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11. El Del Error


La situación es esta. 

    Mi hermano ha arremetido contra la boca de Oliver, y él, para darse el atracón a gusto, lo ha cogido también por el cuello y ha tirado de sus greñas. 

     He entrado justo en el momento en el que Óscar empujaba a Oliver contra la mesa, haciendo que temblase todo encima de ella. Y obviamente ellos no me han visto, si no, ya hubieran detenido ese beso que acabará con alguno de los dos, porque está claro que el otro se lo comerá vivo. 

     No me puedo mover, no cuando veo que es Oliver quien arranca los botones de la camisa de Óscar de un solo desgarro y le toca la abultada entrepierna por encima de su pantalón. Ni falta que le hace a mi hermano esa ayuda extra, está empalmado ya. 

     —¡Oliver! ¿Qué coño significa esto? 

     No he llamado la atención de Óscar porque me da la sensación de que es el que está en desventaja, entregado a esa reconciliación que Oliver ni se plantea. Nada de hacerle más daño a mi hermano. 

     A mi grito ambos se detienen, la boca de Oliver está enrojecida por la fricción de la piel de Óscar, en la que ya asoma su barba del día. 

     No son los únicos. A mi grito acuden Héctor, medio vestido ya, y Seven, que quiere hacernos partícipe de su alegría al vernos reunidos, con sus ladridos. 

     —¿Héctor? —Oliver no se lo cree, mira a Óscar—. Dijiste que habías echado el cerrojo. 

     —Creí que lo eché. Hace dos años que no lo hago, será la falta de costumbre. 

     Menos Héctor, y Seven que es un perro, el resto sabemos que Óscar está vacilando. Si antes no podía, ahora no me atrevo a moverme. 

     —Me has mentido. 

     —No me jodas, Oli. Eres tú quien me ha hecho esto… —dice agarrando lo que queda del cierre de su camisa—, cuando sabías que  él aún podía seguir aquí. 

     —¡Me has mentido! —repite como argumento. 

     —¡Sí! 

     —¡¡Me has mentido!! —Está claro que Oliver se ha quedado sin argumentos. 

     —¡Qué sí, joder! Y al parecer eso te importa más que haber estado a punto de serle infiel, me quieres hacer pasar por el culpable cuando lo deseas tanto como yo. —Óscar recoge su chaqueta, que ha quedado tirada en el suelo, y sus zapatillas de deporte, para pasar luego entre Héctor y yo sin rozarnos siquiera. 

     —Óscar, espera —grito dispuesta a resolver este lío. Pero de nada me sirve, ya salió del piso. 

     Nunca he visto a Óscar llorar, ni por la muerte de nuestros abuelos se emocionó, pero creo que sus ojos se hubieran visto muy parecidos a los que tenía cuando se ha ido. 

     —Gracias. Habéis evitado que cometa el mayor error de mi vida. 

     Miro a Oliver que respira aliviado. 

     —Eres un cabrón. 

     Y eso podría haberlo dicho yo si Héctor no se hubiera adelantado. 

     Se marcha a mi dormitorio tras decirme que me espera allí, entiende que es una charla privada entre cuñados, porque ahora mismo me siento más hermana de Óscar, que amiga de Oliver. 

     —No puedo decirle la verdad sin saber antes sus intenciones, entiéndeme —se excusa conmigo. 

     —Y has preferido herirlo a él. 

     —¡He estado a punto de caer en sus brazos y salir perdiendo yo, no tenía otra alternativa! 

     —Escuchar lo que tenga que decirte, Oli. 

     —Bueno, según tu teoría, debería esperar siete veces antes de darle ese privilegio, ¿no? —dice riéndose  tanto de Óscar como de mí. 

     —¡Vete a la mierda, Oli!, ¡tú eres quien lo dejó, ¿no te bastaba con ese daño? 

     —¡Él me humilló delante de todos mis compañeros cuando no quiso asistir a esa fiesta, conmigo! 

