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2. El De La Sorpresa

Estas horas de sueño me han venido muy bien para descansar, visto el dolor de piernas que todavía no se me quita. 

     El tío ese del casino se ha comportado como todo un campeón cuando ha batido mi propio récord de excitación. No conté los minutos por estar disfrutando al máximo, pero no dudo de que hayan pasado de la media. 

     —Buenos días, dormilona —dice alguien cuya voz no reconozco. 

     Uso lentillas, de hecho las tengo puestas ahora, y si todavía no veo bien es porque he dormido con ellas y me cuesta humedecerlas. Pero puedo distinguir ese cuerpo duro, alto y marcado que tuve la oportunidad de besar, lamer y sudar bajo él, anoche. 

     El moreno que me pone cachonda solo con una toalla en las caderas, me saluda mientras quiere empezar a vestirse. 

     Un momento, ¿por qué tiene ropa limpia que ponerse?

     La habitación toma forma delante mí y distingo que es la de un hotel, por cierto uno de lujo si el minibar es más grande que la propia televisión de treinta y dos pulgadas. Minibar que está abierto y completamente vacío. Siete botellitas cuento. 

     —¿Te ha comido la lengua el gato, bella durmiente? —me pregunta él sonriendo, que ahora pasa a ponerse su pantalón de chándal también. Un Adidas negro que estiliza todavía más sus largas piernas. 

     Los ojos los tendré secos, pero la baba te digo yo que cae de mi boca. 

     Recapitulemos:
     El moreno celebró con Oliver el dinero que le hice ganar mientras me bajaba las bragas con la mirada, yo, que me dejé abrasar por el fuego de esos ojos, me eché más cerveza a la garganta para sofocarlo. Él me invitó a la penúltima en su hotel, yo me bebí el minibar sedienta por tanto beso, por tanto calor del momento. Lo que acabó siendo un polvo de campeonato. 

     La idea nunca fue esta. No pensaba quedarme dormida, jamás despierto con un desconocido. Porque incluso borracha controlo en exceso este punto; es la primera regla de mi condición femenina y de mi profesión,  mantenerte alerta, ¡y me da rabia haber sido de carne débil con este hombre! 

     —No puedo seguir aquí. 

     —Ey, tranquila. —Y aunque quiera parecer ofendido no deja de sonreír. 

      —Tranquila, una mierda. No sé por qué no me fui al acabar —le digo de manera estúpida, recogiendo mi ropa mientras me la pongo a la carrera. 

     Se me tiene que ver ridícula con este vestido a las doce del medio día que son, pero nada hará que yo me quede aquí y entable una conversación con él.  

     —Verdad, debiste hacerlo después de follar. 

     —¿Perdona? —¡Valiente tipejo! Ya no sé qué es lo que estaba haciendo.  

     —Que puedes irte cuando quieras, no estoy enamorado, no voy a retenerte con un anillo de compromiso ni nada por estilo —me dice sonriendo. 

     —Me parece bien porque dudo de que puedas retenerme de ninguna manera —le digo molesta porque su sonrisa me es demasiado tentadora. 

     —¿Eso crees? —Y da un paso hacia mí. Y otro, y otro más para besarme. 

     Me acaricia la nuca con la mano que enreda en mi pelo, y juro que hasta es capaz de absorber mi cerebro para que no pueda reaccionar. 

     Pero ¡bien que muevo la lengua, joder!

     Él es quien se aparta primero, quien me deja con los ojos cerrados y los morros vacíos de sus besos. 

     —Ahora sí. Ya tardas en irte. 

     Lo miro enfadada, que no piense que puede echarme. Yo era la que se iba cuando me besó con esos labios tan ricos, tan tiernos, tan… 

    —Bien, y no pienses que estoy encantada de haberte conocido —le digo manteniendo mi pose digna, la que me sale de película cuando me giro para irme sin bajar la cabeza. 

     Mucha dignidad que no me impide oír cómo se ríe. 

     Pero algo falla en mi gran momento. Cuando voy a salir y a cerrar la puerta por fuera, veo el número de la habitación. Doscientos cincuenta. 

     Ya podrás imaginar lo que pienso. 

La  cena con Oliver es trámite oficial tras una noche ausente de casa, vivimos juntos y como todo compañero cotilla queremos detalles de por qué no se viene a dormir.

     Y como siempre, es comida para llevar de nuestro restaurante preferido. 

     —Tendríamos que dejar de pedir al Pollo Dorado, los números siete, veintisiete y treinta y siete engordan —le digo llevándome una croqueta a la boca. 

     Oliver me saca el dedo corazón dejando su postura contraria, adora las frituras porque tiene la suerte de metabolizar las grasas sin ejercicio. 

     —Para la próxima, cuenta del revés, guapa. 

     —Sabes ya que eso sería un error. Prefiero rodar, con el botón del pantalón abierto, que pensar que algo pudo ser mejor por no elegir en el orden correcto. 

     —Y ayer, ¿qué?, te comiste al moreno porque la suerte te lo ofreció al Craps, ¿no? —dice riendo. 

     —¿Celoso por eso, Oli? 

     —Para nada, cariño ese tío apestaba a testosterona. 

     —Se llama perfume, deberías probarlo algún día. 

     Y me lanza una croqueta a la cara. Me río cuando la recojo de la mesa y se la ofrezco a Seven, mi perro. 

     —¿Y cómo fue? —me pregunta yendo al grano. 

