3. El De La Decisión
Seguir el calendario de la selección de fútbol sala no es problema hoy por hoy, está de actualidad debido al campeonato europeo que se celebra aquí en Madrid, a los pases cómodos de ronda y a su capitán Manu Torres con sus goles decisivos. Es poner la televisión o la radio, entrar en Internet o abrir la prensa escrita, que ahí está la victoria del equipo español.
Ahí está él para hacerme ver lo guapo que es y lo afortunada que fui al conocerlo.
Sí, me he dejado llevar por mi suerte, que diría Oliver, y no le daré la espalda a mi destino si quiere que Manu y yo estemos juntos.
Hoy hay partido en el Palacio de Deportes de la Comunidad, sede de España, y es contra Rusia para el pase de cuartos. Yo, que no tengo entrada para poder ver a Manu, pruebo con el hotel que visité hace dos días, las noticias fueron reveladoras, aquí es donde se concentra la selección.
Como deformación profesional observo que el dispositivo de seguridad que se lleva a cabo está bien estructurado. El cordón policial acota el perímetro del hotel a más de diez metros de la puerta principal, con doble vigilancia custodiando el autobús que acaba de llegar, y que parece infranqueable. Lo parece, porque yo tengo una llave maestra que me abre muchas puertas.
—Buenss tardes, agente, necesito pasar al interior del hotel —le pido al primer compañero que veo, al tiempo que le muestro mi placa identificativa.
—No, disculpe, no puede pasar. Son órdenes de arriba.
—Lo entiendo, solo será un instante.
—No me ha entendido, oficial, son órdenes de muuuuy arriba.
He cometido el fallo de no vestir el uniforme, algo me hubiese ayudado para ver a “sus” jefes. Voy de paisano, con vaqueros y cazadora que no imponen autoridad.
—Muéstreme dónde está ese “muuuy arriba” que yo hablaré con él, agente —le digo sonriendo.
Él se gira para hablar por su radio, la que lleva al cuello, y en cuanto termina puedo ver una sonrisa de satisfacción irritante en su rostro.
—Negativo, oficial. No puede pasar.
¡Su puta madre!, y el equipo comienza a salir hacia el autobús. He perdido mi oportunidad de ver a Manu.
Todos los jugadores son tan iguales con sus uniformes de entrenamiento que no soy capaz de distinguir el siete. Ese chándal rojo y azul debería estar etiquetado, como las camisetas, con los puñeteros números de cada uno.
Y hasta que al fin lo veo salir, cierra la comitiva como el capitán del equipo, seguido de periodistas.
—¡Manu! —grito contagiada por el resto de aficionados.
Él no me oye por culpa del gentío y agito los brazos en alto para llamar su atención, como otra fan enloquecida,
El policía frente a mí sí que me ha oído y no disimula su risa.
—¡Torres! —Mi nuevo grito es inútil, tampoco me hace caso. Para él será costumbre oír su nombre así.
Y el policía también estará acostumbrado a las admiradoras locas, porque sigue sonriendo. Lo miro enfadada, «yo sí he conseguido tirármelo, imbécil, no estoy loca».
—¡SIETE!
¡Coño! Lo que menos pensé que funcionaría, hace que se detenga.
Manu se ha girado hacia el lugar donde estoy, mira con detenimiento cada rostro de cada persona, hasta que me ubica como la dueña del grito. Y creo que lo hace también en su memoria alcoholizada de la otra noche, porque me mira bajándome las bragas con esa sonrisa tierna.
Se acerca entonces al cordón que mis compañeros hacen tras las vallas, con calma. Aprovecha para firmar media docena de autógrafos hasta que llega a mí.
—Vaya, Leire, así que ahora quieres jugar en casa. —A lo que añade un guiño sexi.
Sabe mi nombre, y me avergüenza admitir que yo no he sabido el suyo hasta verlo por la tele, y que para colmo haya respondido al grito de “Siete” me hace más penosa todavía, ¡si es que no debo hablar antes de follar con desconocidos!
—Tengo que decirte algo, Manu.
—Ah, no, lo siento. Yo usé condón contigo, lo que te pique desde entonces no ha sido mío.
—¿Qué? ¡No!, ¡no se trata de eso! —me apresuro a decir cuando veo la sonrisa del agente que me observa bajo su gorra. Registrado queda meterle un paquete con su superior.
—Déjame adivinar, ¿de la fecha de nuestro compromiso matrimonial, ese que te da tanto pánico? —dice provocando más risas a mi alrededor. Y al agente gracioso se le une también parte del público.
