3
Son incontables los años que pasé deambulando en medio de la noche haciéndome siempre la misma pregunta, sin que ninguna de sus posibles respuestas me dejase satisfecho, sin que se sintiese correcta: ¿cuándo comenzó? No debería haber sido algo tan complejo de responder, en teoría; se supone que uno sabe esa clase de cosas, no se mantiene en vilo más ocasiones de las que puede admitir sin sentir vergüenza.
Y es que yo necesitaba saber con exactitud cuándo. Porque vamos, estaba seguro de que no pudo darse el banderazo de salida la mera noche en que nos conocimos, pues apenas intercambiamos un par de palabras; tampoco durante esas semanas posteriores, en las madrugadas en las que todo se resumía a risas que salen a flote con la primera provocación y música que retumbaba en las ventanas y hojas sueltas por todos sitios garabateadas con rimas que no conocerían jamás otro destino que no fuera el fondo del bote de basura. Tardes bañadas en horas doradas como escenario de nuestros cadáveres exquisitos, conciertos repetidos en la televisión de su casa; de tragos y marihuana. De amigos y artistas y todo lo que existe en medio de ambas fronteras. Hasta ese punto, incluso pese a mis intenciones ocultas, Paul no era más para mí de lo que cualquier otro de mis colegas.
He llegado a la conclusión de que me resultaba tan difícil de explicar porque lo nuestro no fue nunca como el resto de las historias que se me contaron por ahí desde que era un niño. Claro que existe algo de mágico en el encuentro divino de lo inevitable, solo no fue nuestro caso. Incluso cuando por momentos —muy pocos, eso sí— llegué a sentir el calor de la envidia en la boca del estómago ante el mero relato de aquella descripción de amor que todos, excepto yo, parecían conocer. "Una mirada y lo sabes", "una caricia accidental en el dorso de la mano y no hay vuelta atrás". Me resultaban encantadoras, aunque sospechosas, esas conexiones donde no existía la culpa y siempre sobraban las excusas: no pude evitarlo, no lo decidí, en el corazón no se manda.
Para ser justos, quizá yo tampoco gobierno sobre mi corazón y es por eso que ahora estoy aquí, o sigo aquí. Sin embargo, sé que no fue este nudo visceral en medio de mi pecho el que de un segundo a otro cayó sin remedio, porque fui yo quien me encargué a plena conciencia de traer la leña, armar la hoguera, encender la chispa y avivar la llama hasta que se me prendió la casa entera. Y cerré las puertas y me quedé ahí a arder con ella. Con él. El fuego besando mi piel fue mejor que el cariño instantáneo, las quemaduras de tercer grado se quedan más tiempo contigo que el cosquilleo de un beso. Y tuve oportunidades de sobra para dar un volantazo de emergencia y huir, que nunca se diga que no; en esos momentos ni siquiera me hubiese afligido el no volver a verle, hasta mis amigos decían que era lo mejor. Me tomaban la cara y me jalaban el cabello y me abofeteaban y me rogaban que me olvidara de él. Pude. Me habría sobrado el apoyo. Pero quise quedarme, nunca permanecí ahí porque me forzara a estar y eso estuvo bien, se sintió como llegar a casa. La razón no pudo detenerme de sumergirme en el agua de a poco: primero los pies, las rodillas, la cintura. Me encantó flotar con su marea, alejarme de la orilla. Decidí, con todas sus letras, enamorarme de él y nunca me arrepentí de ello, ni siquiera cuando quise deshacerme del encanto y ya no hubo vuelta atrás. Ni siquiera ahora.
La respuesta se me presentó como una epifanía: comenzó la noche en que su mirada vivaz y juguetona cambió al contemplarme. Supe que las cosas eran irremediablemente diferentes desde ese instante, cuando me observó, por primera vez, con desprecio. Me derretí por él al momento. Lo entendí, además.
Claro que hay resentimiento al percatarte de que no te han sido sincero, pero ¿cómo reclamar cuando sabes que tú tampoco lo has sido? Lo delató el aire contrariado en su forma de hablar, la incomodidad dentro de su propio cuerpo. No podía culparme, yo debía ir con cuidado; tantear de a poco el suelo hostil en el que pretendía (muy feliz) arrastrarme. Lo primero era saber si me correspondía una sonrisa, si no rehuía a un abrazo muy de amigos ya con algunas cervezas encima. Una palmada en el muslo. Nunca fui su amigo por completo porque no puedes serlo de alguien a quien, en el fondo, quieres llevarte a la cama. Pero él se fue falso a sí mismo, al engañarse y pretender que cuando también se volvió físico conmigo, lo hizo con inocencia
Esa chispa de repulsión en sus pupilas al mirarme no fue otra cosa de su reconocimiento en mí, sintió asco de sí mismo, porque cuando le pasé la mano por la espada experimentó algo que no debería. Y peor aún, que le encantó. Por eso y nada más fue que él también se quedó, aunque yo fui muy cuidadoso al mostrarle todas las advertencias. A él igual que a mí le prendía la certeza del no retorno y de la mancha que nuestros besos dejaban sobre todo lo aprendido, lo puro, lo correcto
No pasó mucho después de eso para que viniera a mí, ¿se acordará de eso? ¿De que fue él quien me buscó? ¿Lo recuerdas, Paul? Que en esos días hubo silencio y yo te concedí cada uno de ellos porque ahora no deseaba solo tu cuerpo, sino tu corazón contrariado que, en el fondo, se parecía bastante al mío. Ni siquiera me senté a su lado cuando coincidimos con nuestros amigos, lo dejé ser para que tomara la decisión definitiva, para que jamás pudiera echarme en cara las cosas a las que lo "orillé". La culpa sería compartida, lo sigue siendo.
