Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 7

En las siguientes semanas no hubo muchos más avances en mi relación con Isabel. Conseguí alejar de mi mente la confusión que todavía me acechaba de vez en cuando, y gracias a ello pudimos seguir con nuestra rutina habitual: merendábamos juntos por la tarde después del colegio, salíamos a jugar al parque, quedábamos para hacer los deberes y algún que otro fin de semana nos aprovechábamos de nuestros padres para irnos de excursión.

Sin embargo, todo aquello cambió cuando terminó el curso dándole paso a las vacaciones de verano.

Disponíamos de muchas más horas para poder estar juntos, pero al no ser más que unos niños queríamos poder disfrutar también de la compañía de nuestros amigos. Desafortunadamente, no se llevaban demasiado bien entre ellos.

Pero Isabel y yo éramos más listos, y jugábamos con la ventaja de formar un excelente equipo. Así pues, nos encargamos de idear un plan que estábamos seguros de que no iba a fallar.

Durante las primeras tres semanas de vacaciones nos vimos obligados a sacrificar parte de nuestro tiempo en pareja para pasarlo cada uno con nuestros amigos, pero en esas salidas nos aseguramos de ir coincidiendo, de manera disimulada, con el objetivo de que ambos grupos se fueran juntando.

Nos cruzábamos en nuestros paseos en bicicleta por el bosque, en la piscina del pueblo, en el parque o en la única heladería que había. Y siempre nos encargábamos de perder algún que otro objeto para que no nos quedara más remedio que tener que pedir ayuda a los otros.

Así se fueron forjando amistades entre mis amigos y los de Isabel, y cuando todavía quedaba algo más de un mes para que dieran comienzo de nuevo las clases ya nos habíamos unido en un único e inseparable grupo.

Íbamos juntos a todas partes, y aquello nos permitió a Isabel y a mí pasar mucho más tiempo juntos sin tener que renunciar a nuestras amistades.

Nuestro plan había funcionado.

De esta manera, entre risas y agradables encuentros, transcurrió todo el mes de julio dándole paso al agosto y con él a las fiestas del pueblo.

—Ya han montado las atracciones de la feria en el descampado —comentó Isabel aquella calurosa tarde de agosto. Nos encontrábamos en el jardín de su casa con una enorme jarra de limonada fresca encima de la mesa, un balón de fútbol en nuestros pies y una manguera preparada para rociarnos con agua cuando el sudor comenzara a ser molesto—, ¿vamos esta noche?

—¡Claro! —exclamé ilusionado. Pero tras pensarlo mejor y darme cuenta de las pequeñas trabas que había en mi plan, me vi en la obligación de modificar mi respuesta— Aunque primero voy a tener que pedir permiso a mis padres.

—¿Has sacado buenas notas en el colegio? —preguntó Isabel, y después de que yo asintiera enérgicamente siguió hablando— Pues entonces no te pondrán ninguna pega, ya lo verás. ¡Me pasaré por tu casa a recogerte sobre las ocho!

No tardé en irme a mi casa después de aquello. Efectivamente Isabel estaba en lo cierto y no me costó demasiado convencer a mis padres para que me dejaran ir a la feria, únicamente me hicieron prometer que volvería antes de las diez y media y que no tomaría ningún atajo por las callejuelas sino que pasaría por la avenida principal.

Me resultó algo más difícil que me dieran dinero para las atracciones, pero tras mucho negociar conseguí que me dieran un billete de diez euros y un par de tiquets que me habían sobrado de la feria anterior.

Cuando Isabel pasó a recogerme yo ya la esperaba impaciente, sentado en los peldaños de la escalera de entrada a mi casa.

—¿Nos vamos? —preguntó mientras me tendía la mano— Los demás nos esperan en la churrería. Tengo que estar temprano en casa, así que no hay tiempo que perder.

Me incorporé, tomé la mano que me ofrecía y empezamos a correr esquivando todo cuanto se interponía a nuestro paso. Las calles estaban bulliciosas, repletas de gente, y enseguida se hizo audible la estruendosa mezcla de músicas de la feria.

Las bocinas, las risas, los gritos asustados, las luces de todos los colores, el dulzón aroma del algodón de azúcar... Todo aquello nos recordaba que eran las vacaciones de verano, y nos invitaba a disfrutar de nuestra niñez.

—¿Te apetece comer algo? —preguntó Isabel, sacándome de mi estado de trance— Yo invito. Esta vez mis padres han sido generosos.

No se molestó en esperar mi respuesta. Rebuscó en su pequeño bolso, sacó de él un billete de veinte y desapareció.

Cuando volvió, un enorme cono de patatas fritas rebosantes de kétchup y mayonesa descansaba en sus manos.

Al reunirnos con nuestros amigos el único rastro que quedaba de la comida eran nuestros labios manchados de salsa, nuestras manos aceitosas y una mancha rojiza en mi jersey.

