12+1. El De Las Dudas
Tengo que tirar de la mano de Óscar para que se atreva a entrar al piso. Míralo tú, tan gallito con Héctor y se desinfla con Oliver.
—Vamos, no me obligues a levantar la voz —le amenazo sabiendo que eso pondría a Oliver de mal humor.
—Tú quieres que me cruja las pelotas, ¿verdad?
—Lo que quiera hacer Oli con tus pelotas no es asunto mío cuando acabo de despedirme de un hombre al cual a mí sí me gustaría…
—Eres mi hermana pequeña, por dios, y una subordinada —me recuerda tapándose los oídos.
—Pues compórtate como un hombre adulto y entra de una puta vez —le digo a tiempo de que el vecino del C, que sale de su casa, nos oiga hablar de pelotas, y no precisamente de gomas de antidisturbios.
Como eso ha sido bastante para mantenerlo controlado, le obligo también a sentarse en el sofá. Le amenazo una vez más con el dedo si se le ocurre marcharse mientras vuelvo, y voy en busca del botiquín.
Ups, nunca te dije, pero como el botiquín que tenemos es digno de un profesional no había mejor lugar donde guardarlo que el dormitorio del licenciado en enfermería que vive aquí. Obtengo así dos objetivos, tranquilizar el lado dramático de Oliver si cree que yo acerco posturas tras nuestra discusión y despertar a la vez su lado cotilla.
Tras llamar a la puerta, me apresuro a entrar antes de que piense mucho darme su permiso.
—Disculpa, Oli, es una emergencia. Necesito el botiquín.
Su radar humanitario se pone en alerta, primer paso conseguido.
—¿Qué te pasa? —pregunta saltando de la cama donde estaba estudiando.
—A mí nada. El estúpido de Óscar que se ha peleado con Héctor… —Y no sé qué nombre de los dos le hace reaccionar así.
Coge el botiquín él mismo y sale del dormitorio corriendo.
Bueno ahora sí lo sé, ha sido el nombre de Héctor. Porque por la cara que ha puesto al llegar al salón lo que menos esperaba era ver a Óscar con la camiseta ensangrentada y ese ojo medio cerrado. Él se ha levantado del sofá a la espera de un acercamiento que parece no llegar por parte de su ex.
—Aquí lo tienes —dice, y lo suelta encima de la mesa para irse a continuación.
—¿No vas a ayudarme? —pregunto con fingida inocencia porque es fácil, sé que se trata de una pomada cicatrizante y ya, pero es él quien tiene que tocar a Óscar y untarla para que esto tenga sentido.
—Sabrás hacerlo bien.
Abandona el salón sin mirar a mi hermano, el mismo que no lo pierde de vista a él.
—Tú y tu maravilloso plan... ¡Ay, joder! —se queja Óscar en cuanto lo empujo para que caiga sentado de nuevo. Yo me arrodillo frente a él.
—¡No lo trates así, está herido!
Oliver ha salido de entre las sombras del pasillo menos sigiloso de lo que esperaba. ¡Si es que solo hay que conocerlo! Desde que quiso curar a aquella cucaracha, cuando teníamos diez años, supe que era todo un profesional del gremio sanitario que no se conformaría solo con perritos abandonados.
—Ah, pero ¿estabas ahí?
—Y menos mal que estaba, porque puedes terminar de rematarlo.
Empujo de nuevo a Óscar, que apoya la cabeza en el sofá. Puedo ver la sangre seca que salió de su nariz, por eso la palpo con rudeza, para que se queje de nuevo.
—¡Ten más cuidado, ¿no?! —pide Oliver como si el dolor se lo estuviera infligiendo a él.
—¿Es que tú lo harías mejor?
—Nooooo, solo tengo años de experiencia en el Infanta Leonor*, me apasiona la medicina y trato a las personas como a seres humanos. Pues claro que sí lo hago mucho mejor, gilipollas.
—Pues ven y hazlo tú —le desafío mientras vacío medio bote de agua oxigenada en la nariz de Óscar, el que grita un joder de los suyos, bien fuerte, por verse más mojado que dolorido esta vez.
—No. Lo estás haciendo muy bien así —contesta sin dar ese paso que me detenga.
—Ya me parecía a mí —ironizo cabreada por la pasividad de estos dos.
