Toc-toc ¿Estás?
Con torpeza trato nuevamente de sacar mis llaves del bolsillo, las cuales se han enredado con algo ahí dentro y se niegan a salir. Es difícil hacerlo con una mano ya que en la otra sostengo las bolsas de mis compras de la quincena. Pero al fin lo logro y termino de recorrer el camino hasta mi departamento, pasando por la puerta 15. Me detengo unos segundos y la miro trayendo los recuerdos a mi mente. Me es tentador detenerme y golpear, pero en el momento en que me doy cuenta que mi mano está por rozar la madera la alejo bruscamente y continúo con mi camino, soltando un suspiro en cuanto me encuentro en la soledad del lugar que llamo hogar.
Abro cada una de las bolsas y guardo todo donde corresponde, aguantando las lágrimas que amenazan con salir de mis ojos. ¿Por qué me es tan difícil superarlo todo? Quizá porque no dije lo que debía lo suficiente, porque lo nuestro no puede ser un romance si ni siquiera fui capaz de confesarle todos mis sentimientos. Ahora, que ya lo he perdido, es tarde.
Tomo mi celular y tecleo el mensaje que ya me sé de memoria. Es el mismo que le he enviado unas quince veces desde que todo acabó.
"Hola, ¿Estás?"
Me llamo a mí misma tonta y continúo con mi quehacer trayendo a mi cabeza el día en que me mudé y lo vi por primera vez, saliendo de su departamento con su cabello húmedo. Yo me veía realmente ridícula cargando una caja que pesaba más de lo que mis brazos podrían soportar, con un moño alto desordenado y sudor empapándome la frente y, para qué negarlo, el resto del cuerpo, por subir y bajar más de una vez para trasladar mis cosas del auto a mi nuevo hogar.
—¿Está pesada? —Preguntó simplemente en cuanto me vio tan acomplejada.
—Sí —admití con vergüenza pensando que me ayudaría.
—Es una pena... Bueno, que tengas suerte en tu mudanza, me tengo que ir a trabajar.
Sin comprenderlo y sin decir nada lo miré pasar por mi lado como si nada, para luego volver raudo por el pasillo. Creí que esta vez sí me prestaría su ayuda, pero solo se agachó a mis pies para recoger algo que se me había caído. Si bien me esperaba un poco más de él, le agradecí de todos modos con una sonrisa amable. No quería empezar con el pie izquierdo mi relación con mis vecinos, más valía llevarme bien con todos. No me había ido de la casa de mis padres por las discusiones para llegar a un lugar donde tendría más disgustos.
Saco del mueble una taza mientras espero que hierva el agua que había echado a la tetera. ¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello?... Ocho meses. Poco tiempo, pero lo suficiente como para tomarle un gran cariño a la gente sin darte cuenta.
—¿Estás? —Pregunté luego de golpear dos veces a su puerta.
—Sí... ¿Necesitas algo?
Miré al chico que tenía frente a mí, aquel que creí que me daría un poco más de ayuda, sin embargo, no lo hizo. Esperaba que ahora me fuera más útil tenerlo de vecino. Así, con algo de timidez, le pedí prestado su teléfono para llamar a mis padres. Había pasado ya dos días desde mi llegada y no me había comunicado con ellos, ya que mi celular no tenía saldo e ir a cargarlo a algún negocio me daba flojera por el cansancio de la mudanza.
—Claro, pasa.
Siempre pensé que todos los chicos eran tan desordenados como mi hermano, pero él mantenía su departamento perfectamente ordenado y bien decorado. Era un ambiente bastante agradable, aunque no me pude dar el tiempo de verlo en detalle. Sin desconcentrarme en analizar el gusto de mi rubio vecino, marqué en el teléfono el número de mi antigua casa y hablé por un rato con mi mamá, cortando poco tiempo después para no abusar de la amabilidad de aquel chico.
—Listo, ya terminé —Le anuncié desde donde estaba. Le había perdido de vista en cuanto me contestaron y no lo encontré en la sala—. Gracias.
—De nada —Dijo saliendo de la cocina.
—Por cierto... ¿Cómo te llamas?
—Gabriel, un placer...
—Daniela.
—Daniela... un placer conocerte.