     —Pues enhorabuena —digo sin levantar la voz—, porque ya se lo has cobrado al avergonzarlo tú delante de nosotros. 

     Y en este momento necesito alejarme de Oliver o será nuestra amistad la que salga perjudicada. 


Hace frío y la mañana promete lluvia vista la oscuridad del cielo, el color gris no desentona mucho con mi estado de ánimo ahora que piso la calle. 

     Héctor ha regresado de su casa, donde fue a cambiarse de ropa, y ha insistido en que salgamos del dormitorio hoy, y no, no tiene que ver con nosotros y nuestras ganas de meternos mano, que ya van para veinticuatro horas. Ha sido más bien por Oliver, desde que ayer lo mandase a la mierda no he querido volver a verlo y para conseguirlo he tenido que encerrarme. ¿Te puedes creer que no tocó a mi puerta durante todo el día?, ¿que todavía, la hora que es hoy, no me manda un mensaje al móvil para preguntar por el tamaño de Héctor o para llamarme gilipollas? 

     —… y entonces he pensado que puedo follarte en los baños de comisaría, ¿qué te parece? —me pregunta Héctor mientras me besa la mano. 

     Caminamos en busca de una cafetería para poder desayunar, como plan que ha sido de él lo ha preferido a usar el coche, para que tomemos el oxígeno que ayer no consumimos desde mi dormitorio. 

     —Vale, por mí… —contesto con una sonrisa a medias. 

     ¿Y si lo llamo yo primero?, Oliver es muy dramático, eso ya lo tenemos claro, estará esperando que me arrodille y pida mi castigo en plan Escarlata O'Hara. 

     —Y además puedo grabarlo para subirlo al Instagram del Departamento de la Policía. 

     —Sí,  buena idea… —Pues no voy a llamarle, lo siento, yo también puedo ser muy Katherine Hepburn en mis dramatizaciones. 

     No niego que Óscar hiciera mal en dejar el cerrojo abierto, buscando que el supuesto novio de Oliver los pillase juntos, pero resultó ser él quien lo invitó a casa, lo calentó, cual microondas instantáneo, y lo rechazó luego a patadas, dejándolo en ridículo delante de ese falso novio. Y eso sí que no se lo consiento, ¡joder, que es mi hermano, y gilipollas o no, me corre por las venas su misma sangre! 

     —¡Leire! —me grita Héctor muerto de risa. Me detiene en plena calle. 

     —¿Qué? 

     —No me estabas escuchando. 

     —No mucho, la verdad. 

     —Ven aquí. —Él se identifica con mi pena y me abraza. Su calor me reconforta en esta mañana fría. 

     —Echo de menos a Oliver. 

     —¿Y por qué no hablas con él cuando vuelvas a casa y os dejáis de tonterías? 

     Me aparto para mirarle a la cara, lo justo para no tener que desprenderme de sus brazos.

     —¿No vienes conmigo luego? 

     —Me gusta la idea de que quieras abusar de mí en el dormitorio como excusa para no verlo, pero... 

     —Ya. Almuerzas con tu familia. 

     —Eso sí lo has oído, ¿no? 

     —Y lo del baño también. Y déjame decirte que si te pillo grabándonos alguna vez, el video que subirás será el de tu polla amputada —afirmo riendo. 

     Él, lejos de avergonzarse por intentar gastarme esa broma, ríe conmigo tras fingir cara de dolor. 

     El lugar, que por fin elegimos, es sencillo, Héctor me lo recomienda personalmente por su amplia carta de tostadas. Al menos hoy no tendré forma de meter la pata con el alcohol, solo tengo que evitar desafiar a mi suerte y tomar la séptima tostada de todas ellas. 

     —Yo también tengo una abuela —confieso tomando mi primer bocado del pan. Y es que hablábamos de su abuelo y la reunión semanal de su familia.  

     —Podríamos presentarlos, sería divertido si llegan a congeniar. 