En cuanto estuvimos todos juntos tomamos la decisión de empezar por las atracciones más fuertes, pues sabíamos por nuestra propia experiencia que en cuanto llegaran los mayores serían estas las que tendrían las colas más largas. Así pues sacamos las entradas y nos montamos en las que eran ya tradición: los autos de choque, el tren de la bruja, los toros mecánicos, el pulpo y una vuelta en el tiovivo por insistencia de una de las amigas de Isabel.

Me quedaban apenas tres euros en el bolsillo cuando decidimos ir a dar un paseo por los puestos de comida, la tómbola y las casitas de premios.

—¿Qué te sucede? —me preguntó Isabel, quien había acudido a mi lado la ver que me estaba quedando algo atrasado. El resto del grupo se había parado algo más adelante, frente a un puesto de perritos calientes, y aquello nos dio a Isabel y a mí algo de intimidad.

—Estaba debatiéndome acerca de en qué gastar el dinero que me queda —respondí, sincero, mientras le mostraba las dos monedas que descansaban en la palma de mí mano—. Me apetece un algodón de azúcar, pero también me apetecía ir a las galerías de tiro con escopeta para intentar conseguir algún recuerdo.

Isabel tomó las dos monedas, las guardó y me miró fijamente.

—Vamos a ir a por un enorme algodón de azúcar —sentenció. Se había visto obligada a levantar la voz para que lograra oírla entre la música y el barullo de gente—. Yo te invito después a una partida en las galerías de tiro, pero a cambio me quedo con el regalo que consigas.

—Está bien —acepté—. Me parece un trato justo.

Fue poco lo que pude comer de mi algodón de azúcar, pues mis amigos se tomaron la libertad de irme robando varios pedazos sin molestarse siquiera en pedirme permiso. Aunque debía reconocer que yo, en su situación, hubiera hecho lo mismo.

—¿Qué quieres que te consiga? —pregunté a Isabel en cuanto llegamos a la galería de tiro. Tenía ya la escopeta de aire comprimido entre mis manos, y estaba preparado para disparar en cuanto ella determinara mi objetivo. El arma era exageradamente grande en proporción a mi cuerpo y era plenamente consciente de que solían estar trucadas para que se desviara la trayectoria del tiro, pero en los últimos años mi padre me había enseñado todos los trucos y estaba convencido de que podría conseguir cualquier cosa que ella me pidiera.

—Quiero aquel collar —respondió tras pensárselo varios minutos. Con su dedo señalaba una de las joyas que descansaban en la parte alta, en la zona de máximo nivel.

Era un tiro difícil pero no imposible, y contaba con tres oportunidades para acertar.

Para el primer tiro no me molesté en apuntar bien, pues solamente necesitaba comprobar hacia qué dirección se desviaba para poder corregir la trayectoria.

En el segundo tiro le di de lleno a mi objetivo.

Con el tercero, conseguí un llavero de la zona fácil para regalárselo a mi madre.

—¡Eres increíble! —exclamó Isabel después de que nos tendieran el collar que ella había escogido y que yo había conseguido. Era una joya sencilla; la cadena no era más que una cuerda negra, y de esta pendía un pequeño abalorio plateado en forma de pájaro— De saber que eras tan bueno en esto te hubiera traído aquí desde el principio para que me consiguieras más cosas.

El resto de la noche me lo pasé consiguiendo regalos para mis amigos, quienes al ver mi destreza insistieron en pagarme algunas partidas más con la condición de que les diera aquello que consiguiera.

Nos fuimos cuando el tendero comenzó a mirarnos con mala cara al ver que no erraba ninguno de mis tiros. Ni siquiera cambiándome la escopeta.

—¿Te apetece que volvamos mañana? —le ofrecí a Isabel después de acompañarla hasta su casa. Eran casi las diez y media; a penas me quedaban cinco minutos para llegar a la mía si no quería ser castigado. Me tocaría correr.

—¡Claro! Aunque no creo que esta vez me den tanto dinero. Debería habérmelo administrado mejor...

—No te preocupes, algo se nos ocurrirá.

Nos quedamos en silencio. El tiempo seguía corriendo y yo sabía que aquello jugaba en mi contra, pero por alguna extraña razón no era capaz de irme.

Fue Isabel la que rompió el enrarecido ambiente. Soltó nuestras manos, que hasta entonces habían permanecido unidas, y se dio la vuelta dispuesta a entrar en su casa.

—¡Espera! —exclamé sin ser siquiera consciente de ello. No sabía qué estaba haciendo, mi cuerpo actuaba por sí solo ignorando los consejos de mi mente y cuando me di cuenta de cuáles eran mis intenciones ya era tarde para ponerle remedio.

Alterada por mi grito Isabel había detenido su avance y se había vuelto a acercar a mí. Aprovechando aquello, y antes de que perdiera el poco coraje que había sido capaz de reunir, salvé la distancia que quedaba entre nuestros rostros y le dí un casto y precipitado beso en los labios.

Después de aquello, sin molestarme en esperar a ver su reacción, comencé a correr en dirección a mi casa.

Me pareció oír cómo me llamaba, pero la ignoré.

Quedaban solo tres minutos para las diez y media, y no quería llegar tarde.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro