. 

     Llegamos a la comisaría con nuestro cambio de turno. Molina, mi compañero, va a entregar el coche y el parte de incidencias, mientras yo bajo a los vestuarios a cambiarme. 

     Y no termino de guardar mis cosas en la taquilla cuando mi teléfono suena. 

     —Es muy temprano, ¿no te parece? —respondo de mala gana al ver que no es Manu, sino mi hermano. 

     —No me jodas, Leire, que sé que sales de guardia. 

     —¿Qué quieres, Óscar? Tú lo has dicho, quiero irme a dormir. 

     —¿Cuándo pensabas decirme que llevas unos de los equipos de seguridad de la selección de fútbol sala? 

     Golpeo la taquilla con rabia. Al parecer mi padre no ha podido mantener la boca cerrada con su primogénito. Y eso pasa porque el inmaduro de mi hermano con más de treinta años sigue viviendo en la casa de “papá”. 

     —¿Qué me costará esta vez? —le pregunto sabiendo de antemano que Óscar no estaría despierto a las ocho de la mañana sin que vaya a obtener algo a cambio. 

     Lleva una temporada fastidiándome, y creo adivinar el motivo: Oliver. 

     —Quiero entradas para mañana. 

     —¿Te has vuelto loco, joder? ¿Qué mierda crees que puedo hacer yo? —grito sin tener en cuenta que ya he salido al pasillo y que mis compañeros, que estaban entrando y saliendo de las duchas, se asoman para ver qué ha sido ese grito, Héctor el primero, que parece haber llegado ya de turno. Estaba cambiándose, aún no cubre su torso desnudo. 

     «Joder, ¿ese tatuaje tiene debajo el uniforme? No quiero pensar que tenga otros parecidos por el resto de su cuerpo».

     —Leire, tranquilízate solo son entradas, pídelas a cualquier jugador —me dice Óscar sin saber lo que su arrebato de locura me  causa, ¿estaría bien visto que yo atentase contra la autoridad siendo también parte del sistema?

     —No sé si mandarte a la mierda o colgar directamente. 

     —¿Qué tal si antes me preguntas cuántas necesito? Dos, gracias. Me gustaría ir acompañado. 

     —¿Con quién?, ¿es que tienes pareja ya? Óscar, dime algo —le pido nerviosa cuando no oigo más que silencio. 

     —Las recojo esta noche  —dice sin querer oírme y me cuelga el teléfono. 

     —¿Todo bien, Leire? —Sonrío al oír mi nombre de su boca. 

     Héctor se ha acercado para interesarse por mí. Y no debería hacerlo mucho, acercarse digo, porque en distancias cortas es más atractivo. 

     —¿Sabes eso de tener un hermano con el que tus padres experimentaron en el polvo antes de hacer la copia perfecta? Pues ese es mi hermano Óscar, el mayor. Al pobre le falta la cocción que nos dieron luego a Daniela y a mí. 

     —Soy hijo único, pero creo haber entendido que es un problema familiar —dice riendo. 

     —No tanto por mi parte, es más bien un problema de salud mental por la suya. 

     Héctor se ríe más, y más lo miro yo.  ¡Coño!, antes de la llamada de Óscar me iba a casa a dormir y ya no sé si podré conciliar el sueño sin fantasear demasiado con semejante cuerpo tatuado. 

     —Entonces si lo tiene todo controlado me retiro, oficial. 

     —Gracias. Hasta mañana, Héctor. 

     Él frena su entrada de nuevo a los vestuarios y se gira para preguntarme:

     —No, espera. ¿Haces algo esta noche? Estaré solo…, quiero decir que solamente estaré en tu equipo hasta que eliminen a la selección… y ahora que parece que los pases se complican bastante, mañana podría ser nuestro último día juntos. Trabajando, claro. Y bueno, había pensado conocerte y cambiar las impresiones erróneas que tenemos del otro. Y no sé, quizás no coincidamos de nuevo en un servicio, y pues eso…, que había pensado que… ¿es que no piensas cortarme? Empiezo a parecer un puto trabalenguas.     

     —Para haber aguantado tu risita burlona desde el primer día, hoy me divierto yo contigo. Pareces fuerte —¿Parece? ¡Hija de la gran puta, Leire, está tremendo!—. Así que lo podrás soportar un poco más —le digo sonriendo. 

    —No me hagas sufrir tanto, anda, que solo  será una cena. 

     Ya me acostumbro a esa manera suya de sonreír por todo. 

     —Está bien, de todas formas no puedo hacer nada por ver a Manu hoy. 

     —Si tenías otros planes, déjalo entonces —comenta bajando el tono de la voz. 

     —No te preocupes, no es como si pudiera meterme en ese hotel a escondidas cada noche. Dame seis horas de sueño y quemamos Madrid —insisto para que salgamos juntos. 

      —Sería interesante meter en esto también a los bomberos, ¿no crees? 

     “Funcionarios unidos” nos podemos hacer llamar. Y como Héctor siga sonriendo así conmigo, veríamos hasta qué punto son capaces ellos de sofocar  el calor que él me provoca. 

  

   


     El camarero de la tasca* espera a que Héctor y yo nos decidamos a abandonarla para poder cerrar, son ya las diez de la noche y seguimos sin cenar, ideando un plan de ataque sobre la mesa plegable de madera, utilizando vasos y servilletas para suplir obstáculos del hotel de Manu. Sí, hay muchos vasos que utilizar, y sí, todos los hemos vaciado nosotros en menos de tres horas. 

     Cuando nos reunimos para tomar unas cervezas no pensé que acabaría contándole a Héctor mi excusa de la otra noche para acceder a la planta de la selección y así ver a Manu, con la que él no paró de reír siendo un experto en el tema informático, ¿sabías que lo detuvieron un par de veces, siendo menor de edad, por sabotear registros sanitarios de la comunidad de Madrid? Pues yo tampoco, y me he enterado esta noche. 

     Ya habíamos tenido una hora de risas a cuenta de mi “disfuncional” familia, en la que tuve que destacar a mi hermano postizo con el que vivo, Oliver, mientras él me hablaba de sus padres y la influencia que tuvieron en su decisión de ser policía tras sus arrestos juveniles. Es más, eso fue lo que me hizo recordar todo el tema del ataque cibernético, precisamente cuando Héctor me contaba de su abuelo, el que tiene noventa años y por el cual hackeaba los registros hospitalarios. 

     Adorable su comportamiento, delictivo sí, pero adorable. 

     —¿Por qué esa cara? —me preguntó de repente Héctor. 

     —Es que ya no me vale esa excusa para ver a Manu. Me ha llamado diciendo que me tiene ganas y yo me muero por estar con él. Pero no sé cómo hacerlo, Héctor, ¿cómo accedo al hotel hoy?

     —Pues no lo sé, jefa, sería ya la segunda noche, ¿y cuánto crees que tardará ese empleado en atar cabos y llamar a la prensa? O peor aún, ¿cuánto tardarás tú en meter a Torres en un lío? —argumentó de lo más sensato. 

     Admití su réplica sabionda y de ahí nació nuestro objetivo: llegar al capitán de la roja sin que nos descubriese la prensa, la federación de fútbol sala, el ministerio del interior o mi padre, (y esto último es un apunte mío y es lo que más temo, personalmente)

     Me apoyo en el respaldo de la silla, me cruzo de brazos y espero a oír su maravilloso plan alternativo. Creo que vamos por el número cuatro, y no sé para qué me molesto en escucharlo si me quedaré de todas formas con el séptimo plan que se nos ocurra, así sea secuestrarlo tras echar botes de humo y gas lacrimógeno por todo el edificio. 

     Yo ya propuse, durante la tercera cerveza, llamar a recepción con un aviso de bomba, para que en el desconcierto y desalojo apresurado del hotel yo pudiera acceder al interior, obviamente llamaría a Manu para que él no saliese corriendo hacia la calle como el resto de los clientes y empleados, menudo encuentro sería ese, yo entrando y él saliendo. 

     Después de la cuarta cerveza yo he descartado el plan de Héctor de subir los dos como pareja a una habitación tapadera, desde la que poder ir a la de Manu a escondidas, mi compañero no me conoce con un minibar, y yo no quiero que me conozca. 

     Y para la sexta copa ya, él se ha negado a robar un uniforme de empleado del hotel con el que yo me podría disfrazar  y entrar sin problemas. Aquí Héctor dijo algo de no robar con la placa policial en el bolsillo, de lo que yo me reí sin vergüenza alguna, puesto que delinquir pretendemos delinquir, con, o sin placa. 

