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Capítulo 6 Solar

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Solar

Ha llegado un nuevo terapeuta.

«No sé si puedo confiar en él, no quiero volver a tener otro incidente, las cosas estaban tan bien con la doctora Brown. ¿Por qué tenía que pasar esto? No quiero un nuevo terapeuta».

—¡Tía, ¿me estás escuchando?!

Los gritos de Violeta callan mis pensamientos.

—¿Qué cosa? ¿Qué cosa?

Volteo a verla, está en su propio mundo, mientras caminamos de regreso a los dormitorios.

—¡Te he dicho que si has notado que el nuevo terapeuta está guapísimo! ¡Es muy mono!

Exclama casi gritando, cosa a la que aún no me acostumbro, y mucho menos a su extraña manera de vestirse.

«¿Por qué no combina sus prendas?».

—Lo siento, no te escuché —camino con sumo cuidado, evitando no rozar a ninguno de mis compañeros.

—Debes tener algún problema en el oído, Solar Winters —Peter toma la palabra—. Debes tener algún problema en el oído, Solar Winters —repite—. Los gritos de Violeta se oyen hasta el edificio del nivel tres y más allá. Los gritos de Violeta se oyen hasta el edificio del nivel tres y más allá.

Siempre camina como si estuviese en pasarela de Versache; desenvuelto y sin preocupaciones, envidio que no tiene que cuidar el lugar por donde pasa.

—No exageres, Peter —Jimmy ríe un poco, es tan tierno, educado y melifluo, que a veces siento que solo está fingiendo.

—Como sea, no os hable a vosotros —Violeta se acerca a mí, pero yo doy un paso atrás—. Lo siento mujer, ¡pero es que estás ciega! ¡Ese hombre es un monumento!

—Basta ya, que te van a escuchar, además es mayor que tú. Es mayor que tú.

Llegamos a las escaleras de los dormitorios, pero todos preferimos usar el elevador.

Suelta una carcajada descomunal, haciendo que Jimmy y yo nos sobresaltemos.

—¡Ostias! ¡Eres una puritana, Solar, tienes que vivir!

Llegamos al cuarto piso y salgo corriendo a mi habitación.

«Tengo que lavarme, tengo que lavarme...».

Tomo una ducha de unos cuarenta minutos, para después ponerme el pijama con mis tenis.

«Necesito unas pantuflas».

Salgo de mi habitación para tomar un poco de aire fresco, alcanzo a ver el consultorio de quien será mi nuevo terapeuta.

—¿Te da miedo? —Peter aparece a mi izquierda—. ¿Te da miedo? —Este chico debe usar cascabel para anunciarse, es tan silencioso que asusta—. El nuevo terapeuta, el nuevo terapeuta —repite como siempre lo ha echo.

Señala con su cabeza al consultorio.

—No es miedo...

Tomo la orilla del suéter de mi pijama, apretandola con fuerza.

—Es inseguridad, es inseguridad. —Por el tono de su voz, sé que se siente igual—. No me gustan este tipo de cambios. No me gustan este tipo de cambios.

—A mi tampoco.

—¡Es hora de la cena!

Una de las enfermeras que nos atiende: la señorita Gutiérrez, nos llama desde el elevador, a su lado también esta el enfermero Sánchez, quien cuida de los chicos en este piso.

Bajamos al comedor a tomar la cena; anteriormente era todo un desorden, pues cada uno tenía una dieta diferente; Violeta es vegana ya que cuida mucho su aspecto físico, así que pedía platos especiales, mientras que Peter, Jimmy y yo, pedíamos cosas pares o con cierta simetría, ahora tenemos que comer lo que nos sirvan, aunque yo ballato mucho porque no me gustan los alimentos salados, o muy dulces y odio todo lo pegajoso y viscoso, por lo que no consumo alimentos del mar o cualquier cosa salada desde que era niña.

—¡Come tu cena, Solar!

Violeta se toma muy en serio su papel, gritandome como siempre.

—No me gusta que me grites —comento tranquilamente—. Métete en tus cosas.

—¡Coño, pero que grosera!

—¡Violeta! —El doctor Radcliffe llama su atención, es el Doctor asignado del día, junto con seis enfermeros, para vigilar a los pacientes—. Modera tu vocabulario, por favor.

Mi mirada se cruza con la de Ean Radcliffe, una especie de flashback ilumina mi memoria: una habitación fría, la lluvia llenando el vacío, el grito desesperado de una chica y el susurro de una voz escalofriante, parpadeo un par de veces y lo esquivo de inmediato, cortando el bistec en mi plato a toda prisa.

Tardo cuarenta minutos en ingerir mis alimentos, sin comer postre, nunca lo pido porque comúnmente es algo muy dulce y pegajoso.

Regreso a mi habitación para hacer mi ritual de siempre, así lo llamo yo, es la única forma en que puedo dormir tranquila.

Primero cepillo mis dientes, ocho veces de cada lado, después me lavo el rostro dos veces, paso a hacer mis necesidades en las cuales ocupo solo dos o cuatro minutos; me lavo las manos ocho veces y salgo a acomodar mi cama, me siento en la orilla haciendo mis ejercicios de respiración, para después recostarme con sumo cuidado.

A los poco minutos el sueño llega a mí.

Despierto cuando siento los rayos del sol entrando por la ventana, anteriormente tenía un reloj con el que me guíaba para realizar mis actividades, pero la doctora Brown me lo quitó cuando vio que no me estaba ayudando con la terapia, pues prácticamente planeaba todo mi día con exactitud.
Hago mi rutina de las mañanas, imaginando escuchar la música en mi cabeza; neverland de Francely Abreu.

