10. El De La Oportunidad
Cuando mi padre secundó la propuesta de Óscar de que Héctor me acompañase a casa, yo debería haberme negado, y no alegrarme por ello, ¡para lo que me ha servido!
Desde que se callase ante la orden del comisario, Héctor no ha vuelto a dirigirme la palabra, y tras dejar a Manu en el hotel, como estaba previsto, llegamos a mi casa sin decirnos nada.
—¿Vas a estar callado todo el día o puedo tener esperanzas de que en algún momento oiré tu voz? —pregunto a Héctor mientras bajamos de su coche en la puerta del edificio donde vivo.
—Pregúntale al comisario si me permite hablar.
—Te he dicho ya que no sabía que te lo pediría de esa manera.
—Ha sido bajo amenaza de arresto y, o, entrega de placa y pistola si me negaba a traerte, no me lo ha pedido simplemente, Leire.
—Él es así de persuasivo. —O. K, no es el momento de bromear con él, me percato de su cara seria y la ausencia de su sonrisa.
Entramos al portal donde esperamos con impaciencia la llegada del ascensor. Él, creo que sin ánimo de quedarse encerrado conmigo durante los siete pisos, y yo, animada de poder estar en tan reducido espacio con él.
Las puertas se abren y juntos pasamos al interior. Yo antes, él detrás.
—Pues tu guardia es de ocho horas hasta que regrese Oli del hospital, así que puedes pasarlas amargado, serio y cagándote en la institución policial que está por encima de ti, o disfrutarlas conmigo —digo pulsando el botón del séptimo piso con rabia.
—¿Disfrutarlas, cómo?
Miro su reflejo en el espejo, me observa detenidamente, y aun con ese frío cristal de por medio puedo sentir el calor que me alcanza de esa mirada.
—Dímelo tú, que me dijiste que lo harías y todavía estoy esperando una reacción tuya.
Él se acerca más, mi espalda recibe ahora el calor de su cuerpo y mi oído, el aliento de su boca. Va a hacerlo, me va a decir que le gusto.
—Pues espera sentada. Porque primero tienes que llamar a Torres como le prometiste, “preciosa”. —El ascensor se detiene provocando su alejamiento para salir primero.
Héctor me espera frente a la puerta del piso mientras sonríe por su patética imitación de Manu.
Yo reacciono tarde, a punto de ser arrollada por la puerta del ascensor al cerrarse. Pero aun así, la que arrolla con sus palabras soy yo.
—La culpa es tuya, tú lo trajiste al hospital y te acobardaste con él. Y tú eres el único que podría llamarme preciosa si quisieras.
Entro al piso enrabietada y saludo a Seven que sale a verme, pero el muy traidor me abandona rápido para ir con Héctor. ¡Maldito poli sexi!
—Cariño, tengo que volver al trabajo —me dice Oliver con lástima para que cuelgue de una puñetera vez el teléfono.
Nada más entrar al piso, le di los buenos días a Héctor y le dije que me iba a dormir en cuanto desayunase algo. Pero no llegué nunca a la cocina, me encerré en la seguridad de mi habitación buscando el consejo de Oliver.
—Dos minutos más, por favor, si cuelgo no tendré más remedio que llamar a Manu.
—Leire, cielo, ¡apaga el teléfono para no hablar con él!
—No puedo, dije que lo llamaría, pero Héctor está ahí afuera y no quiero hacerlo. Tenme paciencia, Oli, por favor. No sé qué hacer con ellos.
—El otro poli Benítez acaba de terminar con mi cupo del día, no me queda paciencia para ti.
—Un consejo entonces. Solo te pido uno, y no vale decirme que apague el móvil, por favor.
Nos quedamos tan en silencio que incluso oigo mis tripas, no solo tengo hambre, sé que algo en su interior me las están machacando. Nervios, rabia o incertidumbre, no lo diferencio. Y duelen. ¡Joder que si duelen!