     —Descartado el disfraz, nuestra habitación de casados y la llamada de bomba, porque me niego a desafiar al equipo de artificieros, pasemos a la siguiente propuesta —dice retirando mi teléfono del centro de la mesa de “operaciones” para poner una cerveza en su lugar. 

     —¿Y esto qué es en concreto? —le pregunto señalando el único vaso lleno que queda en pie, sin distinguir su función todavía en su explicación. 

     —Orina. 

     —Hombre, Camacho… pensaba beberla, pero ya me has quitado las ganas, ¡joder!

     Me río a carcajadas, y casi me caigo de espaldas si no es por él, que sentado frente a mí me agarra del cuello del jersey y me retiene antes de dar con la cabeza en el suelo. 

     —No lo has entendido, Leire. No puedes entrar tú, pero podemos sacar a Torres del hotel con la excusa de un control antidoping orquestado por la Unidad de estupefacientes. 

     El camarero me mira con mala cara cuando no puedo parar de reír, sé que querrá cobrar, cerrar e irse a su casa con su familia, pero yo me lo estoy pasando genial con Héctor, que espere un rato más, por favor, vamos a hacernos pasar por compañeros de la UDYCO* y no le veo desperdicios al plan. 

     Me adelanto esta vez hacia la mesa, me apoyo con los codos en ella a escasos centímetros de la cara de Héctor. Me falta llorar de la risa. 

     —¿Y qué les digo a esa gente, cuando me presente en la recepción?, ¿que me llevo a Manu detenido porque quiero analizar su orina? 

     —Algo así —me responde Héctor. 

     —Creo que mejor les diré que lo que quiero es una muestra de semen, total, es cierto, ¿no? 

     Héctor ya no ríe como yo, imita mi postura ahora, nuestras narices están a punto de rozarse la una con la otra. 

     —Mejor entro yo, no queremos que te detengan por acosadora, ¿verdad? 

     —¿Por qué quieres ayudarme?

     La conversación está tomando un cariz íntimo, sugerente, y necesito una respuesta sincera. 

     —Porque me vas a conseguir un autógrafo de Torres para mi abuelo. 

     —No creo que sea solo por eso. 

     —Haces bien, porque ese autógrafo se lo puedo pedir yo cuando quiera, sin intermediarios. 

     Nuestras sonrisas se confunden con nuestros alientos alcoholizados. Nos mantenemos las miradas, la suya siento que me come y la mía no deja nada sin saborear de él.       

     —Tarde o temprano averiguaré qué hay detrás de tu ayuda desinteresada, agente Camacho, no soy policía solo por mi cara bonita, ¿sabes?

     —¿Ah, no?, pues es usted tan guapa que puede  ser jefa superior cuando quiera, oficial —dice él riendo abiertamente. 

     ¡Joder, cómo me pone que me llame oficial! 

     —No entremos en terreno peligroso, agente —sugiero con una sonrisa torcida, de esas que quitan seriedad a lo dicho. 

     —Deme la orden, oficial, y abandono en este momento. 

     —¿Por qué será que tampoco creo eso? 

     —Porque eres muy lista. Y muy guapa también. 

     Y encima ha movido su rostro lo justo para que su nariz me alcance y cosquillee la mía. Tengo sus ojos a tan corta distancia que se ven preciosos con ese brillo que la luz de la tasca potencia más. 

     ¡Ay, joder, que me va a besar!

     —Te gusta reírte de mí, ¿verdad? 

     —¿Y tú crees que solo me gustas para reírme? 

     —¿Para qué si no? —pregunto en un desafío. 

     —No me haga dudar de su inteligencia, oficial. 

     La bomba estalla. 

     Mejor dicho, mi móvil suena encima de la mesa y nos coge por sorpresa. 

     Ambos miramos la pantalla. Héctor maldice en un susurro y yo deseo que sea Manu, porque así saldría corriendo para dejar de pensar cuánto he deseado ese beso suyo. 

     —Dime, Oli. 

     El que es mi compañero de curro, vuelve a su posición. El sexi, guapo y simpático de mi compañero, que ha estado a punto de besarme, se retira de la mesa. En definitiva, se aparta de mí para llamar al camarero y pedir la cuenta. 