Entonces llegó aquella fiesta, porque siempre era una de esas. Y no habías bebido, pero los dos estábamos colocados solo de aspirar el humo de los porros comprimidos en la sala de la casa de quién-sabe-quién. No sonreías, no ibas tan arreglado, tus ojeras podían verse a un kilómetro de distancia y si me hubieses dicho que no habías comido en tres días, te lo habría creído. Pálido, consternado. Me gustó pensar que parecías un vampiro deambulando sediento y yo estaba más que listo para darte toda mi sangre aún si solo me pedías un par de gotas. Qué espeluznante, qué deliciosa la forma en que me supe tuyo desde el segundo en que sucedió el cambio.
No hablamos demasiado, nunca fuimos de hacerlo en los momentos importantes. Hay cosas que dicen mucho más que algunas palabras. Mi papá solía decir que, en ocasiones, un golpe solucionaba más rápido un conflicto que todo el diálogo del mundo; en eso, sus ideas iban a la par.
En su lugar, me acechaste hasta que estuve a solas y te abalanzaste sobre mí. Hubiese odiado que me tomaras por la cintura, no habría sido propio de ti. En cambio, tu mano se enroscó en mi cuello y me empujaste contra la pared; el golpe que dio mi cabeza en el muro me desorientó por un segundo, pero me quedé muy quieto mientras veía tu rostro acercarse al mío.
—¿Qué me hiciste? —La desesperación desgarraba tu voz, hablabas entre dientes, rabioso. Pero nadie se coloca así de cerca si no desea un poco más, ¿o sí, Paul?—. Me enfermaste.
¿Te enfermé? ¿Te contagié de algo? Quizá sí. Había en mi cabeza algo roto antes de que entraras en mi vida y encontrarte no hizo más que avivarlo un poco más. Es probable que si no hubiera aparecido en la tuya también hubieras llegado a ser lo que fuiste por tu cuenta... pero lo dudo. Habrías sido pasajero, estoy seguro. Mi enfermedad, que se convirtió en tuya también, te dio lo que tiene todo lo inmortal. Nada que no esté un poco torcido, que no sea un tanto desagradable, que no revuelva las tripas, vale la pena ser observado por más de diez segundos.
—Puedo aliviarte, también.
Te besé y tú respondiste, porque los dos sabíamos que lo que buscabas de mí esa noche no era una cura, sino la certeza de que vivirías maldito para siempre. Eso te di. La maldición de mi compañía, que fue el mejor regalo que pudo darte el universo. Lo sabes, Paul. Esa noche, con la mano dentro de tus pantalones, con la boca, te obsequié la fuente de la inspiración infinita. ¿Valió la pena el costo que tuviste que pagar a cambio? Eso nada más puedes decírmelo tú. Mi facultad se limita a mí mismo, y para eso es esta memoria, ¿no lo crees?
Paul no fue el primer hombre con el que estuve en mi vida, aunque eso él lo sabía y no creo que para nadie sea una sorpresa; tampoco fue el último, ni eso se lo oculté. Sin embargo, sí fue el primer y único ser humano que me hizo sentir. Así, a secas. Sentir.
Cuando me lo encontré, no sabía de lo que me perdía hasta que me hirió por primera vez. Paul me hizo entender por qué estaba yo caminando sobre la tierra, le dio un sentido a las cosas que antes de él no comprendía, me dio un propósito a mí y a mi arte. Deseaba, necesitaba, sentirlo todo a carne viva. El dolor de la traición y la violencia y los moretones y las quemaduras como si me desollaran y expusieran mis músculos ante cualquiera que quisiera contemplarlos. La alegría de una mirada furtiva, el deseo de un camino de vello que parte en dos el abdomen por debajo del ombligo. La soledad, la ausencia, el vacío que no se llena y te hace treparte por las paredes. Amor. Nada es igual que el amor cuando no lo llevas en el pecho, sino en el estómago. Las montañas más altas, las fosas más profundas, solo me las dio él.
Tú, Paul, hiciste de mi arte algo que valiese la pena. Mi técnica no era nada sin el contenido que llegó cuando empecé a escribir de tus ojos oscuros y tus manos fuertes y tus traiciones asquerosas. Sobre tu mirada perdida y las cicatrices en tus brazos, en las piernas, en los tobillos.
Que me rompieras el corazón y el cuerpo y el espíritu, lo supe incluso en medio del caos, valió la pena por el arte. Y por las caricias y los besos y las súplicas con las que te encargaste de reconstruirme de a poquito cada vez, llenándome con piezas tuyas los lugares en que las mías, después de tanta grieta, ya no sabían dónde encajar.
¡Hola, hola! Espero que estén teniendo un buen domingo. Mi semana en el trabajo estuvo de locura, incluyó dedos rebanados, e igual todo lo que quería era poder seguir escribiendo y subiendo cosas ldskfj. Al final, no importa lo que haga o a lo que me dedique, mi existencia siempre se reduce a ser escritora. No es queja, me encanta.
¿Cómo están ustedes? ¿Les gustó el capítulo? ¿Hay opiniones sobre Isaiah/Edén? Leo.
¡Nos leemos pronto!
Xx, Anna.
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