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12. El De la Confesión

Recuerdo el día que Óscar me dijo que amaba a Oliver. Estábamos en el salón de la casa de mis padres para la cena de Navidad, todavía vivía con ellos. Los ojos de mi hermano brillaban de emoción al decirme que ya no podía negar lo que sentía por mi amigo, que ese mocoso debilucho se le había metido en las entrañas como ninguna tía lo hizo antes con sus tetas y que se la ponía dura pensar en él desnudo, sí, ese era Óscar  y su palabrería tan fina. 

     —Y sueño con comerme ese lunar de su boca,  Leire, no puedo pensar en otra cosa cuando lo veo —me dijo al acabar su relato. Ambos miramos a Oliver, que reía con mi padre por algo que se decían. 

    —Cariño, es uno más de nosotros, no puedes hacerle daño. 

    —¿Y qué hay del daño que me hago yo al ocultarlo?, ¿al tener que fingir que no existe, cuando lo busco contigo cada vez que viene? He dejado de hablarle para que no me lo note y eso es lo más doloroso. 

    Ahí entendí que Óscar, usara las palabras que  usara al hablar de Oliver, estaba enamorado. 

     Esa misma noche lo besó a escondidas, en la cocina. Y no lo supe por él, sino por mi amigo, que no pudo dormir en toda la noche fantaseando con el poli cañón que le había comido la boca. También supe así que Oliver perdió la cordura. 

     Por eso no me gusta el Óscar derrotado que me encuentro hoy, mientras trata de levantar una cerveza para brindar por los “putos cobardes”. 

     —Nos vamos. Ahora —le digo cuando me he abierto paso entre los amigos que están a su alrededor. 

     El antro no es más que un sótano, en el barrio de San Blas*, cerca de su comisaría, de buena gana lo clausuraba. 

      Alguno de los chicos me llaman aguafiestas, lo pasaré por alto, no traigo los grilletes para llevarme a ninguno detenido. 

     —¿Qué hace él aquí? —pregunta mirando a Héctor—. Te llamé a ti.

     —Viene conmigo, llevará tu coche. 

     —Perfecto, campeón. Mi novio, mi coche, ¿qué más va a quedarte de mí, gilipollas, mis calzoncillos?

     Héctor se adelanta para protegerme del empujón que me ha dado Óscar cuando quería acercarse a él, y sus compañeros, que no van a permitir una pelea desigual por estar bebido, dejan que mi hermano lo golpee primero. 

     Pero Héctor no se queda atrás y se la devuelve.  

     —Dejaros de tonterías —grito cuando veo que mi hermano ya va de nuevo en busca del otro. 

     —No te metas, Leire. Mientras defendías a Oli, podía entenderlo, pero que estés de parte de este capullo ahora, no. 

     —Espera, deja que te cuente de Héctor... —No puedo sujetarlo por su camiseta y se me escapa. 

     No me da tiempo a interponerme entre ambos y  comienzan a pelear sin que yo pueda pararlos. Presiento que esta tarde necesitaré de Oliver para cerrar un par de heridas e inyectar algún que otro analgésico. Mierda, veo ya sangre en sus rostros. 

      —¿A que esperáis para separarlos? —grito a los amigos de Óscar, que en vez de hacerme caso, ríen y jalean a los luchadores. ¿Dónde está la seguridad del local? 

     ¡Juro que lo cierro por algún formalismo!

      Nadie hace nada para apartarlos, por eso intervengo enseñando mi placa para que me oigan. 

     Y esos mismos amigos que no se movían, espabilan ahora al ver mi cargo. 

     Cuando contienen a ambos, yo prefiero encargarme de mi hermano, Héctor solo se defendía. Le doy una hostia en la cara a Óscar para que espabile. 

      —Sigues siendo un insensible, un bruto incapaz de hablar primero. ¡Óscar, joder, reacciona porque lo pierdes!, ¿crees que así recuperarás a… a… ? 

      Me contengo antes de decir su nombre, no sé cuántos de ellos saben que Óscar es gay. 

      —¿... a Oliver? —grita él mismo sin importarle quién pueda oírlo—. ¡Vamos dilo!, ¡porque eres la única que no se atreve aquí a llamarme maricón!

      Sus compañeros ya no ejercen presión, él se revuelve para que lo dejen en paz y lo suelten. Son tres hombres que me hacen un juicio moral con sus miradas. El que retenía a Héctor niega además con la cabeza mi ignorancia, le falta poner los ojos en blanco. 