—Llámalo, y acaba con lo que tengáis de una vez.
—¡No puedo hacerlo así!, ¡vaya mierda de consejos que das!
—¡Pues no me lo pidas cuando acabo de volver a discutir con Óscar sobre nuestros trabajos!, ¿sabes qué me ha dicho? ¡Que no puede olvidarme y que se muere sin mí! Ese idiota cree que caeré en su engaño.
—¿Y qué hay de lo mío? Héctor está aquí, y yo sé que él sí se muere por mí.
—¡Qué egoísta eres! No quieres lastimar a ese, pero tampoco terminas con el otro.
—¿Eso crees?, ¿qué estoy jugando con los dos?, ¿y qué te hace pensarlo?
—No vas a liarme para evitar esa llamada. —Me ha pillado, son muchos años de conocernos—. ¡Leire, espabila!
—Está bien, llorón, saldré ahí fuera y se lo confesaré yo.
—Respira siete veces de las tuyas, quizás te ayude —dice muerto de risa ahora.
¡Qué pronto se ha repuesto del mal rato que le ha hecho pasar mi hermano, ¿no?!
—Vete a la mierda. Y sí, Óscar no solo se muere por ti. No logra ser feliz desde hace dos años que lo dejaste, ya no sabe qué hacer para acercarse a ti y que le dejes hablar.
—¿Y por qué no me has dicho eso nunca? Me dijiste que era para fastidiarnos. Eres una cabrona.
—Yo también te amo, cariño. Un beso. —Y cuelgo, como él quería.
Por lo menos que uno de los dos consiga saber lo que quiere con los hombres. Algún día me lo agradecerá.
Una tos me sobresalta al otro lado de la habitación.
—La puerta estaba abierta, de otro modo hubiera llamado —se excusa Héctor mientras deja encima del escritorio una bandeja con un desayuno preparado.
—Era Oliver, no Manu. —Ante todo, sinceridad.
—No he preguntado.
—Pero quiero que lo sepas.
—Vaaaale —dice con la eterna sonrisa de su rostro.
Pretende irse, pero hasta aquí llegó. Tenemos que hablar.
Corro a cerrar la puerta de la habitación y apoyo la espalda en ella. De querer salir tendrá que apartarme a empujones, y eso sería tener que tocarme antes, agarrarme y apretarme con esas manos grandes, que ya sé lo suaves que son.
—Me alegra ver que estás tan recuperada como para querer pelear. —Y suelta una de sus sonrisas burlonas.
—Has hecho el desayuno para mí sin que nadie te lo ordenara.
—Dijiste que tenías hambre.
—También dije que podías disfrutar esta oportunidad conmigo, y no te decides.
—Leire…
—Si no vas a decirlo tú, tendrás que oírlo de mí.
—Leire, no tienes que hacerlo…
—Me gustas, me gustas mucho. Y no sé por qué, pero lo haces, Camacho.
—Vaya, creo que me has ofendido —Y es cuando lo veo sonreír que lo tengo. claro.
—Bueno, sí lo sé. Es por esa estúpida sonrisa que nunca pierdes y que siempre me dedicas.
—¿Y ahora me llamas estúpido?
—Tú no, tu sonrisa. Me pone mala desde la primera noche en aquel cordón. Solo quiero borrártela a besos desde entonces, ¿sabes?, porque también quiero ver tu expresión de deseo por mí.
Héctor disimula su sonrisa tras la mordida de sus labios.
—Mi cara no es lo único que puedo mostrar de deseo contigo, Leire —dice con un susurro excitado ya muy cerca de mi oído.
¡Joder! Para no hablar demasiado ha puesto en marcha un diálogo muy caliente que muero por que pase a la acción.
—¿Tu voz ronca, quizás? —gimo al sentir sus labios en mi cuello cuando los pasa por él suavemente, sin prisas.
—Me refería a mis caricias. Mis besos. O mi cuerpo. —Es decirlo y me da muestra de todos ellos.
