Capítulo 38 Solar
Es la primera vez que me siento de esta forma.
Un gran vacío habita en mi pecho, es como si una parte de mí se hubiese apagado, algo no está bien.
—¿Estás bien, Solar? —La doctora Brown coloca su mano sobre mi hombro mientras escuchamos al terapeuta Montesco leyendo la carta que Jimmy le ha dejado—. ¿Quieres salir?
—Jimmy ya no está aquí... —Mi vista se nubla y siento las lágrimas al borde de mis ojos—. Jimmy ya no está aquí.
Hago puño la tela de mis vestido sobre mi rodilla y respiro profundo. Me niego a que me vean vulnerable.
—Lo siento mucho, Solar... —Una voz femenina susurra detrás de mi, giro un poco sobre mi asiento y veo a la madre de Jimmy—. Esto es para ti. —Me entrega una caja blanca con un moño negro—. No sé si puedes conservarlo, pero Jimmy lo dejó para ti.
Volteo a ver a la doctora Brown y ella asiente.
—Gracias... —tomo la caja con cuidado y sin miedo, los guantes de lana me protegen de la suciedad—. Y lamento mucho su perdida.
—Gracias.
Agacha la cabeza y regresa a su lugar.
Damos una pequeña despedida a Jimmy, sus padres nos permiten pasar a verlo, yo prefiero ir al último, antes de que cierren la caja.
—Me has dejado sola... —Sus pequeños ojos se encuentran cerrados, me hacen pensar que duerme—. Creí que habíamos echo una promesa... Pero esta bien... —Me quito un guante y beso mi dedo índice, para después colocarlo sobre su mejilla—. Yo cumpliré mi promesa... Y saldré del hospital por los dos. —Me acerco y le susurro—. Te quiero, Jimmy.
Doy la vuelta y camino a encontrarme con los chicos, nos despedimos de todos y regresamos al hospital en una de las camionetas del psiquiátrico.
Nadie dice nada durante el camino, Violeta y Peter se consuelan mientras la doctora Brown habla por teléfono. La camioneta nos deja en la entrada y sin decir nada cada uno regresa al lugar que le corresponde.
—¿Qué es eso? —Violeta observa la caja en mis manos, trata de tomarla pero me alejo de ella—. ¡Venga! Que solo quiero saber qué es.
—No es para ti, eso debes saber —subimos las escaleras a los dormitorios.
—Tía, que no has dicho nada durante el camino, no has llorado y debes sacar eso, que a la larga te hace daño. —Me regaña mientras subimos—. ¡Ostias! Que ni una lagrimita derramaste, ¿a caso no te duele la partida de Jimmy?
Me detengo frente a la puerta de su habitación.
«Te has ido».
—Solar, puedes hablar con nosotros, si quieres... —murmura Peter, quien ultimamente no ha repetido sus frases—. Solar, puedes hablar con nosotros, si quieres...
«Ahí está».
—¡Pero qué coño te pasa, tía! —Violeta se molesta y coloca las manos sobre sus caderas—. Es que a caso...
—¡Basta! —grito molesta y ambos se sorprenden—. ¡A ustedes que más les da! Pronto se irán de aquí y ya nada importará. —Los veo furiosa—. ¡No quiero hablar con nadie, no quiero saber nada de nadie! —doy la vuelta y corro a mi habitación—. ¡Déjenme en paz!
Entro dejando que la puerta se cierre de golpe detrás de mi.
—Déjenme... Déjenme... —corro a la cama y abro la caja rompiendo el envoltorio—. Qué...
Saco una caja de plástico en color azul.
—Yo conozco esta caja... —la abro y sonrío el ver el contenido—. Al final si cumpliste tu promesa —dejo que las lágrimas se desborden al ver los legos—. Jimmy...
Me recuesto en la cama sin soltar la caja, cierro los ojos haciéndome ovillo.
—Debería ir contigo...
Susurro antes de que el sueño me atrape.
—Solar... —murmuran a mi oído—. Despierta.
Poco a poco enfoco la vista, la enfermera Gutiérrez esta en mi habitación, arrugo un poco la frente y ella me sonríe.
—Levántate, debes recoger tus cosas.
—¿Qué? —Me siento en la cama, la caja sigue en mis manos, ha dejado marcas en ellas—. ¿Qué sucede? ¿Voy a casa?
Me emociono y la esperanza vuelve a mi.
—No.
Mi esperanza muere.
—Entonces...
—Te van a cambiar de nivel...
—¡¿Qué?! —salto de la cama y me refugio en un rincón—. ¿Por qué?
