1. Beso de ángel.
Disclaimer: "A matter of life and death" pertenece a The Snipster.
Olinda, Brasil; Conocida por su riqueza cultural y ser una de la ciudades coloniales mejor preservada de este país, es el hogar de muchas familias e inversionistas extranjeros, que buscaron lejos de casa un lugar al que pertenecer; Su estilo colonial se levanta en cada avenida de la ciudad, albergando las esperanzas y sueños, de sus muchos residentes.
Leo Spindler de cuatro años forma parte de esta ciudad, su familia aunque no era del todo lugareña, se había adaptado al modo de vida de ese país, el pequeño Leo disfruta los días riendo al lado de su abuelo.
El joven Spindler había crecido con el espíritu de Brasil y la sangre latina corría por sus venas.
Los placeres que gozaba en su corta vida, consistían en perderse a ratos en las pintorescas calles de su ciudad en compañía de su abuelo, que le contaría siempre acerca del esplendor de aquella y cuando ya estuvieran ambos cansados, irían a recostarse en la arena, desde donde el amplio y azul mar les brindaría una vista de ensueño, pareciendo reflejar contraria a Recife, la cúspide de la industrialización, donde los poderosos inversionistas tenían la sede de sus empresas, levantándose ante sus ojos la imponente selva de asfalto.
La joven pareja Aeva, ha decidido invertir en Brasil; Arribando en la capital industrial, quedando pasmados al notar el brutal cambio entre la cumbre latina de la industrialización y su vieja pintoresca Holanda, siendo entonces; el momento donde decidieron que Recife no era el lugar ideal para criar a su pequeño niño; Des, que apenas había cumplido un año de vida; Sin embargo no podrían desechar el viaje, una importante sede empezaba a ser construida en esa ciudad. Un poco resignados, miraron desde la costa de la cumbre urbana: El mar, desde donde se veía aquella pintoresca ciudad, que se encontraba a escasos quince minutos de su empresa, Olinda.
Sonrió la joven pareja y emprendió un viaje, tal vez aquel pequeño lugar sería su hogar. Olinda se movía tranquila, donde sus playas a ratos te perdían en el cantico de las olas, los niños podían crecer y jugar contentos debajo de las palmas, compartiendo la dicha y cultura del lugar, observando sus calles les transmitía una emoción similar a la de su país de origen.
Niek Aeva, decidió entonces junto con su esposa Noreen, comprar una modesta casa en una colonia no turística y bien acomodada de aquella localidad. Instalándose durante la noche, comenzaría la familia Aeva su vida en Brasil.
El amanecer en Olinda era abrumadoramente tranquilo, las cosas no comenzarían hasta entradas las siete de la mañana, sin embargo a él, siempre le había gustado sacar a pasear a sus viejos huesos, notando aquel día algo curioso.
Al Viejo Sr. Spindler le había llamado la atención que una joven pareja, como lo había sido la de su hijo, Ithel; Se hubiera mudado a la casa de al lado.
Aquel señor mayor de ojos verdes opacados por la vejez, Apreció con curiosidad a un galante joven de tez blanca como la nieve salir de la residencia de junto, el hombre era demasiado alto para ser brasileño, pero sin duda alguna lo que llamaba más la atención eran sus petrificantes ojos color ámbar fuego.
Miró desde el pórtico de su casa como aquél joven de cabello oscuro cual ébano se despedía rápidamente de su esposa, en un idioma; que dada la falta de información, pondría en Neerlandés. Aquél se subió a un lujoso auto, él no se extrañó, aquella parte de Olinda albergaba mucha gente petulante y de altos ingresos.
—Buenos días — Saludó el anciano hombre, al notar a la mujer que yacía de pie en la puerta.
Noreen Aeva, dirigió entonces su mirada hacía aquel señor sentado en los escalones de la casa de al lado, ese que la saludaba ondeando su mano. Conectados por la banqueta, era imposible no mirarse, la disposición colonial de las casas las colocaba una al lado de otra.
— Hola — Contestó, la gente de aquel lugar era muy amable y familiar, pensó la joven mujer, mientras dirigía su mirada al anciano.
El hombre mayor se aproximó a ella —No tenemos muchos residentes nuevos en este lugar. — Atizó a afirmar el anciano, mientras sonreía.