Acaricia mi cara, la que besa cerca de mi boca, hasta llegar a pegarse tanto a mí que noto la dureza de toooooodo su cuerpo.
—Me gusta también todo eso —digo riendo.
El soplido de su sonrisa en mi boca me estremece.
—Gracias.
—¿No tienes nada que decirme tú ahora? —insisto ya que está tan vulnerable, y parece que de buen humor.
—No vas a olvidarlo, ¿verdad? —sus ojos sonríen sin reproche alguno cuando ve mi gesto negativo de cabeza.
—Para tu desgracia el golpe no me ha provocado amnesia.
—Eres mala conmigo.
—Puedo serlo más —amenazo con una sonrisa que he mojado con mi lengua.
—Me gustas, Leire. Me gustas tanto que no dejo de pensar que yo no soy el único que te gusta a ti.
Puta respuesta, no era la que esperaba, me hace sentir otra vez indecisa con mi suerte.
—Héctor, yo…
Y para que me calle solo se le ocurre unir su boca a la mía.
Me agarra de la nuca, desnuda por mi coleta, mientras yo me sujeto a su pelo. Nuestras bocas se encuentran con una sed desmedida, la que solo satisfacen nuestros gemidos a través del beso que nos damos. Su lengua golpea la mía cuando mis labios muerden los de él. Héctor me busca, me excita. Consigue que mi deseo se desborde y me condena con ello a necesitar más de estos besos suyos, que hacen que me cuestione si otro que me dieron antes me hizo sentir así: Poderosa, al tiempo que indefensa.
Porque he conseguido lo que quería de él, pero a un alto precio. Héctor ya podrá hacer conmigo lo que quiera.
Y así disipo mis dudas. Ni el más reciente de otros besos lo ha logrado.
Héctor baja el ritmo de su excitación para acabar con tiernas caricias de sus labios en los míos.
Me mira a los ojos, acaricia mi cara y dice:
—He tratado de mantenerme al margen mientras te he visto con él, pero después de tu respuesta haré mi propia lucha.
Admito su oferta, pero no la comparto.
—No beso a cualquiera, Héctor, y si lo he hecho contigo es porque no habrá nada por lo que tengas que luchar a partir de ahora.
Él sonríe, relajado por su triunfo.
—Por si acaso, déjame darte mis razones.
—No seré yo quien te lo impida.
Su nuevo beso es otra vez posesivo, ardiente. De los que dejan huella sin hacerte daño porque inyectan pasión en tu recuerdo, a mí además hoy marcará mis bragas. Y para ello inmoviliza mi cara con sus manos al tiempo que el resto de su cuerpo lo hace con el mío. La puerta a mi espalda hace su trabajo y me repele hacia él para que pueda sentir cada músculo, cada dureza suya.
Pongo de mi parte y levanto una pierna para que se acomode sobre mí. El calor que desprende mi abertura hace que Héctor se mueva, lo justo para que su roce intensifique nuestras ganas, para que ardamos juntos así llevemos nuestros uniformes puestos.
—El médico dijo que guardases reposo —me dice en el oído antes de atrapar el lóbulo de mi oreja entre sus labios—. ¿Cómo estás? Dime que podemos hacerlo o me reventará de ganas, Leire.
—Sí —recalco dejándome besar otra vez—. Todo irá bien mientras no me golpees la cabeza con el cabecero.
Y puedo absorber su risa mientras contengo la mía.
—Mierda. —Héctor no puede hablar sin gemir antes, respira excitado—. Y yo que pensaba ponerte mirando a…*
—¡Es coña, ¿verdad?! —protesto, apartándolo de repente.
Su negativa silenciosa, mientras mueve la cabeza, me eriza la piel de todo el cuerpo.
Esa sonrisa de Héctor es nueva, y junto a su mirada ambas me hacen cerrar las piernas, las que ya me tiemblan solo de imaginarlo dentro de ellas, y por detrás.