     —Pues un desastre. No quiero pensar que mi suerte haya cambiado por desafiar al siete. ¿Te puedes creer que el tío borde me echó de la habitación? Que por cierto, era la doscientos cincuenta. 

     —¿La doscientos cincuenta? ¡Qué descaro! Eso no se hace contigo  —dice Oliver con ironía—, dime que te dio siete orgasmos, y me lo quedo para mí. —Se ríe a carcajadas.

     —Sí, sí, piensa lo que quieras, pero yo me lo trinqué y tú no. 

     No ha sonado a victoria, más bien a pataleta infantil, y encima este inmaduro ríe más todavía. 

     Así que me levanto de la mesa, para dejar los platos en la cocina. 

     —¡Con el siete no jugamos más!, ¿está claro? Nada de desafiar a mi suerte. ¿Me oyes? —le grito cuando reparo en el silencio al otro lado del tabique. 

     El piso no es tan grande, de hecho no te puedes permitir gemir en el dormitorio porque te oyen desde cualquier habitación de la casa. Ya te lo digo yo, que me río de su parejas y él de las mías. 

     Algo no va bien. 

     Es llegar al salón y ver que Oliver mira la televisión como no lo hemos hecho hasta ahora, pasando luego sus ojos a mí. 

     —El borde —señala con su dedo—, ahí lo tienes. 

     Miro la pantalla y compruebo que es cierto, ahí está el moreno de anoche. ¿Es famoso?

     Manu Torres, edad veintisiete años, y todos los eruditos en materia deportiva le auguran un gran futuro tras los dos goles suyos que han conseguido el pase de España a octavos de final del Europeo de fútbol sala. 

     —¿Han ganado? 

     —¿Y eso te parece lo importante? —Oliver se levanta con ímpetu, dispuesto a mostrarme algo que sí parece serlo para él. 

     ¡Pues no que golpea la pantalla, y todo, con el dedo índice! Como la parta, la paga él solo. 

     —¡Siete! ¡SIETE! —grita como si fuera yo misma con mi obsesiva idea. Y Seven le apoya con sus ladridos. 

     La imagen muestra el dorsal de la camiseta de Manu, 7.

     —¿Y qué? 

     —Ay, Leire, no me digas que al final vas a olvidarte de tu talismán —dice más preocupado de lo que debería, ¡eso nunca!

     —No digas tonterías, Olí.

     —Y tú no quieras cerrar los ojos a la señal tan clara que te envía tu suerte —me dice enfadado. 

     —¡Que no hay suerte que valga con ese tío! —insisto—. El tal Manu Torres salió ayer a celebrar su triunfo porque está en Madrid con su equipo, y yo lo hice al casino de siempre, ¡siempre!, porque vivo aquí. No veo que el azar tenga nada que ver esta vez. 

     —Pero no hubieras jugado al Craps de no haber querido demostrar nada. ¡Por tanto vuestro encuentro fue cuestión de esa suerte! 

     Me siento en el sofá totalmente desinteresada, necesito algo más para confirmar que la buenaventura me lo envía. 

     —Mira, Oli —digo calmada—, es un puto casino, y pude haber jugado a la ruleta, las cartas y las tragaperras con su triple siete, así que eso no me vale como teoría. 

     —Jamás pensé que tuviera que hacer esto porque tú dejaste de creer. 

     Oliver se levanta, y  va y viene de su dormitorio en menos de un minuto seguido de Seven, que parece contento.

     —El test del chico de tu vida, ¿recuerdas? —Y pega tremendo “revistazo” en la mesa. 

     —¿Has guardado la revista estos veinte años? 

     —Nooooo. Acabo de cruzar, en mi habitación, un portal temporal para plantarme en casa de tus padres el día de tu séptimo cumpleaños… ¡Pues claro que sí, gilipollas! Se la quité a Daniela esa tarde. 

     —¿Y qué? —pregunto muerta de risa por lo absurdo de su actitud—. ¿Has encontrado ya a ese tío rubio, con pinta de Thor y sonrisa de Joker? 

     —Yo no. Pero tú al moreno futbolista, sí. —Pasa las páginas hasta dar con la que tiene la esquina superior doblada. 

     Oliver siempre fue muy dramático para enfatizar su acciones, ya has podido imaginar cómo golpeaba la tele al grito de siete o cómo se ha levantado y traído la revista que escondió durante veinte años. Y ahora señala con un bolígrafo un círculo bien visible sobre el siete del chico de la lista y da unos golpecitos capaz de agujerear el papel,  sobre ese número. 

    —¿Todavía vas negar que ha sido tu suerte?

    Cojo la revista con ambas manos y me la llevo bien a los ojos. ¡Joder, joder, joder! ¡Manu Torres es el hombre de mi vida!

     —¿Fútbol sala es fútbol normal? 

     —¿De verdad que eso es relevante para ti? —pregunta riendo. 

     —Pues claro, porque entonces cumpliría con todos los requisitos. Es un artista con las manos —digo riendo cuando muevo los dedos delante de su cara. 

     —¿Los siete minutos también? —Oliver lo flipa. 

     —Y diez, cariño, y diez —asiento con la cabeza. 

     —Tengo ganas de llorar, yo lo vi primero —dice con un puchero que nos hace reír a los dos. 

♣️♥️♠️♦️

No va más‼️, mis 2000 palabras llegaron hasta aquí.

Hasta la próxima ronda, 🙋🏼‍♀️

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