—Pero usa guantes, por favor, no vayas a pegarle gérmenes.
—Esos ya los cogerá él en algún baño de los antros que frecuenta. Acabo de rescatarlo de uno.
—Ya veo —dice Oliver ceñudo, y se cruza de brazos a la espera de verme con los guantes puestos de una santa vez. ¡Joder, son difíciles de poner con las manos mojadas y sin ayuda extra!
—Sigo consciente. ¿Podéis dejar de hacer juicios sobre mí? —pide un Óscar demasiado quejica.
—¡No! —gritamos al unísono, yo como hermana, harta de sus estupideces, Oliver como ex, harto de las mismas estupideces.
—Tenías que pelear con Héctor sin esperar a saber antes, tenías que dejarme en ridículo con tus compañeros porque jamás dijiste que sabían de tu sexualidad y tenías que venir aquí y seguir callado con Oliver. Pues ahora te jodes, y dejas que hablen los demás.
Y le paso con rabia el algodón por toda la cara para quitar los restos de sangre pegada.
—Basta ya.
Oliver me quita el algodón de la mano y me aparta para que le deje el sitio frente a él. ¡Conseguido!
Me levanto del suelo cuando Óscar está siendo ya atendido por el profesional, solo que más bien Oliver lo hace como novio enamorado que empatiza con él. La mirada que se echan, aunque la de Óscar sea de un solo ojo, puede quemar como el propio infierno. Es más, creo que ambos ya han descendido a él.
Mi hermano abre las piernas para permitirle al “enfermero” acceder mejor a su cara.
—¿Te duele? —pregunta Oliver, serio.
—No.
—Siempre fuiste un mentiroso.
—Porque nunca quiero preocuparte. —Y Óscar se encoge de hombros con esa sonrisa pícara made in Poli Cañón.
—Pero nunca lo consigues y acabo sufriendo —le recrimina el otro dolido. Pero con una leve sonrisa de esperanza.
—Porque siempre crees que te miento.
Ambos sonríen, Oliver esta vez va a perder la disputa, Óscar viene dispuesto a luchar. ¡Se ven tan monos!
La nueva mirada cruzada entre ellos lleva mucho reclamo, mucho dolor guardado y mucho amor por dar.
La mano de Oliver, quién lo diría, libre de guante y de algodón, toca con dulzura el rostro de Óscar, quien cierra su ojo sano con más gusto que dolor. El gemido me ha calentado hasta a mí.
—Oh, por favor, terminad con esto de una puta vez —les pido desesperada—. Y nada de comenzarlo en el sofá, ¿de acuerdo?, no quiero tener que comprar otro.
Como no estoy segura de que me vayan a hacer caso, prefiero no verlo, y mucho menos oírlo. Así que cojo la correa de Seven y abro la puerta. Nos vamos a dar un paseo muy largo. ¿Cuánto tiempo tendré que estar caminando si han sido dos años de deseo contenido?
Cuando llegamos al parque decido meter a Seven en la zona canina, ahí él podrá jugar mientras yo tomo un sandwich que me hará las veces de desayuno tardío, o de almuerzo prematuro, depende, me da a mí que no puedo regresar a casa en las próximas dos horas, mínimo.
Me entretiene ver a tanto perro diferente, con sus tantas diferentes habilidades, y en especial me hace gracia ver cómo el mío salta tratando de seguir la pelota que tiene un niño, que viste de rojo. Seven dejó de ser un cachorro de bulldog francés hace un año, pero todavía no conoce sus limitaciones, lástima que no pase de esa altura mucho más a lo largo de su vida.
—¿Cómo se llama tu perro? —me pregunta el niño que jugaba con Seven y que ahora se sienta a mi lado en el banco.
—Seven.
—¿Y por qué?
Coño, me ha cogido desprevenida la pregunta. Seguro que si le hubiera dicho Tobi, o algún nombre similar, hubiera pasado de mí.
—Me gusta el siete, es mi número de la suerte.
—¿Y por qué?
—Pues no sé. —Puñetero niño—. Cuando quiero que algo me salga bien, pienso en el número siete y se soluciona todo.
—¿Ah, sí?, ¿y eso por qué?
—Porque es mágico —digo, y me pongo así a su altura intelectual.
—¡Qué rollo, la magia no existe!
—Sí existe si interviene el destino.
El niño, que se ve inocente y ajeno a mis estupideces, le tira la pelota a Seven y corre tras él para pasar de mí.
Y yo me atraganto con una tos molesta, al ver el dorsal de su camiseta roja.
Manu T. 7.
Mi teléfono suena y me sobresalto. Últimamente descolgar las llamadas me trae más disgustos que alegrías, sobre todo si pienso en Héctor.
Y más al ver su nombre.
—Hola, Manu.
—Hola, preciosa, ¿estás mejor? Me tenías preocupado, no llamaste ayer.
—En realidad, no salí de la cama en todo el día —me excuso con demasiada sinceridad.
Me muerdo la lengua cuando me doy cuenta.
—Por eso te llamo, Leire. Voy a verte.
—Noooo. —Me levanto del banco, asustada, como si él pudiera estar yendo ahora mismo para mi casa.
Me preocupa que vaya, y no por los chicos, porque si ellos no abren la puerta, desnudos, todo estará controlado. Es por Héctor, ¡no pueden coincidir allí cuando él vaya a verme!
—¿No quieres?, ¿por qué?
—Porque la prensa que espera en el hotel puede verte salir, y si por lo que sea perdéis la final, serás al primero que despellejen vivo. Necesitas concentración.
Soy demasiado buena en esto de salir airosa.
—Eso no pasará, confío en el siete.
Mierda, y también demasiado buena convenciendo a la gente.
—No es una ciencia exacta, Manu, jamás me perdonaría ser una traidora a mi país por un polvo con el español del momento. —Cierro los ojos y espero a que me diga que se rinde, que se queda en el hotel.
Manu rompe en carcajadas, joder, será difícil contrarrestar ese buen humor.
—Tengo mis mañas, no te alarmes, preciosa. El Casino está lleno de cámaras de seguridad y mírame, nadie se dio cuenta.
—Porque aún no habías metido los siete goles, tu cara entonces pasaba desapercibida.
—En eso tienes razón, mi popularidad subió como la espuma esa noche ante Rusia. Y todo gracias a ti y a ese grito que me diste.
Desde el cordón policial, lo recuerdo.
Esa noche yo también me hice popular para alguien más con ese grito. Sonrío al pensar en Héctor.
—Algo se me ocurrirá.
—¿Para qué?
—Leire, preciosa, ¿estás bien? Pues para ir a tu casa, es para lo que he llamado.
—Ya voy yo, la cama del hotel es más grande.
Alguna vez oí eso de darte hostias mentalmente y nunca lo entendí, pero creo tiene que ser muy parecido a lo que estoy sintiendo. Quiero golpearme el cerebro con este banco de hierro que tengo delante hasta que deje de mandar información a mi lengua.
¡Porque para no querer meterme en la cama con Manu, bien que voy de cabeza a ella, y sin frenos!
—¿Dime cómo lo vas a hacer esta vez?
—¿El qué?
—Por dios, Leire, ¡que voy a pensar que de verdad ese caballo te dejó tocada! ¡Pues entrar al hotel, ¿qué si no?!
—No sé, ¿Agente del SVA? —suelto con rapidez, cuya idea me la ha facilitado una señora que recogía la caca de su perro para depositarla en la papelera. Un perro, por cierto, muy exótico. Un chow chow que dudo mucho haya sido importado legalmente.
—En cristiano, por favor —me pide Manu, y me da rabia haber pensado que hablaba con Héctor, ¿es que no puedo diferenciarlos?
—Servicio de Vigilancia Aduanera —matizo para decirle luego entre risas—: ¿Qué trajo usted de contrabando, del último país en el que jugó, señor Torres? ¿Tendré que registrarlo a fondo?
—Entre mis fantasías sexuales jamás había estado una exploración rectal, hasta ahora, preciosa —dice muerto de risa.
¡Qué hombre! Que alguien me recuerde por qué tengo tantas dudas para estar con él si hasta hace una semana era el hombre de mi vida.
—Manu —llamo su atención para que me oiga. Yo miro de nuevo a ese niño, que tiene la camiseta de la selección, jugar con Seven. La evidencia que me muestra esa señal—. Tenemos que hablar. Espérame esta noche.
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📝Infanta Leonor: es este concepto de trata del Hospital Universitario Infanta Leonor, un hospital general gestionado bajo un modelo de colaboración público/privada, en Madrid.
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