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Prefacio

«La ansiedad es más fuerte que yo, los pensamientos son cada vez más recurrentes; necesito limpiar, necesito urgentemente limpiar».

Pienso una y otra vez caminando de un lado a otro evitando pisar las líneas del azulejo, respiro agitada al mismo tiempo que tomo la orilla de mi abrigo con la mano derecha para hacer puño la tela, e intento calmar mi ya habitual ansiedad.

«El piso está sucio, los anuncios en la pared no están alineados, los bolígrafos en el escritorio de la recepcionista son impares y están desordenados, la computadora está emitiendo un leve sonido que es molesto. ¡Esto es desesperante!».

—Solar, ¿puedes sentarte?

Papá interrumpe mis pensamientos, tiene los nervios de punta lo sé, aunque no dice nada pues intenta entender mi situación.

—Lo siento, papá... Lo siento.

—La doctora Brown los atenderá en un momento —comenta Dorinda, la recepcionista.

«Tiene migas de pan en su bata. ¡Limpiece!». Mi mente grita desesperada.

—Gracias.

Papá es el único que habla, yo prefiero concentrarme en el cartel de la pared frente a mí justo a un lado de un cuadro de sandía. Al mismo tiempo que me aferro a la manija de mi maleta.

—Realiza tus practicas profesionales en el Hospital Psiquiátrico Trinity, vacantes abiertas...

Murmuro rascando mi muñeca.

—Pronto vendrán nuevos practicantes.

Esa meliflua y agradable voz que me recibe cada vez que tengo un colapso nervioso, llega a mis espaldas.

—Buen día, doctora Brown, lamento la premura —Papá se disculpa por mí—. Solar ha estado muy ansiosa últimamente, así que adelantamos la visita.

«La visita».

Doy la vuelta apenada y trato de sonreír al verla, pero como siempre, no lo hago.

Amelia Brown es la psiquiatra que me ha atendido últimamente, con la que me siento a gusto, es la única que de verdad intenta entenderme.

—Eres bienvenida cuando quieras, Solar —voltea a ver a mi padre—. Dorinda me ha dado el formulario que llenaron, así que solo queda agregarlo al expediente, y como ya conocen el camino a mi oficina les mostraré el camino a los nuevos dormitorios.

Ambos asentimos y la seguimos por el pasillo; pasamos por las oficinas para cruzar las puertas que llevan al jardín, que a su vez lleva a los dormitorios; un edificio de cuatro pisos que está asignado para los pacientes permanentes; con ocho dormitorios cada uno, algo similar a los departamentos de solteros o por lo menos eso me gusta pensar.

Llegamos a la habitación treinta y dos al final del pasillo y la doctora Amelia me entrega mis cambios de ropa, uno para cada día de la semana, ya que solo podemos entrar con algunas prendas selectas.

—¿Puedo traerle algo más? —cuestiona papá a Brown.

—Puede traerle algunos cambios de ropa para las clases de yoga, y si quiere entrar a las clases de cocina algún delantal —responde señalando la puerta para que entre a la habitación—. Porque imagino que en ese gran bolso traes tus artículos de higiene personal, y en la maleta ya traes tus propios cambios de ropa —voltea a verme.

—Solo lo básico... Solo lo básico.

Me coloco en el centro de la habitación inspeccionando todo desde aquí; las paredes blancas me inspiran paz, lo cual es bueno ya que quiero sentirme en casa y de alguna manera vivir como cualquier persona, y afortunadamente puedo gozar de una ventana que me hace sentir menos atrapada.

—Traeré unas toallas, jabones...

Escucho a papá mientras inspecciono el cuarto de aseo, todo se ve pulcro, aunque la idea de limpiar por mi cuenta sigue rondando mis pensamientos.

—No te preocupes, Adam, Solar va a estar bien... —Amelia susurra, aunque aún alcanzo a escucharla—. El echo de que se interne por voluntad propia, habla mucho de que quiere recuperarse... En cuanto a su madre, esperemos que venga a verla, estoy segura de que eso haría una gran diferencia.

—Eso espero, Doctora, porque desde que Camille nos abandonó, este problema ha tenido grandes repercusiones, y lamentablemente mi Solar es quien ha pagado los platos rotos...

Observo mi reflejo en el espejo, viendo un par de lágrimas rodar por mis mejillas.
Mamá nos abandonó cuando yo tenía doce años, dijo que quería irse a cumplir sus sueños sola, que necesitaba otros aires; cosa que nunca creí en un cien por ciento y aunque papá es quien debería haberlo sufrido, soy yo quien lo refleja; ese dolor y el coraje por su partida, porque nunca pude ser la hija que ella quería tener, nunca pude escuchar ni ver su orgullo por mi.

Limpio mis lágrimas con coraje y respiro profundo, salgo poniendo la misma cara de siempre.

—El lugar está muy limpio... —Papá me observa dudoso-. Estaré bien papá, no te preocupes por mí.

Me despido de mi padre, y la Doctora me deja a solas para instalarme.

—Calma, Solar... —murmuro para mí, juntando mis palmas frenéticamente—. Solo una vez, será rápido.

Dejo mis cosas sobre la cama y me dirijo al aseo, busco el trapeador y una cubeta con agua y me apresuro a limpiar, antes de que regrese la doctora Brown o cualquier otro mirón.
Y treinta minutos después he terminado de asear, así que me dispongo a acomodar mis cosas con sumo cuidado; los cambios de ropa son un arcoiris; rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta; conjuntos de pantalón y sudadera de un solo color, junto con seis playeras blancas, los domingos son los días libres y es cuando podemos usar nuestra propia ropa.

La finalidad de todo esto es cuidar nuestra integridad o algo así, por esa razón no hay ganchos en el armario y no hay más muebles más que el mismo armario, la cama y el mini ventilador.

—¡Vale, que yo lo hago!

Escucho una voz femenina detrás de la puerta, hablando tan fuerte como sus cuerdas vocales se lo permiten.

—¡Que no! Que yo sé hacerlo mejor. ¡Que no! Que yo sé hacerlo mejor.

La voz prepotente de un chico llega a mis oídos.

«¿A caso tiene eco?».

—Dejen de pelear, por favor...

Otra voz masculina pero más serena, se suma al par.
La curiosidad me mata y camino a abrir la puerta.

—¡Pero que ya nos ha ganado! —La chica frente a mi me observa de pies a cabeza—. ¡Mírala que guapa!

Por su acento seguro que es española.

—No tanto como yo —El dueño de esa voz prepotente, se coloca a mi derecha—. No tanto como yo.

«Otra vez a repetir, ¿a caso será TOC?».

—Que vanidoso... —murmura la voz serena a mi izquierda.

—Y ustedes... ¿Quiénes son?

Nuevamente tomo la orilla de mi abrigo.

—¡Tus compañeros de planta, tía!

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