No puedo evitar sonreír con su recuerdo y casi me quemo al no darme cuenta de cuánto estoy llenando mi taza. Le echo el café, azúcar y lo revuelvo con la cuchara trayendo a mi mente aquellas cortas conversaciones de pasillo que tuvimos, siempre cortadas por su trabajo o por mi quehacer, después de todo estudio en la universidad y no puedo descuidar mi educación. Todas esas ocasiones yo quedaba con ganas de más, de seguir oyendo su voz, de que sonriera para mí y dejara ver sus hoyuelos... de que me llamara Dani. Así llegó la oportunidad, el día en que por accidente tomé un bus equivocado y me perdí, de ese modo llegué sin querer al lugar en el que trabajaba poco antes de que terminara su jornada.
—¿Dani?... ¿Qué haces aquí? —Preguntó algo confundido cuando levantó la vista del suelo y me vio.
—¿Gabriel?... yo... paseaba... ¿y tú?
—Trabajo aquí.
—¿Ah sí?
—Sí, creí habértelo dicho.
Pensé unos segundos y entonces recordé cómo me había dicho que se llamaba su lugar de trabajo. Levanté la vista y el letrero que anunciaba el nombre de la compañía coincidía con el de mis recuerdos. Lo miré unos segundos avergonzada mientras él reía, pensando en quién sabe qué cosa. Solo sé que se ofreció a acompañarme a mi departamento, al fin y al cabo íbamos los dos hacia el mismo lugar, ofrecimiento al que no me pude negar. Seguramente él sabía que estaba ahí por otro motivo y no porque paseara realmente, pero poco me importó después de haber podido conversar con él por un tiempo más prolongado.
Las lágrimas amenazan con salir nuevamente. Las que han sido rebeldes y desobedecieron mis deseos las limpio rápidamente con la manga de mi chaleco. Reviso mi celular, pero igual que las veces pasadas mi mensaje no ha sido contestado a pesar de haber transcurrido ya media hora desde que lo envié. Deslizo mi dedo para leer nuestras antiguas conversaciones, las fotos graciosas que de vez en cuando mandaba para hacerme reír, nuestras suposiciones estúpidas respecto de porqué los humanos evolucionamos pero el mono no, mitos absurdos creados por nosotros, entre otras cosas de las que hablábamos. Conversaciones tontas, pero que para mí valen más de lo que cualquiera podría imaginar. Entonces llegué a ese mensaje:
"Dani, ¿Podrías venir, por favor?"
Recuerdo que igual que ahora, yo ese día me encontraba tomando café pensando en lo que mi madre me había dicho. Al recibirlo, dejé mi taza ahí encima de la mesa y caminé hasta el departamento 15, toqué dos veces y esperé a que me abriera. Sus ojos verdes se veían hinchados y su rostro húmedo por las lágrimas. Sin decir una palabra me abrazó, ahí, entre el interior y exterior de su departamento.
—Te quiero, Dani.
—Y yo a ti, Gabriel.
Sacudo mi cabeza con rabia botando las lágrimas que había reprimido. ¿Cómo pasó todo esto? Desde ese día lo visitaba seguido, de algún modo nos hicimos bastante unidos y lo empecé a ver con deseos de que algún día fuera mi pareja. Al llegar de la universidad dejaba mi mochila en mi departamento, si le traía algún pequeño regalo lo tomaba y me dirigía a su puerta, tocaba dos veces preguntando: "¿Estás?" y esperaba a que apareciera, sonriente como siempre diciendo su "Sí, pasa".
Suelto el aire que tengo dentro, dejo el café que estaba tomando ahí encima de la mesa y camino hasta su puerta como hice aquel día, toco dos veces, pregunto "¿Estás?" y espero. Pero esta vez pasan los minutos y el silencio sigue, no oigo ningún ruido en el interior que me indique que se acerca a mí, que me invita a entrar, solo mi respiración se logra escuchar. Me digo a mí misma que él no abrirá, nunca lo volverá a hacer, no después de lo que pasó. Ni siquiera el cambiar mi forma de llamarlo lo hará venir a abrir, aunque sea unos milímetros, y acortar así la distancia que nos separa.
Sin deseos de volver a mi hogar camino hasta la escalera y la bajo lentamente con ganas de perderme como aquella vez que llegué a su trabajo, pero ya conozco demasiado la ciudad como para que eso vuelva a suceder por casualidad. Y la conozco gracias a él y sus tours improvisados. Camino a paso lento sumida en mis pensamientos, pero el exterior de mi cuerpo sabe cómo traerme a la realidad en los lugares que me recuerdan mi dolor. Miro los columpios en donde nos quedamos conversando una noche de nuestros planes a futuro y entonces lo dijo:
—¿Sabes qué descubrí?