—Esa respuesta es obvia —abre mi armario y voltea a verme—. ¿Hago la maleta o la haces tú?
Mis ojos van en todas direcciones buscando ayuda.
«Estás sola, Solar».
—Yo...
Me pongo de pie y hago mi maleta, guardo mis pocas pertenencias, Lucía me da un momento para lavarme los dientes y el rostro y salimos de la habitación.
En el pasillo nos encontramos con Violeta y Peter, quienes me ven con pena, yo bajo la mirada sin soltar mi caja de legos, la enfermera Gutiérrez lleva mi maleta y se limita a saludar a los chicos.
Salimos del edificio y caminamos al nivel dos, el edificio es muy parecido al nivel uno, solo que aquí las ventanas son más reducidas, las habitaciones son más pequeñas y en cada piso hay ocho pacientes, aunque me siento aún con suerte al tener solo dos compañeros de piso, ambos varones.
—Esta es tu habitación, Solar... —entramos y el frío que se siente me provoca escalofríos.
—¿Por qué se siente mucho frío?
—Este edificio esta más cerca del bosque, por eso el frío... —deja mi maleta en la cama—. Esta habitación es como la anterior, solo que más pequeña, pero también tienes tu ducha —camina al aseo y abre la puerta—. Tal vez te sientas encerrada pero es por el bien de ustedes.
—Seguro... —observo por la pequeña ventana, tengo vista al bosque, apenas y puedo ver el patio cerca del jardín—. ¿Y el terapeuta Montesco?
—Tranquila, que el seguirá siendo tu terapeuta... Yo no podre estar contigo.
—¿Cómo?
—Tendrás dos enfermeras nuevas, yo solo tengo un paciente aquí, de echo es uno de tus compañeros, así que cualquier cosa que necesites, tendrás que pedirlo a ellas...
La puerta se abre de par en par, dos mujeres que parecen salidas de la milicia me ven de pies a cabeza.
—Tú debes ser Solar —comenta una de ellas, la más alta, tal vez me lleva unos diez centimetros—. Soy Mafalda, y seré tu enfermera.
—Yo soy Dulce y seré tu segunda enfermera —habla la segunda mujer, con un tono de voz tan frío como el hielo que hay en las montañas.
—Te dejo, Solar, nos estaremos viendo. —La enfermera Gutiérrez sale de la habitación, me sonríe y se aleja.
—No puedes tener esto aquí. —Dulce me arrebata los legos y me asusto por su actitud—. Baja a tomar el desayuno.
—No tengo hambre... —susurro bajando la mirada.
—¿Qué has dicho? —habla Mafalda acercándose a mi—. Repitelo.
—No tengo hambre.
—Es una orden. —Dulce me toma del brazo y me empuja afuera de la habitación—. ¡Baja a desayunar!
Bajo en compañía de Mafalda, aferrándome a la tela de mi vestido.
«Ni siquiera me han dado tiempo de cambiarme».
—Quiero cambiarme de ropa... —murmuro cuando salimos del edificio—. Quiero cambiarme de ropa...
—Olvídalo, aquí no vas a hacer lo que tú quieras, es hora del desayuno y te aguantas —refunfuña entre dientes apretando mi brazo—. Más te vale no dar problemas, Solar. Y no decir nada de lo que se hace en el nivel dos.
La veo con seriedad, sus ojos me inspiran maldad pura y me veo aprisionada nuevamente.
Los siguientes días trato de seguir las reglas del nivel dos, ya no puedo estar en contacto con Violeta y Peter, los veo de vez en cuando en el comedor, pero ya no es lo mismo, ellos se irán pronto.
ᕦ ✿ ~~~~~~~~~~ ✿ ᕤ
Mañana inicia febrero y yo sigo aquí, poco a poco he desistido, papá llega en unos días pero ni si quiera eso me alegra. El terapeuta Montesco se ha esforzado mucho en las sesiones, aunque es en vano, ya no quiero hablar y ahora me parece imposible continuar, mis días se han vuelto grises encerrada entre estas cuatro paredes.
Cuando ingresé al hospital psiquiátrico, no esperaba ver mi alma envuelta entre las piedras.
En un principio la situación apenas y se percibía, como lo hacen las suaves olas en el mar; murmurando en calma. Los ansiolíticos disminuían mi necesidad constante de querer las cosas apropiadas a mi manera, de querer ver pulcro cada centímetro de mi entorno a cada momento, de querer llevar la contra a los demás para que hicieran las cosas como yo quería, por un momento podía callar la voz que vivía en mi cabeza, esa voz que me incitaba a comprobar todo una y otra vez, hasta estar convencida de que lo había hecho todo correctamente.