Lo llaman desde el autobús. Manu tiene que irse, pero antes rubrica su nombre en la palma de mi mano. Me ha tratado como a un aficionado cualquiera, fascinado por su fama.
—¡No debes reírte de mi suerte, capitán, sabes que nunca pierdo!
Las risas que oigo ya no son las suyas, son del imbécil de uniforme de policía frente a mí.
—¿Y tú qué miras?, ve pensando en otro destino, porque sales de la unidad.
Para marcharme tengo que abrirme paso entre la multitud tras de mí, la que anima enardecida a la selección de fútbol sala. Están de suerte, si el resto del equipo está de tan buen humor como su capitán, hoy España pasará a cuartos.
No domino la terminología deportiva, pero si quiero poder hablar con Manu de su deporte favorito, y en definitiva de su profesión, he de ponerme al día en Futsal. Me gusta este nombre, suena mejor así y es lo primero que he aprendido.
Cuando se me pasó el bochorno de la burla de Manu, ayer, me puse a pensar en su rechazo. Fui yo la primera estúpida de los dos, la que abandonó con asco su cama sin una sonrisa de buenos días. ¿Y qué hago luego para acercarme de nuevo a él? Esperar a verlo en público, rodeados de cientos de personas, antes de un partido, cuando más nervioso y concentrado ha de estar. Y no solo eso, sino que me comporto como una aficionada neurótica y enloquecida gritando por su atención, ¡joder, si parece que estuve esperando a descubrir que medio país lo adora, para fingir que lo adoro yo también! No pude verme más interesada en su fama.
No le culpo, en parte lo puedo llegar a entender. A lo mejor el hombre del casino solo quería ser Manu por una noche, el tío “simpático” y buenorro que te invita a cervezas, y a follar después, y no Torres, el capitán de la roja de Futsal.
¡Anda, mis primeras palabras deportivas y hasta he sabido colocarlas en una frase!
—¿De promoción, Benítez? —me pregunta un compañero cuando ve los apuntes en mi mesa. Desconecto rápidamente el móvil, no quiero que nadie vea mi nuevo hobbie.
—Sí, medito posibilidades de ascenso. —¿Para qué decirle que trato de entender eso de los tiempos reales de juego cuando se detiene el cronómetro en fútbol sala?
Guardo mis apuntes de “Futbología”, son casi las ocho de la mañana. Hoy se me acabó el turno de descanso y comienzo el curro en menos de cinco minutos.
Para cuando llega la hora en punto aún no entramos a la reunión de servicio. Parece que están todos muy divertidos viendo algo en sus móviles.
—Molina, ¿qué hacéis? —pregunto al novato que es el que más festeja.
—Aquí, viendo a Manu Torres anoche, se ha hecho viral.
La sola mención de su nombre se mete en mis entrañas y provoca la excitación de mis latidos.
Espero que todo este revuelo no sea por el numerito que protagonizamos junto al autobús, no reparé en la prensa que pudo captar nuestro encuentro.
Y respiro de nuevo cuando veo que es por un Manu muy divertido y risueño celebrando sus siete goles, una hazaña nunca antes alcanzada en octavos por un solo jugador.
Mi suerte me está queriendo decir algo con ese resultado.
—Pero ¿a dónde vas? ¡Que tenemos reunión en dos minutos, mujer! —me grita Molina cuando ya estoy pulsando el botón del ascensor.
No puedo quedarme de brazos cruzados. Hasta esta mañana podría haber esperado a que mi suerte me lo cruzase de nuevo en el camino —ayer no salió del todo bien que lo buscara y quise tomarlo con calma—. Pero ese video me pide lo contrario, siete goles, ¡siete!, y los metió él solito.
Tengo que ser yo la que promueva un nuevo, y definitivo, acercamiento.
El despacho del comisario está en la tercera planta, no veo el momento de que las puertas se abran.
He salido disparada del ascensor y no he podido controlar el choque, que llegase la bebida caliente a mi barriga tampoco. Muevo con urgencia la camisa para mitigar el dolor de la quemadura.
—¡Mira por dónde vas, ¿no?! —grito al imbécil que me ha derramado el café hirviendo en el uniforme.
—Lo hacía, hasta que tú te has tirado mi café encima.
—¿Me estás diciendo que yo tengo la culpa y que no me pedirás perdón?
—¿Debería hacerlo?