Pero no es hasta que me sujeta por el brazo, en un movimiento de arresto, que me mojo por completo.
Me ha dado la vuelta en un giro inesperado, y ahora tengo la mejilla pegada a la puerta con la muñeca sujeta a mi espalda. El hombro contrario me sirve de apoyo.
—¿Piensa que no es cierto que la deseo hacer mía en todas las posturas posibles, oficial?
—No me llames así antes de follar —ordeno demasiado metida en el papel de superior.
—¿Por qué?, me pone mucho decírtelo.
—Y a mi oírlo —digo entre jadeos.
—Entonces, ¿qué problema hay si nos pone cachondos imaginarte al mando?
—Que vas a hacer que me corra antes de abrir las piernas, idiota.
—De eso nada. —Héctor da una leve patada al interior de mi tobillo derecho que me obliga a separar las piernas—. Seré yo quien lo consiga de verdad.
Pasa su mano por mi vientre hasta dar con el botón de mi pantalón del uniforme. ¿Cuántas veces habrá desabrochado el suyo, con una mano, para que no le cueste hacerlo con el mío? Con esa inocente maniobra Héctor se asegura espacio para meter sus dedos en mi pubis, donde sus intenciones son de todo menos inocentes cuando ya alcanza mi entrepierna, cuando la suya, dura, se clava en mi cadera.
—Me bastará con esto —dice al penetrarme con dos dedos, los que se deslizan a través de mis paredes vaginales que ya chorrean.
Los mueve con soltura, dentro y fuera, y hasta se permite hacerlos gancho, así Héctor termina por extraer más gemidos de mi boca, más fluidos de mi interior. Ese sonido del vacío húmedo me excita, pero yo necesito ese roce final que me haga estremecer. Confieso que en cuanto a la masturbación soy más clitoriana que vaginal.
Y no sé si lo habré pensado en voz alta, pero Héctor adivina mi placer cuando saca sus dedos empapados de mí para pasarlos por mi clítoris una y otra vez. Una y otra vez. Y oooootra…
—Y ahora, a hacerle caso al doctor —me dice cuando todavía no dejo de temblar en su mano tras correrme. Me ha besado en la sien y yo he sonreído al sentir su labios.
Héctor me libera de su agarre y por fin puedo ver su cara, la que está ruborizada como ha de estar la mía por el calor que desprendo.
Me acerco a besarlo, él me aparta el pelo de los ojos antes de dejarse acariciar por mi boca.
—¿Descansas conmigo? —pregunto, y sin esperar respuesta tomo su mano para meternos en…
No puedo mover el bloque de cemento que parece ser ahora el cuerpo de Héctor, y lo digo más bien por lo pesado que se ha vuelto. No quiere dejarse llevar.
Me vuelvo a mirarlo.
—En la cama no, o no se me volverá a levantar en la vida —dice, y veo cómo sus ojos recaen en la camiseta roja que está encima del colchón.
Mierda, se ve perfectamente el siete de la espalda.
—Deberíamos dormir un rato —dice Héctor buscando de nuevo mis labios. Los encuentra cerca de su boca, los besa y muerde lento, húmedo.
—¿Para qué? —Más que tener sueño ahora mismo, acabo de motivarme.
Los dos seguimos desnudos, los dos nos acariciamos.
Toco su hombro y paso mis dedos por el enorme tatuaje que lo cubre hasta el pectoral, y que tanto me ha gustado verle mojado de la ducha —yo también sigo húmeda si eso te sirve para saber cuánto me gustó—. Nunca te dije que se trata de una armadura de gladiador.
—Vamos, Héctor, no seas perezoso. Terminas tu guardia, en veinte minutos, con cuatro días de descanso, y yo estoy de baja. Podemos dormir en otro momento. Hablemos un poco más.
—Tú quieres agotarme para que no me vaya de tu lado, ¿verdad?
—¿Se ha notado mucho?
