Capítulo VIII
Cuando Nino le presentó su idea, el rubio no tardó en entusiasmarse. Adrien ya había asumido que el baile escolar sería la oportunidad perfecta para conseguir que Marinette le volviese a prestar atención, le dejase explicar lo sucedido y pudiese perdonarlo. Sin embargo, algo en su interior le decía que debía hacer un ataque más sutil primero.
Tomando la libreta que siempre usaba para comunicarse, se despidió del moreno y se dirigió al salón en que la azabache solía practicar. Sabía que todas las tardes, aunque no cruzaran miradas, ella se quedaba bailando mientras que él tocaba el piano en la habitación del fondo. Había decidido esperarla ahí el tiempo que fuese necesario.
***
Aunque quedaba menos de un mes para que el invierno acabase, el clima de las últimas jornadas hacía notar en qué época del año estaban.
—¿Te quedarás también hoy?— preguntó Nathanael, mientras que el resto del Instituto se preparaba para ir a sus hogares —El cielo parece anunciar que nevará.
—Hace bastante frío— contestó ella, mientras pensaba en la pregunta.
Era cierto que en cualquier momento nevaría, pero perder una sola hora de práctica a Marinette le parecía una locura. Desde que fue descalificada en la competición, se sentía insegura consigo misma y con sus habilidades, concentrándose cada vez más en mejorar, pero sintiendo que su rendimiento sólo descendía.
—Tranquila— susurró Nathanael sujetando su mano, notando como su mirada se había perdido —Es un día. Vamos juntos por un café.
Con un suspiro, tratando de relajarse, asintió. Aunque algo le decía que debía quedarse, aceptó que un pequeño descanso le venía bien ahora. Sin embargo, dos pasos antes de salir por la puerta principal, la sensación de que había olvidado algo la hizo decirle al pelirrojo que esperara unos minutos, que luego volvería.
Ligeramente agitada, llegó hasta su salón de clases, pero nada allí le pareció realmente importante. Mientras se dirigía a su sala de ensayo, se preguntaba porqué tenía la sensación de que algo fundamental se había esfumado de su memoria. Al abrir la puerta, encontró la respuesta.
—A ti...— dijo con voz baja, con un tono molesto y a la vez irónico —A ti te olvidé.
En una esquina del salón, Adrien estaba durmiendo plácidamente apoyado en la pared, sin siquiera haber cerrado las ventanas por las que entraba un gélido viento. Inevitablemente preocupada por su salud Marinette aisló el lugar del frío, antes de permitirse acercarse al rubio.
Temblando inconscientemente, el joven músico sostenía entre sus manos una libreta y un bolígrafo. Una vez que la azabache pudo acercarse lo suficiente como para leer, se sorprendió de lo mucho que unas palabras podían afectarle.
"Marinette, eres mi música".
Atormentada entre el rubor y la confusión, la chica intentaba aferrarse a sus sentimientos de odio. No podía perdonarlo ni dejarse conquistar por una frase tan simple, pero tampoco era capaz de sacarlo de su cabeza.
Incluso cuando lo consideraba el culpable de haber roto sus sueños, verlo dormido luego de que la esperó con ese inocente mensaje agitaba toda su mente. Lo conocía, y al decirle que era su música, prácticamente significaba que también era su vida.
Pero no, ella aún no entendía la razón por la que él no asistió a su evento y luego desapareció por semanas. Fuera había un chico que sí estuvo con ella, ahora esperándola con un paraguas y un montón de ánimos para darle. No podía ser tan malagradecida.
Por más conmovedor que fue el gesto, no era suficiente como para que ella decidiese quedarse ahí, despertarlo y decirle "te perdono".
***
El inicio de los días cálidos llegó, y con ellos, el baile escolar que daba bienvenida a la primavera. Una estación que muchos ocupaban para cambiar, crecer y hacer florecer el amor.
En la misma sombría y solitaria mansión de siempre, el joven de cabello rubio hacía los últimos arreglos a su traje y a su máscara antes de partir a la velada bailable que se realizaría al interior del Instituto.
Casi a las ocho de la noche, los primeros estudiantes comenzaban a llegar, pasaban unos tras otros junto a sus parejas o sus amigos, y a pesar de que muchos reían, conversaban o simplemente se quedaban en silencio, hubo alguien en especial que llamó la atención de todos.
Con un elegante traje negro y unos ojos que podrían engatusar a cualquiera, Adrien Agreste atrajo las miradas de todos sólo con hacer su aparición.
Y aunque todos lo mirasen, él únicamente podía ver a la chica de cabello azabache y gran vestido rojo, que estaba al otro lado de la multitud.
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