—Acabamos de llegar — Dijó Noreen con recelo, disponiéndose a entrar a su casa nuevamente.
—¡Qué modales los míos! — Exclamó el viejo, ante la cara de la joven. — Davi Spindler, un placer— se presentó a la joven mujer, dedicándole una sonrisa abierta y un rostro alegre.
—Noreen Aeva, el gusto es mío — Contestó con tranquilidad. El tono de voz y los ojos de ese señor le inspiraban confianza. Noreen, estrechó la arrugada y firme mano del anciano Spindler, mientras sentía a la confianza reafirmarse en su interior.
Realmente era una hermosa dama la que se había mudado al lado, una joven alta de piel sonrosada, ojos verdes y cabello cual oro, que lucía tan distinta a su esposo; Una pareja algo peculiar pensó el anciano mientras miraba a la joven frente a él, sin embargo su presentación fu interrumpida por una voz.
—¡Abuelo!— Un pequeño grito inesperado, hizo a los adultos voltearse en dirección de aquella voz.
Un niño de aproximados cuatro años o más, corría en dirección del anciano, tomándolo de un abrazo y sonriendo de haberlo encontrado.
—No vayas a la playa sin mi — Masculló el pequeño, antes de alzar su mirada y toparse con Noreen.
La joven observó al niño, perdiéndose en su tranquilizadora mirada oliva, sin duda alguna esos ojos eran algo característico de ellos, su ondulado cabello negro se movía inquieto como el viento, su piel canela revelaba que era parte de Brasil desde hace tiempo. Sonrió al verlo.
—¡Un Ángel¡ — Exclamó el joven Spindler, abriendo sus hermosos ojos oliva de manera asombrada, para después posicionarse frente a su abuelo. — No puedes llevártelo, él aún no me ha enseñado muchos cosas... — Dijó pensativo, agachando la mirada — ¡Déjalo más tiempo conmigo! — pronunció autoritario, mirándola con el ceño fruncido.
La mujer lo miro de manera tierna, agachándose hasta estar cara a cara. — No soy un ángel. — Dijó serena. Observando la mirada trémula del menor, acaricio su mejilla y dedico una mirada rápida a Davi, quien sonreía triste, casi melancólico ante lo dicho por su nieto.
— Y aquí, él presente; Tu abuelo, parece un árbol fuerte y longevo. — Dijo con franqueza y energía, regalándole una última mirada y poniéndose de pie.
Davi río. — Gracias Sra. Aeva. — Las remarcadas líneas de aflicción del anciano se borraron mostrando un rostro contento.
—¡Entonces el abuelo vivirá mucho tiempo¡ — Exclamó el pequeño con alegría, brillando en sus ojos estrellas.
Abrazo con euforia a su abuelo, preguntándole si iban a ir a la playa o a la plaza, jalándolo para que desayunaran y se embarcarán en sus clásicas aventuras.
El abuelo no siguió a su pequeño nieto e hizo un leve ademan discreto con su mano, indicándole a esté con una leve tos que debía hacer algo.
El joven se sonrojo al instante y volteando rígido, miro a la mujer que había dejado a su espalda.
— Me llamo Leo... Leo Spindler — Tartamudeó sonrojado. — Mi padre dice que es descortés no presentarse, lo siento. Amm... Buenos días, también —Decía apenado, de manera torpe.
Noreen lo miró con gracia; el pequeño se veía tan avergonzado. — Puedes decirme Sra. Aeva. Un gusto conocerte Leo— Dijó estrechando la mano del pequeño — Espero verlos más tarde, vecinos— los miro a ambos — si me permiten, debo encargarme de algunas cosas. Hasta luego. —Pronunció entrando a su residencia.
La alta figura de Noreen desapareció detrás de la puerta, dejando que nieto y abuelo entraran entusiasmados a la propia de ellos.
El día transcurrió tranquilo y después de haber desayunado como lo tenían previsto, ambos; nieto y abuelo, salieron a sus clásicas andadas, irían a la plaza por un helado de la tarde, ya que el clima así lo requería; eso era lo que siempre ellos decían.
Llegaron a la plaza principal de la ciudad, dirigiéndose a un pequeño local donde compraron sus golosinas, su abuelo un beso de ángel y el pequeño una nieve de limón. El anciano Spindler gozaba de aquel helado poco común en su país, que hacía varios años había cautivado a su corazón.