Su sonrisa, su beso y sus gemidos, al sentir mi cuerpo tan pegado al suyo, me dan esperanzas.
Y es que desde que miró esa camiseta de Manu, hace horas, no he podido dejar de pensar que se lo imagina a él conmigo aquí, en la cama.
Llegamos al acuerdo silencioso de que al menos no serían las mismas sábanas. Un trato justo si analizamos las pocas horas que pasaron desde su último huésped. Héctor fue muy comprensivo y para nada exigente.
—¿Me puedo duchar antes? —preguntó y yo lo entendí de inmediato.
Y así supe que Héctor necesitaba que el aroma impregnado en mí y mis sábanas fuera solo el suyo a partir de ahora.
—No tardes —me despedí de él con un beso que deseé lo hiciera regresar a mi dormitorio sin más dudas.
Y Héctor volvió de la ducha demasiado confiado, y enérgico diría yo. Seguro que el tiempo que estuvo en remojo le hizo recapacitar y meterlo de nuevo en esa lucha que quería llevar a cabo.
—No entiendo tu insistencia en saber cuántas novias he tenido —dice ante mi negativa de cerrar los ojos.
Lo siento, tengo que saberlo cuanto antes. El consejo extraño de Oliver sobre los amigos/amantes y querer romper mi regla del siete con él, como me recomendó mi padre, me condicionan si quiero que esto funcione.
Ojalá hayan sido seis esas mujeres.
—Es importante para mí.
—Está bien. —Que tenga que pensarlo es buena señal, estará contando—. Con la de primaria… son cuatro.
—¿Nada más? Pero ¡si estás que crujes!
—¿Tienes idea de lo mal que suena eso?, parece que el insensible, egocéntrico o con temor al compromiso sea yo.
—Son pocas, reconócelo.
—¿Desde cuándo las tías quieren muchas ex a las que controlar? —dice riendo.
—Ya verás que yo soy diferente. Probemos con otra cosa. —He de encontrar rápido esa conexión entre él y mi suerte que me diga que estoy en el buen camino. Porque Héctor ni de lejos cumple los requisitos de mi chico 7, a excepción de los minutos que consigue de mi placer, pero que ya no le hacen tan exclusivo como en su día ocurrió con Manu—. ¿Cuántos años llevas en el cuerpo?
—Diez —contesta al darme otro beso.
—¿Tantos, y no pasas de agente?, yo promocioné a los cinco. Lo siento —me apresuro a decir al ver su cara ofendida—. ¿Qué horóscopo eres?
—Sagitario. ¿A qué viene esto ahora? —pregunta cada vez más desubicado.
—Mierda. No eres Piscis.
—No.
—Pues no me vale tampoco, Sagitario es el número tres.
—A ver, que yo me entere. ¿Qué número estás buscando que te diga?, porque me siento fuera de lugar con tus conjeturas, Leire.
—El siete.
Él medita y busca en su memoria a qué puede responder con el número siete.
—Si me preguntas en cuantos idiomas sé decir hola, adiós y gracias, son siete. —Y estalla en carcajadas.
—Idiota, no te rías.
—Lo siento, Leire, pero es lo más raro y divertido que me ha pasado en la cama después de… bueno, tú sabes…
—¿Qué?, ¿follar con una loca adicta al siete? Porque no lo sé, Héctor.
Y ahora la que ya no tiene ganas de hablar soy yo, no hay nada que nos identifique como compatibles en mi suerte.
Me incorporo para sentarme en la cama y alejarme de él. Héctor no quiere que lo haga y me abraza por la espalda para que no lo deje solo. Se posiciona detrás de mí y abre sus piernas, entre las que me encierra.
—Lo más divertido que me ha pasado en la cama después de no tener que lamentar un gatillazo —murmura avergonzado.
Recibo un beso en el hombro que hace que me arda el estómago, y no de excitación, sino de culpa.