      Entonces, ¿toda su comisaría está al corriente de su orientación sexual? 

      Héctor se me acerca cuando mi hermano sale a la calle enfadado conmigo. El resto se disipa recogiendo sus cosas, al final he logrado cerrar el garito de mierda este. 

      —Lo sabéis ¿verdad? —No dejo que uno de ellos se vaya, quiero que me lo corrobore. 

      —Nosotros y toda la comisaría. No hay novato que no entre y sepa desde el primer día que el inspector Benitez no le quitará su pareja a menos que sea un tío. Y ni eso, porque sigue enamorado de su ex desde hace dos años. 

      Ese hombre ha querido dejarme en ridículo. Con su charla me ha hecho sentir idiota. No solo me deja claro que Óscar le dice a todos qué le gusta o no hacer en la cama, sino que insiste en estar enamorado de Oliver. 

      —¿Y qué hay de los mandos? —pregunto incrédula, Oliver no puede estar tan equivocado cuando asegura que Óscar sigue en el armario. 

      —¿Esos viejos carcas? Por favor, si no se encuentran sus propias pollas, ¿cómo quieres que presten atención a la de los demás? —Vaya, al parecer esa manera de hablar va con la amistad—. Pero ni caso, Benítez se ha ganado el respeto de todos sus compañeros, y donde la meta él, ese es su problema. Abra los ojos, oficial, está usted en el siglo XXI. 

      Lo dicho, me hace sentir ridícula y humillada. 

      Y no merezco menos por haber pensado estos años que Óscar se escondía tras sus jefes a la hora de enfrentar su sexualidad. 

     —Vamos con él. —Héctor me recuerda que sigue a mi lado. 

     Llegamos a la puerta de la calle, a través de ella vemos a mi hermano apoyado en un coche mientras fuma un cigarro.

     —¿Estarás bien tú? —digo a Héctor acariciando su pómulo izquierdo, el que en breve se volverá de color morado sobre el corte que ya se seca. 

     —A él le duele más. 

     —Eres un cielo. 

     —Es puro egoísmo, cariño, si tú estás bien, yo estaré mejor después cuando me des las gracias —contesta sonriendo. 

     —No me lo creí la primera vez, y no lo haré ahora. Lo haces por mí. 

     El beso que le doy hace que se queje de dolor por culpa de la herida que tiene en el labio superior. 

     Salgo a ver Óscar, y me apoyo a su lado. 

     —No puedes ir con esa cara a casa de papá. 

     Me ha dejado tocarle la cabeza, para así peinar su pelo y apartarlo de sus ojos. Están tan rojos que dudo que sea por el alcohol o el humo del tabaco. 

     —Me quedaré con alguno de los chicos, no te preocupes. 

     —¿Y que mañana en la comisaría se especule con tu nueva relación? Ni de coña, tú no llevas dos años hablando de Oliver allí para que ahora te pongan otro novio. 

     Mi hermano me mira, alucinado. ¿Creía que tras su arrebato de sinceridad yo no investigaría un poco? Vamos, hombre, que somos policías, lo llevamos en el ADN del abuelo. 

     —Vendrás a casa conmigo. 

     —No. 

     —Óscar, no te lo estoy pidiendo —e intento que suene a orden aún siendo la hermana menor—. Vamos a poner punto y final a vuestro estúpido malentendido. Dime por qué, si no, Oliver cree que tú ocultas tu orientación. 

      —Porque me negué a ir a aquella fiesta benéfica del hospital. Creyó que no quería que me viesen con él. 

      —Pero le dijiste precisamente eso. 

      —No, le dije que no deberían verlo conmigo. 

      —A ver, Óscar, acabas de interrumpir mi desayuno número seis y el azúcar no me llega al cerebro, por lo que no estoy para juegos de palabras que vienen a significar lo mismo. —Y eso que el borracho es él. 

     —Reconocí al nuevo jefe de traumatología de un dispositivo. Era el líder de una manifestación neonazi, convocada por la extrema derecha en San Blas, hace años. Jamás olvidaré su discurso de odio ni sus ojos enloquecidos  —murmura sin ocultar su propio odio hacia ese hombre—. Y es por eso que me negué a ir a esa jodida fiesta, no iba a pintar en la frente de mi novio una puta diana para que ese cabrón se lo cargará en el hospital.

     —Óscar… 

     —Y bueno, ya lo conoces. Luego llegaron las escenas dramáticas que tanto gustan a Oliver Hepburn —dijo, y yo me reí—. Que si no lo quería lo suficiente para gritar mi amor por él, que si lo había tarado para otros tíos porque con ninguno sería tan feliz como lo fue en nuestros cinco años, que yo jamás saldría del armario porque tengo cerebro de mosquito que me impide encontrar la puerta. Ya sabes. Ah, y que ojalá y la polla me midiese tres centímetros para poder olvidarme pronto... 

     —Oye, eso último jamás lo dijo. —No tengo dudas, habré escuchado la versión de Oliver como setecientas veces, a una por día desde la ruptura, pues calcula. 

     —Ya, pero me gusta pensar que no me olvida por eso. —mi hermano al fin sonríe, creo que ha sido por el empujón que me ha dado, que ha estado a punto de tirarme al suelo. 

     —Gilipollas. 

     —Enana. 

     —Sí, pero tú estás hecho un asco. 

     —Pues ese capullo de dentro está peor que yo —se consuela él mismo al nombrar a Héctor. 

     —Respecto al capullo de dentro… —me atrevo a decir. 

     —El capullo tiene algo que decir al cerebro de mosquito. 

     Mi hermano y yo giramos la cabeza al oírlo, está al otro lado del coche, pero suficientemente cerca para ver su enfado. 

     Mi chico, porque llamémoslo así puesto que Óscar está equivocado y debemos empezar a concretar a quién le pertenece, se sitúa frente a nosotros. 

     —¿Ves, Leire? Oli tenía razón, debe de estar tarado para acabar con semejante rubia llorona. 

     —Quizás me mide la polla más de tres centímetros, imbécil. 

     Mi hermano no hace ni el esfuerzo de moverse, echa la pierna hacia delante y golpea a Héctor en la espinilla, lo que hace que ahora la pelea entre ellos se convierta en la de dos críos, a patadas. 

     —¡Basta, ya! ¡Dejad por un momento de mediros nada, joder! 

     Me sitúo entre ambos con los brazos en cruz para mantenerlos a distancia. 

      —Él no es el novio de Oli, él es… —Decir que es el mío resulta precipitado, y más si el novio en cuestión aún no me ha dicho que lo seamos—, casi..., el mío. 

     Héctor se ríe haciendo que me sonroje. Deberé darle explicaciones sobre esto luego. Me gusta la idea, el coqueteo de miradas que nos traemos me va poniendo a tono para esta noche ya, será una charla interesante. 

      —No lo dirás en serio. ¿Y qué hay de Torres?   —Ya tardaba Óscar en sacar sus erróneas conclusiones, menudo policía está hecho. 

      —Pero ¿es que tú no oyes nunca? —Y otra patada que le da Héctor. 

      —Cuando te coja, gilipollas, verás. 

     De buena gana les dejaba que se partiesen la cara el uno al otro. 

      —¡Quietos, ya! —Y aparto a Héctor para que al menos él sí razone, me costará menos si lo convenzo con un beso—. Hector, cariño, me llevo a Óscar para que vea a Oli y puedan hablar, ¿vienes a verme luego? —pregunto acariciando su cara magullada. 

     —Claro que sí. No es la mañana que tenía prevista, pero la expectativa de pasar toda la tarde con “mi casi novia” la mejora bastante. 

     —Esa mujer es muy afortunada, entonces —le digo sonriendo. 

     Él me sujeta de la cintura para que nuestra despedida sea de todo menos fugaz, y para que me lleve todo el día esperando nuestro reencuentro con ansias, me pega mucho más a su cuerpo en el beso que me da. 

     —La suerte la tuve yo —confiesa sin pudor mientras acaricia mi mejilla. Claro, que eso no es lo único que me tiene que decir—: “Casi” que ya la quiero, y todo. 

     Eso se asemeja a una declaración de amor, ¿no? Nunca antes escuché de un tío nada parecido, sí que oí algunos “qué guapa eres”,  otros tantos “me gustas mazo” y un par de “me pones duro, nena”, hasta el más reciente “eres especial” de Manu, pero nada parecido a la extraña conjugación del verbo querer que me ha dedicado Héctor. 

     —Vaya, Camacho. —Sigo sorprendida por sus palabras, sonrío al igual que él —. Y esta vez no he necesitado llamar a la caballería, ni tirarme al suelo, para que hables. 

     Héctor me coge en peso para volver a besarme, así la adicción que le tengo a su boca se vuelve más intensa. 

     Con palabras de Oliver me atrevo a decir que la que quedará tarada a partir de ahora seré yo como esto no funcione. 

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