—¿Qué descubriste?
—Mi departamento es el 15...
—Vaya, eres Cristóbal Colón, solo que tú "sabes" que lo descubriste —me burlé.
—Hey, déjame terminar —se aclaró la garganta como si fuera a decir algo importante— Dije que mi departamento es el 15... pero mira esto— Tomó su celular, escribió algo y luego me lo mostró—. Mira, lee
—Daniela y Gabriel... ¿Pasa algo con eso?
—¿No lo has notado? —Lo miré confundida y entonces volvió a escribir algo— ¿Y esto?
En la pantalla, a un lado del "Daniela y Gabriel" ahora decía "Te quiero Daniela" y un poco más al lado "Te quiero Gabriel". Mi rostro enrojeció y no supe qué decir, yo también le quería, pero no entendía cuál era su punto, qué era lo que había descubierto. Por un momento creí que aquello era una especie de confesión de amor, que me pediría que fuera su novia, pero antes de que mis ilusiones crecieran él se explicó.
—Son 15 letras, las tres frases lo son.
—¿Enserio?
Conté con mis dedos las letras y sí, coincidían con el número de su departamento, una coincidencia linda que me hizo sonreír.
—Aquel será nuestro código, el número 15 —me propuso emocionado—, cada vez que nos queramos decir te quiero.
Quise preguntarle cómo lo descubrió pero no me atreví, preferí quedarme con la duda y me la quedaré para siempre. Ya es tarde para preguntarlo. Sigo caminando, con las ocasiones en que nos decíamos "quince" en mi mente. Casi no me doy cuenta de que frente a mí hay un poste y que si sigo caminando chocaré con el, tal como hizo Gabriel después de nuestro primer beso.
—Fíjate por donde caminas —dije sin poder parar de reír.
—¿Te burlas de mi dolor? ¿Enserio?
Río al recordar eso y llego al lugar donde desahogo mis penas últimamente. Saludo a la señora que ya me conoce, con una sonrisa amable y me acerco a ella, recordando esa maldita tarde nuevamente. Nos quedamos en el umbral de la puerta, yo en silencio tratando de consolarlo sin ningún buen resultado. Me preguntaba qué sucedía y cuando ya estuvo él tranquilo sentado en el sofá con el nudo en la garganta más suavizado me contó. En el mismo instante en que terminó deseé no haberme enterado nunca de eso, que pasara una estrella fugaz y me concediera el deseo de cambiar el destino, su destino que ya estaba enredado con el mío.
—Tengo cáncer.
—Bu- bueno... hay operaciones hoy en día... tratamientos... Tú te puedes operar, ¿cierto?
Tres meses han pasado desde aquel momento y parece como si hubiese sido ayer, el día en que sentí que mi mundo se derrumbaba, en el que debía ser fuerte para él a pesar de sentirme tan débil como si la enferma fuera yo. Desde ese momento todo pasó tan rápido que no alcancé a disfrutarlo tanto como hubiese deseado. Fue un periodo corto, pero el mejor de mi vida, sin duda alguna.
Llego hasta mi destino y con cuidado corro los pétalos de flores secas que cubren la lápida, descubriendo así lo que dice: "Gabriel Cárdenas, 02-11-1988/15-02-2014". Las lágrimas caen por mi rostro como un día de tormenta, sin poder evitar maldecir el día en que el destino me quitó a Gabriel, irónicamente un día 15. Su voz resuena en mi cabeza con su frase que me cambió la forma de ver la vida. Recuerdo que llorábamos después de haber recibido el pronóstico del tercer médico que lo revisaba. Entonces le pregunté por qué no podía tener él una vida larga como otras persona, por qué debía irse tan joven.
—Me iré joven... pero agradecido de haber compartido contigo. Más vale tener una vida corta pero acompañado a una larga pero solitaria... A lo largo de mi existencia siempre he tenido a mi familia y amigos... lo agradezco porque así no tuve una vida corta que me parecía eterna por la soledad.
Me regaño por todos los te amo reprimidos, por habérselo dicho una sola vez cuando debí hacerlo miles de veces, cada día para que nunca lo olvidara. Saco las flores secas y las reemplazo por las nuevas, empuño mi mano, golpeo dos veces la tumba, pregunto "¿Estás?" y parece que alcanzo a oír en un susurro su respuesta:
—Sí, pasa
Fin
Yatita
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