El ave simplemente llegó al nido equivocado.
Un día la marea subió de manera precipitada, y no sabía si sería sólo un contratiempo o si las olas jamás se detendrían.
Comencé a dudar de las cosas que hacía, como el cachorro del león que acaba de perderse en medio de la selva, me sabía valiente, pero también sabía que el camino pintaba peligroso.
Me separé de la manada porque tenía la fuerte necesidad de andar sola, poco a poco la ansiedad estaba ganando la batalla, lo que empezó a llevarme por ese camino de la nostalgia que te hace sentir sensible sin una razón aparente día tras día, y al mismo tiempo mi trastorno renació cual ave fénix y no para bien.
Cada cosa que hacían mis compañeros me irritaba, su sola presencia despertaba al ogro que yacía en mis entrañas; la personalidad histrionica de Violeta me tensaba desde el inicio del camino hasta el límite del risco, las repeticiones de Peter lograban calmar las aguas solo por un segundo, pero competir con Jimmy por el orden y la simetría era un verdadero infierno.
No podía entender cómo era posible que aquella manada se había puesto en mi contra; la mujer que en un principio me dio la chispa de la esperanza intentaba hacer lo posible para calmarme, el hombre que me recogió de aquel nido equivocado en el que me encontraba dejó de visitarme, la única figura que seguía teniendo fe en mí era aquel chico castaño, quien seguía buscando la linterna que me iluminara entre tantas sombras.
Hoy, siento que ya no puedo, la carga sobre mis hombros es demasiada.
Estoy consciente de que toda la quimera intrusa que habita en mi pequeña casa no tiene sentido, pero ya no puedo frenarla, se ha adueñado de ella y no tiene intensiones de salir.
Mañana esta ave deja de volar.
Mi desesperada cordura esta cayendo por el abismo del olvido, y me temo que la esperanza de encontrar un ancla que me sostenga en tierra firme, se esfuma al paso de cada segundo.
No quiero que encarcelen mi alma en la fría oscuridad, tengo miedo de perder la luz.
—Aquí están tus ansiolíticos. —La enfermera Dulce, que de dulce tiene lo que yo de piloto, entra abruptamente en mi habitación sin previo aviso.
—No quiero... —vuelvo a taparme con las sábanas hasta la cabeza, haciéndome bolita en la cama—. No quiero nada.
—¡Mira señorita! —Mafalda me arranca la sabana y brinco del susto—. En este lugar hay reglas, las reglas se deben cumplir, no son para que las rompas. —Me jala del brazo oblogandome a ponerme de pie—. Llevas días sin comer bien, no te has bañado y no haces lo que te decimos.
—Hasta aquí llegaste, princesa. —Dulce cierra la puerta de mi habitación y camina al aseo—. Te ayudaremos a tomar tu baño.
—¡No quiero! —empujo a Mafalda, pero es imposible, es más fuerte que yo, Dulce llega a agarrarme del brazo izquierdo—. ¡No me toque! ¡No quiero!
—¡No te estamos preguntando! —Dulce me pega una bofetada y mi cabeza se ladea—. ¡Te bañas porque te bañas!
—¡Sueltenme! —pataleo, grito, aferro mis pies al suelo, pero no logro detenerlas—. ¡No me toquen!
El fuerte deseo de limpiarme los germenes que me han pegado; nace en mi, pero esta vez de una manera diferente.
—¡No te opongas! —grita Mafalda y pateo su estómago.
Ambas se detienen anonadadas y cuando pienso que me dejaran en paz, solo he dado paso a la tortura.
—¡Maldita loca! —refunfuña Mafalda entre dientes, sus ojos irradian odio y casi veo las llamas en ellos.
Mi cabello esta revuelto y mi pijama desacomodada, intento arreglarlo pero Mafalda me toma con fuerza de los brazos.
Dulce abre la llave de la regadera y me jala para que el chorro de agua caiga directo en mí.
—¡No... N-no...! —El agua está tan fría que mi cuerpo empieza a temblar, mi ropa esta empapada y se pega a mi cuerpo, desde lo más hondo de mi ser pego el grito de mi vida—. ¡No quiero! ¡Ya basta!
Y solo logro que Dulce me vuelva a abofetear.
—¡Basta! ¡Es-esta he-helada...! —Mi alma se quiebra y empiezo a llorar, dejo que las lágrimas se escurran por todo mi rostro, he llegado a mi límite.