—Yo te he visto antes —le digo olvidando que estoy de café hasta las bragas y que me duele la piel quemada. Me urge más ponerle nombre y escala a su cara.
—Supongo que sí. Me pirra el café aguado con leche deshidratada, de la máquina de esta planta en concreto —me dice rodando los ojos de manera irónica, y entonces es así cómo lo reconozco.
Que ayer tuviera la gorra encajada hasta las cejas no ha sido impedimento para identificarlo.
—¡Tú eres el capullo del cordón de anoche!
Él me mira sonriendo. Bueno, en realidad me hace una revisión anatómica de pies a cabeza, que bien podría ser hasta dental porque tengo la boca abierta de la impresión, todavía. ¿Cuántas comisarías puede haber en Madrid?, ¿cuántos turnos, y de cuántos agentes, para tener que tocarme el mismo horario que a este rubio con pinta de payaso?
—Vaya, y tú la oficial que se tiró a Manu Torres.
—Schh —le ordeno mientras lo aparto para ocultarnos del ascensor, que se está abriendo de nuevo, cargado de gente—. Eso no te incumbe a ti.
—Lo sé, pero si hablamos de descripciones tras una primera impresión errónea, esa es la tuya.
—No sabes con quién estás hablando, no quieras joderme, agente.
—No se preocupe, oficial, eso lo dejo para otros —me dice al oído.
Y el cretino se marcha en el ascensor antes de que las puertas se cierren y pueda insultarle yo.
Si antes venía con la intención de rogar al comisario para que me diese destino, ahora no puedo irme sin él.
—Papá, quiero participar en la coordinación del dispositivo de seguridad de la selección de fútbol sala —le digo cuando se me escapa la puerta y la cierro con demasiada energía.
Mi padre, oculto por su enorme mesa de comisario, me mira sorprendido.
—Buenos días, oficial Benítez. ¿No debería estar saliendo ya de servicio? —dice mirando el reloj de su muñeca.
Le gusta hablarme así de serio y profesional cuando llevo el uniforme, pero nunca consiguió que yo hiciera lo mismo en la intimidad.
—Vamos, papá, será solo un minuto antes de irme. Necesito ese destino. De verdad.
— ¿Necesitas?, ¿y qué señal ha sido esta vez? ¿Se te ha partido un espejo en siete pedazos? ¿O tu coche tiene siete cagadas de pájaro?
Mi padre se ríe de mí y de mi obsesión, que hace años dejó de ser una graciosa manía infantil. Ojalá y el comisario que es no lo haga igual y me tome en serio para darme el servicio que le he pedido.
—Papá —le digo apelando a mi cara de lástima—. Por fa.
—No tengo competencia en el CECOP*, Leire, ya lo sabes.
Bien, ha dicho mi nombre, ya queda menos para que deje asomar su amor por mí antes que su responsabilidad con otros.
—Al menos podrías ponerme en contacto con la Unidad de Intervención*. —Y continúo con mi cara de pena.
Me he ido acercando, ya a dos pasos de él.
—Lo máximo que puedo hacer es llamar a Rincón para que hable con la Oficina Nacional de Deporte*.
—Te amo, te amo, te amo, papi guapo —le digo cuando me he lanzado a besarlo por toda la cara.
No le queda otra que reírse conmigo.
—Y ahora vete, mi vida, no quiero tener que abrirte un expediente de retraso —me dice sonriendo.
Voy hacia la puerta, contenta por lo que he conseguido, pero no salgo todavía cuando el comisario Benítez me ordena:
—Y haga el favor de lavar su uniforme, oficial. Apesta a café.
¿Café? Maldito. Juro que si me aceptan en la Unidad de Intervención, pediré a ese agente mete patas en mi grupo.
♣️♥️♠️♦️
📝*CECOP:
Centro de Coordinación Operativa.
Puesto de mando, en el que recae la función de comunicación, centralización de información y la dirección de los distintos grupos que actúan en un lugar llamado de emergencia, ya sean intervención policial, sanitaria, asistencia técnica, logística, etc…
📝*UIP:
Unidad de Intervención Policial.
Órgano móvil de seguridad pública perteneciente a la Policía Nacional de España, cuya función principal es de antidisturbios y antimotines, para proteger tanto a personalidades como edificios.
📝*OFICINA NACIONAL DE DEPORTE:
Tiene encomendadas las funciones de:
Coordinación, apoyo a los coordinadores de seguridad y prevención de la violencia en los espectáculos deportivos, actuando a estos efectos como Punto Nacional de Información.
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