18. El Del Final Del Libro
Héctor tiene el don de decir lo que pienso, eso se podría interpretar como afinidad mutua, y antes de que yo hable siquiera lo hace él por mí. Claro que para ello tiene que estar en la misma habitación que yo, como es el caso ahora. Óscar y Oliver le han abierto la puerta y, sin ser para nada discretos, se quedan a presenciar también la escena. ¡Maldito lado cotilla del uno que contagia al otro!
—Ayer tuve millones de ojos puestos en mí, y no sentí esta incomodidad que siento ahora, parece que estuviéramos desnudos —me dice Manu al oído.
—¿Qué coño quieres, Héctor? —pregunto sin oír demasiado a Manu.
Me interesa cualquier cosa que quiera decirme el poli cobarde. Por lo pronto el cruce de nuestras miradas es severo, veremos qué hay de nuestras palabras.
—Mal empezamos —dice mi hermano negando con la cabeza.
Oliver es más duro conmigo.
—Déjalo hablar, Leire, no cometas el mismo error que yo, porque puede que para ti no sean dos años, sino siete.
—Mi vuelo sale en una hora —interviene un Manu nervioso que ya se ha levantado. Yo, por si acaso, por mucho que me interese hablar con Héctor, le hago sentar de nuevo en el sofá.
—¿Podemos hablar, Leire? —pregunta el recién llegado.
—Y por eso es que me iba.
—Tú te quedas aquí, el avión no despegará sin Manu Torres.
El capitán cae otra vez sentado junto a mí cuando pretendía irse.
—¿Qué te hace pensar que yo quiero hablar contigo? —le recrimino dolida a Héctor.
Vale, vale, lo entiendo.
La pista se la dan mis ojos rojos, que al fin lloraron, y la puñetera televisión en pausa con el beso de Manu. Él, que de verdad quiere irse, apaga la tele cuando Héctor la mira.
—Si sientes que el corazón te va a reventar cuando piensas en mí, quieres hablar conmigo, porque si estás la mitad de jodida que yo, lo necesitas.
El llanto me oprime la garganta, no sé cómo podré articular una palabra.
—Ahora sí, preciosa, hasta aquí llegué.
Manu se levanta y no admite que yo lo retenga, me da un beso en la cabeza y me quita los dados de la mano.
Pero ¿qué mierda de regalo es si lo recupera?
El capitán de España Futsal, y más recientemente el nuevo fichaje del Sporting de Portugal, atraviesa el salón con el porte engreído de saberse observado por tres hombres que en este momento lo envidian. O eso puede parecer a simple vista, porque el traidor de mi hermano le pide un autógrafo y su novio una foto.
—No la pierdas tú, todavía estás a tiempo de ganarla.
Héctor aparta su mano, pero Manu es persuasivo, y tras un leve forcejeo de ambos le obliga a coger los “putos” dados.
—Querías una foto, ¿no? —pregunta a Oliver.
Y con esa elegancia innata en él, me guiña el ojo para desaparecer a continuación del piso, acompañado de Oliver y Óscar, a los que ya puedo ver presumiendo de colega famoso por todo el barrio.
—Debo de estar muy loco por ti si he aceptado esto —dice refiriéndose a los dados.
—Es el encanto de Manu.
El gesto serio de Héctor se endurece todavía más. Si vamos a convertir esto en un diálogo, tendrá que oír todo lo que yo quiera decirle, no me avergüenzo de mi amistad con Manu, y mucho menos del beso de ayer que él no supo diferenciar.
Me levanto del sofá, ya bastante patética me veo.
Héctor no pierde tiempo y quiere acercarse a mí. Yo retrocedo, dejándole clara mi postura orgullosa.
—Siento haberme ido sin decirte nada, Leire. Reaccioné mal.
—Como un cobarde.
—Lo sé, y no volveré a huir…
—Claro que no, porque yo no quiero a un hombre así a mi lado, al que tenga que estar recordando lo que siento por él porque no termina de creerlo.
—Por eso estoy aquí, porque ahora lo sé —dice cuando retiene mi escapada hacia los dormitorios.
Se ha puesto delante de mí, con esa postura de poli sexi, manos a la espalda y piernas separadas, y lo único que me apetece es golpearle en los huevos para que se encorve y deje de gustarme tanto.
—Intenté confiar en lo nuestro, Héctor, ¿y qué haces tú?, desapareces dándome la razón. Está claro que no congeniamos, y que será imposible que funcionemos como pareja.
—¿Y si te dijera que tengo esa conexión con tu suerte que tanto necesitas de mí? Siendo así tendrías que darme la oportunidad, ¿no?
Esas palabras hacen que quiera oírlo, y él lo sabe, porque el muy cabrón sonríe como la primera noche que me vio en aquel cordón policial.
¡Mierda!, seguro que recuerda que eso fue lo que más me gustó de él
—Juegas sucio, Camacho, no sonrías así.
—El caso es jugar y apostar por nosotros, cariño —argumenta él abriendo la mano y enseñando los números del dado que, casualidad o preparado, suman siete.
¡Puta mierda doble!
—Te escucho.
Héctor relaja al fin su rostro y su sonrisa resplandece más.
—El café que te derramé en comisaría, más los dos de la noche de guardia…
—¿Los dos?
—Tuyo y mío.
Ya veo por donde va.
—Los dos de la tarde en tu cama, más los dos de la otra mañana. Son siete.
—Flojo. Tendrás que esmerarte mucho más —le digo sin querer sonreír.
—Está bien, no quería llegar a esto. Es cierto que tuve cuatro novias, sí, pero las mujeres con las que he estado antes han sido veinticuatro. Tu hermano dijo que valía la suma de los dígitos.
¡Putos dígitos de mierda!
—Tenías razón, no deberías haber llegado a eso, bastaba con decir seis o quince, no me hubiera enterado nunca —le digo al ver su cara de preocupación por hablarme de todas ellas. Bueno, lo perdono solo por la chica de primaria, me despierta simpatía.
Visto su esfuerzo por complacerme, será difícil no reírme de su próxima teoría.
—Me lo estás poniendo difícil, Leire.
—Así sabrás lo especial que puedo ser como para luchar por mí. ¿Sigues?
—Por supuesto —dice sin dudar, ganando terreno conmigo—. Son díez años en el cuerpo, pero la fecha de mi promoción fue el nueve de mayo de dos mil once. Dieciocho que restan siete.
—Era suma —respondo con una leve sonrisa, que permite su acercamiento.
—Bueno, la resta sí es siete. Dime que así también funciona. —Y él mismo comienza a sonreír mientras da un paso más hacia mí, haciendo que tiemble por la espera.
No podré resistirme mucho más. No quiero.
—Funciona, restan siete. Siga, agente.
Y con ese nombre consigo que Héctor acorte toda distancia entre nosotros. Unos centímetros nos separan, pocos si puedo oír su respiración acelerada. Exhala el aire contenido mientras busca el contacto con mi cuerpo, el que lo acoge con su calor.
—He probado las croquetas del Pollo Dorado, oficial —dice mientras alarga la mano para tomar mi cuello.
—¿Ah, sí? —Yo sonrío sin ocultar mi asombro, él acaricia mi nuca para provocarme.
—Sí, y aunque tenga que ir al gimnasio a diario, estoy dispuesto a cenarlas cada noche si usted me acepta en su suerte.
Este hombre tiene un serio problema para expresarse, quizás se deba a que le intimida mi cargo más de lo que cree. Porque mira que es extraña, absurda y penosa su declaración de amor.
¡¡Y a mí me encanta que lo sea!!
—Pues siendo así —propongo de manera coqueta. Echo mis manos a sus hombros y lo atraigo más—, tendremos que hacernos clientes para que nos hagan descuento familiar, el ministerio nos paga una miseria.
Héctor no puede evitar abrazarme, contento con mi respuesta.
—Pensé que me harías sufrir más.
—No creas que no lo he pensado, pero si has recurrido al Pollo Dorado has de estar muy desesperado ya —digo riendo.
—¿Eso crees? Todavía tengo otra teoría.
—Sorpréndeme entonces.
Héctor se aparta lo justo para poder mirarme a los ojos. ¡Ay, no!, yo esperaba que me cogiese a pulso y me llevase a la cama, con esos argumentos “sexuales” es muy bueno, pero parece que seguirá hablando.
Y ya sabemos que es de pocas palabras.
—I love you —dice al levantar su dedo pulgar—. Je t'aime. —Y ahora lo hace con el índice.
—No —intervengo cerrando su boca con la mano, lo que no es suficiente para impedirle que siga contando.
Héctor retira mi mano de su boca.
—Ya sabía yo que no eras solo una cara bonita, ti amo— confiesa con su dedo corazón también desplegado
—Para, por favor, ya lo he entendido. —Porque lloro de verdad si continúa, así me deshidrate del todo.
—Ich lieb dich.
Respiro profundamente al ver su cuarto dedo en alto. ¿Qué tiene el alemán que suena tan bien?
—Héctor, no…
—Jeg elskr deg. —Y la Palma de su mano está totalmente abierta.
—Espera, no es necesario —digo sin saber qué idioma es, pero seguro que me ha dicho que me quiere.
—Seni seviyorum. —Y no me hace caso.
—Vas a terminar, ¿verdad? —Ya asoman las lágrimas en mis ojos. Le falta solo uno para los siete.
—Por supuesto. —Héctor me besa primero—. Eu te amo muito, oficial.
—¿Qué? Espera, no puedes dejarme así. ¿Qué hay del español?
Héctor se ríe al tiempo que me sostiene por la cintura, se entretiene en besar mi cuello.
—Sabes que si lo digo serán ocho idiomas.
¡Ha sido una estrategia!
—Sí, y no me importa —digo con total seguridad.
—Y que de esa manera romperé con tu regla del siete…
—Que sí, dilo ya, no me importa. Esa regla contigo es estúpida.
—Pero no podrás dejarme por eso luego —se asegura una vez más él.
—¡No lo haré! O lo dices ya, o te lo ordeno como tu oficial. Y recuérdame que hablemos de esa manía tuya de no decirme lo que sientes por mí, alto y claro.
—Te quiero, Leire.
Héctor me enseña su mano, la que tiene los dados.
¡Ay, no, joder! ¡Que suman tres!
Fin♣️❤️♠️♦️
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