Ambas ríen como desquiciadas, ahora me pregunto quién ha perdido la razón.
—¡Ya basta!
Ambas dejan de reír cuando el terapeuta Montesco se aparece en la puerta del aseo, detrás de él veo a la enfermera Gutiérrez cubriendose la boca con ambas manos.
—¡¿Qué les pasa?! —entra a cerrar la llave y jala una toalla para sostenerme entre sus brazos con ella—. ¡Largo de aquí! La doctora Brown sabrá de esto.
—Terapeuta Montesco...
—¡Largo! —repite con furia a Mafalda y ambas enfermeras salen del aseo.
—Lucía, ayuda a Solar a cambiarse, tengo que hablar con la doctora Brown.
—¡No...! —Me abrazo con fuerza a él, pegando mi cabeza en su pecho—. Ya no quiero estar aquí... Quiero irme... ¡Quiero irme a casa!
—Lamento mucho todo lo que has pasado, Solar, pero no puedes regresar a casa.
—¡Estoy harta de estar aquí! ¡Quiero irme con Jimmy! —Me pongo de pie resbalando un poco y salgo corriendo.
—¡Solar! —escucho que ambos me gritan.
—¡Déjenme ser libre! —corro por el pasillo y bajo corriendo las escaleras.
Afuera esta helando y cuando salgo del edificio veo que esta empezando a llover.
—¡Solar, regresa! —Me grita el terapeuta desde la ventana del segundo piso.
Algunos pacientes del nivel uno que se encuentran afuera me observan curiosos, alcanzo a ver a Violeta y Peter saliendo del comedor. Doy la vuelta y salgo corriendo al jardín.
—¡Solar! —La doctora Brown viene corriendo detrás de mi y me jala antes de que llegue al jardín—. Solar...
—¡No! —La encaro llorando—. Ya no puedo... Lo siento tanto pero ya no puedo, quiero irme de aquí, entré por voluntad propia y puedo irme cuando quiera.
—No, Solar, no es así. Tu padre firmó la responsiva, ¿recuerdas? —Nos cubre con su paraguas y río con ironía—. Además no has terminado tu tratamiento.
—¡No me interesa, solo quiero irme!
—Camille está aquí... —voltea sobre su hombro derecho y sigo su vista, Camille nos observa desde unos metros atrás, acompañada de su última conquista—. Quiere hablar contigo —regresa su vista a mi, y yo no dejo de ver al diablo—, quiere pedirte una disculpa y hacer las paces.
—Hipócrita... —murmuro viendo a ese hombre abrazandola—. Quiero irme...
—Tal vez debas escucharla. —El psicólogo Montesco se acerca y trata de tomarme del brazo pero doy unos pasos atrás, quedando bajo la lluvia—. Solo habla con ella.
Observo mi alrededor, los pocos presentes me observan esperando mi siguiente movimiento, Camille sonríe satisfecha, ese hombre me quema con la mirada, Violeta y Peter me observan con lastima, las enfermeras que se han quedado intentan disimular que están atentas.
Veo a mi padre llegando desde los consultorios, bajo el paraguas de una enfermera.
«¿Revisé las llaves del grifo? ¿Si apague la luz del baño? ¿Le di dos vueltas a la llave de la puerta para cerrarla? ¿Cerré bien la puerta del closet?».
Una a una las preguntas me acribillan, me tapo los oídos y me coloco en cuclillas sobre el suelo.
—¡Jamás la voy a perdonar por lo que me hizo! —Solo mis gritos pueden cubrir el sonido de la lluvia—. ¡Ella dejó que él intentará abusar de mi! —levanto la mirada y veo a todos asombrados—. ¡Él fue quien me hizo tanto daño!
Señalo al hombre junto a mi madre y de inmediato mi padre se va a los golpes sobre él.
—¡Solar! —La doctora Brow corre a cubrirme con su paraguas.
Veo al terapeuta Montesco tratar de detener a mi padre, las enfermeras gritan y corren escandalizadas.
—¡Llamad a la policía! —exije el terapeuta Ferdinand, mientras lleva a Peter y Violeta a sus dormitorios.
—¡Déjenlo en paz! —pide Serena Pons corriendo desde los consultorios.
—¡Eres un mal nacido! —escucho a mi padre recriminarle.
Camille me ve fijamente, sé que esta molesta por lo que he dicho, pero ya no me importa, solo quiero sentirme liberada.
Dejo que las lágrimas sigan corriendo y lo veo a los ojos mientras intenta alejarse de mi padre.
—¡Te odio Ean Radcliffe!
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