Los monstruos bajo mi cama se hicieron mis panas, después de escucharme llorar todas las malditas madrugadas, dame otro shot de ginebra y cortarme las alas... —después de asearme, me visto con la sudadera y pans naranja, posteriormente me cepillo el cabello contando hasta ocho en cada lado—. Que sorpresa he perdido la cabeza, me asusta la monotonía de todos los días que delicadeza...

Salgo de mi habitación sintiendo que no avanzo, por más que hago el esfuerzo la ansiedad sigue aquí, los pensamientos intrusos no se van, los recuerdos de ese hombre me persiguen y la voz de ella no sale de mi cabeza.

Compruebo dos veces la puerta, para ver que esta bien cerrada, esta manía tampoco se va.

«¡Para por favor! ¡Para!».

Tal vez no debamos creer todo lo que imaginamos, tal vez la mente nos juega sucio y no lo pensamos...

—¡Ahora también hablais sola!

Violeta grita a mi izquierda. Pensé que tener la habitación al final del pasillo me daría privacidad, pero con ella esa palabra no existe.

«No cerré bien el dentífrico».

—Buen día, Violeta Betancourt.

Abro la puerta de la habitación nuevamente, camino al cuarto de aseo y compruebo que el tubo del dentífrico está bien tapado, que las llaves del lavamanos están bien cerradas, que el enchufe está libre y las luces bien apagadas.

—¡No pierdas tiempo, Solar! ¡Mueve ese culo, que se hace tarde!

Escucho el fuerte grito de la intrusa, desde la puerta de mi habitación.

—¡En un momento te alcanzo, Violeta! ¡Y no se te ocurra entrar!

—¡Sal de una vez, Solar Winters! —grita una de las enfermeras, la señorita Gutiérrez—. ¡El desayuno es a las nueve en punto, falta un minuto para eso y no te vamos a estar esperando!

Alarmada, me apresuro a terminar de comprobar todo y salgo corriendo.

—Lo siento... Lo siento.

—Al elevador —señala el lugar, donde mis tres compañeros esperan.

Apenada, camino hasta ellos y bajamos al comedor.

—Siempre es lo mismo con esta tía.

Violeta habla de frente a la puerta, aunque no me lo dice, sé que el comentario es para mí.

Estoy a punto de contestarle cuando prefiero guardar mi comentario, y en su lugar, me aferro a la orilla de mi sudadera.

«Respira, solo respira».

Después del desayuno me alejo de mis tres compañeros, aunque la doctora Brown tiene más pacientes, no he echo amistades aquí, apenas y hablo con los tres chicos que comparten mi piso, pues prefiero estar sola.

Tomo mi clase de yoga a las diez de la mañana, para después regresar a mi habitación y tomar una ducha de unos cuarenta minutos. Para la una de la tarde, bajo a comer y calculo el tiempo para llegar a las dos a mi clase de cocina.

Así es como hago las cosas, calculo el tiempo de acuerdo a las actividades, aunque extraño mucho la presencia del reloj.

—Buenas tardes clase —anuncia la profesora al frente—. Hoy haremos unas deliciosas galletas de amaranto —coloca la receta en la pizarra, donde todos podemos verla, bueno, donde los seis de la clase la vemos—. Todos los materiales que necesitan, están en sus respectivas mesas, por favor, no desperdicien nada, y cuando vayan a hornear, haganmelo saber.

Observo a mi alrededor, todos somos pacientes del nivel uno, por lo que el ambiente es calmado, cada uno se concentra en su tarea: pacientes con trastorno narcisista, algunos diagnosticados con ansiedad y una chica con rasgos de bipolaridad. Menudo grupo el qué formamos.

Paso a paso, la profesora nos va indicando qué hacer, la escucho desde la última mesa; al fondo del aula, cuando un nuevo pensamiento me invade.

«Hoy es la penúltima terapia con la doctora Brown, ya no la veré más».

—No quiero...

Susurro, presionando con fuerza la masa de las galletas sobre la mesa.

—Muy bien, Solar. —La Profesora está frente a mi mesa—. La masa está perfecta, ya puedes cortar tus galletas. —Veo sus manos cubiertas por un par de guantes, para pasarme los cortadores de plástico, sonriendome ampliamente—. Cuando termines llámame, para llevarlas al horno.

—Claro.

Se aleja a la siguiente mesa y corto la masa con sumo cuidado, para después acomodarla en las charolas. Veinte minutos después mis galletas están listas, algunas con amaranto y coco rallado o chispas de chocolate; como decoración.

—Profesora, ¿puede regalarme dos bolsitas más? Quiero llevarle algunas a mi terapeuta.

—Claro, Solar. —Me acerca dos bolsas pequeñas de celofán—. Que bonito gesto de tu parte.

—Gracias.

Tomo las bolsas y guardo seis galletas en una bolsa y otras seis en la otra bolsa, con mucho cuidado las cierro con ayuda de un pequeño listón rojo, para después pasar a lavarme las manos.

—Date prisa, tú terapia está por empezar. —La profesora llama mi atención.

Volteo a ver el reloj en la pared, faltan seis minutos. Cierro bien la llave de la tarja, comprobandola dos veces y seco mis manos con mi propia toalla.

—Con permiso.

Tomo mis cosas y salgo corriendo a mi habitación, y solo con las dos bolsas de galletas en la mano, salgo de prisa a los consultorios.

«No sé si mis intenciones lleguen a verse con otro sentido, pero ya no puedo regresar, se me hace tarde».

Respiro profundamente cuando estoy llegando a los consultorios.

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