CAPÍTULO 3
Miguel,
¿te gustaría ser mi novio?
Aquello era todo cuanto había escrito en la nota del interior del sobre. Y a pesar de que me tentaba la idea de arrugar el papel y tirarlo a la basura, por alguna extraña razón no fui capaz de ello.
Lo guardé en el sobre de nuevo, y tras dejarlo encima de la mesa de mi habitación me calcé y me dispuse a salir a la calle. Todavía quedaban algunas horas de luz y quería aprovecharlas.
—¿Has terminado los deberes? —preguntó mi padre en cuanto me oyó bajar por las escaleras. Estaba en la cocina preparando un guiso para la cena.
—Sí —respondí con sinceridad—, tenía poca cosa. ¿Puedo salir un rato a la calle? Prometo no alejarme demasiado.
Mi padre salió de la cocina y se acercó a mí. Vestía un delantal rosa estampado con flores blancas, y se estaba secando las manos con un trapo deshilachado.
—Está bien —aceptó—, pero te quiero en casa a las siete. Y llévate esto.
Me tendió una bolsa con una pieza de fruta que enseguida guardé en mi mochila, y a continuación corrí al garaje a por mí bicicleta. Y mientras me dedicaba a dar un par de vueltas por el barrio en el que vivía, sintiendo el aire azotar con fuerza mi rostro cuando me deslizaba por las bajadas a toda velocidad, me permití pensar en aquella nota a la que debía dar respuesta.
¿Novios? ¿Qué implicaciones tenía el ser novio de alguien? ¿Qué se supone que se hacía cuando se tenía pareja?
Había visto a mis padres juntos en más de una ocasión, dándose la mano cuando iban por la calle o abrazándose cuando miraban una película juntos, sentados en el sofá del comedor. ¿Era eso lo que hacían los novios?
Paré frente al parque, y me senté en un banco dejando la bicicleta a mí lado. Me permití seguir con mis reflexiones mientras contemplaba cómo las farolas comenzaban a iluminarse.
—Supongo que podríamos compartir la comida —comenté mientras le daba un mordisco a la manzana que me había dado mi padre antes de salir de casa—, y hacer juntos los deberes.
Seguí mordisqueando la fruta hasta que quedó tan solo el hueso. Empezaba a encontrarle ventajas a la idea de tener novia, hasta el punto que dejó de parecerme algo tan disparatado.
—Tengo que descubrir quién me ha escrito esa nota —sentencié. Y con esa idea en mi cabeza me dispuse a volver a casa. No quería llegar tarde y ganarme una regañina de mi padre.
Me pasé todo el martes revisando los estuches de cada una de mis compañeras de clase para intentar descubrir quién me había escrito aquella nota. El corazón del sobre lo habían dibujado con un bolígrafo rosa con purpurina, por lo que creía que me sería fácil identificarlo si lo veía.
Sin embargo no tuve éxito en mi misión. No fui capaz de encontrar ningún bolígrafo de aquellas características entre las pertenencias de las chicas de la clase.
Llegué incluso a plantearme que pudiera tratarse de una broma de mis amigos, pero tras revisar también sus estuches descarté aquella opción. Además, ¿de dónde podría haber sacado uno de ellos un bolígrafo rosa con purpurina?
Cuando terminaron las clases me sentía muy frustrado. Quería saber quién me había escrito aquel mensaje, pero no se me ocurrían más alternativas para conseguir averiguarlo.
—Hoy vamos a ir a merendar a casa de Isabel —me comentó mi madre cuando me recogió al salir del colegio. Su voz no transmitía la misma seguridad de siempre. Creo que notó que estaba algo alicaído y se temía una mala reacción por mi parte. Sin embargo no vi necesario realizar ninguna pataleta, y en su lugar simplemente asentí.
Debía reconocer que en el fondo me apetecía ir a casa de Isabel ahora que había descubierto que teníamos algunos gustos en común.
Aprovechamos para realizar un par de encargos en las tiendas del centro antes de dirigirnos a nuestro destino. Mi madre no quería ir con las manos vacías, así que una de nuestras paradas fue en un horno en el que compramos un pastel de masa de hojaldre relleno de crema. Estaba decorado con pequeñas rosas de papel, de esas que cuando te las comes no saben a nada, y me sorprendí a mí mismo preguntándome si a Isabel le gustarían. ¿Por qué de repente me preocupaba lo que ella pudiera pensar?