     Esa imagen de Héctor, nervioso después de nuestro acercamiento y con gesto avergonzado por la interrupción del teléfono, me da más morbo que cualquiera de sus sonrisas. 

     Mierda. Sacudo la cabeza, pero no consigo con eso que el poli atractivo y ardiente que imagino en él desaparezca de mi mente, todo lo contrario, parece que toma posición en mi subconsciente, una que ni siquiera el alcohol es capaz de ahogar. 

     —Lo siento, Oli, estaba distraída, ¿qué me decías, cariño? 

     —Que tu hermano acaba de llegar y se niega a irse sin hablar contigo antes. 

     —Este es gilipollas desde que nació —digo en referencia a Óscar. He alertado a Héctor, que ya terminaba de pagar al camarero. Se queda pendiente de mí. 

     —Pues te toca venir y hacer que se vaya, porque sabes de sobra que no soporto un acercamiento de Óscar desde que terminamos. 

     He de evitar a toda costa que hablen de las entradas, si Oliver se entera que Óscar quiere dos, acabará por volverse loco. 

     —Hablaré con él, será un segundo, dale el teléfono. 

     —Estoy encerrado en mi dormitorio, no me pidas que salga para verlo de nuevo. 

     —Oli, cariño, no te hará nada… 

    Ya está con sus dramas peliculeros, y eso que no sabe si Óscar tiene pareja o no.

     —Ese imbécil se negó a salir del armario alegando incompatibilidad con nuestros trabajos, ¡como si tuviera que ir por ahí diciendo a sus jefes lo que le gusta comerse o no, por el amor de dios! 

    —Cálmate, que puede oírte. 

    —¡Que me oiga!, ¡que me oiga y se entere de una puta vez que no puede venir a mi casa cuando le plazca y pretender darme dos besos, como ha hecho! ¡Que se entere ya que el “incompatible” de su ex jamás volverá a un armario apolillado! 

     Oliver está a punto de sufrir un ataque de ansiedad, y no sería el primero que Óscar le provoca. Mi hermano no necesita estar presente para que el recuerdo de los cinco años que estuvieron juntos sea una lápida que le impide levantar cabeza. No me lo dice claramente, pero sé que Oliver sigue enamorado de él. 

     —Voy para allá.

     Cuelgo mi teléfono y me levanto de la silla. 

     Wow, wow, wow, wow, wow. ¡¡Joder!! 

     Héctor se mueve demasiado deprisa, casi que lo veo, su imagen está borrosa de tanto meneo que tiene. Y debería dejar de dar esos tumbos o acabará en el suelo. 

     ¡Que no se ría, joder, que se puede caer! 

     —¿Te has hecho daño, Leire? —me pregunta cuando me ayuda a levantar. Sí, la que ha caído de culo he sido yo. La borracha también soy yo. 

      —Para nada, estoy genial. Siete cervezas no podrán conmigo —me sacudo el pantalón antes de que Héctor quiera ayudarme también, ahora que he descubierto que es todo un caballero capaz de rescatar a damas en apuros. No me puede tocar para limpiarme porque entonces yo puedo tomar ejemplo y echar mano a su apetecible culo… 

     —¿Siete? —pregunta el moviendo el comprobante de la tarjeta de crédito delante de mi cara—, nueve, oficial. Han sido nueve.

     ¿Qué? No, no, no, no, no, no, eso no es posible. 

     Jamás paso de siete copas si no he comido previamente, la puta manía que tengo para controlar sin que me afecte demasiado el alcohol. Porque puedo alternar la graduación de este, el tamaño de las dosis o las marcas, e incluso combinarlo para que la resaca  sea menos dolorosa al día siguiente, pero nunca paso de siete copas sin comer. Nunca. 

    Ya nada me saldrá bien a partir de ahora.

♣️♥️♠️♦️

📝*Nueva Numancia es una estación de la línea 1 del Metro de Madrid situada en el cruce de la avenida de la Albufera con la calle Puerto de Canfranc, en el distrito madrileño de Puente de Vallecas.

📝*Tasca: Establecimiento en el que se sirven bebidas alcohólicas, especialmente vino, cerveza o licor, y a menudo comidas y tapas.

📝*Las Unidades de Droga y Crimen Organizado (UDYCO) son unidades especializadas del Cuerpo Nacional de Policía pertenecientes a la Comisaría General de Policía Judicial dedicadas a la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. 

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