Disfrutando de sus postres caminaron por debajo de los árboles del parque, manteniéndose en la sombra que brindaba el frondoso follaje de aquellos, se perdieron hasta llegar a una zona de juegos infantiles ,donde se sentaron en una banca a degustar a los helados en sus manos
Leo devoró ávidamente la nieve, produciéndole una "cabeza congelada", a lo que su abuelo rió al verlo hacer tan extrañas caras, Leo se enfadó ante la burla del mayor. Después de una leve discusión con el nieto favorito y un "no comas tan deprisa, los placeres se disfrutan de a poco". Leo fue a jugar a los columpios. Corrió a toda prisa para que nadie le ganara su juego favorito.
Un leve golpe contra alguien, hizó que Leo cayera al suelo, había tropezado con un adulto seguramente. Pronunció un quedo lo siento, para después intentar levantarse, sin embargo cuando levanto la mirada, descubrió que quien había parado su carrera había sido la mujer de la mañana.
—¡El ángel¡— Volvió a exclamar con sorpresa.
—No soy un ángel — Dijo Noreen avergonzada, las personas que pasaban por ahí la miraban de manera extraña, resaltaba demasiado. — Soy la Sra. Aeva.
—Lo siento, Sra. Eva — Leo Pronunció de manera extraña y errónea su apellido— Es que parece un ángel — Comentó por lo bajo.
—No te preocupes — contestó, mientras que con un suspiro, le regalaba una sonrisa al niño.
Leo comenzó a hacer círculos en el piso con su pie, mientras sus manos se mantenían detrás de su espalda, no sabía que decir ante aquella situación para él siempre había sido raro hablar con los adultos, miró hacía un costado de la mujer, quien mantenía una mano sobre un carrito; Sin prestarle mayor atención a ella, se asomó por la carriola, encontrando un bebé dormido.
— ¿Por qué hay una personita ahí? — Dijo señalando al bebé — ¿Quién es?— Leo estaba cargado con un montón de preguntas.
—Es mi hijo, se llama Des. — Dijó la mujer con calma, al notar la curiosidad de Leo.
—¿Puede jugar conmigo? Por qué está durmiendo? — Decía sin parar de mirarlo.
—Es que es muy pequeño y aun no aprende a caminar, cuando sea más grande podrá jugar contigo, Leo. — Noreen se encargaba de contestar las preguntas del joven Spindler.
Fue entonces que el pequeño bebé apretó sus ojos y con un ligero bostezo se despertó, mirando la cara sorprendida de Leo, quien quedó atónito ante la mirada de Des, cuyos iris brillaban como el sol. El bebé rio al verlo levantándose un poco; en ese momento Leo recordó el saludo, siempre debía hacerlo cuando conocía a alguien.
—Hola Des — Pronunció el joven Spindler, dándole un suave beso en la mejilla.
El bebé rió fuertemente, acercándose lo suficiente a la cara de Leo como para atrapar entre sus tiernos labios a los del contrario. Reflejo de que el bebé, tenía hambre.
Leo pusó de regreso a Des en la carriola, recostandolo; y en tono de regaño le mencionó— No, No, Des; Los besos son en la cara no en la boca — Masculló mientras señalaba su mejilla.
Noreen miró con ternura la escena, mientras el viejo Spindler se acercaba a ellos; Había ido a buscar a su nieto, admirando el adorable momento.
—Son tan inocentes los pequeños. Murmuró Davi contento ante las ocurrencias de su nieto.
—Así es— contesto Noreen, volteando a verlo; sintiendosé en calma de haberlos encontrado.
Leo al escuchar la voz de su abuelo volteo a verlos, observando que aquél aun tenía su helado entre sus manos, el anciano no se lo había terminado.
—!Abuelo¡ No seas desperdiciado, acábate lo que compras. — regañó el nieto.
— Ya no quiero — comentó el abuelo en un puchero.
—¡¿Me lo puedo terminar?! — Preguntó el glotón de Leo.
— ¿Por qué no? Termínate este pequeño, beso de ángel.
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Créditos de imagen: Amapola cosas locas.
Creditos de canción: bossa nova brazil classics
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