     —Lo dudo, no querrá saber de ti ni de tu familia. 

     Héctor escupe parte de su café sin llegar a liarla demasiado. Yo me río. Él me contaba las aventuras de su abuelo, ¿no?, verás cuando oiga las manías de mi abuela. 

     —Odia el cuerpo, ya tuvo bastante con el abuelo y no le perdona que nos hiciera a todos policías —digo acercándome a la mesa, buscando intimidad con él para un beso. Héctor no sale de su asombro. —Solo si le hablas de tus antecedentes, puede que te permita besarme delante de ella. 

     Y ahora se ríe a carcajadas, momento que yo aprovecho para besarlo. 

     Seguimos riendo y desayunando entre besos que nos alimentan y nos acaloran. Necesito apartar las cosas de la mesa para acercarme más a Héctor, y es así cómo la veo. 

     No puede ser, habré contado mal. Cuento de nuevo en la carta el orden del desayuno que estoy tomando. ¡Joder, no! 

     —¿Qué te pasa?

     —Yo pedí el siete. 

     —¿De qué? 

     —De esto. Pedí el siete —repito a ver si así se convierte en realidad. 

     Héctor coge la carta sin entender demasiado y la lee.

     —No, mermelada con mantequilla. Aquí está, la número seis. 

      —No,  no, no, no, no, no. Es la primera vez que me equivoco en veinte años. No es posible. ¿Por qué contigo nunca es el siete? —me quejo a punto del llanto. 

     —Empiezas a preocuparme con eso del siete, Leire. 

     Sé que para Héctor es como si hablara chino con una interna de un psiquiátrico, de ahí su cara de lástima y que quiera darme su consuelo con caricias en la mano. 

     Mi teléfono suena posponiendo mi respuesta, ¿qué puta señal es esta de mi destino que no me deja disfrutar del contacto de Héctor en el peor momento de mi vida? 

     Lo cojo con la esperanza de que sea Oliver, así podrá aconsejarme. Pero a menos de que esté con Óscar, que lo veo improbable, solo se trata de mi hermano. 

     —Mira, el preferido de la abuela —le digo a Héctor sonriendo—. Creo que es porque nunca lleva uniforme, por esos tatuajes que parecen hechos en prisión y por las greñas que trae. Dime, Óscar, ¿qué tengo qué hacer? —contesto a mi hermano acariciando la mano de Héctor sobre mi cara ahora. 

    —Recogerme. 

    —Has bebido —afirmo más que pregunto 

     —Sí, vine al a acabar el turno con los chicos de la unidad a tomar unas cañas y…

     —¿A estas horas? —termino por él. No hace falta que lo jure oigo las risas de juerga con sus colegas, la música que suena a tope. 

     —Tendrás que llevarme a casa de papá...        

     —… para cubrirte. 

     —Esa es mi hermanita, ¡la poli lista de la familia! —ironiza a modo de celebración. 

     —No te muevas de ahí, ¿dónde estás? 

     He ido levantándome de la silla, mientras retenía la dirección en la mente y sacaba el dinero de los desayunos. Héctor me imita y me pasa mi chaqueta mientras se pone la suya. 

     —Es una intervención familiar, ¿estás seguro de querer acompañarme, Camacho? —pregunto sonriendo. No haré caso a las señales que quieren que me aleje de él, aún tengo que encontrar ese siete que nos une y estoy segura de que será pronto—. Mira que después ya no habrá escapatoria. 

     Él aprovecha que me está ayudando con la chaqueta para abrazarme por detrás, sonríe de igual manera. 

     —Me han condenado sus besos, oficial. Y dígale a su abuela que no me iré de su lado en los próximos cincuenta años y un día. 

     Bien, debemos parar el puto beso de sentencia judicial, o mi hermano es capaz de liar lo que esté a punto de liar en ese bar. 

♣️❤️♠️♦️

📝San Blas: Distrito de la ciudad de Madrid.

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