Decidí alejar aquella pregunta de mi mente, pues la verdad era que me importaba poco su respuesta, y en su lugar empecé a pensar en algo que era de mucho más interés para mí. Debía idear una estrategia para derrotar a Isabel cuando la retara a un nuevo partido.
Eran ya cerca de las seis de la tarde cuando llegamos.
—Buenas tardes —saludó la madre de Isabel con su siempre eterna sonrisa. Y mirándome a mí, añadió: —Isabel está en su habitación terminando los deberes, ¿te importaría subir a avisarla de que habéis llegado? Así podremos merendar todos un pedazo del pastel que habéis traído.
Asentí y me dispuse a subir las escaleras que daban al primer piso en el que se encontraban las habitaciones, pero antes de irme sentí la necesidad de hacer una pequeña aclaración:
—Yo no tengo deberes —comenté mirando a mi madre—, los he terminado en clase.
Y en cuanto hube dicho aquellas palabras me dispuse a recorrer aquella vivienda en busca de la habitación de Isabel.
No me fue difícil localizarla, pues era la única con la puerta entreabierta. A través de ella se colaba la luz del otro lado, pero no se percibía sonido alguno.
Empujé la madera con suavidad y entré albergando todavía ciertas dudas. Estaba nervioso y no comprendía el por qué. Sentía que estaba invadiendo su espacio privado.
—Hola —saludé. Sabía que era un saludo poco original, pero no se me ocurría qué más decir.
Isabel, quien estaba sentada en una silla frente al escritorio, soltó el lápiz que hasta entonces sujetaba y se giró en mi dirección. Se había deshecho la cola con la que había ido al colegio, y su pelo descansaba desordenado sobre sus hombros y una parte tapando su rostro.
—¿Ya está lista la merienda? —preguntó, ilusionada. Su barriga gruñó dándole énfasis a sus palabras, y a pesar de que lo intentamos no pudimos contener la risa.
Asentí mientras mi mirada se paseaba curiosa por la habitación. Me fijé en los muchos peluches que reposaban encima de la cama, en las pinturas que rodeaban el gran espejo que ocupaba casi toda la pared y en los libros que descansaban en las estanterías. No pude reparar en más detalles, pues tras saltar de la silla y ponerse sus zapatillas Isabel me tomó de la mano y me obligó a salir poniendo rumbo a la cocina donde la merienda nos esperaba.
Sin embargo sí que me dio tiempo de ver, asomando de uno de los bolsillos de su sudadera, un objeto que llamó mi atención. Y tras obligarla a frenar en seco justo antes de llegar a las escaleras, se lo arrebaté.
Ella me reprendió por la brusquedad de mis movimientos, pero yo apenas era consciente de sus palabras. Estaba demasiado concentrado en el bolígrafo de tinta rosa con purpurina que descansaba ahora en mis manos.
—Tú me escribiste aquella nota. —No era una pregunta, sino una afirmación. Y a pesar de que mi voz fue apenas un susurro sé que Isabel logró oírme, pues comenzó a sonrojarse.
Supongo que no esperaba que llegase a descubrirla.
—Si mal no recuerdo, en ella te hacía una pregunta de la que todavía no he recibido respuesta. —Logró decir al fin.
Tardé un poco en reaccionar. Tenía claro qué quería responder, pero todavía seguía sorprendido por el hecho de que fuera precisamente ella la que me hubiera hecho aquella propuesta. Ahora que lo sabía se abría frente a mí un mar de posibilidades, pues se me ocurrían muchas otras cosas que podíamos hacer juntos más allá de las que ya había pensado con anterioridad.
Sonreí. Me daba la impresión de que yo también estaba sonrojado, pues sentía mis mejillas arder, pero contrario a lo que pudiera parecer no era vergüenza lo que sentía.
Estaba ilusionado pues a pesar de que no acababa de comprender qué estábamos haciendo, sabía que a partir de entonces las cosas entre nosotros iban a cambiar. Y estaba deseando afrontar aquellos cambios.
—Me gustaría —respondí al fin—. Me gustaría mucho ser tu novio.
Supongo que aquel día comenzó oficialmente mi primera relación, aunque por aquel entonces no le di a aquel hecho demasiada importancia. Al fin y al cabo no éramos más que unos niños que solo pensábamos en pasar más tiempo juntos, y nos pusimos aquella etiqueta sin acabar de entender lo que esta significaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro