15. El De Antes Del Partido
Me gusta comerlas así.
—No lo jures —dice Manu riendo mientras me observa vaciar el bote de sirope de chocolate sobre la fuente de palomitas de maíz—. ¿Y las coges con los dedos?
Nunca me cuestioné lo guarro que se ve eso, ya bastante extravagante es la mezcla de sabores para andar pensando que me chupo los dedos cada vez que cojo una palomita.
—Mira, prueba, eso es lo bueno. —Y meto en su boca semejante delicia.
—Cuando dijiste de venir a verme —comenta saboreando el chocolate. Sabía yo que le gustaría—, no pensé que pasaríamos la noche en el bar del hotel, pidiendo favores en la cocina que no tuvieran que ver con el alcohol.
—Soy así de especial.
—Y eso es lo que más me gusta de ti.
Manu se acerca a besarme y aprovecho para meter otra palomita en su boca.
—Está visto que hoy tendremos que cambiar de planes —sugiere al ver mi poca colaboración. Su cara es de chiste más que de enfado.
—¿Y te molesta mucho no follar tampoco, hoy?
De sus dos respuestas posibles no sé cuál es la que quiero; que me diga que sí y con eso él mismo termine con nuestra relación de amantes o que me diga que no y eso afiance aún más nuestra amistad.
—Para nada. Vamos, ven conmigo, se me está ocurriendo una idea.
Me hace levantar de la silla, pero antes se encarga de coger mi comida “quitapenas” para ayudarme a llevarla.
Pasamos de largo de los empleados que estaban limpiando la zona del restaurante y llegamos al hall del hotel. Miro a un lado y a otro, asombrada de la poca gente que hay a esta hora de la noche y que pudiesen retener al capitán por un autógrafo. Nada, ni siquiera hay periodistas a la caza de la noticia.
Así que Manu Torres entra al ascensor, con intención de subir a su habitación de la mano de una mujer desconocida, mientras que en la otra mano lleva un enorme cuenco de palomitas de maíz.
—Yo matándome las neuronas para entrar, y es cierto que tú te paseas por el hotel como quieres —digo riendo. Ya casi llegamos a la planta de las habitaciones.
—Te dije que tenía mis métodos. Me han costado varias entradas para mañana, pero valen la pena si nadie vio nada.
Manu da un paso para llegar a mí, avanzada que vuelvo a cortar esta vez cuando cojo comida para meterla en mi boca.
Él capta de inmediato mi nuevo rechazo, después de todo es experto en tema de conquistas y derrotas.
—Bien —acepta sin dejar de sonreír—. Al final no será del todo mala idea lo que se me ha ocurrido.
Salimos del ascensor tal como entramos, él a la carrera y yo de su mano, hasta dar con la habitación doscientos cincuenta.
Y cuando entramos, la propuesta para pasar la noche es de lo más disparatada viniendo de un hombre sexualmente activo. Muy activo.
Jamás ninguna otra de mis parejas me hicieron ver un partido de futsal con la única intención de conocer mi punto de vista. Claro, que tampoco sabía qué era futsal hasta hace diez días.
—Tú no te preocupes —me dice Manu encendiendo el portátil y buscando la aplicación donde dan la repetición del partido de la semifinal. Me siento en la cama, alucinando todavía—. Come todo lo que quieras, pero tienes que decirme la verdad. ¿Qué patrón debí seguir que no cumplí ese día?
Miro las palomitas en mi regazo, hoy no veo que cumplan su función. Porque las penas, que deberían de estar menguando, crecen de repente en mí para hacerme llorar. Manu es el hombre de mi vida, es tan yo en cuanto a supersticiones que asusta y motiva a partes iguales la afinidad que tenemos.
Pero hay un problema.
Él no es Héctor.
Y más ganas de llorar tengo ahora que recuerdo que ese poli capullo se fue de mi vida.
Diez minutos llevo mirando el armario abierto, y no sé por qué lo hago si solo tengo que coger el vestido del orden siete, empezando por la izquierda. Será el ideal, como todo lo que me depara mi suerte. Además de ser rojo, en absoluto es ostentoso. Voy a ver un partido de fútbol sala, sí, pero luego estoy invitada a la recepción que organizará la federación para el equipo nacional, qué menos que estar a la altura de su capitán, ¿no?
Entonces, ¿a qué espero para cogerlo?
—Ponte el que te dé la gana —dice Óscar mientras se apoya en el marco de la puerta de mi dormitorio.
¡Joder!, ajusto la toalla más a mi cuerpo, será gay, pero es mi hermano mayor y estoy desnuda después de la ducha.
—No me digas que te vendrás a vivir con nosotros. —Oliver trabajando y él adueñándose del piso.
—Es algo que está en mis planes futuros, sí. —Y como si la casa le perteneciera ya, y más concretamente mi habitación, entra y se sienta en la cama para seguir con esta conversación.
—Entonces tendré que cambiar los míos.
—Bueno, eso ya deberías haberlo pensado, el hombre de tu vida vive a seiscientos kilómetros de aquí, ¿no?
Me giro a mirar a mi hermano con los ojos abiertos de para en par, el que sonríe como si hubiera interpuesto con sus palabras un obstáculo entre Manu y yo.
—Cierto. Debo hablar con Ramírez, tiene que darme un destino antes de que Manu se vaya…
—¡Leire!
Su grito me descoloca, me asusta incluso ver que se levanta de un salto.
—No se trata de seguir a ese tío a donde vaya él, ¿qué hay de ti?, ¿por qué no se queda aquí contigo?
—Su club de fútbol no puede trasladarse así por la buenas, en cambio policías hay en todo el ámbito nacional.
—¿Te oyes? Estás obsesionada.
—Ay, mira, Óscar, por vuestros trabajos precisamente habéis estado separados Oli y tú dos años, no va a pasar lo mismo con Manu y conmigo.
—Pero no puedes implicarte al cien por cien en esto solo por un indicio que crees acertado de una semana.
—No lo creo, sé que lo es.
Mi hermano niega con la cabeza al tiempo que cierra los ojos para no ver cómo me estrello.
—Hemos visto a Héctor —dice cuando ya tengo el vestido rojo en las manos.
—¿Dónde? —Yo misma había pensado ir a la comisaría hoy, pero su permiso de vacaciones está vigente hasta pasado mañana. Desconozco su dirección, tan solo cuento con un número de teléfono, apagado desde ayer.
—Regresó esta mañana.
¿Qué? La tela roja del vestido, en mis manos, se convierte en un trapo arrugado. Óscar me lo quita antes de que lo arruine del todo si quiero usarlo, o de lo contrario no habrá quien lo planche luego.
—Volvió —solo soy capaz de decir.
—Le dije que estabas en casa de papá para dejarnos a Oli y a mí a solas.
—Y no te creyó. —No hace falta que lo diga, a Óscar ya se le pegan los gestos de Oliver, y esa mirada trágica es digna de un premio al mejor drama.
—Lo siento.
—Es mejor así. Dejará de insistir.
—Leire. —Mi hermano me agarra de los brazos para hacer que le mire a los ojos—. Aún estás a tiempo, cariño. Ha sido divertido todos estos años porque ninguno era Héctor, porque te resultaba fácil no enfrentar responsabilidades con ellos. Pero piensa que puedes perder la oportunidad de tu vida si te empeñas en continuar con ese absurdo del siete.
—Tengo miedo, Óscar.
El abrazo que me da, aparte de dejarme sin lágrimas, también me quita el aire. Tengo que golpear su espalda para que me libere.
—Yo lo sigo teniendo, y no es malo, enana, créeme. Eso nos hace más fuertes.
Miro el vestido rojo, hecho un gurruño sobre la cama.
—Aprovecha, vamos. Elige hoy el que más te guste. Y si Manu Torres te deja las bragas puestas esta noche, él no es.
Sonrío mientras mi hermano seca los restos de humedad de mis ojos con sus dedos y me besa la frente. Me encanta que siga siendo él.
—No cambies nunca, gilipollas —le digo cuando ya se va de mi habitación.
—No pensaba hacerlo. Pero, oye…, dejemos que Oli lo crea, ¿vale?
Me río a carcajadas cuando hace el gesto con sus dedos de unas tijeras.
Y como es cierto que ya no me sirve el vestido rojo, cojo otro.
Uno negro, hasta por debajo de las rodillas, de cuello barco y mangas largas, tan ajustado que la raja de la pierna se convierte en un palmo de abertura. ¡Puto número ocho que me queda de muerte!
El reloj está en marcha, y como en Fútbol sala, este va hacia atrás.
Leire tiene ya que decidir🤦🏼♀️, el ONC acabará sin ella.
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