—No tienes que pensar en eso, ya lo hemos hablado. Es un hecho que él ha estado aquí, no podemos negarlo, pero sí que podemos construir nuestros recuerdos para que nos ayuden a olvidar los suyos.
Libre de culpa, mi cuerpo al fin se estremece al recibir las caricias de sus dedos por mis brazos, dejo caer mi cabeza hacia atrás, la que encuentra apoyo junto a su mejilla.
—Aún no puedo creer que sea yo quien está aquí.
—Eso digo yo. ¿Qué haces aquí? Eres un adicto al café aguado de máquina, me haces beber demasiado alcohol sin cenar, no hay conversación que tengamos que no me den ganas de meter tu cabeza en el váter... Y lo peor de todo es que voy a acabar mal en el curro si te sigo teniendo al lado en un servicio. Solo hay algo que te salva...
—… que estoy que crujo —finaliza él riendo.
—No. —Me río con él—. Que algún día me podrás decir te amo en siete idiomas.
Héctor deja de reír para tomar mi cara entre sus manos y besarme con pasión. He de girar mi cuerpo para corresponderle, y sin perder contacto de nuestro beso lo hago, hasta tumbarlo sobre la cama y ponerme de rodillas sobre él.
A tientas busco un condón en la mesita de noche y se lo entrego para que me ayude a abrirlo, porque seré yo quien se lo ponga. Él me cede el mando que parece gustarle tanto, y tardo solo unos segundos en conseguir su erección.
Cuando se ve preparado, y enfundado, sujeta mis caderas y hunde sus dedos en mi piel. Me orienta para que descienda y pueda así penetrarme yo misma. No le costará alcanzar mi dilatación, mi interior caliente lleva horas sensible y mi abertura sigue mojada por él, no habrá necesidad de preliminares. Su pene duro entra despacio, y yo lo acojo en mi vagina al tiempo que él me pellizca los pechos, los estimula y los estruja para satisfacerme más.
Nuestras respiraciones ahogadas se entrecortan, pero se acompañan entre ellas, los gemidos que emitimos se convierten en el eco de nuestro placer. Encajamos a la perfección, y es increíble que ya conozcamos nuestro ritmo, nuestra excitación mutua.
Muevo mis caderas y me dejo alcanzar en lo más profundo con cada movimiento que hago, con cada una de sus embestidas.
Hasta que Héctor me toca sin avisar y hace que me corra, de nuevo con sus dedos en mi clítoris. Caigo sobre su pecho, donde necesitaré recuperarme.
Y este último de mis movimientos propicia también su orgasmo, que le arranca el gemido definitivo.
Me gusta ese “joder” que se le escapa al acabar.
—Dime que estás agotada, por favor —consigue decir entre suspiros que le ayudan a respirar—, que podemos dormir ya —me pide como lamento—. No me obligues a llamar a tu padre y pedirle que me expediente por abandono de obligaciones.
Me río con dificultad, es cierto que de permanecer un segundo más aquí, sobre él, me duermo.
Cuando conseguimos dejar de besarnos, me quejo del frío que hace, supongo que saciada ya nuestra calentura es lo normal para final de febrero que es. Pero entonces reparo en que Héctor, aparte de su uniforme, no tiene prenda con la que taparse él.
No. Olvídate de la camiseta de Manu, no soy tan hija de puta.
—Voy al dormitorio de Oliver y te traigo algo —digo cuando me he puesto un pijama y le beso la mejilla.
Cruzo el pasillo casi corriendo, no son ni tres metros, pero no puedo tardar, Héctor ha bostezado y cree que no le he visto.
¡Y por eso precisamente se cierran las puertas de los dormitorios cuando no quieres que te vean en la intimidad! ¿Por qué no echó el puto cerrojo?
♣️♥️♠️♦️
Establecidos los equipos, ¿a cuál perteneces tú❓
1. Seleccion Nacional de fútbol sala.
2. Cuerpo Nacional de Policía.
Leire lo tiene claro.
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